Cine
Recuerdos del Teatro Michichoa (II Parte)
El teatro Michichoa es hoy un gigante abandonado, un sitio de gratos recuerdos que aún viven en la memoria de los santaneros; su interior encierra escenas de un pasado valioso en peligro de ser olvidado; evocarlos en el contexto cultural de Santa Ana (Magdalena) permite interconectar pasado y presente recíprocamente, dando significación histórica a la vida, alma e identidad a este pujante pueblo asentado sobre las riberas del viejo Magdalena conocido como “el brazo de Mompox”.
La magia del cine llegaría por primera vez a este, mi pueblo natal, un 11 de septiembre de 1971; la bellísima aldea del poeta Óscar Delgado entraría así en contacto con el séptimo arte. Un maravilloso encuentro entre el mundo campesino y el mundo citadino; con ello las ventanas de los ojos y la imaginación de mis coterráneos se abrirían de par en par al arte, la ciencia, la tecnología, el entretenimiento y la cultura, en esta entrañable obra del arquitecto Manuel De Los Ríos Arrieta.
El Michichoa, como popularmente se empezó a conocer el teatro, se convertiría en un gran centro de eventos y actos sociales, un punto de encuentro para el esparcimiento, la sana diversión y el buen uso del tiempo libre; un lugar integrador de nativos y gentes de toda la comarca; de convivencia y armonía familiar; una opción de vida cultural para una comunidad campesina y conservadora. Subrayo aquí lo de vida cultural, porque fue un lugar que impactó la vida social y económica, el ser y el hacer de una comunidad rural, fenómeno desapercibido, poco dimensionado, pero que transformó imaginarios y prácticas.
Martinell[1] sostiene que vida cultural es lo que sucede cotidianamente en la vida social de una comunidad, pueblo o sociedad, y que termina impactando el acontecer cultural, ya sea a nivel nacional, regional o local, dependiendo de cada contexto. En el caso de Santa Ana, vida cultural local que se potencializó con el impacto del Michichoa. Realmente, la vida cultural del municipio cambió con la entrada en funcionamiento del teatro; la disposición de los servicios ofrecidos en sus instalaciones da fe de la variedad de alternativas de esparcimiento, bajo el concepto: “todo en un mismo lugar”. Lo principal era la sala de cine, completamente cubierta, con funciones básicamente nocturnas [entre las ocho y diez de la noche], que comenzaban una vez finalizaba la misa de la tarde, de domingo a domingo.
La Sala de proyecciones era bastante amplia, tenía una capacidad para 500 espectadores cómodamente sentados según los cálculos del señor Oswaldo Medina, primer técnico y proyectista del teatro. Disponía de tres zonas claramente definidas, un área central y una zona a lado izquierdo y lado derecho y dos corredores para la circulación de los cinéfilos, silletería tipo estadio en madera, dos baños, uno para damas y otro para caballeros, y una gran tarima para la presentación de los grupos musicales al píe de la pantalla de cemento.
Además de la sala de cine, el sitio disponía de una heladería en el primer piso, dos terrazas ventiladas con aire natural, una en el primer piso y otra en el segundo; allí se disfrutaba de bebidas, refrescos y licores. También se disponía de un pequeño grill climatizado con aire acondicionado para un selecto y reducido número de personas que pagaban por la privacidad.
La apertura inicial del teatro fue todo un acontecimiento, el telón lo abrió la estelar película Airport [Aeropuerto], cinta que fue exaltada con 10 nominaciones al Óscar en 1971, y galardonada con el Premio Óscar a la mejor actriz de reparto y Premio Globo de Oro a la mejor actriz secundaria. El encargado de la primera proyección fue Quilio Diz, con la colaboración de José Velandia y Osvaldo Medina, quiénes fueron los operadores. La entrada tenía tarifa diferencial: $5.00 los adultos y $2.00 los niños.
Las cintas llegaban procedentes de Barranquilla, donde se despachaban a Sincelejo, y desde allí hasta Magangué, para finalmente ser embarcadas en lancha hasta Santa Ana; contratadas a un costo de $500 por película, según lo manifestado por el señor Oswaldo Medina.
Se proyectaron filmes de todos los géneros: western [vaqueros] (Django contra Sartana); cine mexicano (Marcha de Zacatecas, y demás películas de Antonio Aguilar y José Alfredo Jiménez, entre otros); humor (Capulina, Cantinflas, etc.); de acción (Harry el Sucio, La venganza de Ursus, etc.); y románticas como “La María”, basada en la obra del escritor colombiano Jorge Isaac, que bastantes lágrimas hizo derramar a los espectadores.
Medina comenta que las películas venían en dos rollos de 35 milímetros, para una duración de entre 90 y 120 minutos; y que, técnicamente, los proyectores no eran de última generación, por lo que hubo dificultades para proyectar algunas películas, y en muchas ocasiones el sonido no era diamantino [por ser monofónico].
Aún retumba en mi memoria la marcha de apertura de las funciones del Michichoa, inolvidable la banda sonora de la película “El puente sobre el río Kwai”[2], coproducción británica-estadounidense del género épico-bélico ganadora de siete premios Óscar, que invitaba a los moradores del pueblo a entrar al teatro.
Las proyecciones de los filmes se mantendrían durante toda la década de los años 70, a pesar de las deficiencias en el fluido eléctrico del municipio, iluminado por aquellos años con planta eléctrica, por lo que era necesario sectorizar el servicio por barrios; pero la luz para el teatro era intocable, nunca faltaba, la única excusa que justificaba su ausencia era el daño de la planta eléctrica que llevaba el fluido a la población, así, oscurecido el pueblo, se apagaba el teatro Michichoa.
Gustavo A. Carreño Jiménez
Sobre el autor
Gustavo A. Carreño Jiménez
Desmitificando a la India Catalina
Economista, Universidad de Cartagena. Especialista en Gerencia de Proyectos, Universidad Piloto de Colombia (Bogotá). Magister en Desarrollo y Cultura de la Universidad Tecnológica de Bolívar. Investigador Cultural. Maestro de Ciencias Sociales Distrito de Cartagena de Indias.
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