Historia

Moctezuma y Atahualpa en el Palacio Real de Madrid: una aproximación histórica

Alonso Fernández García

01/05/2023 - 03:45

 

Moctezuma y Atahualpa en el Palacio Real de Madrid: una aproximación histórica
Los monumentos a Moctezuma y Atahualpa en el Palacio Real de Madrid / Foto: créditos a su autor

 

El inicio del siglo XVIII aguardaba sucesos truculentos y convulsos para la América española y la propia península ibérica. El rey Carlos II, el “Hechizado”, murió sin descendencia en el año 1700. Este hecho dio lugar al estallido de la Guerra de Sucesión Española, que enfrentó en un conflicto interno a los partidarios del francés Felipe de Anjou contra los del austriaco Carlos de Habsburgo. Del mismo modo, Francia, Austria, Reino Unido, Países Bajos y otras tantas potencias europeas se posicionaron en favor de la Casa de los Borbones o de la de los Habsburgo, siguiendo sus propios intereses. Esta guerra, en que más que la sucesión de la Corona Española se buscaba la configuración de los imperios, culminó con la firma del Tratado de Utrecht en 1713 y con el cese definitivo de las hostilidades en 1715. Los resultados de la pugna fueron radicales: España perdió definitivamente la hegemonía en Europa y Felipe V se coronó rey, consolidando el cambio dinástico en favor de los Borbones; con ello, Francia se convierte en la principal potencia continental y los Borbones en la mayor dinastía, dejando atrás los casi dos siglos de supremacía de los Austria.

Pese a la pérdida de las posesiones españolas en Italia, Flandes y otras regiones de Europa —y, por tanto, el cese de la influencia de España en el continente— , estos hechos se presentaban, de cierto modo, como una ventana de oportunidad para la Corona. De una parte, el ascenso al trono de un Borbón comportó una alianza entre España y Francia —pues tenían la misma dinastía reinante— poniendo término a las guerras y rivalidades que venían sucediendo entre ambos desde siglos anteriores. De otra parte, la pérdida de estos territorios supuso el fin del dispendio económico y militar que la Corona empeñaba para mantenerlos y que había sumido a España en una vorágine de constantes guerras desde el siglo XVI. Esta nueva realidad geoestratégica invitó a España a centrar totalmente sus políticas en sí misma y en la pujante América. A partir de entonces, sería Francia quien dirimiría los grandes conflictos europeos contra Austria primero, Prusia después y la Alemania del Kaiser en la Primera Guerra Mundial como colofón.

Felipe V, ya bien asentado en el trono de España en 1715, impregnó a la corte de Madrid de las influencias propias de Versalles. En este orden, se empezó a profesar la incipiente corriente de la Ilustración, que terminaría por dar el sobrenombre de “Siglo de las Luces” al siglo XVIII. De esta corriente de pensamiento se servirían las distintas monarquías absolutas europeas del Antiguo Régimen —también la española— para dotar de razón y renovación a sus gobiernos, cuya constitución política se puede entender como una suerte de “despotismo ilustrado” y resumir en la máxima de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Así, Felipe V, a imagen y semejanza de los ilustrados del país galo, dio el pistoletazo de salida a la creación de distintas instituciones culturales que tenían como fin el estudio y divulgación del conocimiento, siendo la Real Academia de la Lengua Española (1714), la primera y más famosa de las doce Reales Academias que existen a día de hoy en España.

