Historia
Brevísimo acercamiento a la vida y obra del historiador Sergio Paolo Solano De las Aguas

Días alciónicos, solsticio de mi vida… Lejos de embellecer mi dicha distante, tengo que luchar para no empalidecer su imagen; hasta su recuerdo es ya demasiado fuerte para mí. Más sincero que la mayoría de los hombres, confieso sin ambages las causas secretas de esa felicidad; aquella calma tan propicia para los trabajos y las disciplinas del espíritu se me antoja uno de los efectos más bellos del amor.
Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano.
El jueves 14 de noviembre de 2024, a las 4:30 de la tarde, la sala de lectura de la Biblioteca Bartolomé Calvo del Banco de la República estaba dispuesta como auditorio para la presentación del libro Trabajo y Sociedad: los trabajadores de los sistemas defensivos de Cartagena de Indias, 1750-1811. La gente comenzó a llegar poco a poco hasta llenar el aforo. Sergio Paolo Solano De las Aguas, autor del libro que se presentaría había llegado acompañado de su hija menor, Catalina. Ella se sentó en primera fila, y él se quedó parado en la parte lateral izquierda de la sala conversando con uno de los asistentes.
Lucía peinado acicalado de lado, a la izquierda, un cabello aún negro, con algunas canas entreveradas, y un candado blanco con chivera. Vestía camisa de color rosa pálido, manga larga, con hilera de botones y cuello de cura; pantalón azul turquí, y zapatos negros de cuero. Asimismo, llevaba gafas Ray Ban, de lectura, con marco de carey marrón.
Sin lugar a duda, el profesor Solano De las Aguas vivía uno de los momentos más trascendentes de su vida profesional, la presentación de un libro que le demandó 17 años de investigación rigurosa, mucha dedicación y entrega.
El libro lo presentaron y comentaron dos colegas historiadores: Roicer Flórez Bolívar y Melisa Pinzón Narváez. Roicer es profesor titular del Programa de Historia de la Universidad de Cartagena y, además, compadre de Sergio. Melisa, por su parte, es funcionaria del Centro Cultural de Cartagena del Banco de la República. Cerca de 70 personas estaban en el auditorio esa tarde.
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Sergio Paolo Solano vive en Cartagena de Indias desde 1992, año en el que vino a fungir como profesor del Programa de Historia de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena. Solano De las Aguas es licenciado de la Universidad del Atlántico en Ciencias Sociales y Económicas y doctor en Humanidades, línea de Historia, de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Es autor de los libros: Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe colombiano, 1850-1930 (2003); Pensar la Historia del trabajo y los trabajadores en América, siglos XVIII y XIX. (Coordinador: 2016); El mundo de Cosme (2022); Trabajo y Sociedad. Trabajadores de los sistemas defensivos de Cartagena de Indias, 1750-1811 (2024). De igual modo, es coautor de otros tantos libros y decenas de artículos científicos.
Desde que Solano De las Aguas ejerce su oficio profesoral en la Universidad de Cartagena ha formado a generaciones de nuevos historiadores en el Caribe colombiano, y su trabajo lo ha convertido en un eminente historiador de Latinoamérica, de Colombia y del Caribe colombiano, que en cada investigación urde y nos presenta un relato historiográfico de la más alta excelencia.
Desde siempre, Sergio Paolo es un juicioso historiador que aprehendió los métodos y la maestría de sabios y doctos autores, entre los que figuran: Jacques Le Goff, E. P. Thompson y Eric Hobsbawm, quienes le enseñaron a descubrir los intersticios ocultos de la sociedad y su estructura diluidos en el tiempo pretérito para luego presentarlos en escenas reconstruidas en sus textos, y así como Braudel insta a los historiadores a escribir una historia total, nuestro autor lo intenta en su faena.
Sergio es padre de tres hijos: Sergio Paolo Solano Hoyos, María Camila Solano Hoyos y Catalina Solano Negretti.
Sergio y María Camila viven en Quebec, desde pequeños, con su madre. Él es profesional en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, de la Université Laval, y ella es antropóloga de la misma universidad. Sergio, dirige, de igual manera, el programa de arbolización de Quebec.
Catalina, la hija menor de Sergio Paolo es diseñadora de moda y cursa actualmente la carrera de Contaduría en la Universidad de Cartagena.
