Historia
El golpe y el derrumbe del general Rojas Pinilla
El sábado 13 de junio de 1953 está inscrito en la memoria del pueblo colombiano como “el único día con tres presidentes” en los célebres anales de la historia nacional: Roberto Urdaneta Arbeláez, el doctor Laureano Gómez Castro y Gustavo Rojas Pinilla. En este singular e histórico episodio, las versiones contemporáneas han sido un tanto oscuras y no han tenido la franca lucidez para dar cuenta de una verdad justa e imparcial de lo que popularmente se ha llamado “el golpe de Estado a Laureano Gómez”, y que el ilustre maestro Darío Echandía Olaya con su lenguaje macarrónico calificó en aquel momento como “un golpe de opinión”. Este acto abominable tuvo como protagonista al entonces comandante general de las fuerzas armadas, Gustavo Rojas Pinilla, quien contando para ello con el cínico apoyo de los jefes conservadores Mariano Ospina Pérez y Gilberto Alzate Avendaño, osó quebrantar los principios constitucionales y sacar de la presidencia de la república al mandatario titular, doctor Laureano Gómez Castro, quien a raíz de una enfermedad imprevista se había retirado del ejecutivo diecinueve meses antes, y ese día, 13 de junio, en las horas de la mañana, físicamente recuperado de su convalecencia, decidió asumir nuevamente la jefatura del Estado.
El doctor Laureano Eleuterio Gómez Castro, como era su verdadero nombre, ganó la presidencia de la república en las elecciones que se realizaron el domingo 27 de noviembre de 1949 sin candidato del Partido Liberal, tal como había ocurrido años antes, en los dos triunfos de Alfonso López Pumarejo, 1934 y 1942, y el de Eduardo Santos Montejo en 1938, que los conservadores no presentaron candidatos al no percibir garantías electorales. El 7 de agosto de 1950 se posesionó de la jefatura del Estado ante la corte suprema de justicia, porque el congreso estaba clausurado desde el 7 de noviembre del año anterior por orden de presidente Mariano Ospina Pérez, que había decretado el estado de sitio para impedir un juicio en su contra que se venía gestando en el seno del legislativo. Infortunadamente, la administración del doctor Gómez se vio interrumpida en noviembre de 1951, cuando un agudo derrame cerebral lo obligó a retirarse del poder, y mediante un decreto relámpago, que firmó en su lecho de enfermo, encargó del ejecutivo a Roberto Urdaneta Arbeláez. Esta medida fue tomada por el cierre del congreso, pues el designado en propiedad era el expresidente Eduardo Santos Montejo desde 1946.
Gran parte de su largo período de recuperación transcurrió en Cartagena, ciudad a la que le profesaba una entrañable simpatía, había vivido una larga temporada en años anteriores y era muy apreciado por todos los círculos de su rancia y envejecida aristocracia. Había sido senador por el departamento de Bolívar en 1915, pero no había podido posesionarse por no tener la edad reglamentaria. En los acontecimientos del 13 de junio de 1953, es posible que el doctor Laureano Gómez jamás pensó en la traición que le jugara Mariano Ospina Pérez, su gran amigo de otros tiempos y a quien él mismo le había abierto las puertas para que llegara a la presidencia en 1946, a raíz de división del Partido Liberal entre Gabriel Turbay Abunader y Jorge Eliécer Gaitán. Aquel día sábado, en las horas de la mañana, se dirigió al Palacio de la Carrera para solicitarle al presidente encargado que ordenara la baja del general Rojas Pinilla. Se había enterado, desde su lecho de convaleciente, de algunas arbitrariedades del militar, de sus ambiciones de poder y de su abierta simpatía con Mariano Ospina Pérez. Urdaneta se negó a cumplir la orden, argumentando el grave conflicto que se podría presentar, sobre todo, con los militares.
