Historia

América para los americanos: filibusteros y guerras Bananeras

Alonso Fernández García

15/05/2023 - 00:05

 

América para los americanos: filibusteros y guerras Bananeras
La doctrina Monroe fue el artificio ideológico y pragmático de los intereses de Washington en el siglo XIX / Foto: cortesía

 

El imbatible amo y señor del mundo, óptimo domador de mercados, finanzas, mares, políticas y verdades, ése que se nombra a sí mismo “América” y a sus ciudadanos “americanos”, la alquitara de la cultura occidental, el alambique que destila la única libertad de la que se han de embriagar los pueblos, tiene tan a mano el poder y la opulencia cuanto de cerca la pobreza y el subdesarrollo. Sólo hay que caminar el luengo sur que se aparece al cruzar el río Bravo para dar cuenta de ello. Ésta es la realidad de muchos países latinoamericanos (algunos más que otros). 

Sería contrario a la prudencia señalar una sola razón que explique por qué Latinoamérica padece la desdicha de tanta pobreza en comparación con el norte del continente —más aún, compartiendo región con el país más rico del mundo—, pues habrá quien pueda aducir varias razones y encontrar en ellas otras nuevas, pero, lejos del balance de importaciones y exportaciones, nivel de corrupción, PIB,  industrias con valor añadido y el largo etcétera que le sucede, es posible acudir a los hechos consumados que, si bien la memoria los suele soslayar, la historia no los olvida.

Es frecuente en nuestro mundo globalizado importar una inmensurable cantidad de bienes, servicios, ideas, reivindicaciones, paradigmas y cosmovisiones propios del país del “Tío Sam”. Por muy grande que sea esta saturación, hasta el punto de parecer una madeja sin cuenda, lo cierto es que los Estados Unidos rara vez dan puntadas sin hilo.Y las dieron bien, pues entre la segunda mitad del siglo XIX y hasta principios del siglo XX, los países americanos cuyas costas beben del Caribe y se yerguen frente a las Antillas sufrieron una despiadada depredación como consecuencia de la ambición económica de magnates y filibusteros.

La doctrina del destino manifiesto y la doctrina Monroe

Para entender cómo y por qué los Estados Unidos se convirtieron en amos y señores del continente americano en primera instancia —y del mundo más adelante—, es necesario conocer los dogmas y filosofías que guiaron sus políticas durante buena parte del siglo XIX y los inicios del XX.

Con la debacle de las viejas potencias europeas en el continente a partir de la década de 1820, Estados Unidos, que había obtenido su independencia casi medio siglo antes que la mayoría de naciones americanas, partía con la convicción de ser el heredero legítimo y de iure de su propio continente. Este hecho se vio reforzado y ratificado por la creencia calvinista de la predestinación, que vino a formar la idea del destino manifiesto; esto es, el axioma de la existencia de un hado providencial que justifica el camino y las acciones de toda una nación como si de un derecho natural se tratase. Esta doctrina se puede entender perfectamente con las siguientes palabras publicadas por el periodista John L. O'Sullivan en la revista Democratic Review en 1845:

“El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.”

El mismo año, en el New York Morning News, O'Sullivan escribiría lo siguiente:

“Y esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad y autogobierno.”

En una tesitura más global, aunque con unos tintes ideológicos suficientemente distintos, la idea estadounidense de ocupar todo un continente de forma providencial no dista mucho del concepto de “espacio vital” o Lebensraum de la Alemania nazi, que pretendía la subyugación de Europa del Este para el provecho del crecimiento y desarrollo de los alemanes.

Si el destino manifiesto fue una revolución espiritual y filosófica para la doctrina política de los Estados Unidos, la doctrina Monroe fue el artificio ideológico y pragmático de los intereses de Washington. Atribuida al presidente James Monroe, su doctrina se resumía en un lema “América para los americanos”, contrario a cualquier intervención o intrusión europea en el continente, como los intentos de la Francia de Napoleón o las posesiones insulares de España que quedaban en el Caribe tras las grandes emancipaciones continentales. Nuevamente, sería preciso comprender qué es lo que entienden los estadounidenses por “América” y “americanos” pues las grandes intervenciones en México, Cuba, Honduras o Colombia distan mucho de ser una pugna contra potencias europeas.

