Literatura
Los secretos de la señora de los tintos
Capítulo I
La serranía del Perijá amaneció esplendorosa. El sol se asomaba como en todos los días de verano: lentamente, pausadamente. Las aves despegaban el vuelo de sus nidos en busca del alimento que la naturaleza les proveía, mientras los animales rastreros emitían sus habituales sonidos, propios de su especie. Los árboles, grandes, majestuosos y frondosos, completaban el paisaje.
Desde el patio de su casa, Demetria observaba la serranía, ignorando todo lo que allí se vivía. El suyo era un mundo diferente, le tocaba ayudar a su mamá con los quehaceres domésticos. Primero barría el patio, luego lavaba la ropa y, después, preparaba y cocinaba los alimentos.
Eran días rutinarios, que no ofrecían a Demetria un porvenir prometedor. Ella no había terminado la primaria, y su mamá le insistía en que ya era hora de buscar trabajo en una casa de familia.
Así fue. No pasaron muchos días cuando llegó una tía a decirle que una señora del pueblo necesitaba a una muchacha para que la ayudara con los oficios varios y los quehaceres de la casa. La mamá de Demetria no lo pensó dos veces y la envió con la tía. Le preparó una bolsa con la poca ropa que tenía, se despidió de ella y le dijo:
—Hija, ya tiene usted dieciséis años. Pronto será una mujer hecha y derecha. Lo hago por su bien; aprenda a trabajar, ahorre y ayúdenos—
Una vez recibida por la patrona, la joven comenzó a trabajar con ella en los oficios varios. En verdad, le fue muy bien, pues estaba acostumbrada a todos los quehaceres encomendados y logró ganarse la confianza de su jefa.
Después de dos años de trabajo, y de convertirse prácticamente en la mano derecha de su patrona, se dio cuenta de cómo esta se ganaba la vida y cómo, sin darse cuenta, terminaba siendo parte de las proezas y artimañas que la señora utilizaba para llevar a cabo su negocio.
Su patrona se dedicaba a un oficio peculiar. Llegaban personas a quienes ella llamaba clientes, los hacía pasar a una habitación con poca luz, donde había una mesa, dos sillas y unas figuras que parecían santos. Los clientes empezaban a contarle sus problemas, y ella decidía si encender un tabaco o sacar unos naipes con figuras de reyes y bastos.
Tras escucharlos, se quedaba en silencio, pensando por un buen rato. Finalmente, escogía el tabaco y, al fumarlo, observaba las cenizas en busca de señales que le indicaran algo. Entonces comenzaba a hablar, asegurándoles que ese problema que tenían pronto se resolvería. Les decía que había una persona, a la que aún no podía identificar claramente, que estaba interfiriendo en el supuesto negocio.
Para neutralizar a esa persona, les proponía hacer "un trabajo". Esto incluía unos baños con plantas que ella misma preparaba, garantizándoles que así solucionarían todos sus problemas.
Otras veces, supuestamente, leía las cartas y daba consejos. Por estas consultas cobraba una buena suma de dinero, y la gente acudía a ella diariamente. Incluso, cuando acertaba en las soluciones que ofrecía como panacea, algunos clientes le hacían regalos en agradecimiento.
Demetria llevaba diez años trabajando con la señora. Había cumplido los veintiséis y, para entonces, ya era ella quien preparaba los bebedizos y baños que la señora le indicaba. Por ejemplo, en una garrafa grande de aguardiente vacía, la llenaba con agua de la alberca y le agregaba unos tronquitos recogidos en el patio de la casa y algunas hojas que ponían a secar. Nada espectacular, pensaba Demetria, y lo fácil que era ganarse la vida diciéndole a la gente lo que ellos querían oír.
Cuando la persona llegaba en carro, les mandaba baños y perfumes que ellos mismos traían, los dejaban y ella, supuestamente, les hacía un trabajo durante dos o tres días. Los colocaba al lado de un santo y no hacía más nada. Cuando volvían, simplemente les entregaba lo que había preparado.
Tenía tanta fama que acudían de otros pueblos y ciudades a consultarla y hacer trabajos de buena suerte, además de todo lo que lo esotérico podía incluir o demandar.
A dos cuadras de la casa había una tienda, y cuando Demetria salía a comprar lo del almuerzo, un muchacho la cortejaba. Ella terminó cediendo a sus pretensiones, tanto que lo embarazó dos veces, teniendo una hija y un hijo.
La señora, como era soltera y no tenía familia, la aceptó así y convivían juntas. El papá de los niños nunca aportó nada ni vivió con ella, por lo que Demetria se convirtió en madre soltera.
La señora, por cosas del destino, cuando Demetria cumplió treinta y cinco años, se fue a vivir a otra ciudad debido a problemas de salud y la dejó a cargo de la casa mientras la vendían. Esto se convirtió en un problema para el futuro de ella y sus hijos.
