Literatura
Acuacidades

El calor matinal preñado de humedad acentuaba esa condición de bruma mental con la sensación de lejanía en mis débiles piernas sin obediencia plena de una duda incierta entre levantarme o permanecer mirando enajenado a través de la cortina densa en cuyos extremos se filtraba el sol de la costa del Pacífico en una playa ecuatoriana, con tal intensidad que parecía herir las pálidas paredes de la habitación. Ya durante la noche anterior como un presagio, hube de levantarme en tres ocasiones al baño. Los borborigmos fueron mala señal, desdeñada en la ausencia de dolor y ahora asomaba como una absurda realidad. Caray, -me dije-, las certezas del porcentaje de agua en nuestro cuerpo que superan el 50% de la composición corporal, muchas veces negándome a asimilarlo y, sin embargo, ahí estaban en cada evacuación minando lentamente una fortaleza que fue capaz de soportar grandes y felices recorridos pedestres en los días previos. Hasta entonces, la “diarrea del viajero” fue una quimera. La boca seca, pastosa, la lengua sucia, con una costra blanquecina que se come las palabras y dibuja el suave quejido; moví el cansado brazo, los ojos orientaron el sentido de los dedos temblorosos y agarré la botella de la mesa de noche; tomé grandes sorbos de un suero puesto a propósito por la acuciosa hospedera y el sosiego transitorio de un líquido ávido desplazándose a cada célula sedienta; la lengua pasa y certifica las grietas de los labios. Afuera la marea golpeaba los muros de contención del pequeño hotel, el mar lejos, apresuré una evidencia, no moriré ahogado, al menos no por ahora. Pensar en ello era una tontería, emití de nuevo un leve quejido como de sonrisa ajena, divagué en sentido norte haciéndose Tumaco visible en el hombre que tambalea mientras camina a lo largo de la playa del Morro, una botella de aguardiente a medio acabar en su mano diestra, una mirada alicorada, fulgente; sus cabellos desordenados, la camisa inmaculada la víspera ahora sucia de lama, arena y sudor fuera del pantalón remangado que deja ver la deforme rodilla de un lado y apenas el tobillo del otro lado. Camina hacia el arco natural en un recodo del Arco del Morro, dos chiquillos detrás del hombre a corta distancia en actitud vigilante. Hice un movimiento lastimero y me senté contra la cabecera de la cama tan solo por un instante, el peristaltismo urgente me acomodó de mala manera en la taza del sanitario y un nuevo episodio de diarrea abundante, maloliente, ominosa hizo curso inexorable a la deshidratación. La cabeza me daba vueltas al levantarme con algo cercano a la ilusión de un tío vivo desbocado, los músculos de las extremidades apenas respondieron, trastabillando hacía la salvadora cama, los calambres musculares emergieron oscilando en el cálculo de una balanza o equilibrio ahora perdido de los dichosos electrolitos y claro, ahí estaban los síntomas. Quien me manda a ser médico, carajo. Como pude retorné a la cama, me acomodé lento centrando los signos de alarma en los pasos a dar de nuevo al baño y en cuanto tiempo lo haría, me acomodo mientras los negritos -eso son, morochitos de ojos vivaces que parecen gemelos, todos ellos son iguales a esa edad- siguen sumisos a nuestro ebrio caminante quien sin quitarse la ropa y siempre sosteniendo la botella a salvo del agua avanza hasta sentir que el ombligo hace una burbuja con el vaivén del oleaje suave de la bahía. Mala evocación, me llevé la mano al abdomen, el dolor leve a la palpación en mi ombligo anuncia inminencia de agudización del mal. Bah. Cerré mis párpados y fruncidos los pliegues de la frente me pregunté sí el cerrar los párpados era lo mismo que cerrar los ojos, un lastimoso dolor en las agrietadas comisuras contraídas en un amago de sonrisa degeneró en mueca lacerante. Esto ya va a pasar, las palmaditas en la espalda del que lo sabe todo y se niega a reconocer el peligro. Nauseas premonitorias. Los celosos guardianes ahora solidarios en su aproximación al hombre casi lo rodean haciendo círculo con sus pequeños brazos, el agua en sus hombros, los brazos chapotean y simulando delfines, ágiles nadadores giran divertidos a su alrededor. El hombre asiente, sus ojos se empequeñecen y advierte a los muchachos la obligación de no dejarlo ahogar ni a él ni a la botella so pena de… ellos lo interrumpen con su pregunta “¿so penaa? ¿y eso que’jqueeej?” El hombre toma un generoso trago, su bamboleo acorde con el leve oleaje, un eructo, un chasquido de deleite, una mirada condescendiente a “sus ángeles negros” y aclara “pues porque si me ahogo pierden su paga” Ya no reí, el río era yo derritiéndome en el sanitario, la cabeza lejos de su sitio, retrocedí a tientas otra vez a la cama y a duras penas me tiré sobre las sábanas. El cerebro negándose a claudicar, un lenguaje ininteligible, deliré, hablé, supliqué, grité, no supe definir el tránsito de la realidad a la somnolencia, de pronto estaba en una posición incómoda, mi cuello ladeado, atiné a constatar el estado de confusión, no dude ya de la gravedad del asunto, la noche estaba encima, con la exactitud del mediodía caliente de la costa. Los terribles espasmos abdominales me rescataron de las sombras, reaccioné, la náusea aceleró la percepción