Historia

El cambio

Alberto Muñoz Peñaloza

29/04/2020 - 05:10

 

El cambio
Recorte de prensa de El Tiempo

 

El domingo 19 de abril, cincuenta años antes, Colombia llevó a cabo otra jornada eleccionaria cuyo resultado fue cuestionado y denunciado como fraude para favorecer al candidato del frente nacional, Misael Pastrana Borrero, quien le ganó la presidencia al candidato de la Anapo, con los siguientes resultados: Misael Pastrana Borrero, 1.625.025 votos; Gustavo Rojas Pinilla, 1.561.468; Belisario Betancur (disidencia conservadora), 417.350 y Evaristo Sourdis (disidencia conservadora y candidato costeño)  336.288.

Como era costumbre en la época, las estaciones radiales contaban los votos mucho más rápido que la Registraduría Nacional, en los que se anunciaba una ventaja de Rojas sobre Pastrana de 1'235.679 votos sobre 1'121.958. En la noche del 19 de abril, el Ministerio de Gobierno, Carlos Augusto Noriega, ordenó a las estaciones abstenerse de divulgar resultados globales y dejar que la Registraduría diera el veredicto definitivo. En señal de protesta, el director de la cadena Todelar, Antonio Niño Ortiz, suspendió las transmisiones de los resultados electorales. Una vez hecha la prohibición, el ministro Noriega presentó boletines en los cuales Rojas Pinilla superaba a Pastrana por un reducido margen.

En la mañana del 20 de abril de ese año el resultado era 1'368.981 votos para Pastrana mientras que Rojas tenía 1'366.364 y en los días posteriores los votos en favor de Pastrana aumentaron considerablemente, lo cual fue duramente cuestionado por los seguidores de Rojas”. Dos días después, el gobierno nacional, por “turbación del orden público”, decretó el “estado de sitio” y en horas de la noche el presidente Carlos Lleras Restrepo, en histórica alocución se dirigió a los colombianos, explicándoles la gravedad de la situación  y comunicó su decisión: “Como yo no quiero que, al igual de lo que pasó en el día de ayer, cuando van cayendo las sombras de la noche turbas de maleantes, empiecen a saquear almacenes y a romper vitrinas, he declarado el toque de queda en la capital de la República y he autorizado, con los señores ministros de Gobierno y Defensa, a los gobernadores de los departamentos y a los alcaldes municipales para que adopten la misma medida a la hora que crean conveniente y, en el momento en que lo juzguen necesario. En cuanto hace al caso de Bogotá, advierto lo siguiente: son las ocho de la noche. A las nueve de la noche no debe haber gente en las calles. El toque de queda se hará cumplir de manera rigurosa y quien salga a la calle lo hará por su cuenta y riesgo, con todos los azares que corre el que viola en estado de guerra una prescripción militar. Repito, son las ocho de la noche; las gentes tienen una hora para dirigirse a sus hogares y el que se encuentre fuera a esa hora será apresado y si trata de huir o de oponer resistencia correrá los peligros consiguientes” (El Espectador, abril 21 de 1970).

Obras de ampliación e instalación de alcantarillado mantenían zanjadas algunas vías de la ciudad, recuerdo muy bien que, desde la carrera séptima, a la altura de la panadería Castilla, pasaba por Hipinto curveándose por la carrera novena hasta más allá del cementerio central, de acera a acera con promontorios de tierra abundante. Ese paisaje ‘de guerra’ le dió una connotación de misterio y miedo sumándose a la de desolación, el desconcierto y a una especie de zona de confort colectiva fundada en el ‘terror’. Entonces, nos asomábamos a la ventana y solo veíamos soldados, fusil en mano, con el deficientísimo alumbrado público de la época y otras limitaciones no menos aflictivas. No obstante, Chepo no pasaba sin meter “la doble” y en más de una ocasión cayó al hueco por lo inhóspito del terreno.

En 1970, el festival vallenato, por tales razones, no se realizó en abril y, como hoy, por estos días la nostalgia cabalgaba en la brisa acariciante de las tardecitas vallenatas.

Todo tiempo pasado…

Éramos un pueblo embotellado, con deficientes servicios básicos, sumidos en el olvido, pero en el tercer año como capital del Cesar, Valledupar se encaminaba por la senda del desarrollo a partir de lo esencial, lo más necesario. Se mantenía la autoestima comarcal. La fe religiosa en alianza férrea con plena confianza en lo que más nos gustó, esto es, atender a otros -visitantes con mayor intensidad- y la música tradicional como epicentro de nuestra cultura. Emilianito Zuleta, sin proponérselo, lo recoge muy bien en “la sangre llama”: cuando el vallenato tenía poca fama, sufrimos bastante y sabíamos que algo podía suceder.

Poco tiempo después el toque de queda pasó al olvido, retornó la normalidad, pero Colombia es diferente desde entonces. Surgió el M-19, muchos años después se desmovilizaron sus integrantes en proceso de paz con la institucionalidad, 21 años después nació una nueva constitución preludiándose el acuerdo de paz con las Farc, transversalizado todo por el auge, indetenible hasta ahora, del tráfico y consumo de estupefacientes.

El festival vallenato tampoco fue igual, ganó audiencia nacional e internacional, potenció la grandeza cultural del país vallenato e impulsó al Vallenato, como género musical, al sitial merecido en el que permanece. Un año después, el “barranquillero” Alberto Pacheco Balmaceda, quien no era ningún desconocido como afirman unos pocos, fue coronado como cuarto rey del festival. En gracia de ello, el fonsequero Geño Mendoza activó “el festival vallenato” tema musical que internacionalizó el venezolano Nelson Henríquez, con resultados inversamente proporcionales al propósito que lo concibió.

Aires nuevos

Un paseo hermoso del compositor de La Paz, anclado en la fría capital, retrata la transformación, “el cambio” llevado al disco por el jilguero de América, Jorge Oñate con el conjunto de los hermanos López.

Crecer como seres espirituales que somos es una oportunidad para ser mejores. Lograrlo, no depende de las circunstancias ni mucho menos de de los demás, es una conquista a partir del reencuentro con nosotros mismos. Sugiere el tiempo que todo es posible y los resultados enseñan que “como es adentro es afuera, como es arriba es abajo”. Algo de eso decía Bartolo, vecino de la novena, quien se vestía con saco con estricta camisa blanca, pero sin corbata, a pies descalzo, salía por la entonces calle catorce, hoy es la dieciocho, se iba derechito hasta la orilla de las acequias iniciales -antes del Guatapuri- e iba y venía lanzándoles piedras y trozos de ladrillo a quienes le gritaban “Bartolo toca la flauta”. Tenía puntería, su orgullo varonil le permitía llorar sin lagrimas y sonreír sin humor, por eso se atrevía a sentenciar, “me voy para mi casa a encontrarme con mi verdadero yo”.

En este tiempo seguimos en casa en ejercicio de la conveniencia obligatoria para preservar la vida, gracias al auto-cuidado y poder librarse de las fauces de la covid-19. Qué buen momento para apropiarse de los versos de Emiro Zuleta, enrostrándole a la adversidad lo que haremos en adelante: “no llores, de nada te vale, porque el cambio lo hice ya; préfiero cantar vallenato se, que me llenan de emoción; ay vete, tu amor es muy frío, y deja que el mío quede aprisionado, en un acordeón”. El desafío supremo es no continuar iguales, ser mejores es la mejor opción. Y, si es con música, libros y amor, seremos mejores, ¡viva la vida!

 

Alberto Muñoz Peñaloza

@albertomunozpen

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

@albertomunozpen

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