Cine

Born losers: nacidos para perder

Amerika Pacheco

05/02/2014 - 10:45

 

Billy JackBorn losers” (1967) es una cinta dirigida y protagonizada por Tom Laughlin, en la que Billy Jack representaba no solo al antihéroe perfecto, también mostraba uno de los peores perfiles de la cultura norteamericana: el prejuicio y condena de la sociedad -además de las propias autoridades policiales-, a causa del racismo.

El estoico y apacible personaje de Laughlin era un solitario veterano de la guerra de Vietnam que sólo deseaba estar en paz (lo siento, Stallone, antes de tu Rambo existió un héroe con el doble de carisma). Una banda de oligofrénicos motociclistas comandada por Danny (Jeremy Slate) recorre pequeños poblados californianos en busca de violencia gratuita, abusando sexualmente de cuanta chica se cruza en su camino sembrando terror sin razón o móvil.

Estos rufianes no se muestran de ninguna manera como hijos del desencanto, sencillamente son hijos de puta que disfrutan contemplar borbotones de sangre. Mejor aún si son provocados por ellos mismos. Billy Jack no fue un héroe fácil, careció de los elementos explosivos que convierten a uno en leyenda. Nunca tuvo elementos carismáticos o distintivos que hicieron de Indiana Jones -por citar un ejemplo- la estrella de acción favorita de legiones, durante décadas. Ningún súper poder a la vista. Estéril hablar sobre trajes u objetos especiales que nos hicieran ganar la partida al identificar su silueta en un juego de mesa cualquiera.

El personaje entrañablemente interpretado por Laughlin nos mostró al prototipo y antepenúltimo escaño de la sociedad norteamericana: un  hombre con sangre india de pinta inconfundiblemente rural. Como es de suponer, el melancólico héroe rescata a la chica en apuros, ejecuta al antagonista y restaura el orden social haciendo cabal ejercicio de su profundo sentido de justicia sin recibir un “gracias” a cambio. Su condición social lo obliga a permanecer en la oscuridad del anonimato, a continuar el camino sin recompensa o reconocimiento.

Recuerdo que durante las escenas más violentas, mi padre tapaba mi rostro con su chamarra y sólo me descubría cuando la sangre o los golpes menguaban. Esa tarde hice trampa para contemplar cada secuencia hasta el final. No entendía la crueldad de las personas que trataban con tanto desprecio a Billy, mucho menos que lo menospreciaran por su color de piel, si la mitad de mi familia era de piel morena  y nadie los escupía en la vía pública, ni se les acusaba injustamente como a él. No entendí mucho, pero convertí a Billy Jack en mi héroe de acción favorito. Lo fue antes que mi adorado Dragón Bruce Lee (a él me tocaría conocerlo meses después en una permanencia voluntaria de cinco cintas justo en la misma sala), o el mismísimo Harry Callahan, Billy estuvo ahí mucho antes de que aparecieran en el horizonte Frank Bullit, Ellen Ripley, Martin Riggs, Paul Kersey, Matt Hunter, Sarah y John Connor, o el cínico John McClane.

También recuerdo que lloré hasta la ronquera por “Kathy la Oruga” absolutamente en vano… teníamos boletas para “Fuerza Delta” de Chuck Norris y no existía posibilidad de negociación al respecto. A ninguna niña que yo conociera en esa época se le negaban gustos tan elementales como ése, sólo a mí, nada más a mí.

Tendría que alcanzarme la adolescencia para tener el gusto de descubrir el emporio Disney; lamentablemente, el mal ya había echado raíces de tal manera que la tragedia de Bambi me provocó abulia absoluta. La primera hemorragia incontenible de tristeza había tenido origen años antes cuando descubrí al trágico Alex Murphy y la cruel historia donde le fue arrebatada vida y humanidad, para convertirlo en un robot a quien nunca se le permitió olvidar la naturaleza humana de su corazón, en la icónica cinta de Paul Verhoeven: “Robocop”.

He reflexionado últimamente acerca de la necedad de mi padre por jamás llevarme a disfrutar cine infantil, trato de recordar lo que yo pensaba en esa época y sobre todo, si fui una niña feliz. La respuesta a lo anterior es simple en su obviedad. Fui tan dichosa como cualquier hija que crece como la niña de los ojos de su padre, con la única diferencia que pude comprenderlo en su real dimensión en mi adultez. Fui feliz, pero distinto, eso es todo.

Crecí como lo hace un varón, lo cual no va del todo mal, aunque en su momento tantos conflictos me ocasionara.

Crecí en el total desconocimiento de hadas y príncipes, de Barbies bulímicas y orugas retardadas que, para ser felices, era menester se convirtieran en mariposas, pero no como una consecuencia biológica, sino para dejar claro que la belleza es el único camino posible. Lo que soy hoy día indica que acaso me hicieron falta muñecas, peluches, inocencia y ternura salpimentada en color pastel. Durante mi niñez lo lamenté en la misma medida en la que hoy celebro y agradezco a mi padre por la aspereza con la que aprendí a crecer en el mundo.

Crecí entendiendo que esta sociedad se encuentra plagada de sociópatas, engendros hambrientos, violentos e insaciables  cuya fuerza motriz es alimentada por la sinrazón.

Crecí preparada para enfrentarme al mundo de los duros pero confiando ciegamente en que también existen seres desprovistos de poderes gamma o armas nucleares, pero bondadosos y valientes como Billy Jack (quien continúa siendo mi favorito porque es tan de huesos y carne, que me he encontrado humildes versiones como la suya en esta vida que no termina).

 

América Pacheco

@amerikapa

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