Cine

1917: planos y secuencias para estar ras de la tierra

John Harold Giraldo Herrera

03/02/2020 - 03:15

 

1917: planos y secuencias para estar ras de la tierra

 

Inaugurar un relato de la Primera Guerra mundial y hacerlo sin pretensiones políticas de fondo, ni posicionar un debate sobre bandos, sino proporcionar una movilidad de humanidades y de situaciones alrededor de dos sujetos que sólo deben cumplir una misión.

Es el reto realizado por Sam Mendes (el mismo de “Belleza Americana”, 1999, o “El mejor lugar del mundo”, 2009-), al contarnos, con una técnica de lujo, la mayor parte con planos secuencias una historia de estremecimientos continuos al seguir a esos dos sujetos. Esa metodología nos ubica en un recorrido angustioso, frenético, repleto de mortandad y bondades, con el que no sólo vemos una película, sino asistimos a una experiencia: la de combinar una especie de video juego, con estar a ras de tierras siguiendo los pasos de esos dos jóvenes. Cuando nos levantamos, son las llamas o las balas o una situación angustiosa la que nos sacude, cuando no, nos mantenemos sumergidos en la llama de la esperanza de intentar salir con vida de las trincheras.

De las películas más nominadas a ganar varias estatuillas, se encuentra 1917. Su poderío nos recuerda que la capacidad del cine no es sólo la historia, sino contarla, utilizar estrategias narrativas, como el manejo de cámaras, el saber que todo pasa en un día, tras una exploración que casi nos deja parpadear. Una mención nos hace pensar: “Más que la belleza, la edad”, pronuncia alguien. Como espectadores vamos por esos recovecos como una balsa en medio del océano, remamos con dos simples combatientes de la guerra. Al estilo de Hollywood, se trata de salvar la vida de un pelotón que caerá en una trampa, y contra viento, contra un territorio hostil (al estilo de Zona de miedo Hurt locker -2010-, ya ganadora de Óscar), presenciar las calamidades, las vicisitudes, los obstáculos de un camino hacia la muerte segura. Como lo prevalente es la vida y el asistir con honor a la misión, lo que sentimos es una marejada imparable, impostergable, invivible, y todo el tiempo nos revuelca una contienda donde las ratas no son ingenuas, ser obstinado permite asaltar el camino, y la compañía causar lazos imborrables.

La trama ya fue contada. El modo y lo que nos causa, no. Las novedades son muchas. No hay héroes, no hay ganadores, no hay pretensiones de polémicas, no hay una gran historia. Se explora un ejercicio riguroso al instalarnos no tanto como espectadores, sino en un road trip (una emotiva sensación de agilidades por trincheras y unas mínimas pausas por campo abierto), en unos laberínticos silencios de extenuantes sin salidas. Un medio avance es poder respirar y atender una perspectiva. El viaje es sin sentido, todos se devuelven y ellos dos adelantan. Odiamos la guerra, nos invade un dejo por las desventuras de los jóvenes en ese cementerio de la muerte y nos impulsa la capacidad de sobrevivencia y fortaleza para cumplir. Es tan punzante el relato, que uno de los dos jóvenes sabe que volver a casa no tiene sentido, luego deberá volver a ese estallido del horror.

La estrategia de Sam Mendes es la de descentrar. Cuando una historia depende de un solo elemento, lo sobre natural puede volver inverosímil el ejercicio narrativo. Acá lo que va sucediendo nos comunica que no hay exclusividades, que cualquier cosa pudo haber sucedido y que las grandes tramas o desenlaces no dan lugar en esta película. Nos envuelve, nos lleva, nos atrapa y deja al borde de la asfixia, menos mal sobrevivimos y en dos horas nos apresan; los cazadores tienden emboscadas, nos rodean y de ahí ya no hay como encontrar el escape, salvo porque huimos, saltamos, nos agachamos, hay lugar a un encuentro con una joven y una niña, un par de sentencias de vida: no mortificarse, es una, ser solidarios es otra.

Nos habían acostumbrado a las historias de la Segunda Guerra mundial donde lo extraordinario era poner bandos y pese a cualquier imperativo romperlo y posicionar la ideología del vencedor y dejar por debajo al vencido y sus causas fallidas de guerra. Acá no, no importa en qué lugar estamos, ni mucho quién combate con quién.  La mayor alternativa es el recorrido, continuar. Quedarse anclado es el no retorno. Un plano secuencia-largo, una tortura más desarrollada, los cortes son menos, las angustias son más y versátiles. Sam trabajó con Roger Deakins (el mismo de Blade Runner) y con un arsenal y potencial con la cámara nos recuerda que el cine es técnica, una forma de conectarnos y aproximarnos a la imagen es sabiéndola posicionar. Muchas escenas son ya emblemáticas, las de serpentear por las trincheras es una, la de correr en medio del fuego, la de los túneles, la de la avioneta, cada una de ellas, son muestras de lo contundente y de lo vibrante al ver la película.

El cine ha premiado la combinación de experimentaciones. Los planos secuencias como el de Birmand (2014), ya ganaron Óscar, y cuando Hitchock exhibió “La Soga” (1948) se pensó que fue de un solo tramo. Esos artificios de creernos detrás con dos personajes, de acompañarlos en el límite de sus aventuras y dramas y reventarnos los sentidos, es lo que impacta en 1917. Por supuesto de más que sea una de las pocas sobre la primera barbarie del reparto del mundo una vez colonizado el capitalismo. Con dos valientes, y sobre todo humanistas personajes, 1917 nos situó en ese periodo de la historia, en esos eslabones del arte de relatarnos y de generar emociones, que podría ser esa, esta u otro periodo histórico.

 

John Harold Giraldo Herrera

Docente Universidad Tecnológica de Pereira

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