Cine
Manuel, grandes lecciones de vida y un pedazo de felicidad
Manuel es un niño bueno. Un poco travieso, despistado y desobediente, pero con una capacidad reflexiva y carga de amor tan enorme que resulta inverosímil para su edad, que no alcanza para incluirlo en la categoría de adolescente.
Raro no resulta en él que su abuela lo mande en la mañana a comprar un par de jabones a la tienda y él regrese a la casa ya entrada la tarde, sin el mandado y sin siquiera acordarse de que tenía una tarea qué cumplir, pues el mandato se diluye a medida que en su camino va encontrando otras misiones que lo hacen convencerse de que tiene claro a qué vino al mundo: “Mi misión es ayudar a los demás. Ayudar a las otras personas se siente bien”. Es lo que dice en medio de un monólogo reflexivo que tiene lugar mientras deambula descalzo por las calles polvorientas de su pueblo, dejando -con sus actos- gigantes lesiones de vida, de solidaridad, de justicia social.
Vive con su mamá, su abuela y su bisabuela; tal vez por eso, aunque su abuela asegura que es “un malcriao”, él se autodenomina con propiedad “el hombre de la casa” y asume que entre sus responsabilidades está ayudar en el sustento de todos, velar porque esas mujeres que lo rodean estén bien y felices, aunque esa felicidad implique despedidas eternas, como debió vivirla con su bisabuela ‘Tita’.
¿Cómo sopesar la culpa frente al cumplimiento de un último deseo, cuando sólo se cuenta con once años? Este es un enigma que este niño se ve obligado a resolver y que opta por cumplir el deseo de la mujer de la que desciende él y las otras mujeres de su casa: Tita, quien lo libera de culpas y de paso le enseña que la felicidad puede estar representada en las cosas más sencillas de la vida, como un pedazo de panela.
‘Manuel, un pedazo de felicidad’ es el cortometraje que por estos días arranca aplausos, lágrimas y reflexiones en festivales de cine de diversos puntos de la geografía mundial, a donde lo han inscrito Nina Paola Marín y Rigoberto Mendoza, directora/guionista y directora/libretista respectivamente, un par de amigos que desde hace un tiempo decidieron apostarle a las artes escénicas, tomando como punto de partida las riquezas del territorio Caribe.
La primera ‘presentación en sociedad’ de Manuel tuvo lugar en el Festival de Cine de Cartagena, donde fue escogido para el Festicine Kids, que es un apéndice del anterior y cuyo líder lo seleccionó para proyectarlo en las salas de Cine Colombia, como imagen promocional para el lanzamiento del Festival.
“Gustó muchísimo, las gente salió llorando, muy conmovida. Es una historia muy nuestra, con un mensaje tremendo de solidaridad proveniente de un niño”, expresa Nina Marín, quien confiesa que la aceptación del cortometraje ha superado las expectativas que tenían cuando lo planearon. Es una producción que realizaron con un millón de pesos, más el cariño y apoyo de familiares, amigos, actores, muchas otras personas que terminaron amando a Manuel y aprendiendo de él, buscando para ellos cuál es su pedazo de felicidad.
El guion de este corto, hecho en su totalidad en el corregimiento de El Jabo, al norte de Valledupar, fue escrito en dos horas, pero su tiempo en pantallas ha sido ilimitado, pues además del festival de Cine de Cartagena, conde también fue escogido para ‘Cine en los barrios’, ha pasado con éxito por catorce festivales, entre los que se cuentan teatros de Colombia, Alemania, Ecuador, México, España y Canadá, y aún hay veinte en lista.
Pero quizás el más grande aprendizaje tuvo lugar durante el rodaje. Arnold Guerra, el protagonista, es un niño iletrado a quien su hermanito de seis años ayudó a memorizar los libretos; al finalizar la producción, él tenía en su mente y su corazón otra misión: Aprendes a leer; estudiar porque quiere ser director de cine. Este es, a su vez, el regalo más grande para Nina y Rigoberto, quienes ratifican que a través de su arte, de eso que a ellos los hace felices, pueden llevar a otros a descubrirse, a saber dónde está su pedazo de felicidad.
María Ruth Mosquera
@sherowiya
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