de un síntoma nuevo, en segundos mi cabeza estaba literalmente clavada en la taza del sanitario, el vómito nauseabundo, las arcadas, el dolor abdominal, otro episodio de vómito, ansioso por el aire que se me escapaba encontré luego de espacios fraccionados de tiempo fugaz un pequeño oasis de alivio, me planté como pude al pie de la cama sin atreverme a sentarme, menos a acostarme, las manos apoyadas en el borde y mi cuerpo en posición indefinida, la puerta del baño abierta por si acaso. Sentí elevarme, un vaivén de duermevela, sentado, recuperé la certeza del mediodía y la noche amagó esconderse entonces, creí respirar aliviado. Tomé ansioso y apresurado en un gesto de supervivencia el suero con el ruego de no atizar al vómito y al ahogo. Un frio atroz se apoderó del alma, arrastré la sábana sobre mí y se pegó de inmediato dibujando la silueta de un desvencijado cuerpo empapado de sudor; el agua es mi sino, los ojos entrecerrados, las pupilas inquietas se esconden en los párpados superiores clamando por una pronta reacción al adormecido cerebro, un blanco pre-morten anuncian las escleras sin lágrimas que ya se han vertido a la Laguna de la Cocha en mi tierra pastusa a unos escasos kilómetros de la capital; semi inconsciente veo la figura achaparrada de un gran compositor y músico de asueto con sus estudiantes adolescentes, -¿qué sentido tiene traer a colación esta estampa y por qué estoy tan lejos de ese paisaje?- el “chatico” como lo llaman con apelativo cariñoso, agasajado con el paseo al idílico destino, trucha, digestión y la vuelta en canoa de motor a la isla de La Corota, riqueza milenaria con flora y fauna protegidas que emerge sublime a unos cientos de metros de la orilla; el rechazo de nuestro compositor a embarcarse en esas naves, “yo no sé nadar” el ruego de sus pupilos y convencido-sumiso-complaciente, se sienta en el centro de la canoa, en el centro de una banca de madera apenas acolchada con espuma y cuerina, los muchachos exultantes no dejan de moverse ante la impasible mirada del motorista, los gestos van en aumento, los gritos, las bromas, la felicidad en sus rostros sensibles a las agujas frías del viento del páramo, los cabellos en velas desplegadas y los movimientos laterales de la canoa que comienza a inclinarse peligrosa a un lado y a otro. El compositor ensaya un tímido “muchachos no se muevan tanto” que se repite cada vez más angustioso y enérgico, cada vez lastimero, anhelante y aterrado siguiendo las certitudes de aguas gélidas colándose por encima del borde de la canoa que acomete con lentitud las pesadas aguas oscuras de fondos insondables mientras la isla de La Corota es un impávido testigo del terror creciente del compositor cuyo grito atronador terminó haciendo eco contra sus lisas rocas y hacia arriba el bosque frondoso y misterioso expulsó bandadas de pájaros asustados, de repente el motor se sintió sobrecogido con un eructo de volutas de humo de aceite Diesel quemado y se apagó. El motorista, objetivo súbito de miradas ansiosas, solícito, dio los consabidos tirones al lazo y el motor volvió presuroso a rugir alegre. Todos, incluido el motorista siguieron la oscilación del pánico, la palidez de muerte, la rigidez de los músculos maseteros y los ojos desorbitados del compositor y reconstruyeron en sus cabezas el miedo hecho frase temblorosa y apenas perceptible “carajo, berracos, dejen ya de moverse, ustedes con ahogarse tienen…y ¿yo?”
Alguien llamó a una ambulancia, desperté en un hospital, olor a específico, paredes blancas, ventanales generosos por donde el sol saludó radiante, mis ojos se acomodaron al resplandor, mi cuerpo flácido y aliviado en una cama limpia, un atril; canalizado, miré curioso la bolsa de suero fisiológico en su soporte, reflejos de luz irisada se movían siguiendo la dirección de mis ojos a contraluz sobre el plástico de la bolsa, letras pequeñas que nadie leía ya, seguí el flujo del líquido a través del catéter, conté más de 60 gotas por minuto entrando a mis venas, líquidos a chorro me dije y asentí. Cuánto tiempo estuve inconsciente, no lo supe sino después del tercer día. Aguas cálidas, aguas frías, aguas corporales y el cerebro activo hasta el final, jugándome pesadillas infinitas. Yo tampoco sé nadar.
Edgar Arcos Palma
Médico y escritor nariñense. Sus cuentos han sido publicados, entre otros medios, en la Revista Estafeta (San Juan de Pasto-Nariño). Ha publicado las novelas Yaguargo y Escalera al vacío
Sobre el autor

Edgar Arcos Palma
El Catabre
Escritor nacido en Pasto (Nariño). Autor de las novelas “Yaguargo” (2021) y “Escalera al vacío” (2023). Médico de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y endocrinólogo de la Universidad René Descartes (París, Francia). Es miembro del comité editorial de la revista Estafeta. Publica sus cuentos en la revista Estafeta y PanoramaCultural.com.co.
2 Comentarios
Felicidades mi Dr. excelente escrito. Un abrazo ????
Gran literato Sigo incansablemente su obra con gran éxtasis admiro su verborragia y capacidad para lograr conectar a través de sus escritos los sentidos, la memoria y los maravillosos paisajes que nos rodean. "Yo tampoco se nadar" Le auguro éxitos...
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