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Siempre he admirado a mi papá, su amor por las letras, la historia y el estudio lo han definido a lo largo de su vida. Ha trabajado con esfuerzo y dedicación para mejorar su calidad de vida, guiado por la disciplina y el deseo constante de superación… –dice Catalina, y continúa–: Él es un hombre que valora la tranquilidad, disfruta de la compañía de los animales y trasmite su pasión por el conocimiento con cada palabra que escribe o pronuncia.
Desde pequeña me ha enseñado que el estudio es el camino más sólido para progresar. Su ejemplo, mi mayor guía. Es un padre amoroso, comprensivo, presente y con un gran sentido del humor (mamador de gallo). Valoro que educa desde el ejemplo. Siempre estaré agradecida como hija de cada momento compartido, de sus historias, sus ideas y sus consejos de vida. Como pasa con todo ser humano, también tiene aspectos que no me agradan del todo; su temperamento fuerte y su tendencia a la soledad, lo que hace que se perciba como una persona distante; sin embargo, esos rasgos reflejan su carácter firme y la intensidad con la que vive sus emociones. Siempre tengo presente una frase que repite con convicción: “solo con los años uno aprende que la felicidad es la tranquilidad”.
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Inicio una entrevista con Sergio y le solicito que hablemos de su vida, de la ciudad donde nació y de lo que recuerda de esa etapa maravillosa que es la niñez.
Nací en Barranquilla el 24 de mayo de 1956, en una familia formada por mi padre que provenía de una unidad familiar de notables de Sabanalarga. Uno de ellos había sido ministro de Obras Públicas del país, senador, presidente del Estado Soberano de Bolívar, después gobernador en el departamento del Atlántico. Eran liberales de corte radical; masones, fueron todos ellos. No una familia con dinero, pero sí con prestancia y reconocimiento social en Sabanalarga, y después en el departamento del Atlántico.
Mi madre era totalmente lo contrario, provenía de una familia humilde. Quedó huérfana a temprana edad. Le tocó trabajar y abandonar los estudios. Se hizo tipógrafa, igual que sus dos hermanas; eran tres, y trabajaron la tipografía.
Mis padres se conocieron y se casaron. De alguna manera esas desigualdades marcaron un poco las relaciones y vínculos familiares. Porque mi padre por sus palancas políticas tenía buenos cargos, pero después, los Solano Mastrodoménico, Solano Manotas, fueron cayendo en desgracia y se perdió el respaldo, y eso de alguna forma también marcó a la familia.
Yo tuve mucha influencia de mi abuela: Sol Mastrodoménico Di Ruggiero, que era italiana, una señora muy culta. Había estudiado en el colegio La Presentación, de Barranquilla, regentado por monjas francesas, y desde muy pequeño estuve al lado de ella, en su regazo, y de algún modo creo que influyó mucho en mi posterior inclinación por la lectura y por la historia, porque me comentaba pedacitos de la Ilíada, la Odisea, la Divina comedia, la Eneida y de El Paraíso perdido, de Milton.
Creo que en términos generales fue una infancia común y corriente, con una familia que nos controlaba mucho, cosa que agradezco, porque mis amigos de infancia, prácticamente, ahí quedaron; mientras que, a nosotros, gracias a esos controles y a la disciplina en torno al estudio, la familia nos sacó adelante.
Dentro de ese contexto de infancia, recuerdo que siempre te referías a que en tu familia cuando los ‘pelaos’ del barrio se metían contigo te decían: ‘dígales majaderos’.
Ésa era mi abuela. Me sentaban en la ventana de la casa de Sabanalarga. Era una ventana que sobresalía, entonces las piernecitas me quedaban colgadas. Y pasaba un vendedor de conservitas, y me decía: “¡Pelaito marica!”, “¡ay, marica empolvá!”. Yo le ponía las quejas a mi abuela, y ella me decía que le dijera “majadero”. Debía decirme que le dijera todas las vulgaridades habidas y por haber, ¡pero no! Para mi abuela decir majadero era una ofensa.
Sergio… el significado de tu padre, y tu madre. Qué aporta cada uno para completar lo que has dicho.
