Historia
Historias inéditas y olvidadas de los afroespañoles
Con las incipientes exploraciones que se vinieron produciendo desde finales del siglo XV por parte de Portugal en derredor del continente africano con el propósito de llegar a las ansiadas y anheladas especias de la India (como consecuencia de la conquista otomana de Constantinopla y los restos del Imperio Bizantino en 1453 y, por tanto, de la interrupción del comercio europeo con el lejano oriente), las potencias europeas, desde entonces y hasta el proceso de descolonización acaecido en la segunda mitad del siglo XX, extraerían gran rédito del continente africano.
De entre todas las explotaciones impelidas por el “Viejo Mundo” en África, la más despiadada, la más terrible, la más bárbara, salvaje e inhumana fue la esclavización de sus gentes. No hay que desdeñar tampoco la servidumbre y esclavismo al que sometieron a los pueblos del Sahel y del África negra los califatos y reinos mahometanos del Magreb, de Egipto, de Arabia, de Medio Oriente o del mismísimo Imperio de Mali en siglos anteriores (y posteriores en el caso de este último). Si bien las distintas naciones europeas adoptaron diferentes políticas y posturas con respecto a la trata de africanos del sur del Sáhara, lo cierto es que en el siglo XVIII el comercio triangular de esclavos negros entre África, América y Europa ya estaba bien asentado y establecido. Este hecho tan deleznable que se dio hasta no hace tanto es uno de los atentados más flagrantes contra el ser humano que permanecen en el recuerdo colectivo.
Los remiendos que se le han querido dar desde “Occidente” a este hecho histórico (como si lo pasado se pudiera corregir, enmendar o cambiar) han sido varios y peculiares, según el propósito. Algunos de ellos van desde The Negro Soldier de Frank Capra, una película documental con fines propagandísticos que alentaba a los afroamericanos a alistarse en el ejército en 1944, ya que las altas esferas estadounidenses estimaban en pocos los negros que combatían en la guerra de Europa, pasando por un justiciero ficticio que daba su merecido a racistas, esclavistas y terratenientes del sur de Estados Unidos en Django Unchained, hasta las diversas películas de Marvel sobre la utópica y avanzada Wakanda, una nación africana desarrolladísima que se mantiene secreta y oculta a ojos del resto del mundo. Como si a los guionistas de esta saga les resultase más difícil imaginar un país africano real verdaderamente desarrollado que uno ficticio.
En su lugar, y pese a la gran mediatización y comercialización de estas narrativas señaladas arriba, es menester rescatar del olvido y de las páginas menos leídas de los anales a quienes, bajo las dificultades y adversidades de su tiempo y contra todo pronóstico, fueron protagonistas de su momento e hicieron historia sin necesitar para ello ser parte de una ficción ni hablar en inglés, contraviniendo así a la industria hollywoodense. Estas son algunas hazañas y proezas acometidas por prodigios de tez negra en el seno de una pletórica España aurisecular y de una América en repentino cambio.
Juan Latino: de esclavo a catedrático
Nacido en Etiopía en el año 1518, Juan de Sessa, más conocido con el sobrenombre de Juan Latino, fue para la perpetuidad la primera persona negra en recibir estudios universitarios en Europa y sentar cátedra en la Universidad de Granada.
Hijo de una esclava etíope que fue comprada por Luis Fernández de Córdoba, conde de Cabra, y su mujer Elvira, duquesa de Sessa, Juan Latino fue llevado a Europa en su más temprana infancia. Este se crio junto a Gonzalo Fernández de Córdoba, hijo del matrimonio que compró a su madre y nieto del Gran Capitán. En 1526, no superando Gonzalo los seis años de edad ni Juan Latino los diez, Gonzalo quedó huérfano de padre y madre y tanto él como Juan fueron trasladados a Granada bajo la tutela de la abuela materna de Gonzalo. Allí Latino seguiría siendo esclavo de Gonzalo aunque, al criarse juntos de forma fraternal desde la más joven niñez, entablaron una fructífera relación de amistad.
