Literatura

José Covo: cómo abrir el mundo y no morir en el intento

Luis Mario Araújo Becerra

02/09/2024 - 04:40

 

José Covo: cómo abrir el mundo y no morir en el intento
José Covo, autor del libro Cómo abrí el mundo / Foto: cortesía

 

José Covo (Cartagena, 1987) escribe desde lo más profundo de su alma. Luego de superar las épocas más oscuras de su vida, este maestro en Artes de la Universidad de Los Andes y candidato a PhD en literatura hispánica de la Universidad de Iowa, pudo transformar su experiencia en una obra literaria que hoy comienza a ser reconocida por su contundencia y poder reflexivo. En su carrera se cuenta las novelas Osamentas relampagueantes (Caín Press), La oquedad de los Brocca (Caín Press), Cómo abrí el mundo y Los laureles del vencido (ambas en Grupo Planeta). Hoy conversaremos con este autor, que desde Cartagena nos habla de las estepas de espíritu. 

Luis Mario Araújo: Debo hacerte una confesión: para mí, tu obra resulta tremendamente cercana, aunque no te conocía, hasta ahora.

José Covo: Me sorprende. ¿Por qué dices que te resulta cercana?

Porque percibo en ella una búsqueda espiritual que yo mismo he tenido muchas veces.

Interesante, eso.

Tengo dos libros tuyos: Cómo abrí el mundo y Los laureles del vencido. Los leí en ese orden y como si se tratara de un texto único. Ambos abordan la historia de un joven con serios problemas de adicción, llamado José, y su grupo de amigos. Estudiantes sumergidos en la rumba y los excesos. Buscan placer, fórmulas de escape; pero ante todo respuestas frente al vacío de la vida. En buena medida, estos libros son biográficos. ¿Como fueron esos años en Bogotá, tus estudios de arte y la caída al abismo?

Son completamente autobiográficos. La única ficción es que les cambié los nombres a las personas que aparecen en la historia. Hoy son médicos, abogados, gente con reputación a quienes no les conviene ser personajes en estos (este) libro. La caída al abismo, como tú lo dices, fue consecuencia de la búsqueda espiritual. Intentando llegar más allá de lo evidente, caí de cabeza en lo incomprensible. Si ese fondo revuelto fue el mundo abierto o mi propia mente descompuesta, lo dejo a la consideración del lector. A mí me parece que hay una mezcla de ambas. Esos años en Bogotá fueron, como he dicho antes, cuando más estuve vivo. Absolutamente todo era objeto de investigación. Abolí el sentido común. Nada estaba dado. Fíjate que estoy describiendo, al mismo tiempo, la puesta en duda del mundo de un Descartes y la esquizofrenia. No son tan distantes.

Luego: ¿Cómo fue el rollo de abordar esos ambientes universitarios, los bares, el sexo y escribir esta historia impactante e íntima?

Muchos hemos vivido el tipo de cosas que cuento. La única diferencia es que yo las escribo. Hablando con la gente, uno se da cuenta de lo turbia que puede llegar a ser la vida. Hasta el más inocente tiene la capacidad de causar enorme dolor.

Te hablaba de la búsqueda. Una búsqueda que afinca su pie en la capacidad de levantarse y contraponerse a la adversidad. Una búsqueda basada en la esperanza.  Lo veo en tus textos. ¿Es así?

La búsqueda tiene un aspecto de esperanza porque uno espera encontrar. Pero la búsqueda no está necesariamente basada en la esperanza. Creo que buscar, explorar, ya es un fin en sí mismo. Es la satisfacción de la curiosidad. Así es mejor, porque si la vida solo vale según lo que se encuentra, ¿qué hacemos cuando no descubrimos nada?

De hecho, en alguna parte señalas: “Los adictos son una especie de monjes dedicados a su búsqueda interior”. Me recuerda la visión de las culturas orientales.

Una de mis aficiones intelectuales es encontrar isomorfismos o equivalencias en lugares que no parecen relacionados, o incluso parecen opuestos. Que el adicto es como un monje es una literalidad, no es un chiste. Ni el monje es tan santo ni el adicto es tan mundano, y tienen el mismo cerebro, sin distinción de las imágenes que lo ocupa.

También dices: “Mucho se ha dicho sobre el respeto a la Libertad, a la capacidad para escoger…Pero el adicto es un problema, porque quiere algo que le hace daño…”. El concepto “libertad” es otro tema importante para ti.

Sí, esto lo abordo con mayor rigor en mis escritos de filosofía. La libertad ya viene enmarcada dentro de lo posible y lo posible es específico a cada uno, con sus circunstancias y su cerebro. No somos tan libres como pensamos. Pero es más saludable creer que somos libres, aunque no lo seamos. El cerebro funciona mejor así.

Además, te preocupa la identidad. En Los laureles del vencido, lo resumes así: “Somos una carne que aspira tener un nombre”

¡O un nombre que quiere tener un cuerpo!

El dolor. Pareciera que los personajes de la novela tienen que transformarse y encontrase a través de él.