Las cosas de palacio no van despacio

Tan portentoso monarca y sus ideas ilustradas —además de sus descendientes—, no podrían haber sido albergados por nada menos que un Palacio Real digno de tanto mérito, tanta alcurnia y tanta majestad. Afortunadamente, Felipe V no era ajeno a esto y, a pesar de padecer hipomanía y otras patologías que le condujeron a protagonizar episodios en los que creía ser una rana o afirmar a gritos que estaba muerto, tuvo la suficiente lucidez como para ordenar construir un palacio de 135.000 metros cuadrados y casi tres mil quinientas habitaciones para rivalizar con el de sus parientes franceses en Versalles. El Palacio Real de Madrid sigue siendo en la actualidad el más grande de Europa occidental, superando incluso a los de Versalles o Buckingham; sin embargo, esta residencia real promovida por “el Animoso” (sobrenombre que los españoles dieron a Felipe V por su carácter hiperactivo y temerario) fue construida sobre las cenizas del antiguo Real Alcázar de Madrid, que había sufrido un incendio en 1734. En oposición al refrán “las cosas de palacio van despacio”, con gran esmero y gran presteza el nuevo e inmenso Palacio Real se construyó en un plazo relativamente breve de veintinueve años, entre 1735 y 1764.

Esta edificación fue aprovechada por los Borbones, entre muchas otras cosas, como símbolo y asiento de legitimidad sobre el trono de España (no hay que soslayar que se acababa de producir una gran guerra para acceder al poder, sustituyendo a una dinastía que había reinado durante dos siglos). Siguiendo este paradigma, las fachadas y jardines del palacio se revistieron de una magnífica colección de estatuas de antiguos gobernantes de España. Desde emperadores romanos nacidos en Hispania, como Marco Ulpio Trajano, Teodosio, Honorio o Arcadio, pasando por varios reyes visigodos como Alarico II, hasta alguno de los gobernantes de los antiguos reinos medievales de la península, son ornamentos a perpetuidad de las caras y figuras regias del poder de los últimos dos milenios. Destacan, además, dos estatuas de emperadores transatlánticos de los que la monarquía también se sentía sucesora: Moctezuma y Atahualpa.

Bien está recogido por los anales que, a la llegada de los españoles a América, éstos se dieron de bruces con las dos grandes potencias continentales: el Imperio Inca en la región andina y el Imperio Azteca en Norteamérica. Del mismo modo, no les eran ajenos Atahualpa y Moctezuma, los últimos grandes emperadores de sus respectivas civilizaciones. Es por ello que el erudito religioso Martín Sarmiento convenció al rey de incluir estas estatuas para congraciarse con la historia de los virreinatos del Nuevo Mundo, a la vez que se dotaba de una legitimidad sucesoria de los antiguos imperios precolombinos, que habrían ido a parar en la propia monarquía hispánica. Así, el maestro Juan Pascual de Mena y otros grandes escultores dieron forma a Moctezuma y Atahualpa siguiendo los cánones neoclásicos. Aunque una de las funciones que tenían estas estatuas era la de legitimar más a la Corona, no hay que desmerecer el buen tino, a diferencia de otras naciones europeas, que tuvo la Casa Real para reconocer y entender la realidad política previa a la conquista española, tomándola por legítima y honorable como para que el dominio español existente en América en ese momento se pudiera comprender como sucesor de ella.

 

Alonso Fernández García

 

Referencias:

https://www.artehistoria.com/es/contexto/la-decoraci%C3%B3n-escult%C3%B3rica-del-palacio-real-de-madrid?utm_content=cmp-true

https://www.patrimonionacional.es/visita/palacio-real-de-madrid

http://monumentamadrid.es/AM_Edificios4/AM_Edificios4_WEB/index.htm#ingra:inmana.00001

https://web.archive.org/web/20141217193254/http://www.patrimonionacional.es/real-sitio/palacios/6039

 

Sobre el autor

Alonso Fernández García

Alonso Fernández García

Entre orillas de dos mundos

Si las lontananzas de la historia nos llegan en las letras, las anchuras de un océano se estrechan en la correspondencia. Qué hubo y qué hay entre una pequeña península al sur de los Pirineos y gran parte del continente americano, son cuestiones que nos definen en lo bueno y lo malo. Comprender las respuestas permitirá contemplar la escala de grises sobre la que “dibujamos”.

Alonso Fernández García es bachiller en letras del I.E.S Campos y Torozos, estudiante en la Universidad de Valladolid y periodista en ciernes. Criado en Tierra de Campos Góticos, entre mares de mieses con sus correspondientes castillos y palomares como horizonte y fondo, vaga entre lo pasado y lo presente para comprender el devenir del futuro.

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