Gastronomía
El vino: la brisa de diciembre y el arte de brindar juntos

“El vino da brillantez a las campiñas, exalta los corazones, enciende las pupilas y enseña a los pies la danza”.
José Ortega y Gasset (filósofo, ensayista y pensador español)
Diciembre llega cada año con un rumor antiguo: mesas que se alargan, manos que se buscan, palabras que regresan. Es un mes que no camina, sino que se detiene; que no grita, sino que susurra balances y promesas. En ese clima de luces tibias, memorias compartidas y esperanzas renovadas, el vino ocupa un lugar silencioso y decisivo. No irrumpe; acompaña. No se impone; dialoga.
Desde tiempos remotos, esta bebida nacida del sol, la tierra y la paciencia ha aprendido a sentarse junto a los hombres y las mujeres cuando la vida pide pausa, gratitud y comunión. En cada rincón del mundo, diciembre trae un viento distinto y un sabor propio, pero hay un gesto común que atraviesa culturas y geografías: la invitación a compartir. Y entre las tradiciones que se entrelazan con la Navidad y el fin de año, el vino aparece como uno de los protagonistas más antiguos y elocuentes. No es solo una bebida: es un símbolo, un hilo invisible que une generaciones, historias y emociones.
El vino, como tantas cosas buenas de la vida, tiene un origen humilde. Nace de la uva, una fruta sencilla que crece en la calma de la tierra, cuidada por el sol y transformada por el tiempo. Desde los albores de la humanidad, ha sido ofrecido en las celebraciones no solo como un placer para el paladar, sino como un vehículo de unión, agradecimiento y esperanza. En la Navidad, cuando los relojes se desaceleran y la vida parece hacerse más profunda, el vino se convierte en el compañero ideal de esos instantes que parecen suspendidos en el tiempo.
En la magia de las noches decembrinas, cuando las velas y los faroles iluminan el camino y la música se mezcla con la risa, el vino se vuelve un elixir de vida. Un licor que, con suavidad o carácter, acompaña la alegría, aligera las penas y despierta los sentidos. No promete milagros, pero sí cercanía; no borra tristezas, pero las vuelve compartidas.
En muchos lugares, diciembre se celebra alrededor de la mesa, del reencuentro y de la música, pero sobre todo alrededor de la copa levantada. Levantar la copa no es solo un brindis: es un acto de reconocimiento, una ceremonia de gratitud. Cuando el vino asciende en la copa, se habla sin palabras, se sellan afectos, se lanzan deseos al viento: salud, paz, amor. Cada brindis es un acto de fe y cada sorbo, una forma de decir “aquí estamos”.
Este líquido ancestral, de carácter tierno y a la vez intenso, ocupa un lugar privilegiado en las mesas decembrinas. No importa la cultura ni la lengua: el vino siempre sabe acompañar lo mejor de estas fiestas, las risas, las historias repetidas, el calor humano. En muchos rincones del mundo no hay Navidad ni Año Nuevo sin una copa en la mano. Y aun así, el vino no busca ser el centro de atención; prefiere ser el fondo perfecto de la celebración, el que adorna la mesa, el que deja una huella amable en la boca y en la memoria.
El vino es más que una bebida: es un ritual, un acto de comunión con los seres queridos, con la tradición y con la vida misma. Puede ser sencillo, compartido entre amigos, o solemne, ofrecido en un acto sagrado. En todos los casos conserva la misma esencia: invitarnos a detenernos, a reflexionar sobre lo vivido y a celebrar juntos lo que nos une más allá de las diferencias.
En las noches de diciembre, el vino se convierte también en un gesto de reconciliación y apertura. Nos recuerda que la abundancia no está en el exceso, sino en la calidad del momento compartido; en la sinceridad del brindis y en la humildad de sabernos juntos. Así, cada copa levantada es un agradecimiento y cada brindis una promesa de seguir caminando, con esperanza, hacia el año que nace.
Que nunca falte una copa de vino en nuestras mesas, pero que nunca sobre el exceso en nuestros actos. Que sepamos honrar esta bebida espiritual con moderación, entendiendo que su verdadera grandeza no está en la cantidad, sino en el significado. Porque un vino tinto, profundo y reflexivo, invita a la conversación lenta; un blanco, fresco y luminoso, despierta la risa franca; un rosado, delicado y festivo, celebra la ligereza del instante; y un espumoso, vibrante y alegre, anuncia que la vida, aun con sus sombras, merece ser celebrada.
Brindemos entonces, con conciencia y gratitud. Brindemos por la vida compartida, por la memoria que nos sostiene y por el porvenir que nos espera. Y que cada copa, sea cual sea su color, tenga siempre un acto de amor, de encuentro y de moderación sabia.
Ramiro Elías Álvarez Mercado
Sobre el autor
Ramiro Elías Álvarez Mercado
Una copa de folclor
Nacido en Planeta Rica, Córdoba, el 14 de octubre de 1974, radicado en Bogotá hace casi tres décadas. Amante de la lectura, los deportes, la escritura, investigador nato de las tradiciones, costumbres, cultura, música, folclor y gastronomía del Caribe colombiano.
Estudió coctelería, bar, etiqueta y protocolo con dos diplomados en vinos y certificación de sommelier, campo profesional en el que tiene más de 20 años de experiencia.
Escribe de manera empírica, sobre fútbol y otros deportes, vinos y todo lo relacionado con el tema, así como publicaciones en distintos medios sobre cultores de la música vallenata y de otras expresiones musicales que se dan en el Caribe colombiano. Sus escritos han sido publicados en distintos medios virtuales.
Desde temprana edad le ha gustado escribir, sin embargo, fue en Bogotá, muy lejos de su terruño, que se le despertó ese deseo incesante de recrear las semblanzas de personajes que han hecho un aporte significativo al vallenato y otras expresiones musicales de la Costa Atlántica de Colombia.
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Brindemos Por La Amistad Mi Estimado Ramiro Elías Álvarez Mercado. Salud, Bienestar, Amor y Paz, Son Mis Deseos Para Ti y Tu Familia. Un Abrazo Y Mil Bendiciones. HOCHI Cantautor Vallenato @hochimusik #CantandoHistorias
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