Literatura

Toga y ribete

Edgar Arcos Palma

18/08/2025 - 05:30

 

Toga y ribete

 

Sonrió, con ese gesto perverso de su comisura ladeada que la identificó siempre,  labios gruesos, insinuantes delataron la lascivia inoportuna de ese ceremonioso momento ; el teatro con su ostentación, gigantescas arañas iridiscentes que se metían por todas las rendijas , todos los asistentes iluminados en la magnificencia del acto; un sutil toque con el codo de su compañero a la izquierda, “Negro”, uno de sus parceros atragantó el comentario de su ya irreverente labia que ya asomaba, la rebeldía de no encontrarse ahora lejos de allí, salvo su pensamiento libre y vagabundo,  el desprecio por el discurso vacío del orador de turno, el rector de la universidad, quien aludía a palabras de cajón como esfuerzo, disciplina, tesón, responsabilidad…Puaf. Divagó con sus labios ahora simétricos en un puchero de desdén, el cielo raso decorado con madera policromada de verde y oro, los rectángulos en perfecto orden entre una lámpara y otra, la borla dorada de su ribete ofrecida a la broma y el tirón imperceptible de otra mujer detrás suyo, la mano derecha instantánea sobre el ribete justo antes de desprenderse de su cabeza. ¡Idiota! Risitas sofocadas. Las palomas en el cielo raso volaron sin brújula estrellándose contra las lámparas y vidrios pulcros, la trampa del infinito de la noche por comenzar, plumas, picos, patas, todo pulverizado en una nube leve desafiando la gravedad para luego posarse displicente sobre ribetes y togas de quienes a esa hora larga del discurso anodino pugnaban por seguir la coherencia cada vez diluida, las mentes divagando tan lejos como podían en la incertidumbre del qué harían mañana ya despojados de la pompa del sueño.

Drista sacudió el polvo de su toga y ribete, tosió, movió enérgica su cabeza y el ribete estuvo otra vez a punto de salir disparado, su mano derecha lo atrapó, lo encajó apretando los largos y ensortijados cabellos negros, también las palabras del rector desaparecieron como motas de polvo de los cadáveres de las palomas, y como todo vacío tiende a ocuparse, inclinó su cabeza, mentón al pecho, con sus dedos empezó el rito de recoger la toga lentamente, cruzó su pierna izquierda y se obsesionó con encontrar la piel de sus pantorrillas, la falda corta, provocativa debajo de la toga facilitó la visión, zapatos de tacón alto, ella acarició el muslo izquierdo lanzando miradas furtivas a su compañero, el inofensivo Negro con la sonrisa ladeada de hacía unos minutos emergiendo traviesa en el atrevimiento procaz.

Bueno -pensó- en aras de la discusión y siguiendo el falso discurso del rector no tendré que fingir sabiduría, ciencia, dedicación ni título alguno. ¡diablos, no sé qué hago aquí!

Pequeña estatura, no más de metro y medio sin por eso hacerse a epítetos desobligantes que por su coraza de niña atrevida nunca se hicieron, sus negros ojos encajados en grandes cuencas, ojos coquetos que parecían reposar sobre repisas de mejillas blancas, estampa arrasadora y cautivante. Figura moldeada con la disciplina del ejercicio inculcado por su madre quien todas las mañanas con sus hijos ya en el colegio y su esposo en el negocio próspero, recorría las diez cuadras hasta el gimnasio donde dos horas diarias eran suficientes para mantener una estampa como de hermana mayor cada vez que salía a pasear al centro de la ciudad con su hija. Drisda entonces la endiosó, la foto de su bella madre en trusa deportiva reemplazó las imágenes de vírgenes y santos, ¡no faltaba más! Su querida mamá ahora altiva y orgullosa por su hija ya profesional, arriba en la platea junto a otros padres de familia. Cruzaron furtivos gestos cómplices, satisfecha volvió a su posición habitual esto es, mirada al frente donde las palabras seguían la diatriba sin sentido.

La universidad en otra ciudad diferente a la suya cerca de la frontera, de climas mojigatos, de acentos tan típicos que al hablar desdibujaban la frontera de los dos países. ¡Somos los mismos que carajos! Su voz de giros de niña mimada, don de mando que suplía con creces la estatura, risa explosiva encajada en la boca de labios carnosos, sugestiva. Al llegar a la capital para la gran experiencia universitaria, precedida de un periodo de adolescencia impertinente y la severa advertencia de sus padres, la desconfianza madurada por experiencias desobligantes, la puesta en escena de un guardián implacable, su hermano mayor quien la aventajaba con la experiencia del conocimiento de la capital, aquí te tengo hermanita, a ajuiciarse, no te voy a dar respiro, Drista y su provocadora sonrisa sin pronunciar palabra, ojos retadores. Su hermano lo sabía, vaya sí lo sabía. Sus labios apretados hicieron reír los ojos recordando esos primeros momentos en la U, se acomodó en el asiento y fingió atención en las palabras insulsas que se evaporaban como palomas muertas.