Mi padre, la disciplina, el amor por el estudio. Fue un hombre ilustrado. Empezó a estudiar Medicina, después se pasó para Química y Farmacia. Más tarde empezó a estudiar Derecho y lo abandonó. Y ya a la edad de 40 años, teniéndonos a nosotros, lo terminó. Un hombre muy honesto. Recuerdo que contaba anécdotas de situaciones en las le proponían cosas indebidas y él decía que no. Fue un abogado que se dedicó al Derecho Civil. Con nosotros vivió un tío, un hermano de él, Celso Agustín, y nunca olvido que las charlas de ellos cuando tomaban tragos eran sobre ortografía, gramática… y como en la casa estaban los libros de Andrés Bello, G. M. Bruño, pues las discusiones tenían que ver con eso. Estaban los diccionarios de Ramón Sopena, un autor español. Había unas enciclopedias y unos libros de Derecho, heredados de mi abuelo, el padre de mi papá, que también había sido abogado.
Recuerdo igualmente unos libros de autores anarquistas, porque un tío de mi abuela, que era italiana, Antonio Mastrodoménico, fue anarquista. En la casa estaban Prudhomme, Malatesta, entre otros, y cuando empecé a andar en la izquierda mi papá los regaló todos para que yo no leyera esa literatura; pero sí, me marcó con disciplina, y también crecí en medio de la valoración del honor, la dignidad, el respeto hacia los demás. Uno puede tener deslices en un momento de la vida, por juventud, por locura… Sin embargo, lo que nos inculcan, tarde o temprano le aflora a uno.
El aporte de mi madre es en torno al trabajo, al apego, al amor, a la familia. Lo que también me marcó. Mi madre fue una persona muy hábil con las manos. Terminó en el SENA todos los cursos de manualidades que quiso. Siempre estuve al lado de ella. Como éramos un hogar pobre, había que hacer de tripas corazón, a veces, para la manutención y para la decoración de la casa. Y parte de mi inclinación posterior, la historia del trabajo y los trabajadores, lo debo a mi madre.
Decías que tu abuela y tu madre te leían fragmentos de obras literarias, pero exactamente qué te lleva a estudiar Historia.
Tuve un profesor en bachillerato que daba clases de Historia Universal, el profesor Navarro, en Segundo y Tercero, con libros de Barrios & Astolfi (Luis A. Barrios y José C. Astolfi), unos libros muy bellos, que tenían muchas ilustraciones, unos libros anecdóticos. Y ese profesor hacía unas clases muy interesantes. Le daba vida al salón. Lo que también me influyó de alguna manera.
Mi inclinación por la Historia tiene que ver con una situación personal. Fui un niño muy retraído. Hace algunos meses, un amigo que es psicólogo me decía: “Sergio, si en tu época de infancia hubieran estado determinados los distintos grados de autismo a ti te hubieran diagnosticado con alguno de esos grados”. Yo no era persona de andar en grupo, de andar en barra. Era muy dedicado a la lectura y a la curiosidad. Yo logré que me compraran una enciclopedia. El tío mío era fiscal, y le daban órdenes para retirar útiles de oficina, y había meses en que no los necesitábamos y reuníamos las órdenes, entonces, en cuarto elemental inventé que necesitaba una enciclopedia para niño y la incluí en la lista. Me la compraron, era un solo tomo.
Para mí eso fue un descubrimiento, porque me llevó a indagar cómo eran la casa de las hormigas, cómo eran los colmenares, cómo eran los insectos y las plantas, a hacer huertas en el patio de la casa.
La curiosidad es básica. Alimentar la curiosidad en el niño hace posible que surja una pasión por la investigación.
Y también todo lo que tenía que ver con el cuento de las abuelas, tanto la paterna como la materna. El padre de mi abuela paterna era inglés, Edward Steel Heysle, y nos comentaba muchas cosas, y cuentos de muertos.
Las radionovelas de la misma manera fueron fundamentales. Yo escuchaba muchas radionovelas y había que poner en juego la imaginación. Eso influyó en la pasión por la Historia.
Hice cuatro años de Derecho. Abandoné la carrera y me puse a estudiar la licenciatura en Sociales.
Has generado muchísimos artículos académicos en tus áreas, y has publicado varios libros, entre ellos: El mundo de Cosme, La historiografía en el Caribe colombiano, Trabajo y Sociedad, una obra exhaustiva, en la que dedicaste 17 años de investigación. Por favor, haznos una breve sinopsis de ellos, y la motivación que generaron esos libros.
Empecé mi militancia en la izquierda en 1971. Tenía 14 años. En una marcha de la Universidad Libre, los estudiantes de Derecho gritaron: “vamos a marchar”. Yo estaba en bachillerato, escuché el mitin, me acerqué y marché con ellos. Cuando llegamos a tres cuadras más abajo salió la PM (Policía Militar), y nos dispersó. Le entregué mis libros a José Antequera Antequera que estudiaba conmigo en el mismo salón, y al día siguiente cuando se los pedí, me dijo: “vamos, están en La casa del partido”.
