Literatura
Un punto y aparte delante de sus pies

“Soledad anfibia” (Ed.Escarabajo, 2024) reúne buena parte de obra en verso de la poeta y narradora colombiana Annabell Manjarrés Freyle (Santa Marta, 1985). Incluye sus libros inéditos Espejo lunar blanco (2010), Oleo de mujer acosada por el tiempo (2013) y Animales invertebrados (2017). Son en total 34 poemas, pertenecientes a distintas etapas de su producción, pero atravesados y unidos por una exploración personal de temas recurrentes como el desamor, la soledad, el tiempo y la ciudad natal, con sus encuentros y desencuentros.
La reunida en Soledad anfibia es una poesía dueña de sus circunstancias, sus motivos y sus registros, incisiva y crítica, pero de ninguna manera condenatoria. El resultado, para el lector, no es otro que el placer de reconocerse en los espejos-poemas de la poeta colombiana, una producción que le ha merecido traducciones a otras lenguas y el reconocimiento unánime de colegas y críticos.
En su poesía es particularmente persuasiva la relación de acercamiento y distanciamiento sostenida con su ciudad natal: un diálogo de materias y épocas distintas que coinciden en el tiempo de una mutua orfandad. «Se me han venido encima las capas de pintura, que intentaron ocultar los murmullos de paredes que no saben que murieron» («Noche para deambular», p. 42).
Amor y desamor es otro par que une o separa a la poeta de las circunstancias de su entorno citadino. «No estamos hechos para detener el destino con nuestros escudos» ( «Sentir del día», p.42). Ella, aunque crítica, es irremediablemente su ciudad, la historia de sus paredes, sus fracasos y sus veleidades, en un intercambio llamativo de formas e imágenes: «porque nadie sabe cuánto arden en la piel del día tantas horas rasguñadas por anacronismos y veleidades» («Sentir del día», p.40). Poesía sin dobleces, directa y eficaz, signos distintivos de una provincia muy personal.
El tiempo es otra dimensión clave en la poesía de Annabell Manjarrés Freyle. En su examen es perfectamente reconocible la relación de acercamiento y oposición entre la poeta y los signos de su ciudad.
El tiempo la obsesiona, la acosa y lo reconoce en calles, casas y paredes de la ciudad. «Hay que saber resistirse antes de manchar de futuro lo que aún no es» («Sentir del día», p.39). Es la vivencia de un tiempo experiencial y su correspondencia en un tiempo histórico palpable en la arquitectura y los espacios de una ciudad de blasones y anacrónica.
Esta relación, nada fácil, es trascendida, al instalarla la voz poética en un tiempo inmune al tiempo: «Esta provincia pertenece a la eternidad, el alma de las cosas la llama» («Noche para deambular», p.42). Pero la poeta es consciente de los malabarismos de la palabra, de sus momentáneos dones, porque hay un tiempo, afuera del poema y en el poema, que reclama presencia, que impone transitar y ser transitado en la historia.
El tiempo real y cotidiano siguen allí, en ella y en la ciudad, con su mar y sus arenas, las campanas de las iglesias y las esquinas atardecidas, y cuyas derrotas conoce sobradamente. Nadie apareció para salvar a la ciudad dos veces Santa, reza un verso de «Himno a Santa Marta» (p.43): un poema-emplazamiento, sin duda. Tampoco ninguno responde, nos sigue diciendo en el poema, «por la ciudad dos veces mártir. Ya no le hacen el amor después del lucero. Lleva el pelo marginado hasta las rodillas (p. 43»). Nadie, salvo la poesía, viene en auxilio de la voz lírica en su ajuste de cuentas. «Regalaré un zarpazo a los que creen que ven, ya sabrán cómo les duelen a las horas la piel desdibujada» («Sentir del día», pp. 39, 40).
La solución que Manjarrés encuentra para la suerte de su ciudad es en apariencia la del aislamiento. ¿Alguna forma intermedia o parcial de la provincia eterna? «Deberías volverte isla, Santa Marta, desprenderte de este país sin recuerdos y elevarte» («Himno a Santa Marta». ¿Es una invitación a la acción, a romper las inercias? Cabe ver, en esta verificación de los efectos del tiempo en las distintas capas de la arquitectura de su ciudad, una metáfora personal. La poesía, irremediable en sus misiones, se las arregla para sacar adelante sus ajustes y balances.
El tiempo, sí, ha dejado marcas en la poeta y la solución encontrada, de ninguna manera efímera, ha sido una soledad productiva, creadora, de legítimos balances, como sugiere el poema «Una soledad anfibia», en el que la poeta vuelve a ser ella y se rescata, con su apellido, su chaqueta, sus zapatos y el deseo grato de los tiempos de la infancia y la ilusión. Ya ha visto el tiempo, puede ahora biografiarlo. «Tu nombre es tu vestido, tu apellido, tu chaqueta: Annabell Desnuda Manjarrés Freyle. Y, por supuesto, tus zapatos no son tu destino, pero pueden andarlo» (p.71).
Conoce el tiempo, se ha desplazado en sus calles, aceras y avenidas, puede ahora volver a enfrentarlo «con un punto y aparte delante de mis pies», como tan audazmente registra en «Poemas en el final de los tiempos» ( p.51).
Un poemario de versos que excavan en temas siempre presentes en las agendas de poetas y artistas: la existencia cotidiana, la memoria y el tiempo. Una visita frentera, desde una experiencia que es una voz limpia y una poética sugerente, lo que todo lector espera encontrar en sus horas a solas con las letras.
Clinton Ramírez C.
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