Se sobresaltó, el auditorio de pies; los imitó y cantó el himno de la U, estrofas tontas de montañas, banderas, el saber y el querer y hombres y mujeres del futuro. Se dejó luego caer con la atención leve en el semi círculo de quienes presidían la ceremonia en el escenario. Los contó. Allá en la posición 10 de los 12 asientos estaba quien con su altísima estatura quiso ¿cómo dicen? sobrepasarse. Buscó ahora sus ojos, no los encontró, parecía un Polifemo mirando al vacío.

Durante un semestre fue su sombra, cuan grande era, salones de clase, bibliotecas, cafetería, insinuaciones, obsesión en cada uno de sus movimientos procaces y temerarios, en esa risa que le quitó al gigante noches de sosiego, invitaciones a tomarse algo, ¿algo? Si, bueno, un aguardiente, me han dicho que te gusta la rumba, el cálculo de un galanteo con una propina de buenas notas, el sesgo de lo bueno y lo malo, ese viejo no me gusta y yo que voy a hacer, los rumores y consejos de su círculo de amigos, cuidado no te vayas a meter en problemas, los pasos largos yendo y viniendo sin descanso hasta verla aparecer en sus continuas vigilias en sendos bares de la ciudad, el acicate de otro profesor de hágale hombre que yo lo cubro, el encuentro repetido “accidental” y que haces tu aquí Drista a estas horas de la noche, ella respondiendo con una insolente carcajada y usted me está siguiendo profe, me lo encuentro hasta en la sopa, el rechazo, el desdén seguidos de un semestre que debió repetir a pesar de haber intentado ser buena estudiante. Lo era.

Aplausos cerrados para el cuarteto de cámara en el punto quinto del programa, cuchichea a su izquierda a su fiel escudero, el tumaqueño buena gente que le acolitó sus andanzas con el sigilo de animal en celo y dispuesto a guardar sus secretos que ya eran más de uno; él le sopla al oído confirmándole la agonía, quinto punto, desazón de Drista, la entrega de diplomas está en el punto 10, justo antes de lanzar los ribetes al aire…y mandar todo esto a la mierda.

Las llamadas a su amante a altas horas de la madrugada desde un bar de aquellos que circundan las universidades, “unibarsidades” jeje, qué bien puesta esa palabra, la sozobra de Negro ante tamaña temeridad, semestres, madrugadas, preparación de clases, seminarios, exámenes, tests relámpagos, las prácticas avanzaban sin el menor cuidado; no seas bruta, el móvil escondido y cálmate ve, lo suyo era bailar y beber, la sal de frutas y el chicle al otro día y a dormir en las últimas sillas del salón. ¿Cuántas veces lo hizo? Se encogió de toga para arriba, cruzó piernas de nuevo, pareció recrearse en la maldad imaginando a su “pocholate” sobresaltándose al timbre del móvil a horas inusuales, de seguro miraría a su mujer por fortuna a esa hora profunda, jaja, se le metería en el insomnio, ese man me tiene tragada, seguro pensaría en ella, en esa pequeña mujer con un cuerpo cincelado, ya recorrido en caricias de noches delirantes, en espacios insospechados, en ebriedades sin fin atenazadas con la rúbrica de la U, llave de libertad y libertinajes, ¡qué diablos!

Su madre, ese tesón y fortaleza, ese ejemplo que lamentaba no estar copiando, de ella apenas asumió la oda a su cuerpo, el miedo a engordar, la obsesión por mantener la aguja de la balanza en su sitio, sus constantes y eternas sesiones frente al espejo, su madre eludiendo canas y arrugas frente al espejo, cuidado con arrastrar los pies, eso sí, erguida, frente en alto para envidia de sus vecinas. Frases hirientes en el barrio de clase media a su paso, mírenla a esa mujer, con dos hijos y ni siquiera les prepara el desayuno con tal de irse al gimnasio, ahí pasa esa creída, ya viene contoneándose esa mona peli teñida y otras florituras del campo del chisme social tan de moda por estos parajes. Drista orientó de nuevo sus ojos y le regaló una sonrisa a su madre quien lucía a esa hora la majestuosidad de mujer joven con un alto grado de autoestima. Ella sintió la saeta de su hija y le devolvió un guiño y una sonrisa ambigua de asentimiento y no te muevas tanto en esa silla hija.