Yo reconocía cuál era La casa del partido, porque por ahí pasaba una de las líneas de buses que usaba para desplazarme al Centro de Barranquilla, y fui. Cuando entré a La casa del partido vi a muchos estudiantes del Colegio de Barranquilla para Varones. Yo era una persona retraída, era tartamudo y vivía avergonzado, y no podía hablar muy bien por ese problema. Ver a muchos estudiantes ahí me llamó la atención y empecé a ir a La casa del partido.
Como yo no podía subirme a una tarima en un mitin (imagínate un gago haciendo un mitin), empecé a leer muchas cosas. Leía teoría e historia marxista. Eso dejó huella. Cuando ya me retiro de la militancia de izquierda había acumulado un acervo de lecturas, y fui invitado por un profesor, en el año 1984, para ser auxiliar de una investigación que le financió el Banco de la República, que iba a conmemorar el centenario de la Constitución de 1886, y empecé a ir a los archivos, y con otros colegas (Luis Alarcón, Jaime Colpas) comenzamos a descubrir la existencia de esos fondos documentales –sobre los que nadie sabía–.
Entonces, el primer trabajo que hice fue sobre la historia de la industria en Barranquilla, publicado en el año de 1993 por la Corporación Financiera del Norte. Es un libro que está sin terminar, porque nos lo arrebató de las manos el rector de la Universidad. Se iba a inaugurar la maestría en Historia en la Universidad del Atlántico en convenio con la Universidad Nacional y pensaron que la mejor manera era con un libro. Y como era un libro sobre empresarios e industria, más o menos hicimos un estudio sobre el desarrollo industrial y empresarial de Barranquilla entre 1870 y 1930. Y rápidamente el tema de la industria me llevó al de los trabajadores, y los primeros trabajos que hice fueron dedicados a los trabajadores, técnicas que empleaban, protestas, formas de organización, los primeros 30 años del siglo XX en Barranquilla.
Me vine a Cartagena en el año de 1992 a trabajar, y las preguntas que ya me hacía me estaban obligando a desplazarme al siglo XIX, donde me tropecé con el mundo de los artesanos, trabajos, talleres, técnicas, materias primas, estilos de vida, que han sido clave en mi investigación, y cómo hay sectores sociales que construyen una forma de vida de corte estamental, según Max Weber, de valoración de la educación, el honor, la dignidad, que se expresan en muchos adagios, por eso también me fui para la literatura y encontré a Cosme, la novela de José Félix Fuenmayor que de alguna manera refleja eso, y las preguntas que me hice sobre el artesanado del siglo XIX me llevaron a los orígenes de esa cultura en el siglo XVIII, y, en buena medida, mi libro reciente Trabajo y Sociedad: trabajadores de los sistemas defensivos de Cartagena de Indias es una expresión de ese desplazamiento hacia atrás que he ido teniendo en mis investigaciones.
De tu trayectoria de investigador ya consolidada hablan tus investigaciones, tus libros. ¿Qué temas que no hayas podido abordar y te quedan como inquietud?
Yo quisiera investigar la vida cotidiana, el día a día de la gente común y corriente, las formas comunitarias de vida en los barrios, ya sea en el siglo XVIII o en el siglo XIX. Quiero llevar a cabo esa investigación. Hay mucha historiografía sobre el tema. Se ha avanzado en otras latitudes, pero en el caso nuestro no la hay. Quiero también llevar el mismo tema del libro que acabo de publicar –sobre trabajadores y sistemas defensivos que comienza en 1750– hacia atrás, para poder tener unas perspectivas comparativas de lo que pasa entre 1750 y 1811 y lo que había con anterioridad.
Quiero reeditar el libro El mundo de Cosme. Ese fue un libro que terminé hace 25 años. De pronto algún día me dijeron que querían publicar mi libro Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe colombiano: 1850-1930, y dije: “yo tengo el libro ahí”. Y lo entregué tal como estaba. Existe la posibilidad de publicarlo en otro país. Estoy en conversaciones sobre ese tema, y espero corregirlo y actualizarlo.