Filibusteros: res privata contra rem publicam

La figura del filibustero se podría entender como una suerte de pirata o corsario muy refinado, sibilino y sofisticado que viste de traje, producto de la industrialización y el desarrollo económico. Con esta guisa, los filibusteros se entrometían en naciones extranjeras con el objetivo de conseguir un rédito económico o político al mando de ejércitos privados. Podían ser respaldados, incluso, de forma secreta por algunos gobiernos para desestabilizar o menoscabar al gobierno de otro Estado.

Hubo grandes filibusteros procedentes de distintas partes, como el francés Charles René Gaston Gustave de Raousset-Boulbon, o el venezolano Narciso López de Urriola que había apoyado al bando realista durante la independencia, pero, al no conseguir sus ambiciones políticas en Cuba, pasó a trabajar para los intereses estadounidenses en la isla, arengando el movimiento independentista y la intervención estadounidense.

Sin embargo, el filibustero más entronizado fue el estadounidense William Walker. Poco después de la firma del tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, que amputó a México la mitad de su territorio para cederlo a los Estados Unidos, la nueva frontera mexicana quedó a merced de la codicia de hombres como Walker. En 1858, partió en expedición hacia los estados fronterizos de Sonora y Baja California con el propósito de conquistarlos y crear su propio estado filibustero, pero sus aspiraciones fueron frustradas por el gobierno federal mexicano, haciendo de las repúblicas que llegó a crear algo efímero. Con esta derrota, Walker protagonizó nuevas expediciones a Nicaragua junto a sus mercenarios. Aprovechando la guerra civil que sufría el país, logró congeniar con uno de los bandos, apoyándolo militarmente. De esta suerte, trató de medrar dentro de la política nicaragüense hasta el punto de ganar unas elecciones amañadas que lo llevaron a convertirse en presidente de la República de Nicaragua. Empero, no fue reconocido por otras repúblicas centroamericanas, que formaron coalición para derrocarlo. Así, Honduras, El Salvador, Guatemala y Costa Rica (que también habían padecido los asaltos filibusteros) se unieron en coalición contra William Walker, derrocando a su gobierno usurpador y fusilándolo en Honduras en el año 1860.

Las Guerras Bananeras

Con la paulatina merma de los filibusteros a finales del siglo XIX y con las doctrinas señaladas antes ya bien establecidas en la política estadounidense, se dio comienzo a las conocidas como “Guerras Bananeras”, que tuvieron lugar en todo el Caribe entre 1898, con la invasión a Cuba y terminaron en 1934 con la nueva “Política de buena vecindad”.

En 1898, el Maine, un acorazado de guerra estadounidense, estalló y se hundió frente a las costas de La Habana. A pesar de que las autoridades españolas declararon que no habían sido hallados en esta acción, Estados Unidos declaró la guerra a España, tomando parte por el bando independentista que luchaba por la emancipación desde otrora. Pese a la noble intención de ayudar liberar a Cuba del dominio español después de casi cuatrocientos años, los Estados Unidos impusieron un gobierno militar propio hasta 1902, fecha en la que se dio una constitución a Cuba en la que se hizo garantizar el arrendamiento de la bahía de Guantánamo para los Estados Unidos, que poseen todavía hoy. Así, esta guerra se extendió a Filipinas, Guam, que sigue siendo una base naval estadounidense y Puerto Rico, hoy, un Estado Libre Asociado a los Estados Unidos. En lo que a Cuba respecta, durante los años próximos no se libraría de distintas injerencias de Washington hasta el ascenso del régimen dictatorial de Fidel Castro.

En síntesis, estas “Guerras Bananeras” responden a varios intereses externos del país norteamericano. Sin embargo, el nombre de esta concatenación de guerras e intervenciones es dado por la United Fruit Company, una empresa monopolista que presionó a su gobierno para labrar sus intereses particulares en la producción de muchas materias primas propias del Caribe, como el tabaco o el azúcar, pero, sobre todo, en las bananas. Todo un ejército mandado por políticos que buscaban extender su influencia económica apoyándose en los grandes magnates del sector de la fruta. Curiosamente —aunque el término se haya desvirtuado—, en estos pleitos nace el concepto de «república bananera», que hace referencia a ese país gobernado por unos dirigentes tiránicos y autoritarios. los cuales responden a los intereses económicos extranjeros antes que a los nacionales, resultando fútiles para el porvenir de su pueblo.

