Educación
Maestros, padres y estudiantes
Algunos papás, en ellos incluyo mamás y papás, tenemos la tendencia a magnificar las buenas cualidades de nuestros hijos, los miramos a través de una lente que aumenta exageradamente sus potencialidades. No digo que eso sea malo, pero hay que darle manejo porque lo que acostumbramos a hacer, con la creencia que, con ello le levantamos la autoestima, puede convertirse en una sobrevaloración del niño y una inflada megalomanía del muchacho que, a la postre, le va a perjudicar en su desarrollo emocional, intelectual y social.
Ahora, con la pandemia y la virtualidad, se ha develado en parte ese mito de genialidad de nuestros hijos, el ala de su angelical imagen idealizada por los padres ha perdido, en parte, su plumaje. La permanencia prolongada en casa al lado de padres y hermanos ha descubierto la fisura entre lo que el padre creía de su hijo y lo que el hijo realmente ha sido. Como padres, de seguro, hemos encontrado que el temperamento de nuestro hijo no era la seda que creíamos y encontramos algunas aristas con aspereza de lija que antes no conocíamos o no queríamos ver.
La mayoría creemos tener en el hogar a Einstein, María Curie, Gate o Steve Job o qué sé yo, otro genio de las ciencias, pero en realidad tenemos niños o jóvenes normales con un grado de desarrollo psicológico acorde con su edad y un coeficiente intelectual acorde con la gradualidad escolar, en algunos casos hay mayor madurez y mayor coeficiente, todo regulado por las diferencias individuales que como unidades psicosomáticas únicas e irrepetible son cada niño o individuo. Con lo anterior no quiero decir que no haya genialidad y talento en algunos niños y jóvenes, lo hay, pero también hay que ver las múltiples circunstancias que lo pueden potenciar o truncar, una de ellas, por supuesto, y lo escribo de primero, es el maestro pero ello está condicionado por muchas variables a saber: el entorno escolar, el ambiente de aprendizaje, el método, los recursos didácticos, en fin, muchas cosas que nuestro sistema escolar no provee, también hay que tener en cuenta el entorno social en que se desenvuelve y el entorno familiar que lo cobija.
En algunos casos metemos la mano al fuego, sosteniendo que nuestros hijos son un dechado de virtud y valores, creemos que sobresalen en responsabilidad y cumplimiento porque los vemos todo el día delante de la computadora y, cuando les preguntamos, nos dicen que están estudiando, o leyendo sobre un tema en particular para desarrollar una tarea o trabajo escolar. Como confiamos en ellos, no nos damos el trabajo de mirar, de revisar si realmente están indagando, buscando información para realizar un trabajo, damos por cierto su dicho. No nos damos cuenta que, en realidad, en algunos casos, no en todos, el joven está navegando en las redes y pasa de grupo en grupo, de Facebook, a Whatsapp o cualquier otra red, o a lo mejor está jugando.
Los educadores, en nuestra jerga de oficio, utilizamos dos palabrejas que la praxis pedagógica nos han enseñado, una de ella es el ausentismo, que es cuando el estudiante no asiste al aula, sea que no vaya al colegio o estando en el colegio se hace el remolón y no entra al aula a recibir la clase correspondiente. Este comportamiento es común en nuestro sistema escolar y se controla dentro del colegio, pero cuando el joven sale de su hogar para el colegio y no llega a él, sino que se queda en otro sitio, jugando maquinita, futbol o sencillamente en un Café Internet, el docente y la institución no tiene el manejo ni el alcance para controlarlo, solo puede manifestar al padre de la ausencia del joven y ahí termina su control y se lo pasa al padre de familia o tutor del menor.
La otra palabreja que usamos los docentes es la llamada presentismo, que es como denominamos el caso de los alumnos que llegan al colegio, incluso entran al aula y presencian la clase, ojo, digo presencian la clase por cuanto están dentro del salón, pero no participan, no hacen tareas, no toman notas, solo dejan la cara y el cuerpo porque el pensamiento, su mente, sus ganas están puestas en otra parte, en su novia, en el parche de amigos, en los problemas del hogar. Es un joven que evade el presente del aula y se encierra en lo que le gusta o disgusta.
En este mundo complejo del niño y del joven, de la educación en la primaria, básica secundaria y media vocacional encontramos a diario casos en que el padre de familia culpa al docente de las desventuras de sus hijos y esculca los mínimos resquicios del sistema buscando la forma de disculpar a sus hijos del mal rendimiento escolar y pasarle la factura al educador, pensando que esto salva a su hijo y lo libera como padre de sus propias responsabilidades. Igual nos ocurre a los educadores cuando culpamos a los padres de lo que no funciona en el niño o el joven y apuntamos a decir que el hogar no apoya o coadyuba la labor educativa y con ello escondemos las falencias propias de un método defectuoso, la improvisación en clases o la falta de preparación profesional. Es común también que, como maestros, culpemos al gobierno o al sistema de algunos problemas que sólo se derivan de la didáctica, plan de estudios, manejo de los temas en clases, motivación, manejo de grupo y autoridad en el salón.
Nos hace falta mirar con responsabilidad y seriedad el rol que desempeñamos como educadores, directivos o padres de familia y generar un diálogo dentro de la familia educativa que permita subsanar tales desacuerdos fallas y problemas. Creo que, como padres y maestros, nos hace falta mirar con más detenimiento la parte comportamental del niño o el joven, detectar problemas, abordarlos y abrir un dialogo sincero y amigable con nuestros hijos y alumnos. De nada sirve trasladarle la culpa al educador o al colegio debemos tomar el problema y con responsabilidad afrontarlo y tratar de resolverlo.
Es necesario que la universidad asuma con seriedad el pensum de licenciaturas en las áreas educativas y que ahonden en las herramientas conceptuales del futuro licenciado con materias tales como: pedagogía del aprendizaje, historia de la educación, didáctica, relaciones con la comunidad, sociología, filosofía de la educación y otras materias que se veían en el pensum que estudiaban los alumnos-docentes en las escuelas Normales donde se graduaban los maestros de antes.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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