Lo que quiero es tener un abanico temporal de mis investigaciones sobre el trabajo y los trabajadores, sus estilos de vida, la movilidad social, condiciones de vida, características de sus familias que vaya desde el siglo XVII hasta el año de 1930, si logro eso puedo pasar a uso de buen retiro, con plena satisfacción de haberle dejado un aporte a la historiografía de esta región y de este país.
¿Qué temas no te apasionan o no te gustan dentro de la investigación historiográfica, y por qué?
Tengo que ser muy cuidadoso en lo que voy a decir, porque puede ser malinterpretado. Creo que el tema afro. Si no se plantean nuevos interrogantes puede seguir siendo la repetición de la repetidera. Pueden cambiar el sujeto, pueden cambiar el espacio, pero el predicado sigue siendo el mismo. Es necesario que ese tema se reinvente, que se haga una reingeniería. Es un tema que tiene mucho por hacer, mucho que cortar. Pasemos de muchas quejas y lamentaciones a ver a la gente afro –y es un anacronismo que a mí no me gusta utilizar para los periodos que yo investigo– en unas dimensiones de sus vidas como sujetos sociales, como sujetos productores de historia. Eso es necesario.
También pasa un poco con la historia de género. A veces, la condición de militancia activista en el presente que generan estos campos de investigación es contraproducente. Siempre estoy recomendando a mis jóvenes estudiantes que se alejen en el tiempo, para que no sea el activismo político del presente el que determine y les indique a qué conclusiones van a llegar en sus investigaciones. Es un tema difícil, y por lo que digo puedo ser acusado de muchas cosas. Yo trabajo la variable racial, pero como una variable más dentro de un espectro amplio de factores que determinan la configuración de las sociedades.
Sergio, de esos oficios del siglo XIX que enumeras y tratas en Trabajo y Sociedad, ¿cuál de ellos por humilde que sean te hubiese gustado ejercer en estos momentos, en esta vida?
La carpintería. Por mi casa, diagonal, había un taller del señor Efraín Rodríguez Rodríguez. De niño estuve metido en ese taller. El barrio El Carmen en el que aún vive mi hermana, construido por el Instituto de Crédito Territorial con generosidad, en cuanto al espacio, solar, patio, cajas de aire, y en el que todo el mundo transformó su casa, allí tuve la oportunidad de tener una relación desde pequeño con carpinteros, albañiles, herreros, electricistas… y la carpintería siempre me llamó la atención; además, tengo cierta habilidad para los trabajos manuales y crear obras de utilidad en el uso diario. Ser carpintero para mí hubiese sido muy encantador.
Qué me podrías decir de la dignidad de los oficios.
La gente practicó sus oficios con dignidad. Es falsa la idea muy apresurada de la gente en decir; ‘No, es que en la colonización española y durante la Colonia los oficios manuales eran oficios viles, mal vistos’. Eso depende de las perspectivas en que se vean, si se ve desde la perspectiva de las élites hacia abajo puede que sean considerados así, pero los practicantes de los oficios valoraban lo que hacían, los ejercían con dignidad, y se volvieron personas prestantes en los alrededores inmediatos de las cuadras en las que vivían, en sus barrios, y muchos de ellos después transitaron a la condición de padrinos de niños que bautizaron, y fueron padrinos de matrimonios y tuvieron prestancia en sus barrios, y como construyeron un estilo de vida de valoración del trabajo, de la dignidad, de la honradez, del respeto, de no escandalizar a la sociedad, de alguna manera todo eso se reflejó en el ejercicio de los oficios, y uno lo ve. Durante la segunda mitad del siglo XVIII es gente a la que se comienza a valorar, y las élites empiezan a pensar que son sectores sociales con los que se cuenta.
Además, en Cartagena pesaban muchos los ingenieros militares, y los ingenieros tenían una relación diaria con los trabajos y los trabajadores, tenían que estar ahí presentes, y, de alguna manera, desarrollaron un criterio de meritocracia, que por encima de las diferencias y condiciones socioraciales de los ejercitantes sabían que x o y maestro de condición negra o parda –como se decía en la época– podía ser mejor trabajador que una persona blanca; entonces, la gente valoraba sus oficios y transmitieron esos valores. Aún hoy, los elementos de la cultura estamental siguen estando presentes en la manera cómo determinados artesanos valoran el ejercicio de las actividades que realizan.
En medio del trabajo, tus investigaciones y tus clases, ¿has tenido o has encontrado un espacio para la vida espiritual?
