Historia

El derrumbe de Marco Fidel Suárez

Eddie José Dániels García

31/05/2021 - 04:55

 

El derrumbe de Marco Fidel Suárez
El presidente colombiano Marco Fidel Suárez / Ilustración: El Colombiano

 

Una desagradable sorpresa y muchísimos comentarios negativos se generaron en Nueva York, a mediados de septiembre de 1921, cuando apareció en una vitrina de un prestigioso almacén, en un sitio concurrido de esa urbe, el documento por el cual el señor Marco Fidel Suárez, presidente de la República de Colombia, vendía sus sueldos de un semestre al Banco Mercantil Americano de Nueva York, que tenía sucursales en Bogotá y otras ciudades del país. Dos años antes, en 1919, el primer mandatario había solicitado la remoción de Alfonso López Pumarejo y Luis Samper Sordo, altos ejecutivos de este banco, por razones que se desconocían. Este hecho generó un escándalo, y fue aprovechado por la prensa liberal, en cabeza de los personajes aludidos, para atacar sin piedad al presidente. Actitud similar asumió la disidencia conservadora, liderada por los doctores Laureano Gómez y José Vicente Concha, quienes siempre fueron opositores de la llegada de Suárez a la Presidencia. Lo acusaron de opacar y someter la soberanía nacional, al buscar la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de Colombia.

Don Marcos tomó posesión de la Jefatura del Estado el 7 de agosto de 1918. Contando con el respaldo de la mayoría conservadora, había ganado las elecciones que se realizaron el 10 de febrero de ese año, con más de cincuenta mil votos de ventaja sobre su contendor Guillermo Valencia Castillo, destacado poeta modernista, quien estuvo respaldado por muchos conservadores de izquierda, algunos militantes de la antigua Unión Republicana y el general Benjamín Herrera, gran jefe del Partido Liberal. Desde un principio, la candidatura suarista contó con el apoyo incondicional de Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, quien ordena a sus presbíteros que desde el púlpito arenguen a los feligreses para que se animen a votar por Marco Fidel Suárez, “católico, apostólico y romano”, amigo del tesoro de la iglesia y protector de todos los principios cristianos. Don Marcos se enorgullece al sentirse respaldado por los representantes de Dios en la Tierra, y el pueblo, sobrecogido y manipulado por los rezos y las oraciones, acude a las urnas para apoyar al gran beato conservador. Desde un comienzo, el triunfo de don Marcos, se dio por descontado.    

Sobre la candidatura del poeta Valencia fueron muchas las argucias urdidas por la alta jerarquía eclesiástica para enlodar su campaña. Hasta sus versos, tallados en pura filigrana poética, fueron mancillados y proscritos del parnaso nacional. El amor erótico, descrito en su poema “Las dos cabezas” es utilizado por el fanatismo de la sociedad pacata de esa época, en contra de sus aspiraciones presidenciales. ”No es digno que un hombre lascivo y mujeriego nos gobierne”, afirmó el alto jerarca capitalino. La grandeza literaria de su repertorio lírico no logró convencer al sentimiento colectivo del país, que terminó dándole la espalda. Tampoco le sirvieron el respaldo de la prensa liberal y de los políticos Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos, Enrique Olaya Herrera, y los expresidentes Carlos E. Restrepo y Ramón González Valencia. Sin embargo, en Bogotá se realizaron grandes y nutridas manifestaciones en apoyo al “candidato coalicionista”, como era identificado. Viendo el entusiasmo capitalino, el destacado poeta Julio Flórez, quien ya vivía en Usiacurí, no vaciló en expresar: “La candidatura de Valencia es puro romanticismo”.

El origen humilde de Marco Fidel Suárez fue el punto más vulnerable que encontraron sus adversarios gratuitos para atacarlo durante todo el recorrido de su parábola política. Por esta razón, sus contradictores más enconados no perdían la ocasión de enrostrarle que él había sido el producto del desliz cometido por su madre, una campesina, con José María Barrientos, uno de los señoritos más ricos del pueblo. Y así había sido: era hijo natural de una humilde lavandera, Rosalía Suárez, quien, también, era hija natural de Lía Suárez Jaramillo, razón por la cual llevó solamente el apellido maternal. Nació en Hatoviejo, hoy municipio de Bello, Antioquia, el 23 de abril de 1855, fecha que coincidió 70 años después con la celebración del Día del Idioma. Cursó sus primeros estudios en el Seminario Conciliar de Medellín donde se apasiona de lleno por enriquecer sus conocimientos en Derecho Canónico y Teología Dogmática. Al culminar sus estudios en el Seminario, se dedica a enseñar filosofía y gramática de manera particular, y un tiempo después se vincula como maestro en la Escuela de Varones de Hatoviejo, donde labora algunos años.