Los arreglos florales adornan el escenario al lado y lado, rosas rojas, rosas, el instinto la encoge, un vacío en el epigastrio, la contractura de maseteros dientes apretados, un leve quejido en tanto la programación avanza, los ribetes de sus compañeros apenas se mueven, nadie cabecea, su ribete se muestra inquieto, como sombras destiladas del efecto del nervio vago los pétalos de las rosas comienzan a desprenderse en perfecta armonía, apenas puede creerlo, los ve pasar sobre la cabeza, cierra los ojos, toman altura, un vientecillo eterno del cañón del río los dirige a un destino, a una cama donde se posan en desorden cubriendo toda la superficie del lecho. Ahí estuvo con su “pocholate”, un cumpleaños celebrado con ayuda de una celestina solidaria en la locura del enamoramiento que por poco echa al traste un semestre de su carrera. La mamá, todo corazón, lo supo, adivinó antes de la confesión de Drista, lo sufrió, fue su confidente, viajó a la capital, lo atisbó, lo conoció agazapada en un cruce de calles, entendió justificando a su hija e impotente apenas se atrevió a rogar a todos los santos porque eso fuese pasajero. El alcance de los actos es temerario y no mide consecuencias, a pesar de advertencias Drista caminó por el callejón oscuro, sorteó atrevimientos, llantos, desazón y depresión, angustias; no se detuvo. Los cálculos de princesas y príncipes fueron noches de insomnio, promesas a las que se aferraba ignorando su final.

Octavo punto, Drista recompuso su posición en el asiento, su mano masajeó el abdomen, el dolor desaparecía lento sin dejar rastro, de nuevo como tantas veces hizo juramento de tomar otros rumbos, ahora sí, ahora cumpliría; acarició sin malicia sus costados cerca de las caderas y se amó a sí misma.

Euforia, locuacidad, desinhibición

Esa noche, en aquella noche algo se quedó en la bruma del pensamiento embebido, horas tras horas sin descansar, los mismos parceros de siempre, “pocholate” sumiso perrito faldero de quien no se había de fiar pues sus ojos denotaban amor fingido y en el extremo de sus retinas las mujeres se dejaban amar con palabras que a él solo se le ocurrían y que Quedaron a encontrarse en el sitio convenido, Yanada tres asientos a su derecha siente la penetrante mirada de Drista, ladea imperceptible la cabeza, sus ojos cómplices se cruzan en la sensación de eso que quedó flotando aquella noche, esa larga noche de farra, Yanada hace un gesto con la palma de su mano izquierda en posición ventral, la levanta un par de centímetros y realza su “¿qué?” levantando al tiempo el hombro izquierdo, los ojos de Drista ríen y ceden al discurso del decano en la tarima, por un instante, solo por un instante. Drista se acomoda inquieta en el asiento sin acertar a interpretar los gestos de Yanada.

 

Cierra sus ojazos un momento, los abre y el escenario la aburre sobremanera. Desearía a esa hora otro sitio, un café, un bar, un motel, cualquier cosa y no aquí. < Qué se habrá hecho mi pocholate?>

La noche se cernía límpida, aún las nubes en el horizonte de las altas montañas brillaban con el ocaso y pocholate como siempre llegó puntual. No tuvo que esperar mucho. El grupo llegó achispado, todos mostraban el regocijo de una prometedora aventura de despedida, eso habían dicho, cómo sí nunca más volverían a encontrarse, Checho les espetó el escepticismo y juró que esas salidas se volverían a suceder, tranquilos. De nuevo las risas idiotizadas ya con euforizante del alcohol. Estamos en modo contentos, ¿cierto? ¡Cierto!

El replicó con el gesto cómplice y el halago mirando en fracciones de segundos al retrovisor con el descaro en sus ojos a Yanada quien esperaba ese signo convencida, él apartó la insinuación con una sonrisa socarrona e invitó a destapar un aguardiente puesto a propósito en el asiento trasero. Hubo química, hubo contacto, hubo secreto develado y la noche abarcó escenas por descubrir.

 Negro detuvo una vez más la irreverencia de Drista, “tranquila compa que esto ya casi acaba” y ella intentando quitarse el ribete quedó suspendida tras el regaño de su parcero a quien quería entrañablemente. Yanada los recriminó con el dedo índice perpendicular a su boca. El momento de pasar a la tarima se aproximaba y la tensión iba en aumento. Una cosa era segura, ninguno de los cuatro sería nombrado en los puestos de honor, excelencia, cumplimiento y espíritu de investigación, por supuesto que eso los tenía sin cuidado. Antes de entrar al auditorio cruzaron algunas palabras al respecto y la carcajada no se hizo esperar.