Sí, en los últimos años. Tú me conoces. Llevé una vida díscola durante mucho tiempo. Yo, desde el año 2007, hallé la paz. Encontré que la felicidad es la tranquilidad y aprendí a estar conmigo mismo y creo que eso ha sido clave en mi existencia. Vivo con mi hija, la menor, pero buena parte de estos últimos 18 años estuve solo, y en solaz espiritual y aprendí quizá por influencia de la familia a hacer el bien, a no maltratar a la gente, a no pisotear a nadie, a desearle estadía de bienestar a todo el mundo, a no tener sentimientos de envidia ni de odio, ni nada de eso. De alguna manera, sin que sea un practicante de una religión específica rijo mi vida por unos valores universales que contribuyen al desarrollo de mi espiritualidad.
Sergio, la música, sobre todo la salsa, que va muy ligada al ser caribe, al disfrute y al espacio de regocijo nuestro, ‘y nosotros hemos disfrutado juntos y mucho con la salsa’, quiero tu parecer en esta entrevista sobre la música, la salsa, y la influencia que tuvo en ti.
Mi padre era un melómano exquisito, tuvo una valiosa discoteca, y tuvo su radiola, antes que llegaran los equipos de sonido, y en mi casa siempre se escuchaba buena música: boleros, rancheras y tangos. Crecí oyendo música. Yo era el disc jockey de mi padre. Mi padre cuando invitaba amigos me decía: “búscame a Daniel Santos… búscame a Bienvenido Granda”. Desde niño aprendí música. Por mi casa, diagonal, en una casa de esquina vivía un señor que trabajaba en el Terminal Marítimo de Barranquilla, Ramón Castañeda, y en los años 60, a finales, y comienzos de los 70, empezaba a llegar la música salsa que traían los marinos y él compraba los nuevos elepés en los barcos que arribaban a puerto. Esa esquina era el sitio de reunión para escuchar música.
Ya en edad de pubertad y primeros años de juventud, por mi barrio surgieron los primeros establecimientos de salsa de Barranquilla: Las vegas, El Bronx Casino, La Mazucamba, El Apolo 8. Entonces, nosotros desde pelaos nos íbamos al frente de esos establecimientos. No podíamos entrar, porque éramos jovencitos, menores de edad, pero desde afuera escuchábamos la música, y a través de la radio disfrutábamos igualmente los programas de salsa. En Barranquilla había uno famoso: Ritmo fiesta y sabor.
También tuve oído musical y eso determinó mi apego a la salsa. Recibí una herencia de boleros, tangos y rancheras. Desarrollé el gusto por la salsa, la balada y el rock clásicos, que tuvieron su auge en los 70. Y también por la música costeña de los años 60 hacia atrás, la música tropical. Los corraleros de Majagual, la Orquesta Sonora Cordobesa, la Sonora Curro, La A 1 (Orquesta Los Número Uno de Colombia), Rufo Garrido y las orquestas de Pacho Galán, Lucho Bermúdez, Edmundo Arias, Chucho Sanoja, Billo’ s Caracas Boys y Ramón Ropaín. Todo eso estaba en mi casa. Creo que esa música marcó mi existencia y permitió convertirme no en un especialista en música, sino en un degustador de música, y que más o menos identifico quien canta, qué orquesta es, de qué año. Ya no voy a sitios donde anteriormente disfrutaba, como La esquina sandiegana, porque desapareció, y a partir del año 2020 no he vuelto a tomar. Desde el año de la pandemia cancelé la tomadera de cervezas y tragos, pero sí disfruto oyendo música.
Casi nunca te escuché hablar de cine; no obstante, últimamente observo que te refieres a algunos filmes, a actores y actrices, a diálogos, a temáticas de cine; los comentas y conceptualizas… Háblanos un poco de tu fascinación por el séptimo arte.
Tiene que ver también por el sitio donde vivía, en donde estaban los teatros El Águila, El Chiquinquirá, El Ideal, El Bolívar; eran teatros populares, sin techo. Una diversión que teníamos como jovencitos era ir de noche y ver dos películas. Vi mucho cine de vaqueros, películas de la Segunda Guerra Mundial, muchas películas chinas también vi en esos años, pero creo que la militancia de izquierda de los años 70, a menos en los sectores en los que yo milité, pensábamos que teníamos que ser hombres universales, de cultura universal, y eso nos llevó a fundar cineclubes. Recuerdo Sala bohemia, en Barranquilla, a la que asistía permanentemente y en la que se realizaban explicaciones y discusiones sobre las películas proyectadas. Recuerdo también las cartillas Caramelo de cromos, que salían en los años 70, uno compraba los sobrecitos y venían los artistas, y detrás las películas en las que habían participado, las explicaciones. Yo fui muy apegado a la compra de cromos de artistas y me permitió desarrollar una memoria de nombres de películas, artistas, años y otras muchas cosas. Es una información que tengo en ese nivel. No voy a decir que soy especialista en análisis cinematográfico, pero sí degusto mucho el cine. Últimamente tengo todas las plataformas que ofrecen servicios de películas a través de televisión y ahí veo mucho cine. Estoy pendiente de eso.
