Literatura
Escorcia Gravini: la eternidad en una décima

Este 19 de marzo se cumplen 134 años del natalicio de Gabriel Escorcia Gravini, el soledeño que tuvo la capacidad de transformar el sufrimiento personal en poesía. A los 15 años, fue diagnosticado con lepra, lo que lo llevó a vivir en aislamiento en una celda construida por su familia en el patio de su casa para evitar su reclusión en un lazareto.
Como nos enseñó Susan Sontag, lo verdaderamente terrible no son las enfermedades en sí mismas, sino sus metáforas. En este juego alegórico, algunas dolencias han sido más favorecidas que otras. En el siglo XIX, el siglo de Escorcia Gravini, la tuberculosis, por ejemplo, fue idealizada como una enfermedad romántica, asociada con vidas jóvenes truncadas y una belleza etérea. Así lo reflejan las niñas de Edvard Munch, demacradas, evanescentes y somnolientas, con los ojos hundidos en una melancolía inasible.
La tuberculosis era la enfermedad de la pasión, confería al paciente una atracción casi febril, en sintonía con el espíritu de los poetas. Pero al vate de Soledad le correspondió un destino ominoso: contrajo la más estigmatizada de todas las enfermedades. Aunque la lepra era menos letal y menos contagiosa que la tuberculosis, resultaba aterradora porque deformaba el rostro, despojando a la persona de su humanidad. Las enfermedades que afectan la cara suelen ser más temidas y estigmatizadas, pues el rostro es nuestra identidad y principal medio de interacción social. Mientras las niñas tuberculosas inspiraban ardientes pasiones, la facies leonina del leproso suscitaba una reacción inmediata e irracional de terror y desprecio.
Pese al enorme infortunio, triunfó la poesía. El poeta soledeño enfrentó con sus versos al sufrimiento, la enfermedad y la exclusión. De esta manera, compartió el destino de muchos poetas de su siglo como Baudelaire, Rimbaud o Poe, que vivieron en la miseria, enfermos o marginados, pero transformaron su dolor en arte. Verlaine les llamó poetas malditos. Suelen desafiar las normas sociales, llevar vidas marginales y escribir poesía transgresora, oscura o incomprendida en su tiempo. Suelen ser figuras trágicas, pero con un legado literario influyente. La obra de Escorcia Gravini tiene esa belleza sombría de los límites de la muerte y del umbral de la eternidad.
Su obra es un testimonio de la angustia existencial, la fatalidad y la marginación. Su escritura se inscribe en el modernismo tardío, pero con un tono sombrío que lo acerca a la tradición de la literatura maldita. Su enfermedad no solo lo condenó al aislamiento, sino que permeó su visión del mundo y su estética poética, dotándola de una intensidad desgarradora.
Escorcia Gravini construye una lírica que transita entre la contemplación de la muerte y el anhelo de belleza inalcanzable. Su verso es melancólico, de cadencia musical y refinada elaboración, influenciado por Rubén Darío y el decadentismo francés. Sin embargo, su poética se aleja del esplendor modernista para adentrarse en un territorio de sombras, donde la enfermedad y la soledad se convierten en metáforas del destino humano. Su poesía es un canto crepuscular, donde la belleza y la desgracia conviven en un equilibrio doloroso.
Aunque la familia del poeta evitó enviarlo al lazareto de la Isla del Loro, lo relegó a un cuarto construido al final del patio, donde tuvo que enfrentar el tedio y la soledad. El mundo seguía ahí, a unos pocos pasos, pero le estaba vedado: su mera presencia bastaba para despertar miradas escandalizadas y juicios implacables. Los parques y los espacios públicos le eran inaccesibles, y ni siquiera los caminos rurales le ofrecían refugio, pues el temor ajeno lo condenaba al destierro perpetuo. Solo le quedaban la alta noche y el cementerio. Se dice que, en las madrugadas, Escorcia Gravini vagaba entre las tumbas del camposanto, encontrando allí la inspiración para sus versos… o acaso el único lugar que podía visitar sin ser rechazado: «Me fui a buscar a los muertos, por tener miedo a los vivos».
