Literatura

Volveré

Ubaldo Manuel Díaz

10/07/2025 - 05:40

 

Volveré
El cantante Ruby Pérez / Foto: créditos a su autor

 

Corría la década de los años 80 cuando conocí a Rubby Pérez, o más bien lo escuché por primera vez. Recuerdo que ese día, mi hermana menor limpiaba una de las habitaciones de la casa paterna. Yo estaba en la habitación contigua terminado de leer “Justine”, del Marqués de Sade, cuando escuché por primera vez el introito de ese poderoso sintetizador cuando iniciaba la melodía “volveré”. Dejé el libro de Sade sobre la mesa y seguí escuchando en silencio la prodigiosa voz que salía de un pequeño bafle que ambientaba la habitación. Me levanté a pie juntillas y le pregunté a mi hermana sin querer interrumpir sus quehaceres:

─¿Quién es él? ¿quién canta ahí.?

Mi hermana se hizo la que no me escuchó, limpiaba un porta-retrato donde aparecía mi abuelo con rostro de pedernal con sus bigotes de duque zarista al lado de una mujer de aspecto rural. Un chal cubría sus hombros. Al parecer, era mi abuela Catalina. En esa foto, sonreía de manera generosa al lado de ese oso que le respiraba en la nuca. Mi hermana se hizo la que no escuchó mi pregunta y sintonizó por segunda vez “Volveré”. Ahora yo la había tomado del talle y bailamos ese merengue por toda la habitación, sudaba por sus quehaceres y el baile, en cada vuelta se reía a carcajadas por mis ocurrencias. Ese día conocí a Rudy Pérez, y desde esa vez no dejé de escuchar su música.

Para esa época me había enamorado. Había conocido a Mercedes, una joven silenciosa y de una belleza extraña, que la habían comprometido oficialmente con un salvaje que de vez en cuando iba a su casa a visitarla, y se sentaba frente a ella a contemplarla en silencio. Mercedes era hija única, y por eso casi siempre se la pasaba con el circulo de mis hermanas. El milagro sucedió una nochebuena, Mercedes contemplaba un pequeño pesebre de vaquitas de pasta y lucecitas tristes que mi madre había instalado al fondo de la casa. Afuera había una algarabía, algunos vecinos habían instalado en sus terrazas poderosos altavoces que atronaban melodías navideñas. Esa noche vestía un jersey rosado adornado por unas trenzas sobre su cabeza, yo me le acerqué por detrás y le pregunté algo sobre el pesebre. Sonó extraño que le preguntara algo sobre el portal, ya que lo veía todos los días, desde que había iniciado el mes de diciembre. El “tamborilero” sonaba tenue sobre las extensiones de luces que parpadeaban lánguidas. Al fondo del portal, permanecía un pequeño árbol artificial coloreado de bolas multicolores que titilaba como bóveda celeste colgada al revés. Cuando me escuchó hablar, se asustó, volteó su mirada, e inquieta se apretujó las manos y su mirada nerviosa se posaba hacia la calle donde sonaba “tus besos” de Rubby Pérez. Mi hermana la “laboriosa” que pasaba con una cubeta de hielo sobre sus manos para los adultos que bebían y conversaban animadamente sentados en una amplia terraza, y que había visto la escena del pesebre, hizo que uno de los altavoces sonara hacia la sala, y de manera jocosa dijo: “bailen, ustedes hacen como buena pareja”. Ella se ruborizó, y yo sin pedir permiso la tomé del talle y Rudy Pérez terminó de hacer el milagro, sonó “volveré”. Esa noche bailamos hasta el cansancio. Al final, después de nochebuena, exhaustos, sentados en la terraza me preguntó qué era lo que leía, porque me había visto siempre con un libro en la mano. Yo le sonreí y me dio vergüenza confesarle que estaba leyendo a Sade. Noche de paz seguía sonando en el pequeño portal, que ahora emitía una luz especial porque había nacido el hijo de Dios. Mi madre y sus hijos más pequeños murmuraban algunas plegarias alrededor de él pidiendo los deseos de la navidad. Mercedes se acercó y me susurró al oído, “vamos y pedimos un deseo para los dos”. Yo me negué, ante la negativa me preguntó el porqué.

─Es que Dios talvez no me conceda el milagro que le voy a pedir.  ─ Le dije un poco abrumado.

─Porqué, si para Él nada hay imposible. Yo me quedé en silencio mirando como la bóveda celeste era arropada por una nube. Las melodías seguían sonando en las terrazas del barrio, a lo lejos se escuchaba el estruendo de la pólvora con sus luces que reventaban como arboles anaranjados en el firmamento. La navidad había llegado. Después de esa noche no la volví a ver.

Las melodías del cantante dominicano fueron mi refugio. Rubby Pérez fue mi confidente y cómplice en esos momentos de soledad, refugiado en las últimas lecturas de Sade, el tiempo trascurría de manera tediosa.

El día que escuché la noticia del fallecimiento de Rubby Pérez, los cables internacionales emitían una y otra vez, ese doloroso suceso ocurrido en el jet set de Santo Domingo al lado de cientos de personas cuando se derrumbó el techo del sitio donde se presentaba ese ocho de abril del año 2025. La verdad no sé qué sentí, primero fue un profundo dolor, luego cuando fui asimilando la noticia, pude hacer poco a poco el duelo de esa pérdida, como cuando se pierde a un ser querido.  Sentado frente a mi ordenador, recuerdo a Mercedes y las melodías del eterno cantante nacido en Santo Domingo; cierro los ojos y viene a mi mente la imagen de esa jovencita de trenzas y de ojos asustadizos que bailaba conmigo de un lado a otro en la amplia sala de la casa, al lado de un pequeño portal que seguía murmurando el tamborilero.

 

Ubaldo Manuel Díaz

Sobre el autor

Ubaldo Manuel Díaz

Ubaldo Manuel Díaz

Pluma libre

Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía Ciudad Floridablanca. Premio pluma de Oro  de la asociación de periodistas de Barrancabermeja APB. Años 2018- 2019- 2022- 2024.en la categoría crónica, reportaje. Lector sin disciplina desde los siete años. Amante de la literatura rusa: Tolstoi, Dostoievski, Chejov... Ha escrito más de cien crónicas y reportajes. Actualmente reside en Barrancabermeja. 

Email: sinuano1817@yahoo.es

 

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