Hasta 1934, los pueblos de los países agraviados por estas intervenciones, además de las señaladas arriba, fueron México, Nicaragua, Haití, Panamá, República Dominicana, Honduras y Colombia. No existen mejores palabras acerca de lo que sucedió en estos países que las de un hombre que tuvo mucha responsabilidad en la comisión de estas acciones intervencionistas y depredadoras. Samedley Butler, Mayor General del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos escribiría lo siguiente en su libro War is a racket:

«He servido durante 30 años y cuatro meses en las unidades más combativas de las fuerzas armadas estadounidenses: en la infantería de marina. Tengo el sentimiento de haber actuado durante todo ese tiempo de bandido altamente calificado al servicio de los grandes negocios del Wall Street y sus banqueros. En una palabra, he sido un pandillero al servicio del capitalismo. De tal manera, en 1914 afirmé la seguridad de los intereses petroleros en México, Tampico en particular. Contribuí a transformar a Cuba en un país donde la gente del National City Bank podía birlar tranquilamente los beneficios. Participé en la "limpieza" de Nicaragua, de 1902 a 1912, por cuenta de la firma bancaria internacional Brown Brothers Harriman. En 1916, por cuenta de los grandes azucareros norteamericanos, aporté a la República Dominicana la "civilización". En 1923 "enderecé" los asuntos en Honduras en interés de las compañías fruteras norteamericanas. En 1927, en China, afiancé los intereses de la Standard Oil.

Nos ha ido bastante bien con Luisiana, Florida, Texas, Hawái y California y el Tío Sam puede tragarse a México y Centroamérica, con Cuba y las islas de las Indias Occidentales como postres y sin intoxicarse.

Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás, considero que podría haber dado algunas sugerencias a Al Capone. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, actué en tres continentes. El problema es que cuando el dólar estadounidense gana apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al extranjero para ganarse el ciento por ciento. La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera.»

Panamá, la última partición de Colombia

Colombia no quedó al margen de estas intervenciones, de hecho, fue una de las más damnificadas. En 1903, el istmo de Panamá seguía formando parte de lo que antaño había sido la Gran Colombia. No obstante, el descontento de las élites panameñas llevó a una insurrección independentista contra Bogotá. De esta forma, en la conocida como Guerra de los Mil Días, intervino el ejército estadounidense, que lograría independizar a Panamá de Colombia en ese mismo año. Poco más de una década después, con un saldo aproximado de 27.000 víctimas en su construcción, el canal de Panamá había sido finalizado, y la joven república panameña concedió los derechos de la obra ad infinitum a los Estados Unidos, que mantuvieron presencia militar allí hasta 1999.

Tras la última ablación de Colombia, el episodio más cruento y sangriento que se recuerda sobre las Guerras Bananeras, que además resume perfectamente lo que fueron y cómo hicieron a los gobiernos autóctonos cómplices de la ambición de los magnates extranjeros —esto es, una república bananera— , fue la «Masacre de las Bananeras», acaecida en 1928. A principios de diciembre de ese mismo año, los obreros colombianos que trabajaban en la provincia de Magdalena para la United Fruit Company en la cosecha y recolección de las bananas se pusieron en huelga, reclamando remedios ante las nefastas y pésimas condiciones laborales que los abocaban a vivir en la miseria. La negativa de la United Fruit Company ante sus reclamaciones hizo tomar cartas en el asunto al propio gobierno colombiano, que cometió la atrocidad de acribillar y matar a los huelguistas, del orden de entre 100 y 5.000, según distintas fuentes de la época. Queda, no en vano, el siguiente impreso de los huelguistas que apelaba al ejército:

“Soldados del Ejército Colombiano, compañeros del infortunio, ¡salve!. El conmovedor espectáculo que presencia la zona bananera, en nuestros hermanos del Regimiento, pobres parias que al igual que nosotros, lanzan el grito desesperante de «Tenemos hambre»(...)

