Literatura

Abismos y distancias

Diego Niño

08/10/2024 - 05:25

 

Abismos y distancias
Portada de Las distancias, de Sergio Ocampo

 

Reseña de la novela "Las Distancias" de Sergio Ocampo Madrid (FCE, Bogotá, 2023).

 

La primera apuesta de Sergio Ocampo fue narrar la novela en primera persona; es decir, con la voz del protagonista. Podría ser una alternativa normal en ficción, pero es una decisión arriesgada en una novela de No-Ficción sobre una persona real. A pesar de la complejidad, del riesgo, fue una elección acertada gracias a que la novela es cálida y entrañable, incluso parece que escucháramos la historia de los labios de un amigo, sentado en la sala de la casa.

La segunda apuesta es el tacto y el respeto con el que abordó el tema. En este punto Sergio da una clase de ética periodística: él sabe que se puede atraer audiencia por el camino de la polémica y del morbo: nada más sencillo que obtener réditos saltando a la yugular de quien no se puede defender porque está muerto o porque no tiene el poder de los medios a su favor. Sin embargo, no lo hizo a pesar de que era fácil caer en esos fangales en una novela que trata sobre la vida de Luis Alfonso Galán, el hijo de Luis Carlos Galán con la empleada del servicio. Afortunadamente, Sergio tomó el sendero más complejo y más humano: narró la vida de Alfonso sin esquivar oscuridades, matices ni contradicciones. Ese camino hace que cada página sea un poliedro en el que se muestran varias aristas al mismo tiempo.

Habría muchos pasajes para ilustrar lo que acabo de decir, pero trascribiré la primera página:
—No hablemos de eso.

—A mí me van a matar tarde o temprano y tú vas a quedar muy indefenso… Eso de Medellín era para mí. ¡Hasta un rocket había y nadie dijo nada! Casi nadie. A mí me van a matar tarde o temprano…

Quizás sintió que la charla se había puesto más dramática de lo conveniente para una relación que siempre había sido tan convencional, tan poco emotiva y tan poco dada a mostrar las flaquezas, de Él, las mías. Luego de esas palabras, tal vez consciente de que se había quebrado por unos segundos, de que había mostrado su miedo, decidió volver sobre un tema en el que ambos corríamos pocos riesgos.

—Te voy a regalar un libro sobre Santander, el general Santander. Léelo. Hay que leer…
Siempre recuerdo ese día, el día en que lo mataron, y siento una extraña nostalgia de que el último tema del que hablamos fuera sobre un libro.

A este pasaje le siguen los conmovedores capítulos de la muerte y sepelio de Luis Carlos Galán. Me sacudió la escena en la que Alfonso hizo una fila de varias cuadras para ver a su papá dentro del ataúd. Al dolor del adolescente al que le asesinaron al papá se le unió el desconcierto de encontrarse con sus hermanos (quienes no conocían de su existencia): “sentí pena por ellos. Y por mí. Por no poder acercarme a expresarlo. Y por no poder llorar juntos”.

Después inicia el recorrido por la niñez de Alfonso, que es un peregrinaje por la marginalidad que implica ser el hijo de una empleada de servicio (razón por la que se vio obligado a encerrarse en cuartos, en los patios de las casas en las que trabajaba su mamá). También es el recorrido por la vida de los campesinos que aprenden a leer a los ocho años, que desertan de la escuela en segundo de primaria o que salen y entran sin que lleguen a primero de bachillerato; de los hombres y mujeres que deben dormir en cuartos con doce personas; de quienes no tienen más futuro que cultivar y cuidar tierras ajenas.

Lentamente, la novela se transforma en el croquis de un país que discrimina y segrega por el apellido del papá, lugar de nacimiento, barrio en el que vive o la marca de la ropa; un país en el que se incumple el artículo 13 de la Constitución, que afirma que “todos somos iguales ante la ley”; un país en el que una senadora afirmó, a propósito de las chuzadas a Laura Sarabia que “Al Concejal [hay que] pedirle prudencia porque, si vamos a comparar las chuzadas de una sirvienta con las chuzadas de la Corte Suprema de Justicia, vamos a quedar muy mal librados”. Lo afirmó como si existieran dos raceros: uno para las empleadas del servicio y otro para los magistrados. Justamente ese es uno de los temas de la novela (pero no el único): ¿por qué deben tener trato preferente los hijos de magistrados, ministros o alcaldes frente a los hijos de empleadas de servicio, albañiles o profesores? ¿Cuál es la razón por la que se les abren las puertas a unos y se les cierra a otros? ¿Por qué no existe equidad entre quienes nacemos en el mismo territorio, bajo las mismas leyes?

A medida que avanza la novela se hace más compleja y más profunda la psicología del protagonista y se hace más nítida la relación con su papá. También se vislumbran los conflictos de la mamá y la historia de un país impulsivo y frenético. Los temas se mezclan como si se fuera un coctel que se paladea al final del día, en un bar de luces tenues. Y no podía ser de otra manera porque la novela es un viaje amargo, pero luminoso; es la bitácora de un colombiano promedio y la ruta de un hombre que estuvo marcado por el asesinato de su padre; es la metáfora de un país que niega una fracción de su población como si fuera producto de una relación prohibida; el retrato de una nación sin más identidad que el clasismo y la discriminación. 

Esquirla: la declaración de la senadora atrajo la indignación de Luis Alfonso Galán, el protagonista de la novela, que tan humano y real como usted y como yo. En su cuenta de Twitter escribió: “Luis Carlos Galán tuvo un hijo con María Isabel Corredor Barrera, mi madre, ella orgullosamente era una sirvienta”.

 

Diego Niño

@diego_ninho

Sobre el autor

Diego Niño

Diego Niño

Palabras que piden orillas

Bogotá, 1979. Lector entusiasta y autor del blog Tejiendo Naufragios de El Espectador.

@diego_ninho

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