En los años siguientes, Latino acompañó al duque Gonzalo a sus clases, en donde ya comenzaba a dar señas de una gran inteligencia a los profesores de su amo. Ante este alarde de capacidad e ingenio, su amigo Gonzalo le concedió la libertad en 1538 a fin de que su condición de esclavo no le lastrase en su itinerancia académica. Así, prosiguió sus estudios en Granada obteniendo el título de Bachiller en Filosofía en el año 1546. A la altura de esta fecha, Juan Latino ya era un gran humanista y hombre del renacimiento español, docto en varias artes y disciplinas. Valiéndose de esta cualidad, fue solicitado como maestro por varios adinerados y aristócratas, siendo destacables las lecciones de música que impartía a la joven noble Ana de Carleval, mujer blanca con la cual acabaría casándose por amores en 1547 y cuyo matrimonio dio lugar a cuatro hijos. Años después, en 1556, alcanzó la licenciatura como universitario y en ese mismo año, promovido por el arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, obtuvo la cátedra de Gramática y Lengua Latina en la Universidad de Granada, en la que ejercería durante veinte años.
Pese a sus grandes dotes en la poesía y otras disciplinas, fue su enorme conocimiento del latín y su trabajo en esta lengua lo que le haría valedor de su sobrenombre, “Latino”. No hay que pasar por alto tampoco el grandísimo reconocimiento de sus coetáneos ni la gran fama que sembró por toda España, siendo referido su nombre por muchos letrados como comparaciones o metáforas directas de la sabiduría, la cultura y la pulcritud intelectual. Tanto es así, que fue elogiado por las más altas y grandes personalidades de la literatura española de su momento.
Miguel de Cervantes, en los poemas de “cabo roto” (un recurso poético jocoso compuesto de versos truncados a partir de la última sílaba acentuada, de forma que todos resulten agudos) introductorios a la obra cumbre de la literatura universal, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, loaba así a Juan Latino:
“Pues al Cielo no le plu-
que salieses tan ladi-
como el negro Juan Lati-,
hablar latines rehú-.
No me despuntes de agu-,
ni me alegues con filo-;
porque torciendo la bo-,
dirá el que entiende la le-,
no un palmo de las ore-:
¿Para qué conmigo flo-?”
Otro gran poeta de la época, Collado del Hierro, en su poema Varones insignes (donde alaba a grandes figuras de la ciudad de Granada), aprovechando el color de piel de Juan Latino, escribió un ingenioso trenzado cultista entre el blanco y el negro a fin de elogiar su pureza de sabio e insigne:
“¡Alma ciudad!, la excelsa maravilla
de tus montañas, por menor trofeo,
al gran maestro Juan Latino humilla,
que en ti de Grecia trasladó el Museo.
Excediendo Genil tu verde orilla
con más laureles que brotó el Pangeo,
ciñe el sepulcro del mejor Latino
como sella el de Tulio el Palatino.
Negro sí, mas de espíritu tan raro
que, de Granada monstro ingenïoso,
el esplendor del Sol no fue más claro;
el manto de la Noche, más pomposo.
En memorias de mármoles de Paro
el ébano gentil más decoroso,
más dulces a su pira a morir lleve
sus cisnes Frigia, de animada nieve.”
Aunque no pasó desapercibido para nadie en su época y hay cientos de referencias, cabe mostrarse, en adición, los versos de elogio que le dedicó el mismísimo Lope de Vega haciendo juego con la vida amorosa de Juan Latino, su antigua condición de esclavo y su nueva posición como gramático y genio:
“No era tan blanco en Granada
Juan Latino, que a la hija
de un veinticuatro enseñaba;
y con ser negro y esclavo
porque era su madre esclava
del claro Duque de Sessa,
honor de España y de Italia,
vino a casarse con ella
que gramática estudiaba,
y la enseñó a conjugar
en llegando al amo, amas.”
De entre todas las aportaciones que hizo Juan Latino, destaco, a fin de abreviar, dos. Escrita en latín, su elegía De translatione corporum regalium (Del traslado de los cuerpos reales) tuvo consecuencias “políticas” en su época y culturales en nuestros días. De este modo, dirigiéndose al rey Felipe II, pedía la permanencia de la inhumación y sepulcro de los Reyes Católicos en la ciudad de Granada, cumpliendo la voluntad de estos y evitando que Felipe II trasladase su tumba al Escorial, palacio real y monasterio en donde ordenó construir la Cripta Real y en la que serían enterrados los reyes españoles desde entonces.
