Cine
Recuerdos del Teatro Michichoa (I Parte)
De repente, el patio grande, humilde, acogedor, arenoso, con muchos recovecos, frutales de icacos, guayabas, ciruelos y muchos árboles sombríos; ubicado justamente al frente del hogar donde nací y crecí, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Nunca más vería allí la sonrisa y alegría de la niña Cata Bárcenas, como le diría cariñosamente mi mamá, Teresa Jiménez, pues los dueños de aquella casa con ese inmenso solar, la familia Bárcenas Padilla, amiga de la mía, venden la propiedad y migran hacía Barranquilla en busca de mejor suerte; en la arenosa se instalaron en barrio Hipódromo.
Los nuevos propietarios levantaron una monumental obra, el Teatro Michichoa, en el año 1971. Mi memoria guarda dentro de sus múltiples baúles, los tesoros de los juegos colectivos, como la lleva, la bolita de cristal y el cacho escondido, entre otros, practicados en aquel fantástico solar con los ñias más estimados de una infancia feliz e inolvidable.
La magia del cine llegaría por primera vez a mi pueblo natal, Santa Ana (Magdalena), así la bellísima aldea del poeta Oscar Delgado entraría en contacto con el séptimo arte. Un maravilloso encuentro entre el mundo campesino y citadino, y con ello las ventanas de los ojos y la imaginación de mis paisanos se abrirían de par en par al arte, la ciencia, la tecnología, el entretenimiento y la cultura. Sin saberlo, la sociedad de hacendados conservadores conformada por los hermanos Díaz Jiménez, Hernando Villamizar y Néstor Benavides, socios fundadores del emprendimiento, incursionaban en lo que hoy se denomina economía naranja.
Estoy seguro que aquellos prestigiosos emprendedores, gestores del teatro, jamás imaginaron la trascendencia de semejante iniciativa; se trataba de un centro de eventos sociales, un punto de encuentro para el esparcimiento y la sana diversión de propios y extraños; una nueva opción de vida cultural para una comunidad campesina y rural, así, el progreso se desnudaba por estas latitudes.
Su estratégica ubicación garantizaba que nativos y forasteros admiraran su imponencia, quiénes llegaban o salían del pueblo, comerciantes en general que se acercaban a la plaza principal, campesinos y ganaderos, feligresía católica o ciudadanía congregada para intercambiar las opiniones del día a día, posaban y pasaban frente a él con frecuencia.
Y es que “todo pueblo riano crece y progresa mirando hacia el río”, decía Orlando Fals Borda, padre de la sociología en Colombia, quién encontró en sus investigaciones que, en estos pueblos, todo entra y sale por el río, las calles llevan una orientación específica, la primera calle, la de la albarrada, sigue su curso, las demás también; y Santa Ana no es la excepción. Esto mismo sucedió con el Michichoa, que mira hacía el río, localizado entre las calles tercera y cuarta, de frente se encontraba con el parque central, a la derecha se encontraba con la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero; hoy se encuentra allí la Caja de Compensación Familiar del Magdalena (Cajamag). A la izquierda sigue estando la imponente iglesia católica de la municipalidad; sin duda una ubicación valiosa.
La fachada del teatro mira hacia el ramal del río Magdalena, el brazo Mompox, para la época principal vía de acceso y comunicación; de hecho, las cintas fílmicas llegaban en lanchas desde la ciudad de Magangué. Seguramente, recordando con esto lo estratégico del río, posición de defensa, ataque y huida de las tribus chimilas, eximios bogas, que continuamente cerraban el paso del comercio de la costa con los valles interiores, atacando siempre a sus enemigos, precisamente por el río. De ellos heredamos la destreza, el arte y la técnica de la cultura anfibia.
No menos relevante es el nombre del teatro: Michichoa, denominación inolvidable, llamativa, autóctona, histórica, evoca raíces y ancestros indígenas, específicamente chimilas, con uno de sus caciques más representativos, el cacique Michichoa; tal vez es el más reconocido referente dentro del municipio que exalta la ancestralidad aborigen de la población; tan importante referencia identitaria “Michichoa”, da nombre y valor cultural a un teatro, como también un caño que alimenta la Playa Afuera, uno de los principales cuerpos cenagosos del municipio.
En particular, poco se sabe del cacique Michichoa, aunque las referencias son extensas cuando se trata de indagar y conocer un poco más la historia de una gran nación rebelde ante el sometimiento español, la nación Chimila; una serie de pueblos indígenas, valientes, resistentes a la dominación española durante los siglos XVI, XVII y XVIII, de manera que antes de llegar a ser reducidos o sometidos al régimen de los resguardos, aculturamiento, adoctrinamiento religioso y explotación como mano de obra en el proceso de colonización y expansión del régimen de las haciendas, prefirieron ser aniquilados; pero el Michichoa o el “Michy”, como familiarmente le llamamos, sigue vivo en la memoria colectiva de los santaneros, hoy no es más que un gigante abandonado, en ruinas, en pie por no desaparecer, siguiendo la tradición de resistencia propia de los valientes Chimilas, ante la mirada pérdida de sus hijos.
Gustavo A. Carreño Jiménez
Sobre el autor
Gustavo A. Carreño Jiménez
Desmitificando a la India Catalina
Economista, Universidad de Cartagena. Especialista en Gerencia de Proyectos, Universidad Piloto de Colombia (Bogotá). Magister en Desarrollo y Cultura de la Universidad Tecnológica de Bolívar. Investigador Cultural. Maestro de Ciencias Sociales Distrito de Cartagena de Indias.
2 Comentarios
Dr Carreño: me ha encantado su expresiva descripción. Yo hice en 1964, medicina rural y operé unas cuantas veces con el Dr. Carreño cuyo nombre omito en este momento. Había una clínica que entre él y yo la pusimos a refuncionar. Hasta histerectomia vainas hicimos una en ella a la esposa del entonces notario. Mi colega y muy buen amigo Carreño era de San Fernando Abajo. Es Ud. familia de él? Victor Serrano Gómez
Con respeto le respondo, el Dr Juan Carreno Jaraba, es precisamente padre del Dr Gustavo.. Un saludo cordial..
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