En el mosaico de los presidentes de Colombia, la vida de don Marco Fidel Suárez está llena de anécdotas, hoy, muchas de ellas convertidas en leyendas. Se comenta que cuando tomó la determinación de trasladarse a Bogotá, después de haber perdido el puesto de maestro, lo hizo a pie, cruzando montañas, cañadas y pantanos, sediento de educación, para llegar a la capital de Colombia. Se comenta también que sólo tenía unas alpargatas y par de zapatos, el que deseaba conservar, y que durante un largo recorrido usaba un zapato y una alpargata, y luego hacía lo contrario. También se dice que caminaba todo el día sin probar alimentos y sólo se sostenía con el agua que consumía de los charcos y lagunas. Finalmente, se comenta que cuando llegó a Bogotá se emplea como escribiente en la oficina de un prestigioso abogado. Al terminar el primer día de trabajo, su jefe le dice: “Noto que usted desea comunicarme algo”. “Sí, le responde el escribiente, ¿me podría prestar dos reales a cuenta de mi sueldo?”. “¿Y eso para qué?”, le dice el abogado. “Es que todavía no he desayunado”, le responde tímidamente el futuro presidente.

Numerosas fuentes históricas coinciden en afirmar que la llegada de Marcos Fidel Suárez a Bogotá ocurrió en 1879, coincidiendo con los últimos gobiernos de los Estados Unidos de Colombia, proclamados en la constitución de 1863. Sorteando numerosas dificultades económicas, en 1880 consigue trabajo como contador en la Tesorería General de la República, cargo que aprovecha para enriquecer su radio de amistades y manifestar abiertamente su filiación conservadora. Más tarde, ya conocido ampliamente en el campo político, se desempeñó, primero, como secretario del Ministerio de Relaciones Exteriores, y, después, como titular de esa cartera en tres oportunidades: gobiernos de Carlos Holguín, José Vicente Concha y Miguel Abadía Méndez. También fue ministro de Gobierno de Miguel Antonio Caro, dos veces ministro de Instrucción Pública, hoy ministerio de Educación, en los gobiernos de José Manuel Marroquín y Carlos E. Restrepo, y, finalmente, ministro del Tesoro, hoy de Hacienda, en el gobierno de Marroquín. Como vemos, un recorrido fructífero que le abrió las puertas para llegar sin tropiezos al Palacio de San Carlos.

Sin embargo, es cierto que el presidente Suárez nunca quiso residir en el Palacio Presidencial y prefirió seguir utilizando su residencia particular, situada a tres cuadras de distancia en el antiguo barrio de La Candelaria. Numerosas anécdotas refieren que todos los días solía llegar a pie, tempranísimo, al Palacio, y hacer lo mismo todas las tardes para regresar a su residencia. Se cuenta que, en ambos recorridos, muchas veces, era blanco de las críticas y burlas de sus contradictores. Sin embargo, su espíritu tolerante y su ecuanimidad innata, fueron para él una virtud indeclinable, y recibía, sin enojarse, cualquier tipo de ofensa. Una anécdota curiosa cuenta que cierto día, al venir bien madrugado por la Carrera Séptima, rumbo al Palacio, se encontró con el doctor Laureano Gómez, su enemigo más feroz, aunque del mismo partido, quien venía un poco alucinado por la bebeta de la noche anterior. Al verlo caminar por la acera, el trasnochado se paró de frente, abrió las piernas y los brazos, y le dijo: “Yo no le doy la acera a ningún hijueputa”. Don Marcos, tranquilo como siempre, se apeó del sardinel y le respondió: “Yo, sí se la doy”.