Ésa es la vida. Crecemos en contra de nuestra disposición animal, que prefiere la comodidad. La madurez se conquista con el dolor. Nadie quiere sufrir, pero así toca.

Al basarse en tus vivencias, el lector puede caer en cierto “morbo”. Por eso, quiero alejarme de ese terreno y entrar al literario.  Veo un ejercicio de auto ficción o literatura testimonial.

Sí, es autobiográfico. El morbo no me molesta. Me parece un motivo legítimo para leer estos libros y cualquier otro.

¿En ese ejercicio jugaron algún papel los autores de la generación beat? Pregunto porque tu literatura anda por los límites, como la de ellos…

Los leí muy joven, son autores para la juventud. Una influencia clave, si queremos averiguar por este tema de las influencias, es Céline. Otra es Hegel.

Primera persona, diario personal, saltos temporales, fragmentación. ¿Cómo llegaste a entender que esa era la estructura para estas historias?

Escribí recordando. Uno recuerda en historias. La vez que hicimos esto y lo otro, cada cuento tiene su chiste o su moraleja. Escribí esos cuentos que a veces echaba y los organicé lo mejor que pude. Si hubiera hecho una historia continua y coherente habría sido falso porque yo no recuerdo mi vida de esa manera, sino por episodios. Tal vez esa narrativa general se haga evidente más adelante, cuando haya concluido algunas de las preguntas abiertas en lo que llevo de vida.

Encuentro, también, un gusto por la filosofía. Reflexionas constantemente en tus novelas. 

Sí, pensar y vivir son la misma cosa.

Hay muchos autores que vas mencionando: Hesse, Nietzsche, Borges, Mann.  ¿Qué han aportado a tu escritura?

Todo lo que leo nutre al algoritmo inconsciente de donde salen las ideas. No idolatro a autores sino a los algoritmos, los suyos y los nuestros.

Gibran, en El loco, plantea que los locos no son, necesariamente, aquellos que permanecen en el manicomio, sino los que están a fuera y se consideran sanos. Creo que esto es el centro de tu obra. Cuestionar el sistema social y las máscaras que lo encarnan: “la alucinación colectiva”, como la llamas.  

La cordura es otro estado mental entre los muchos que hay. El loco nos demuestra eso y por esa razón nos da tanto miedo. Sentimos que nos vamos a contaminar de lo que le picó a él. Como ese miedo que muchos relatan frente a la posibilidad de ir a terapia, “qué tal que me digan que estoy loco”. Todos lo sospechamos de nosotros mismos.

Haces una descripción impresionante de los sanatorios psiquiátricos ¿Cómo fue la investigación? ¿Cómo es ese mundo?  

No investigué, solo estuve interno muchas veces. Es un entorno a veces deprimente, a veces esperanzado. Lo recuerdo con ternura, aunque sería una catástrofe tener que volver.

Sobre ese mundo dices algo impactante: “Sentía que podía aprender algo, pero no como aprenden los psiquiatras, sino como aprenden los santos.”  ¿Nos puedes hablar de eso?

Hay modos de conocimiento que no son transmisibles por medio de proposiciones o instrucciones. Hay cosas que simplemente hay que vivir para comprenderlas. Todos experimentamos esto con el paso de los años. Una sabiduría ordinaria que nos va llevando a cierta tranquilidad. Eso no se le puede explicar a nadie. Cada uno tiene que encontrarlo. Algunos lo hayan temprano, otros después. Otros nunca. De eso también hablo en el libro.

Finalmente, hablemos de la esperanza. Esa “…felicidad suave…” que va llegando a la vida de tu personaje. La familia. En eso, tus libros me parece que tienen mucha ternura.

Todas las emociones son importantes. Uno no se comprende a sí mismo si solo tiene algunas emociones y no otras. Todos tenemos partes tiernas, partes detestables, incluso partes criminales, en potencia o no. Cuando aprendemos a sentir todas las emociones sin defendernos o escaparnos, llegamos a sentirnos más completos, más “reales”. Por eso en estos (este) libro hay humor junto con el dolor, esperanza junto con el desamparo. Me interesa transmitir eso.

 

Luis Mario Araújo Becerra

Sobre el autor

Luis Mario Araújo Becerra

Luis Mario Araújo Becerra

La reserva

Abogado, escritor y docente universitario. Autor de El Asombroso y otros relatos (cuentos), Literatura del Cesar: identidad y memoria (ensayo), Tras los pasos de un médico rural (ensayo), Las miradas a la guerra y La aldea (novela). Ha sido incluido en las antologías Cuentos Felinos 5, Tercera antología del cuento corto colombiano y Antología de cuento y poesía de escritores del Cesar. 

2 Comentarios


Edgar Arcos 03-09-2024 10:05 AM

Excelente entrevista. En mi condición de médico desde ya tengo curiosidad por leer a Covo y su incursión en el mundo de los sanatorios. Una entrevista enriquecedora.

Aurora Elena Montes 03-09-2024 07:21 PM

Cómo siempre Luis Mario, indagando con los nuevos autores. Cada entrega es un descubrimiento.

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