Su obra más destacada es La gran miseria humana, un poema compuesto por treinta décimas, que narran precisamente una visita al cementerio y un encuentro imaginario con la calavera de una mujer que lo había despreciado en vida. Es un poema extenso y estructurado, que combina reflexiones existenciales con un tono sombrío y melancólico. Desde el punto de vista métrico, el poema está compuesto principalmente por décimas, una forma poética de gran tradición en la literatura hispana. Cada estrofa del poema sigue un esquema de rima consonante ABBAACCDDC, una variante de la décima espinela que aporta musicalidad y coherencia al texto. Sus símbolos son la luna, el cementerio y la calavera, y su tono es filosófico y existencialista.
El poema ostenta una estructura dialógica, en donde el poeta interactúa con una calavera, convirtiendo el poema en una suerte de diálogo entre la vida y la muerte. Esta interacción recuerda a las danças macabras medievales y a la poesía barroca de Quevedo (A una calavera). El final es reflexivo y admonitorio: la última estrofa cierra el poema con una advertencia: todos, sin excepción, terminarán en la “gran miseria humana”.
A su muerte, a los leprosos y a su pequeño mundo solo les esperaba el fuego y el olvido. Gran parte de la obra de Escorcia Gravini fue consumida en la hoguera desinfectante, junto con sus libros, fotografías y amuletos. Se dice que escribió una novela, pero, como casi todo lo suyo, fue reducida a cenizas en la pira antiséptica.
Sin embargo, en 1976, Lisandro Meza llevó el poema a la música, otorgándole una nueva vida y un inesperado renacimiento. Sus versos, mayoritariamente octosílabos, dotan al poema de una cadencia natural que facilita su recitación y adaptación musical. Meza transformó la profunda reflexión existencial de Gabriel Escorcia Gravini en un son cubano de más de diez minutos, fusionando la poesía con los ritmos caribeños. Esta reinterpretación no solo amplió el alcance del mensaje filosófico del poeta, sino que también permitió que su obra trascendiera los círculos literarios, integrándose en celebraciones y festividades populares de la región.
La canción, a pesar de su extensión inusual para la radio, encontró difusión gracias a su cadencia y profundidad lírica. Según el periodista Ernesto McCausland, “el fúnebre canto ingresó... a las parrandas y en los bailes de carnaval (de 1977), donde las parejas disfrutaban apretadas los diez minutos de ritmo cadencioso... (con las) estrofas necrológicas”. Así, lo que nació como una sombría meditación sobre la miseria humana terminó convirtiéndose en un himno inesperado de la cultura popular, confirmando que el bardo de Soledad había escrito unas décimas para la eternidad.
Amador Ovalle
Sobre el autor

Amador Ovalle
Líneas de fuga
Nacido en San Diego, Cesar (1963), es médico y escritor. Ejerce la medicina en Bogotá, mientras cultiva la literatura. Ganador del concurso de cuento de ciencia ficción “Isaac Asimov” (1996). En 2024, publicó Entre fronteras, finalista en el Primer Premio Internacional de Novela Inédita Palabra Herida.
6 Comentarios
Excelente Texto. Que viva el legado de nuestro Poeta soledeño, Gabriel Escorcia Gravini.
Conmovedor artículo de opinión que reflexiona sobre la vida de Gabriel Escorcia Gravini y su obra poética, donde se observa la capacidad del arte -específicamente la poesía- para trascender el sufrimiento, el ostracismo y la marginación social, y perpetuar su legado, a pesar de las "metáforas" que rodeaban su enfermedad. El sufrimiento y las dificultades han trascendido en obras de arte que perduran en el tiempo, como lo registra la historia de muchos escritores. Un abrazo, Amador.
Disfruté esa poesía desde primero de bachillerato, recitaba estrofas en beladas y sentía el mensaje profundo de ese bello poema. Felicitaciones por ampliar mi conocimiento sobre su autor y la dificultad que le deparó la vida. Su obra es valiosa.
Muchísimas gracias por este reconocimiento al poeta muy valioso su análisis Gabriel sabía qu su vida día día se extinguía pero busco la manera de seguir viviendo hizo un cuarteto que con el tiempo se tomó como sus epitafio: "En el jardín de la melancolia, Donde es mi corazón un libro yerto Yo cultive la flor de la poesía Para vivir después de muerto".
Excelente artículo. Infortunadamente mucha de su obra fue destruida por temor al contagio de lepra. Pues sus familiares la recibían en papel y posteriormente la quemaban. Pero, algo quedó y trascendió
Valiosisimo análisis y gracias por todo detalle sobre la vida y obra del poeta soledeño .
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