Ante la negativa del presidente encargado, el doctor Gómez le expresó: “Rojas es un mamarracho”, y decidió reasumir en el acto la presidencia de la república. Citó inmediatamente a un consejo de ministros. Le solicitó a Lucio Pabón Núñez, quien estaba en la cartera de Guerra, que redactara el decreto para destituir a Rojas, y esté, se mostró en desacuerdo, como lo hicieron los otros ministros que estaban presentes. El doctor Gómez destituyó a Pabón Núñez, nombró en su reemplazo al político Jorge Leiva, y ambos firmaron la destitución de Rojas. Ese día, el militar se encontraba en su finca de Melgar, y de inmediato fue informado del hecho por sus fieles seguidores. Enseguida, retornó a Bogotá, puso preso al nuevo ministro de Guerra, se dirigió al palacio presidencial, y con la complacencia de los dirigentes conservadores, desconoció la jefatura del doctor Gómez y se apoderó de la presidencia. El jefe conservador decidió refugiarse en la casa de su suegro y tres días después salía rumbo al exilio, junto con su familia, de donde retornó a finales de 1957, tras la caída de Rojas Pinilla, para apoyar la candidatura de Alberto Lleras Camargo, en plena constitución del acuerdo bipartidista del Frente Nacional.
Cuando el doctor Laureano Gómez ganó la presidencia de Colombia, transitaba 61 años, de los cuales había dedicado cuarenta a la vida parlamentaria. Había nacido en Bogotá el 20 de febrero de 1889. A los 15 años fue bachiller del Colegio San Bartolomé y a los 20, ingeniero civil de la Universidad Nacional. De aquí proviene el interés que manifestaría posteriormente en el desarrollo de las obras públicas del País. Siendo estudiante universitario fue encarcelado por organizar y dirigir una manifestación para protestar contra el gobierno del general Rafael Reyes Prieto. Sus firmes creencias en los principios ortodoxos de su Partido, así como su demoledora intervención en las tribunas, le merecieron los calificativos de “el Hombre Tempestad”, “el Monstruo” y “el Basilisco”. En el poder legislativo se caracterizó por establecer siempre una fuerte polémica contra lo que consideraba inmoral y fuera de sus principios, y manifestó un respaldo absoluto cuando se vulneraban sus intereses. Sus discursos y participaciones se distinguieron por la capacidad de causar asombro e incertidumbre y por la facilidad de convocar lo universal en dos o tres palabras. Era sereno cuando hablaba, pero utilizaba un tono enfático para sustentar y defender sus argumentos, los cuales apoyaba en un amplio conocimiento social, histórico y científico.
Asimismo, alternó la política con la literatura, y en este campo cultivó el periodismo, el ensayo, la crítica y otros géneros literarios, y firmó muchas de sus obras con los seudónimos de Cornelio Nepote, Jacinto Ventura, José León, Juan de Timoneda, Eleuterio de Castro y otros más. Hoy, con toda franqueza puedo afirmar que el doctor Laureano Gómez Castro fue una de las figuras más influyentes en la política colombiana de la primera mitad del siglo XX, y que, con sus palabras poderosas e incisivas conmocionó el escenario público nacional. Después de su fallecimiento, ocurrido en Bogotá el 13 de julio de 1965, son muchas las persones que, orientadas por la ignorancia y el sectarismo político, hablan y denigran abiertamente de este personaje y, estoy seguro, que jamás han leído ni siquiera una línea de lo que fue su corta trayectoria en la Presidencia, su desempeño en el Congreso y su desenvolvimiento en la vida intelectual de la Nación. Dieciséis meses de gobierno fueron suficientes para modernizar la estructura vial y comunicativa del país: se construyeron más de 3 mil kilómetros de carretera y se crearon muchas obras de carácter social para favorecer el bienestar y desarrollo de todos los colombianos.
Sin embargo, como en este paraíso terrenal, toda maldad, o mejor dicho, toda traición tiene su recompensa, aún no se habían cumplido cuatro años de la “luna de miel” de Gustavo Rojas Pinilla con los “conservadores conspiretas”, cuando se produjo su aparatosa caída de la presidencia de la república, el viernes 10 de mayo de 1957, día en que tuvo que salir a las volandas del suelo colombiano. Con este hecho, Colombia recobraba la tranquilidad y se abrían las puertas para que la nación retornara nuevamente a su cauce democrático. Pues, en aquella época, el controvertido mandatario, acorralado por un alto índice de impopularidad y visiblemente desprestigiado por el egocentrismo y las despóticas medidas dictatoriales, que le granjearon el repudio nacional, se vio precisado a entregar la primera magistratura e ipso facto abandonar el Palacio de la Carrera. Se iba con la derrota entre las piernas, ante la mirada satisfecha del mismo pueblo, que tres años antes lo había aclamado y vitoreado con los calificativos de “Nuevo Libertador” y “Salvador de la Patria”. Expresiones que sólo tenían razón de ser en la ignorancia popular y en el fanatismo colectivo que ha sido una característica singular del pueblo colombiano.