Como segunda obra a considerar, siendo esta la más importante de toda su producción, está su libro Epigramas, dirigidos a la monarquía hispánica de los Austria y su hazaña en la batalla de Lepanto entre otras, destacando “Ad catholicum pariter et invictissimum Philippum Dei gratia Hispaniarum regem de felicissima serenissimi Ferdinadi principis nativitate” (Al católico y también invictísimo Felipe, rey de las Españas por gracia de Dios, acerca del nacimiento del serenísimo príncipe Fernando).
De esta obra, traducida del latín, hay que leer estos versos:
“Y es que, rey, si mi cara negra desagrada a tus
Ministros, a los etíopes no les gustan las caras blancas.
Allí es desagradable el blanco que ve nacer a la Aurora.
Porque los generales son negros y el rey también es oscuro.
La antigua reina Candace envió en busca de Cristo
A su mensajero negro, en un carro,
Quien había leído la inenarrable generación de Cristo:
Y ¿este poeta no podrá cantar las luchas del Austria?
Saliéndole al paso, Felipe predica al etíope la verdad de Cristo
Y Cristo envía a su discípulo al etíope.
Por lo tanto, no en vano Felipe le fue dado al etíope por el cielo.
Tú, Felipe, no te niegues a hacer esta justicia al etíope.
De hecho el Austria, debelador del pueblo injusto,
Comprendió en Granada que él era su vate.
Y dijo: “Hablaré a mi hermano Felipe
De tus prodigios, nuevo escritor”.
Los reyes píos tenían costumbre de guardar portentos
En sus palacios para mostrarlos a los otros reyes.
Que el poder de Roma, Felipe, y los siglos de los reyes
Te envidien con razón al vate negro.”
Llegando a la edad de los sesenta años, Juan Latino escribió una elegía a su amigo de la infancia y ex amo Gonzalo, que había fallecido en 1578, expresando un gran pesar. El humanista, retirado de la docencia en 1586, murió de muy anciano entre 1594 y 1597 llegando a cumplir casi los ochenta años y fue finalmente inhumado en la Iglesia de Santa Ana. Lleno de entereza y resolución Juan Latino también nos dejó estos versos para el recuerdo:
“Y hallando que no hay honor
para mí, quise saber,
viendo que para aprender
no ha de estorbar el color.”
“Y como le llamó por eminente
la antigua Roma a su Adriano, el griego,
la noble España me llamó Latino.”
Juan de Pareja: de esclavo a pintor
Si, como se ha señalado, Juan Latino pasó de esclavo a genio audaz de las letras, Juan de Pareja hizo lo propio con la pintura. Con una salvedad: las referencias escritas son mucho más escasas y ambiguas y, por tanto, se puede detallar con menor exactitud su vida (pues el propio Pareja no la dejó escrita). Las fuentes con que se cuentan son las de su propia obra pictórica y algunos escritos de Antonio Palomino, Diego Velázquez y él mismo.
Juan de Pareja, nacido en Antequera (Málaga) alrededor del año 1610, fue un pintor español discípulo de Velázquez de origen morisco. En calidad de esclavo de Velázquez, trabajó en su taller ayudándolo con las labores que el artista requiriese. Si bien no estaba con Velázquez como discente, a espaldas de su amo aprendió sus técnicas, comenzando a elaborar sus propias obras.
No obstante, en su estancia en Roma junto a Velázquez fue manumitido el mismo año en que le retrató, en 1650. Con el provecho de lo aprendido en el taller de Velázquez y con los estudios de pintura y arte que cursó en Madrid, desde ese año y hasta su muerte en 1670, se labró su vida como pintor independiente, destacando como gran retratero. Algunos de sus cuadros con mayor reconocimiento son Retrato del arquitecto José Ratés Dalmau, Vocación de San Mateo, Bautismo de Cristo o Perro con candela y lirios.
Juan Garrido, conquistador afroespañol
Cuando se habla de la conquista de América, de las últimas cosas que se suelen pensar es de la participación de africanos en ella. Pues esta es justamente la historia de Juan Garrido.
Nacido en la década de 1480, en un lugar indeterminado al occidente del África subsahariana, sin conocer exactamente la motivación y sus causas, se trasladó (o fue trasladado) a Portugal, donde se convirtió al cristianismo y adoptó su nombre. Entorno a los quince años, viajó de Lisboa a Sevilla y en el año 1503 zarpó al Nuevo Mundo en condición de hombre libre, por lo que lo hizo de motu proprio. Aunque existen suficientes lagunas en la historia como para aseverar o desmentir si realmente llegó a ser esclavo en algún momento o, por lo contrario, nunca tuvo que padecer la falta de su propia libertad, lo cierto es que, en el momento de emprender su viaje hacia América, lo hizo como un hombre libre. Fue el primer africano libre en pisar suelo americano del que se tiene constancia.
