Historia

Las docentes Elia Jiménez Medina y María Gelsomina Santander Guzmán, y su participación en la Marcha del hambre

Álvaro Rojano Osorio

12/08/2025 - 06:25

 

Las docentes Elia Jiménez Medina y María Gelsomina Santander Guzmán, y su participación en la Marcha del hambre
Las docentes María Gelsomina Santander Guzmán y Elia Jiménez Medina / Foto: créditos a sus autores

 

El sábado 24 de septiembre de 1966, las maestras de la entonces Escuela Urbana para Varones de Pedraza, María Gelsomina Santander Guzmán y Elia Ruth Jiménez Medina, iniciaron, junto a grupos de docentes, una marcha para protestar por las condicionales laborales y salariales del magisterio del Magdalena. Caminata que las llevó de Santa Marta a Bogotá.

Peregrinación que fue llamada la Marcha de Hambre, porque, como lo expresó Rosa Arroyo[1] en ella participaban un grupo de docentes que representaban al magisterio del Magdalena, a cuyos miembros en la tienda ya no les querían fiar. A los que tenían las casas alquiladas y no tenían cómo pagarlas, ni el colegio de los hijos, el recibo del agua y de la luz.

—Nos debían dos años de salario. Recuerda la seño Elia, quien para entonces era soltera y joven, como también lo era María Gelsomina. Ellas, sin mayores afujías económicas, decidieron participar en la Marcha, en la que no pudo estar el también educador Atenógenes Salazar, pese a haberse inscrito para hacerlo.

Marcha, que como lo señala la seño Elia, tuvo su génesis en el paro del magisterio del Magdalena, iniciado en marzo de 1966, que incluyó el bloqueo de vías públicas, y hasta la intención de retener al entonces ministro de Educación del gobierno de Lleras Restrepo, en el lugar donde estaba en Santa Marta. Y después de agotar estas vías de hecho, entonces, como lo recuerda la seño Elia, el directivo sindical Rafael Hernández propuso marchar hacia Bogotá.

Ella fue invitada a participar en representación del magisterio de Pedraza, pues asistía a las reuniones en Santa Marta, por mandato de los demás docentes. Por eso, en una reunión comunicó el propósito de Marchar, y, junto a María Gelsomina y Atenógenes, decidió participar. 

—Pero para hacerlo tenía que superar un escollo, convencer a mi mamá para que me dejara participar. La manera de conseguirlo fue asegurarle que iríamos en bus hasta las cercanías de Bogotá, y luego caminaríamos. Sin embargo, ella mantenía un radio en la tienda que atendía en su casa y se enteró de la verdad.

María Gelsomina y Elia Ruth salieron de Pedraza el 23 de octubre en la mañana y al anochecer llegaron a Santa Marta. —Pura, mi hermana, donde llegamos, nos dijo que para dónde íbamos con las maletas con las viajamos, pues para la Marcha debíamos llevar cada una un bolso. En ellos metimos nuestras pertenencias. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, asistimos a un tedeum en la catedral y de ahí salimos a caminar con rumbo a Ciénaga, señala Elia Ruth.

Al iniciar la Marcha, los participantes eran 89 docentes, mientras el número de acompañantes superaba los seiscientos, entre maestros y maestras, que en su mayoría se devolvieron en Ciénaga.  La primera estación de los marchantes fue en Gaira, en cuyo parque los educadores de ese lugar les brindaron un desayuno. A las dos de la tarde arribaron a Ciénaga, donde descansaron con el compromiso de que en la mañana tenían que reunirse para reiniciar la marcha.  

–En Ciénaga, Gelsomina y yo dormimos donde el paisano Guillermo Medina. Al día siguiente, a las tres de la madrugada, arrancamos y nos detuvimos en Fundación. Ahí fue donde compré un par de zapatos, y un jean, porque los que llevaba se dañaron.  Los adquirí con un dinero que me dio mi mamá.

En Fundación, los marchantes tomaron el tren de carga y se dirigieron a la estación de Palestina. Lo hicieron en atención a la falta de vía distinta a la férrea, para después de llegar a Aguachica. En la estación del tren se unió a la Marcha un pequeño grupo de maestros de El Banco. Al día siguiente, la jornada fue hasta Aguachica y, posteriormente, de esta localidad hasta San Alberto.

–La única vez que Gelsomina y yo lloramos y nos arrepentimos de estar en la Marcha fue en Sal Alberto, porque al llegar no encontramos agua para bañarnos; lo hicimos al día siguiente cuando descubrimos la existencia de un río. Además, dormimos incómodos sobre los pupitres de una escuela abandonada. La gente del pueblo nos llamaba guerrilleros. Sin embargo, pese al cansancio, a las ampollas en los pies, la juventud y nuestra voluntad inquebrantable por participar en semejante acto de protesta se impuso y continuamos.

Para entonces, lo más duro del camino estaba por llegar, tanto que, en el tramo entre Playón y Rionegro, Santander, dos de las marchantes debieron ser internadas de urgencias en el hospital[2] de este último lugar. De Rionegro partieron para Bucaramanga.