Una luz de mala suerte oscureció la administración de don Marco a los tres meses de estar en la presidencia: la llegada de la gripa española, llamada en inglés “Spanish influenza”. El virus comenzó truncando la vida de su Gabriel, de 18 años de edad, quien muere en Estados Unidos, en noviembre de 1918, y es sepultado en Nueva York. Su deceso le produce una terrible aflicción que lo sumerge en un llanto permanente.  En octubre de ese año la enfermedad se propagó en Bogotá y causó la muerte a casi 900 personas. Los cementerios no tenían espacio para enterrar los arrumes de cadáveres y los hospitales no daban abasto para atender a los cientos de enfermos que se acumulaban en sus entradas. Don Marco, temeroso del virus, permanecía encerrado en su despacho para evitar el contagio. La enfermedad pasó a Tunja, la ciudad más cercana a Bogotá, donde también causó un alto número de fallecidos. También, un censo nacional que se levantó el 14 de octubre, certificó que Colombia tenía 5.855.000 habitantes, y Bogotá estaba poblada por 210.530 personas. Se observaba un ligero crecimiento con relación al censo realizado en 1912.

Por un golpe de suerte, le correspondió al presidente Suárez organizar la conmemoración del primer centenario de la batalla de Boyacá, el 7 de agosto de 1919. Y fue tanto su interés por realizar una excelente programación, que esto le ocasionó un tremendo problema. Deseoso de que todo el personal de las fuerzas militares, que iba a participar en el simulacro de la batalla, vistiera uniformes nuevos, se apresuró a firmar los contratos de fabricación con una empresa de Estados Unidos, desconociendo así la calidad y el talento de los sastres colombianos. “Hay que mirar hacia el Norte”, decía el presidente con suma franqueza. Apenas, se enteraron los sastres, se reunieron y protestaron en las puertas del palacio. Suárez se asomó al balcón y les prometió que revisaría el caso. Y así lo hizo. Pero el ministro de Gobierno olvidó informar a los manifestantes que ya se había anulado el contrato. Estos, ignorantes del hecho, marcharon nuevamente al palacio, lanzando consignas y pidiendo la cabeza del presidente. El jefe de la guardia presidencial sacó varios soldados y ordenó disparar. Treinta muertos y numerosos heridos quedaron tirados en la calle. Suárez, de rodillas le pide perdón a Dios por la masacre cometida.

Este episodio sangriento, fue aprovechado por “El hombre Tempestad” para acusarlo duramente en el Congreso. Pero, Suárez se defendió de la arbitraria imputación, destituyó al jefe militar y fue absuelto. Todo el mundo reconoció que sus equivocaciones fueron el resultado de su flaqueza interior. Sin embargo, la divulgación del documento del préstamo en el almacén de Nueva York fue el punto álgido que ocasionó el desplome físico y moral del primer mandatario. A los pocos días, el Senado aprobó una moción de censura contra el presidente y un mes más tarde, el 26 de octubre, fue acusado de “indignidad” ante la Cámara de Representantes. Suárez intentó defenderse argumentando las necesidades económicas que lo habían perseguido en momentos difíciles. El implacable Laureano Gómez demostró que la compasión no es una de sus virtudes y que “en la guerra por el poder no existe la clemencia”. El presidente se refugió en su dolor y en la vergüenza de su fracaso. Destruido moral y físicamente, renunció a la presidencia el 4 de noviembre de 1921. Al día siguiente, El Liberal, dirigido por Alfonso López Pumarejo, anunció la renuncia con un irónico titular: “Nuevamente, del Palacio a la choza”.  

 

Eddie José Daniels García

Sobre el autor

Eddie José Dániels García

Eddie José Dániels García

Reflejos cotidianos

Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.

2 Comentarios


Roy Roger Sierra Bustamante 31-05-2021 11:53 PM

Bravo. Me gusta. Una cronica bien escrita con el rigor de una narracion bien elaborada. Los datos historicos que en ella vemos, reflejan el sentimiento realista de toda una vida llena de detalles que en su humildad nos informan la situacion de una epoca donde la lucha por el poder no tiene clemencia alguna. Dentro del contexto actual, es menester mencionar que con nuestra realidad, el pais vuelve por similitud con la gripa española de la epoca, a recordarnos la situacion que acontece hoy. El poder es implacable y la ambicion tentadora para que un presidente bajo la presion de todo un estado de cosas, y en medio del estallido social en medio de una pandemia y estado de emergencia se asome una sensacion de tristeza y desasociego. Esta narracion a traves de un hilo conductor cordina hechos humanos mientras situa al lector en una atmosfera realista de una situacion actual.

Alma Rosa Terán Tirado 10-07-2021 09:31 AM

Lo real maravilloso y lo real pavoroso de nuestra realidad no escapan de la pluma del maestro Eddie José Danielsgarcía. Gracias por deleitarnos con estos relatos cargados de historia, vida y poesía. Alma Rosa Terán

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