Así, siendo parte de las milicias españolas que no cesaban de arribar a América, se empeñó en la conquista de Cuba encabezada por Diego Velázquez de Cuéllar. Después de esto, tomó parte en las expediciones de Ponce de León a Puerto Rico, Guadalupe, Dominica y Florida. Sus empresas como conquistador culminaron con su colaboración en las huestes de Hernán Cortés, ganándose un puesto cercano a este; su intervención en la conquista del Imperio Azteca y, finalmente, sus contribuciones en las expediciones a Michoacán y California. En suma, fueron treinta los años que sirvió en las mesnadas españolas.
Tras su concurrencia en todos estos hechos, se terminó asentando en la Ciudad de México. También poseyó tierras y encomiendas en Coyoacán, donde, al parecer, fue el primero en cultivar fructíferamente trigo en América. Sus días terminaron alrededor del año 1550, habiéndose casado y tenido hijos. A destacar, no en vano, la carta que escribió a la Corona solicitando mayor reconocimiento por sus servicios:
“Yo, Juan Garrido, de color negro, vecino de esta ciudad [México], comparezco ante Vuestra Misericordia y declaro que estoy en necesidad de dar prueba a perpetuidad del rey, un informe de cómo serví a Vuestra Majestad en la conquista y pacificación de esta Nueva España, desde que entró en ella el Marqués del Valle [Cortés] y en su compañía estuve presente en todas las invasiones y conquistas y pacificaciones que se hicieron (...) de todas estas maneras durante treinta años he servido y sigo sirviendo a Vuestra Majestad, por estas razones arriba expuestas pido a Vuestra Misericordia. Y también porque yo fui el primero que tuvo la inspiración de sembrar trigo aquí en la Nueva España y a ver si tardaba; por razón de lo cual e por haber hecho esta experiencia vino gran bien a esta tierra. Hice esto y experimenté a mi costa.”
Hay que añadir a esto, que Garrido no sería el último africano en llevar a cabo una campaña semejante. A él se suman personajes como Juan Valiente, Juan Beltrán o Antonio Pérez, entre otros varios de los que hay constancia. Incluso la mulata afroespañola Beatriz de Palacios desempeñó su función como enfermera y, en ocasiones, como soldado junto a su marido.
Como hemos visto en estas tres historias, hubo quienes se impusieron y superaron la cruda realidad de su tiempo. Y la ficción del nuestro. Quedan por el camino muchos personajes y sucesos meritorios de nuestro conocimiento, como el del Fuerte Mosé, el primer asentamiento gobernado por negros libres huidos de la esclavitud sufrida en las trece colonias y asentados en la Florida del siglo XVIII, o tantísimos otros ejemplos que llegan hasta nuestros días más recientes. Pero, al menos, aquí se han rescatado tres historias inéditas y olvidadas de los afroespañoles.
Alonso Fernández García
Referencias:
https://riuma.uma.es/xmlui/bitstream/handle/10630/10029/TD_Fernandez_Dougnac.pdf
https://books.google.es/books?id=qOUW2c213k0C&printsec=frontcover&hl=es#v=onepage&q&f=true
https://parnaseo.uv.es/lemir/revista/revista19/textos/quijote_1.pdf
Sobre el autor
Alonso Fernández García
Entre orillas de dos mundos
Si las lontananzas de la historia nos llegan en las letras, las anchuras de un océano se estrechan en la correspondencia. Qué hubo y qué hay entre una pequeña península al sur de los Pirineos y gran parte del continente americano, son cuestiones que nos definen en lo bueno y lo malo. Comprender las respuestas permitirá contemplar la escala de grises sobre la que “dibujamos”.
Alonso Fernández García es bachiller en letras del I.E.S Campos y Torozos, estudiante en la Universidad de Valladolid y periodista en ciernes. Criado en Tierra de Campos Góticos, entre mares de mieses con sus correspondientes castillos y palomares como horizonte y fondo, vaga entre lo pasado y lo presente para comprender el devenir del futuro.
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