Varios días antes de su caída, un enérgico y sólido movimiento nacional, en el que tomaron parte los mismos militares, las fuerzas heterogéneas de la iglesia, los miembros de la prensa, los partidos tradicionales, estudiantes y profesores universitarios, banqueros, comerciantes, industriales, empleados estatales, campesinos y demás sectores de la opinión pública, fue decisivo para conseguir el derrumbe del “Comandante supremo de las Fuerzas Armadas”, aquel radiante viernes 10 de mayo, tradicional día de mercado en la capital de la república. Terminaba, de esta manera, desprestigiado ante el mundo, el transitorio mandato del brillante militar que tres años antes se había apoderado inconstitucionalmente de la jefatura del Estado. Sin embargo, muchas fuentes históricas han comentado, que nunca fue la intención del general Rojas Pinilla ejecutar el golpe de Estado, pues, hasta el último momento le rogó al presidente encargado, Roberto Urdaneta Arbeláez, que se mantuviera en el poder. Pero, ante la negativa de éste y presionado por un gran sector del conservatismo, principalmente por el expresidente Mariano Ospina Pérez, asumió ilegalmente la presidencia de la república.
Gustavo Rojas Pinilla, “Gurropin” como solían llamarlo sus adversarios para ridiculizarlo, fue indiscutiblemente el militar más destacado y prestigioso de Colombia en el siglo pasado. Ingeniero civil profesional, excelente académico, orador magnífico y de una sólida formación intelectual. Hablaba perfectamente tres idiomas extranjeros. La historia jamás podrá precisar los motivos que originaron el cambio radical que se manifestó en el comportamiento de este personaje, al estar desempeñando la presidencia de república. Es posible que en este cambio haya influido la falta de vocación política, la poca visión nacional y la escasa experiencia administrativa. Pero, sobre todo, la gran influencia que ejercieron sobre él los dirigentes de los partidos tradicionales, en especial los conservadores, que llegaron a convertirse en una especie de “poder en la sombra” y terminaron por vigilar y arruinar todas sus actuaciones. Se piensa que, en el fondo, esto lo hacían por celos y para demostrar la incompetencia de los militares, la cual ha sido un comentario vox populi en las entrañas de la alta oligarquía colombiana, que viene empotrada en el poder hace más de doscientos años.
Porque, de la simpatía absoluta y del respaldo incondicional que le brindó el pueblo colombiano no quedó nada. Muy pronto pasó a convertirse en el mandatario despótico, detestado y rechazado por el país entero. En un juicio histórico que le hizo el congreso nacional en 1958, un año después de su caída, fue despojado de sus derechos políticos, los cuales recobró posteriormente. Muchas de las arbitrariedades originadas por su conducta proclive mancharon las páginas de la historia nacional: el despilfarro y la torpeza en el manejo del tesoro público, los excesivos abusos de toda naturaleza contra la sociedad civil, su enriquecimiento ilícito y el de su familia, el fortalecimiento desmesurado del pie de fuerza, la descarada censura de prensa y el veto a la libertad de expresión constituyen el mejor testimonio de su pésima gestión. A esto se suman, el asesinato de varios estudiantes los días 8 y 9 de junio de 1954 y la masacre originada en la plaza de toros La Santamaría, en febrero de 1956. Medio siglo después, sus nietos Samuel e Iván Moreno Rojas, hijos de “La Capitana”, su consentida unigénita, resultaron comprometidos en el escándalo de corrupción más grande que se ha fraguado en Colombia. Hoy, ambos están tras las rejas, purgando una condena de treinta años de cárcel, la cual, se considera que fue irrisoria, teniendo en cuenta la magnitud del robo que orquestaron.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor
Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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