Cine
Elysium: Ciencia ficción con fondo social
El director de cine sudafricano Neill Blomkamp sigue fiel al estilo de su primer largometraje District 9 a la hora de crear un entorno muy cercano a la realidad en una película de ciencia ficción. Es un género que utiliza como excusa para tratar cuestiones sociales como la xenofobia o el derecho universal a la Sanidad.
En la recién estrenada Elysium, una minoría pudiente vive en una estación espacial donde disfruta de todas las comodidades que le ofrece un grado de desarrollo tecnológico capaz de curar cualquier enfermedad. En la Tierra, el resto de la humanidad vive prácticamente hacinada y sobrevive a base de trabajos precarios o directamente fuera de la Ley.
En esta historia, Matt Damon encarna a Max, un antihéroe con un amplio historial delictivo que pretende redirigir su vida gracias a un empleo en una fábrica. Un accidente en la cadena de montaje le expondrá a una dosis letal de radiación. Su única salida para seguir con vida es participar en un secuestro con el que intentará infiltrarse en Elysium.
La película es capaz de mantener un alto nivel de tensión durante casi todo el metraje y consigue unas impresionantes escenas gracias a un descarnado concepto de la acción, unos efectos especiales sobresalientes y una acertada elección de los antagonistas (Sharlto Copley interpreta a un auténtico bastardo psicópata que sirve extraoficialmente a los intereses de la ministra de Defensa, una despreciable y tatcheriana Jodie Foster).
El mayor acierto de Elysium es jugar con la imperfección: los robots tienen sus limitaciones de movimiento; implantar un exoesqueleto es algo sangriento, doloroso e incómodo; una pelea siempre es enredada y no –como en muchas otras películas– una coreografía de pasos de baile; los planes salen mal; los personajes no son oradores sino que tienen diálogos acordes a la situación y reflejan el nerviosismo de la situación que afrontan. Elysium acierta mientras mantiene esa dirección, pero la línea se tuerce al final.
Cabía esperarse la linealidad de la historia, aunque el argumento se sigue con emoción y alguna que otra sorpresa por la brutalidad del mundo en que ocurre. Tampoco es criticable la sencillez del mensaje que nos transmite acerca de que ninguna persona es ilegal (las naves espaciales entrando como pateras en el espacio aéreo de la estación así nos lo ofrece), o la referencia casi explícita a los peligros de los abusos patronales y de la precariedad laboral (en este aspecto William Fitchner –Prison Break– en el papel de empresario ambicioso y sin sentimientos se suma a una nómina de personajes fríos y sin alma que obliga el espectador a simpatizar con una causa que ya de entrada tenía su aceptación). Aparte, el diseño del hábitat de Elysium es fascinante, un paraíso fuera del alcance de la modestia.
La película desde luego es muy divertida pero no aguanta un análisis más intensivo de su guión. Bajar al detalle de lo que ocurre y cómo ocurre, sobre todo durante la atropellada conclusión, tiene más de ejercicio de crueldad que de actividad constructiva.
Digamos que el golpe de Estado de la ministra interpretada por Jodie Foster (de forma un tanto decepcionante) parece más surgido de una forzada rabieta que de una motivación razonable, y dejemos a un lado lo poco que ella misma aprecia su seguridad cuando se entrevista en solitario con los peligrosos esbirros que la ayudan a llevarlo a cabo.
El final es algo absolutamente descontrolado e ilógico y, cuando llegamos allí, ya nos parece muy usada la escena de una sufrida familia latina entrando a base de romper ventanales en el hogar de otra familia más pudiente (que por cierto nunca está en casa).
Si se hacen la pregunta de si “Elysium” está al nivel de District 9, la respuesta es no. Es difícil lograr tanto nivel de sorpresa y de acierto. Pero el estilo de la película que dio renombre al director está ahí, un sello muy interesante tanto en la selección de los temas como en la forma visual de llevarlos a cabo. Elysium es muy entretenida y tiene un notable como película de acción intuitiva y visceral.
Carlos Cuesta
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