¿Cómo ves estos tiempos?
Muy difíciles, René. No sé si tenga que ver con mi encierro, pero veo un horizonte negro y nefasto para la humanidad, es lo que yo veo. Es decir, estamos en una distopía total, no hay esperanza absolutamente de nada, los proyectos utópicos que se habían construido prácticamente se derrumbaron, estamos en una especie de situación de ‘sálvese quien pueda’. Ahora con todo esto de lo que está pasando en el mundo, los enfrentamientos de guerra sectorizados, y los posibles riesgos que estamos afrontando –una confrontación–: la confrontación social en nuestro país, la confrontación política. Como te decía, fui militante de izquierda y pensé en una sociedad mejor, y sé que hoy no es imposible, sé que lo que queda es una desesperanza. A los jóvenes que se están levantando no sé qué futuro les espera. La tecnología también muchas veces atenta contra el sentimiento del humanitarismo. Veo muy… muy nefasto el futuro de la humanidad.
La pregunta que seguía en caso de que no lo abordaras indagaba sobre si era una mirada escéptica o esperanzadora la que tienes. Ya veo que es escéptica.
Sí, escéptica. Muy escéptica.
Hace ya algunos años te hiciste miembro de la Academia Nacional de Historia, y tu conferencia de ingreso fue: “La cultura política popular en Cartagena de Indias en los albores de la crisis del imperio español (1773-1810)”. Cuéntanos de esa experiencia, cuál es tu papel ahí, y qué puede aportar un académico institucional a la sociedad.
La Academia de Historia es centenaria. Fundada a principio del siglo pasado, en 1902. Durante mucho tiempo sus miembros fueron personas apasionadas por la historia, pero sin formación o eran profesionales de la historia. Hicieron aportes significativos muchos de ellos. Fue Rodolfo Segovia Salas, quien siendo presidente en el año 2022 me invitó a que me presentara como aspirante a miembro correspondiente. Hay dos categorías, de número y correspondiente, y en el 2023, en la presidencia de Armando Martínez Guernica, presenté la conferencia para ser miembro correspondiente de la Academia.
Hoy es un honor para muchos historiadores profesionales como es mi caso ser miembro de la Academia, porque la Academia se ha transformado. Cuando la gente ataca a la historiografía académica para referirse a las historias de la academia están peleando contra molinos de viento. La Academia no es lo que pudo haber sido en los años 60, 70, cuando la nueva historia colombiana tuvo enfrentamiento muy fuerte con los académicos por el tipo de historia que venía haciendo la nueva historia. Hubo un cambio significativo. Asisto a veces, de forma virtual, a las conferencias que presentan sus integrantes y apruebo actas, y estoy pendiente de la vida de la Academia. Cuando me jubile será mi membresía con la que me identifique.
A propósito, te quedan pocos años para tu jubilación, cómo será ese retiro, ¿te quedarás aquí o te irás al interior?, alguna vez me hablaste de tu deseo de comprar una parcela en la meseta andina (sonrío y Sergio Paolo también). Cuéntame sobre ese proyectado retiro.
Sí, yo tengo todos los requisitos para retirarme, 1.200 semanas cotizadas, tengo 69 años. Vivo aplazando un poco. Los profesores nos podemos quedar hasta los 80 años, pero tampoco pienso quedarme hasta esa edad, hay que dar espacio a los jóvenes, muchos de ellos magníficos como docentes investigadores. Seguiré haciendo lo mismo, no voy a sufrir ningún cambio, René, primero porque estoy habituado a estar conmigo mismo, estoy habituado a salir poco de mi casa y estoy habituado a mi ritmo de trabajo de 4:00 o 5:00 de la mañana a 6:00 de la tarde diariamente, y tengo la ventaja de que buena parte de la información que necesito está en línea, la descargo, la leo, compro mis libros, y si no, algunos los consigo en formato virtual; y sí, a mí me gustaría irme para una región del interior del país donde la gente sea más tranquila, más apacible, pienso que el estereotipo de la forma de ser costeños lo hemos exaltado, pesa mucho y termina haciendo daño, a veces es casi la exaltación de la vulgaridad, y llega un momento en que uno se aburre de eso.
