Cine
La llegada y el poder innegable del lenguaje
En “La llegada”, Louise Brooks (Amy Adams) interpreta el papel de una reputada experta en lingüística que debe afrontar la trágica pérdida de su hija. Tocada por el abatimiento, asiste asombrada a la llegada de 12 naves alienígenas que se sitúan en diversos puntos del planeta. Su conocimiento será fundamental para conocer las intenciones de los desconocidos y determinar un plan de acción.
A medio camino entre el cine de encuentros con extraterrestres (como “Señales”) y un drama psicológico, entre la fantasía y el mesianismo, “La llegada” (Arrival) se erige como una propuesta interesante y llena de carácter.
Basada en el relato “Story of Your Life” de Ted Chiang, “La llegada” se hace fuerte en su optimista y argumentada defensa del valor del lenguaje como arma pacifista. Rompiendo con la idea de que los alienígenas hablarán nuestra lengua –una noción ampliamente explotada por la ciencia ficción–, la película consigue hacer de las trabas para la comunicación su eficaz leit motif narrativo.
No solo importa el “contacto” con los aliens, sino también el utópico entendimiento entre las naciones del mundo, y por último, y sobre todo, el vínculo entre una madre (Amy Adams) y su hija fallecida. Como en gran parte de la ciencia ficción, “La llegada” aspira a ir muy lejos para entendernos a nosotros mismos, y en este caso el instrumento para ese “viaje” es el lenguaje. En cierto modo, la lingüística juega en “La llegada” el rol que las teorías cuánticas y la relatividad tenían en “Interstellar” de Christopher Nolan. Y en ambos casos, el rigor científico funciona mejor que el desbordamiento emotivo, aunque ambos son igualmente relevantes para la confección de los trascendentales argumentos de ambas películas.
Si “La llegada” consigue emocionar al espectador es gracias al excelente trabajo de una Amy Adams sobresaliente en su papel de científica que busca su camino en el ojo de un huracán emocional y existencial. Adams pertenece a la estirpe de las actrices-oxímoron: intérpretes de quebradiza dureza, actrices aferradas a un coraje que solo parece posible desde la más absoluta fragilidad.
Impecable en su vertiente audiovisual, “La llegada” deja en la memoria del espectador algunos destellos kubrickianos: una mujer caminando por el pasillo circular de un hospital, o una estancia de color blanco como apoteosis de un misterio de calado filosófico (imposible no pensar en “2001: Una odisea del espacio”).
La única debilidad de este largometraje es quizás su cierto exceso de solemnidad y de tono emocional/trascendental, que recuerda la grandilocuencia del final de “Señales”. Un estreno recomendado.
Natalia Fernández
1 Comentarios
La llegada es una doble fusilada. Por una lado fusila a Día de la independencia, donde las naves visitantes también se quedan suspendidas sobre puntos estratégicos del planeta; por otro fusila a Interestelar planteando la complejidad de la noción de Tiempo y la posibilidad de viajar en él. Es una película argumentalmente mediocre pues no alcanza a mostrar la trascendencia de la relación Tiempo-Lenguaje, cae en un lugar común de este formato de consumo de que el héroe o la heroína siempre es separado/a o está en proceso de separación. Cae también en el cliché sobre la mujer que nos ha vendido Hollywood toda la vida: la mujer siempre es la tonta del paseo, la cobarde, la que se cae cuando van huyendo de los malos. Noten que cuando van a entrar por primera vez a la carimañola voladora la mujer es la única que se pone nerviosa. Las películas de extraterrestres muestran un problema filosófico que ha sido muy estudiado (Svetan Todorov) y es la aceptación del otro, cuando aparece el otro en nuestra cultura y en nuestro mundo (Descubrimiento de América) necesitamos una explicación que le dé un sentido y un lugar en nuestra existencia (¿es amigo, es enemigo?), por eso los alienígenas siempre tienen algo en que se parecen a los humanos (pies o manos, lenguaje, intenciones, ojos, necesidad de alimento o de energía), porque no podemos aceptar al otro si no se parece a nosotros, no podemos aceptar que un extraterrestre no busque algo ni traiga ningún mensaje, que sea sólo una baba fucsia flotando en el espacio. A esta película de pulpos alienígenas que se comunican con tests de Rorschach no la salva el hecho de tenga un par de buenos actores porque ya sabemos que los actores reconocidos hacen también bodrios por buena plata (Si no pregúntenle a Bruce Willis por su "Armageddon")
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