Educación
Regreso a clases
Los profesores de Colombia nos enfrentamos al dilema del regreso a clases dentro del aula, después de la traumática transición a la virtualidad que nos obligó la más peligrosa de las pandemias que ha sufrido la humanidad. No hemos terminado de adaptarnos a la modalidad virtual, ya que estudiantes y profesores apenas comenzamos a manejar de alguna manera las herramientas que la internet y su interactividad nos brindan y ya debemos regresar, después de año y medio a dictar las clases dentro del entorno escolar.
Cuando apenas el país descubre que cronológica e históricamente la humanidad está en el siglo XXI pero que Colombia a nivel de educación de prescolar, primaria y bachillerato estamos por allá en el XIX, y que esta pandemia que nos llevó a la supuesta virtualidad nos descorrió el velo sobre lo que teníamos en los colegios oficiales eran tan solo algunas computadoras obsoletas, plagadas de virus de toda naturaleza y con software de mala calidad y que los mejores programas existentes en dichos computadores eran producto de la piratería de estudiantes y profesores que querían y quieren tener un acceso más cualificado al mundo de la informática.
Cuando apenas nos damos cuentas que nuestros equipos informáticos solo cuentan con discos duros de poca capacidad de almacenamiento y que las memorias RAM son tan paupérrimas que limitan los programas para que corran a una velocidad regular y los procesadores son de cuatro y cinco generaciones hacia atrás a las de la tecnología de actualidad en el mercado. Cuando maestros y estudiantes dimensionamos la carencia de conectividad y acceso a la Internet en los colegios y escuelas y que los que tienen ese acceso sólo cuentan con tan pocos megas que se convierte en una tortura ver un video didáctico pues demora más bajando que mostrando las imágenes que queremos ver.
Cuando notamos que más del 60% del alumnado no cuenta con un celular y que los que cuentan con él, por lo menos la mitad, tienen tan solo las populares flechas que no permiten ver imágenes ni videos por la Internet y otros que tienen equipos de gama alta o gama media no cuentan con el dinero para pagar el paquete de datos necesarios para acceder a las clases o guías que envía el educador.
Cuando apenas nosotros los profesores nos damos cuenta que estábamos y aún estamos en un atraso tecnológico y apenas estamos aprendiendo el uso de equipos medianamente avanzados como computadores y su software, cuando apenas descubrimos que la tiza y el tablero son herramientas pedagógicas de apoyo educativo pero no las únicas, cuando apenas aceptamos a regañadientes que la tecnología nos atropella y, por fin, entendemos que lo que hacíamos en el salón de clase aburría a unos alumnos de la época de Neflix, Youtube, Twitter, Facebook e Instagram y que se habían acostumbrado a la interactividad y que, por ello, nos veían como ancianos y se burlaban a escondidas de la manera como digitábamos en el celular.
Ahora nos llega la orden de regresar a clases, de volver a la rutina, de paralizar y abandonar el avance tecnológico que habíamos empezado a conseguir, volver a escuelas y colegios que adolecen de conectividad, que sus equipos de computación son obsoletos y que las aulas están en mal estado, donde no tenemos bibliotecas y donde en algunos colegios no hay ni siquiera bebederos donde el niño y el joven beban agua potable, donde en algunos colegios no hay ni siquiera baterías sanitarias donde se pueda hacer las necesidades fisiológicas con dignidad.
Duele que, en ese año y medio, ni las alcaldías, ni gobernaciones y mucho menos el gobierno central haya metido mano para paliar en parte el abandono de las instituciones educativas y, por lo tanto, alumnos y profesores deban regresar al colegio, siendo alumnos del siglo XXI a recibir educación del siglo XIX. Duele que el gobierno y parte de la sociedad culpe al maestro de esta mala educación y no se tenga en cuenta que gran parte de las falencias obedecen al abandono estatal, con esto no estoy eximiendo la parte de culpa que recae sobre nosotros los maestros.
Duele que se tenga que entrar a clases sin que Colombia haya llegado al porcentaje de vacunados que garantice la inmunidad de rebaño, duele que niños, jóvenes y profesores tengan que enfrentar el riesgo de contagio atendiendo las clases bajo las condiciones paupérrimas de los colegios. Duele que muchos crean que los maestros no quieren volver a clases, cuando por el contrario si lo queremos pero en condiciones de bioseguridad que garanticen la salud y la vida de estudiantes, profesores y padres de familia.
Ojalá este periodo de clases fuera del aula y utilizando la virtualidad nos haya enseñado lo importante que es el estudiante para el educador y al estudiante le haya mostrado lo necesario que es el educador para su formación integral. Ojalá los padres de familia hayan aprendido a conocer a sus hijos ahora que tuvieron que lidiarlos de tiempo completo y así se formen la idea de cuál es el verdadero papel del maestro al lidiar por más de seis horas con sus hijos. Ojalá esta experiencia una a la familia educativa en torno a la formación de estos muchachos que se levantan en esta Colombia excluyente, negadora de derechos y segadora de esperanzas. Dios nos ilumine a todos.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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