He pensado en Boyacá. Digo: “me voy pa’ Boyacá, me voy pa’ Boyacá”, pero bueno, del dicho al hecho hay mucho trecho, tengo que esperar, la familia está por acá, y ellos me dicen: “pero cómo te vas a ir por allá solo”. De todas maneras, sí me gustaría hacer la experiencia de dos o tres años y vivir por Boyacá.
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Melisa Pinzón quien fue estudiante de Sergio Paolo, y ahora su colega y presentadora de la obra en el auditorio y sala de lectura de la Biblioteca Bartolomé Calvo, esboza su apreciación sobre el historiador.
–Estoy muy agradecida –dice– porque el profesor me concedió el honor de interactuar con él en la presentación de su libro Trabajo y Sociedad.
Sergio ha sido y sigue siendo uno de los profesores más queridos de todo el programa. Su método de enseñanza es muy flexible y también retador para los estudiantes, la forma cómo desarrolla las clases, cómo nos insta para que investiguemos más, y demos lo mejor de nosotros en cada clase, en cada texto, siempre ha sido muy tendiente a la investigación y enseña cómo investigar y cómo seguir nuestro propio interés a la hora de investigar.
El profesor Sergio fue una figura que me enseñó a creer en mí misma. Yo era muy tímida, no me atrevía a expresar en clase mi opinión, a responder, a hacer preguntas. Yo era el tipo de estudiante que hacía las preguntas al final, cuando ya todos se estaban yendo. Recuerdo que una vez le hice una pregunta y eso me acercó más a él, y no era mi profesor, solo estaba cubriendo una clase, y prácticamente me adoptó académicamente, porque así ha sido y hasta fue mi asesor de tesis de pregrado.
Su amabilidad invita a que los estudiantes se pregunten si lo están haciendo bien.
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John H. Elliott en Haciendo la Historia habla de la diferencia entre los documentos originales y los digitalizados. Puntualiza: <<…si bien se ha ganado en accesibilidad a la infinidad de documentos, también se ha eliminado así una forma de contacto directo con el pasado. La vista, el tacto y hasta el olor de los documentos de los siglos XVI-XVII, la tinta marrón seca en el mismo papel que a veces se te deshace en las manos son en conjunto cualidades sensoriales que agudizaban, al menos por mi propia experiencia, ese sentido intuitivo e imaginativo que resulta tan importante para la reconstrucción histórica de sociedades pretéritas>>. Y justo ahí, en esa imagen del papel deshaciéndose se asimila también la pérdida de una realidad soportada en el papel mismo que se atomiza.
Por su parte, Heródoto, hace más de dos milenios, en el Libro Primero de Los nueve libros de la Historia, y quien invoca a la musa Clío, con el propósito de que con su aliento le inspire lo que narra, sentencia: “Ésta es la exposición de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres, y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras…”. A ese propósito de preservación es a lo que aspira la historia.
René Arrieta Pérez.
Sobre el autor

René Arrieta Pérez
Crónicas
René Arrieta Pérez. Lingüista de la Universidad de Cartagena. Escritor, periodista e investigador de la cultura. Autor de los libros de poesía: Salmos del segador de mieses, He olvidado su nombre, Bodegones, El leve vuelo de las mariposas.
2 Comentarios
Excelente entrevista que nos muestra a un ser humano que ha entregado su vida al servicio de la sociedad a través del estudio y la í investigacion historica y sobre todo sus enseñanzas no solo sobre nuestro pasado sino sobre la esencia de la vida. Una entrevista que nos informa de la vida privada y pública de un hombre que nos informa tiene ningún inconveniente en que ambas se fundan en una que nos da a conocer en sus sinceras y aleccionadoras respuestas. Quienes tenemos el privilegio de ser su amigo y discipulo damos fe que Sergio es ante todo un hombre bueno dedicado a servir desde las misiones que en su productiva vida pueda desempeñar
Excelente entrevista, detalla la vida de un gran profesional que ha aportado mucho a la sociedad. Que orgullo!
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