Por cosas del destino, llegó un carro de alta gama buscando los servicios de la señora. Ella le dijo que ya no vivía en el pueblo, pero que, si él quería, ella lo ayudaría. El señor le comentó que tenía una compraventa de carros en la ciudad y que llevaba un mes sin vender ninguno, lo que lo tenía desesperado. Ella lo hizo pasar a la habitación, le entregó una botella para los baños y le dijo que, cuando vendiera el primer carro, trajera un perfume para hacerle una preparación especial de buena suerte. Le cobró treinta mil pesos por la consulta, y el señor se fue esperanzado.
Su primer cliente, su primer pago. Demetria estaba contenta. Cinco días después, el señor regresó y le dijo:
—Aquí le traigo el perfume y quinientos mil pesos de regalo. Gracias a usted vendí una camioneta, y además me adelantaron la mitad de un automóvil--.
Demetria, impresionada por aquel acontecimiento, le preparó la loción especial. El señor quedó en volver y en traerle otros clientes.
Se dio cuenta de que el negocio no era malo y que, si su patrona había vivido de esa manera, ella también podía hacerlo. Analizó que, de cada veinte personas que atendía, a más de la mitad les funcionaban o acertaban sus recomendaciones. Con tanto tiempo aprendiendo el funcionamiento en la interpretación del tabaco y las cartas, el negocio marchaba sobre ruedas.
Una tarde llegó un candidato a la alcaldía del pueblo y le comentó que había sido recomendado por un amigo que tenía una compraventa en la ciudad. Le dijo que necesitaba saber si iba a ser alcalde del pueblo.
Ella le vendió una botella para los baños y le aseguró que lo iba a preparar para que ganara. El candidato se llevó la botella y volvió una semana después. Para entonces, ya punteaba en las encuestas. Con esta información en mente, a Demetria se le hizo más fácil decirle que ya había realizado el trabajo y que debía continuar con los baños para asegurar un triunfo seguro.
El destino fue leal a las predicciones casuales de Demetria, ella sin ningún conocimiento profundo de lo que estaba promulgando las cosas le estaban saliendo bien, pues resulta que el candidato salió electo y en agradecimiento le regaló una suma importante de dinero.
En los primeros meses de su mandato, el alcalde solía consultar a Demetria cada vez que iba a hacer una inversión o cerrar un negocio. Durante una de sus charlas, le dijo:
—Mira, Demetria, vamos a hacer una cosa. Yo te voy a nombrar en la alcaldía, en servicios varios, como la señora de los tintos. Cada vez que yo vaya a gestionar o adjudicar un contrato, pediré un tinto, y tú entrarás. Si me conviene la persona o el trato, te colocarás detrás del contratista y, con un movimiento de cabeza, me dirás si sí o si no--.
En estas circunstancias, Demetria se convirtió, indirectamente, en quien direccionaba las inversiones y las obras del municipio. En sus manos estaba decidir si se llevaban a cabo o no.
¿Y si este poder hubiera caído en otras manos, tal vez para aliarse con los contratistas? Pero no, a Demetria nunca le pasó esto por la mente. Con apenas segundo de primaria como preparación académica, su única preocupación era sacar adelante a sus hijos.
Se conformaba con ganarse el sueldo mínimo y, de vez en cuando, recibir una comisión que el alcalde le daba como agradecimiento.
Todo esto le sirvió a Demetria para comprarle la casa a su antigua patrona y ahorrar lo suficiente para la educación de sus hijos.
La "señora de los tintos" logró mantenerse durante tres periodos consecutivos en la alcaldía. Sin embargo, durante el tercer periodo, un funcionario comenzó a hacerle la vida imposible. Quería sacarla de la administración, ignorando el poder que ella tenía. Alegaba que no era justo que alguien analfabeta estuviera ganándose ese sueldo.
Sucedió que cada vez que este funcionario llevaba un proyecto al alcalde, Demetria, con un simple movimiento de cabeza, indicaba que no. El alcalde, confiando en ella, simplemente no lo aprobaba.
Finalmente, Demetria tomó la decisión de advertirle al alcalde:
—Ese señor tiene malas energías. Lo podría meter en problemas. Siento que es mejor sacarlo--.
El alcalde, confiando plenamente en su juicio, decidió despedir al funcionario de la alcaldía.
Sucedió que, al año siguiente, perdieron la alcaldía, y Demetria fue despedida de su puesto. Sin embargo, lejos de desanimarse, continuó con su labor de quiromancia, tabacomancia y cartomancia, actividades que seguían atrayendo a clientes de diferentes lugares.
Continuará…
Luis Carlos Guerra Ávila
Tachi Guerra
Sobre el autor
Luis Carlos Guerra Ávila
Magiriaimo Literario
Luis Carlos "El tachi" Guerra Avila nació en Codazzi, Cesar, un 09-04-62. Escritor, compositor y poeta. Entre sus obras tiene dos producciones musicales: "Auténtico", comercial, y "Misa vallenata", cristiana. Un poemario: "Nadie sabe que soy poeta". Varios ensayos y crónicas: "Origen de la música de acordeón”, “El ultimo juglar”, y análisis literarios de Juancho Polo Valencia, Doña Petra, Hijo de José Camilo, Hígado encebollado, entre otros. Actualmente se dedica a defender el río Magiriamo en Codazzi, como presidente de la Fundación Somos Codazzi y reside en Valledupar (Cesar).
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Excelente cuento
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