¿Qué delito han cometido los trabajadores de la región bananera, para que sean tan cruelmente tratados por el ejército de nuestra patria?(...)

Soldados del Ejército Colombiano, ya habéis presenciado que vuestros jefes y oficiales viven en completo contubernio con los yanquis, en sus mansiones de la zona, los mismos que después de robarse nuestras riquezas se apropian de nuestro suelo. No olvidéis a Panamá.

No olvidéis compañeros del regimiento, que si tal cosa sucede, volved las armas contra los piratas de nuestra riqueza y contra aquellos nacionales que cual el Iscariote de la leyenda, venden a nuestra patria. Marcadlos bien.”

Fueron tiempos de configuración de la América que hoy conocemos, de pugna de poderes, el comienzo de una hegemonía y la disipación de los competidores. Las injerencias de los Estados Unidos proseguirían en América Latina y el resto del mundo hasta nuestros días.  Los comienzos del siglo XX terminaron por imponer las reglas del juego en América y, como no, todo en favor de America (léase y entiéndase en inglés). Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense, supo ver la América que se iba y la que venía. También supo darle al arte y a la poesía el diagnóstico de su tiempo y su lugar, una Oda a Roosevelt:

¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,

que habría que llegar hasta ti, Cazador!

Primitivo y moderno, sencillo y complicado,

con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

 

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;

eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.

Y domando caballos, o asesinando tigres,

eres un Alejandro-Nabucodonosor.

(Eres un profesor de energía,

como dicen los locos de hoy.)

Crees que la vida es incendio,

que el progreso es erupción;

en donde pones la bala

el porvenir pones.

No.

 

Los Estados Unidos son potentes y grandes.

Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor

que pasa por las vértebras enormes de los Andes.

Si clamáis, se oye como el rugir del león.

Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».

(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol

y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.

Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;

y alumbrando el camino de la fácil conquista,

la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

 

Mas la América nuestra, que tenía poetas

desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,

que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,

que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;

que consultó los astros, que conoció la Atlántida,

cuyo nombre nos llega resonando en Platón,

que desde los remotos momentos de su vida

vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,

la América del gran Moctezuma, del Inca,

la América fragante de Cristóbal Colón,

la América católica, la América española,

la América en que dijo el noble Guatemoc:

«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América

que tiembla de huracanes y que vive de Amor,

hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.

Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.

Tened cuidado. ¡Vive la América española!

Hay mil cachorros sueltos del León Español.

Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,

el Riflero terrible y el fuerte Cazador,

para poder tenernos en vuestras férreas garras.

 

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

 

Alonso Fernández García

 

Referencias:

https://es.scribd.com/doc/20086162/La-Guerra-Es-Un-Latrocinio-General-USMC-Smedley-Darling-Ton-Butler#

https://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=AQV4AAAAQBAJ&oi=fnd&pg=PR3&dq=Banana+Wars&ots=dzRadUqI6O&sig=boALxCdOmOVjkKsQdEnCuz48pxo#v=onepage&q=Banana%20Wars&f=false

https://web.archive.org/web/20090303131818/http://www.pa/secciones/patria/3_nov.htm

https://es.slideshare.net/Brirosa/ricaurte-soler-y-la-separacin-de-panam-de-colombia

https://www.poemas-del-alma.com/a-roosevelt.htm

https://web.archive.org/web/20100108131633/http://www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/credencial/octubre2005/masacre.htm

Sobre el autor

Alonso Fernández García

Alonso Fernández García

Entre orillas de dos mundos

Si las lontananzas de la historia nos llegan en las letras, las anchuras de un océano se estrechan en la correspondencia. Qué hubo y qué hay entre una pequeña península al sur de los Pirineos y gran parte del continente americano, son cuestiones que nos definen en lo bueno y lo malo. Comprender las respuestas permitirá contemplar la escala de grises sobre la que “dibujamos”.

Alonso Fernández García es bachiller en letras del I.E.S Campos y Torozos, estudiante en la Universidad de Valladolid y periodista en ciernes. Criado en Tierra de Campos Góticos, entre mares de mieses con sus correspondientes castillos y palomares como horizonte y fondo, vaga entre lo pasado y lo presente para comprender el devenir del futuro.

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