–En Bucaramanga nos esperaron los servicios médicos y me diagnosticaron presión alta, además, me pidieron que abandonara la Marcha. Sin embargo, al día siguiente estuve entre los primeros en estar presentes en el punto de reunión para reiniciar la caminata. Esa mañana me ofrecieron que abordara un carro que nos acompañaba, pero dije que no.

Las siguientes jornadas fueron de Bucaramanga hasta Piedecuesta, y al día siguiente de esta localidad hasta Los Curos, pero al llegar a este lugar nadie los recibió. Motivados por la indiferencia de sus pobladores, optaron por seguir caminando para llegar hasta El Pescadero.

—El tránsito por El Pescadero fue terrible por los abismos, aunque pasamos de noche, por el frío, tanto que nos dieron unos protectores blancos que cubría todo nuestro cuerpo, desde la cabeza, para protegernos del clima. Cubre todo que nos hacían parecer a una momia. Tanto era el frío que trotábamos para calentarnos.

A Tunja llegaron el 15 de octubre, luego de ir por el departamento de Santander y de andar por parte del de Boyacá.

—En esa ciudad fuimos recibidos por unos estudiantes costeños de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, que nos regalaron carne asada.   Para entonces, Gelsomina y yo llevábamos los pies llenos de curitas que compramos por prevención. También recibimos unas ruanas para que nos protegiéramos de ese frío profundo, que nos calaba los huesos. Pero el calor de la gente dándonos la bienvenida era la mayor motivación para seguir adelante.

El 21 de octubre, casi un mes de haber partido de Santa Marta, los marchantes llegaron a Bogotá. En la ciudad caminaron por la carrera Décima con calle 26, donde les fue imposible andar porque la multitud formaba un muro humano de casi veinte cuadras. Ahí fue cuando formaron una cadena, agarraron de las manos. Luego, al llegar a la calle 10 con carrera 20, vieron que era imposible andar[3].

—La llegada a Bogotá fue apoteósica. Mucha gente. Gente que nos besaba, nos veían como héroes.  Fue tanto el respaldo que para poder llegar a la plaza de Bolívar fuimos cargados a hombro. Ese mismo día, después  permanecer en el Congreso, nos llevaron al palacio de San Carlos, donde fuimos atendidos por el presidente de la República, Carlos Lleras Restrepo.

—El presidente nos fue saludando a uno por uno. Cuando me extendió la mano yo le dije: “Vengo del municipio más olvidado de Colombia, Pedraza, Magdalena, que está esperando la presencia del Estado”. Él me miró, sonrió y me dio una palmadita en el hombro.   

Producto de la Marcha, el gobierno nacional y Fecode hicieron algunos acuerdos que fueron la base para la creación de los fondos educativos regionales, los fondos de prestaciones sociales, las bases del Estatuto Docente, el aumento del presupuesto nacional destinado a la educación pública[4]. Pero, sobre todo, puso en el contexto nacional la situación que vivían los docentes pertenecientes a la planta de personal del Magdalena.

—El presidente Lleras ofreció el avión presidencial para que regresáramos a Santa Marta, pero por razones de salud de algunos compañeros lo hicimos en el tren de lujo. El regreso fue inolvidable: en cada pueblo nos recibían con vítores, entonando el himno nacional, como verdaderos héroes. Tanto era el número de personas que salían a vernos, que yo me ponía nerviosa.

—Gelsomina y yo regresamos a Pedraza, sin que nadie distinto a nuestras familias nos recibiera. Mi madre lloró de alegría al verme. Yo volví a la escuela para reiniciar las actividades como maestra. En ese cargo permanecí hasta 1974 cuando, tras la muerte de mi mamá, pedí traslado para Santa Marta, donde he sido objeto de varios homenajes por mi participación en la Marcha, y por mi desempeño como docente.  

 

Álvaro Rojano Osorio

 

[1] La Marcha del Hambre: Protesta social que hizo historia con las mujeres— maestras. Deisy Lorena González Blanco. Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Historia. Bogotá, Colombia, 2017.

[2] Jiménez Rafael, Marcha del Hambre Santa Marta…Bogotá 1966. Historieta. Santa Marta, Graficolor, Litografía. 

[3] Jiménez Rafael, Marcha del Hambre Santa Marta…Bogotá 1966. Historieta. Santa Marta, Graficolor, Litografía.

[4] Jiménez Rafael, Marcha del Hambre Santa Marta…Bogotá 1966. Historieta. Santa Marta, Graficolor, Litografía.

 

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

1 Comentarios


Olga salguedo de León 13-08-2025 09:51 AM

Estimado amigo, gracias por ese histórico y detallado relato que nos enorgullece. Estas mujeres enormes tienen que seguir siendo en nuestras vidas ejemplos de perseverancia. Necesitamos más mujeres cómo estás en el municipio y en colombia incursionando en la Historia de nuestro país!! Donde la mujer pone el corazón pone la razón. Hoy me atrevería a decir, que si una mujer fuera presidenta de colombia, no hubiera un solo Niño con hambre… eso fuera una emergencia nacional. Con todo el respeto con que esbozó siempre mis criterios.????????‍♀️

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