Yanada jugaba con la posibilidad postrera de coronar el deseo. Piel de india, descendiente de las montañas vecinas de la capital, cabello abundante azabache, largo, casi le cubría la espalda, ojos negros soportados en pómulos salientes, armónicos y sugestivos; un cuerpo recio acostumbrado a los quehaceres del campo le había moldeado la silueta que al moverse despertó clamores de sus vecinos. Su carácter recio alejó pretensiones y se mantuvo fiel a su autocomplacencia hasta que conoció a pocholate. Drista imbuida en sus propias cuitas nunca reparó en las ocasionales señales que se cruzaban pocholate y Yanada si bien con acuerdo tácito, sin decirse nada, respetaron los espacios, limitándose a roces discretos de dorsos de manos, meñiques entrelazados en tiempos sin cálculo, sus muslos arriba y abajo cuando coincidían en asientos uno al lado de otro sopesando la fortaleza de años de jugar al fútbol. Si, ella también jugaba fútbol. ¡con razón esas piernotas! Los años de universidad fueron un ejercicio de mantenerse a salvo de pretendientes a cambio de desear el hombre de la prójima en silencio de noches de autocaricias, de pijamas despojadas por sus manos con la cadencia lenta de ojos apretados, sus cabellos sobre la almohada y sus piernas, sus piernotas aprisionando los dedos húmedos. Muchas noches, y

El punto nueve del programa no era de su interés, aplaudió por cortesía a los nerdos del grupo, idiotas que la miraron de soslayo durante toda la carrera y vaya sí tampoco le importaron sus devaneos y sus intentos por congraciarse con todos en el grupo. Tamaña pretensión. Se encogió de hombros y de nuevo a su derecha la mirada, se encontraron los ojos de un secreto interrogante que se le hizo tormenta después de aquella noche. Yanada, aplaudiendo con negligencia a los homenajeados en la tarima también encuadró esa noche en sus sentidos, sonrió esta vez aumentando la desazón de Drista quien aventuró un mudo “¿qué?” levantando las cejas y Yanada segura de sus sentimientos desdeñó el gesto concentrándose otra vez en el acto de premiación de los nerdos.

Un ascenso sostenido hacía la montaña, el vehículo se comportaba acorde a las circunstancias, sea el aumento del tono de las voces, las frases sin sentido, el chiste flojo, las copas escanciadas con habilidad por Negro autoelegido para dicho menester con lo cual podría eludir la presión de beber sin medida y de garantizar la seguridad de todos al ofrecer porciones mínimas al conductor previo guiño de asentimiento. Conjeturas de peleas de parejas en el semestre, de materias aplazadas y de algunos que ya no se podrían graduar, de las vidas secretas de directivos y profesores, un cántico a la frivolidad que pocholate celebraba con la hipocresía del caso y sin permitirse desentonar en lo que parecía anticipar como una gran rumba. Todos al unísono celebraban el fin de la carrera, y el próximo grado en un mes, anticipaban los trajes a lucir en los diferentes agasajos de sus familiares.

 

Pérdida del autocontrol, incoordinación

El vehículo ahora transitaba a mayor velocidad, Negro advertía con timidez educada al conductor, Checho reía ya hipando, fijando la vista en los dos haces de luces que se pintaban en la oscura carretera, Ginnette asentía como siempre a lo que se dijere o hiciese. De trecho en trecho las protestas “mucho verano” “Negro, ¿qué te pasa que no sirves? ¿Estás dormido o qué? De repente, al desembocar a una recta después de otro corto ascenso atisbaron luces intermitentes rojas, blancas y azules, un vehículo oficial detenido, unos conos anaranjados de caucho en el centro de la vía y dos oficiales señalando con sus brazos, deténgase y arrímese a la vera. La grúa fue llamada para llevarse el vehículo de pocholate, el despertar de Checho, el asombro de Ginnette, la adrenalina de pocholate y la voz de caricias de Yanada y Drista a los oficiales, el cuchicheo y la mano de pocholate al bolsillo en busca de algunos billetes para zanjar el asunto, la advertencia de detenerse en algún lugar seguro porque más adelante habría otra patrulla. La bronca de pocholate repentinamente sobrio, su absurda imprudencia, Drista con su voz ahora disártrica instándolo a calmarse, “ya pasó mi pocholate, vamos a continuarla” y él reacio a seguir en ese cuento. Avanzaban con el sigilo y la pesadilla de las luces blanca, azul y roja en cada curva, nada pasó e ingresaron a un motel donde estarían a salvo.

 Lentitud mental. Disartia, alteración de la percepción

Motel. ¿A quién se le ocurrió? De seguro pocholate obedeció alguna sugerencia en ese sentido, él por sí solo no se hubiera atrevido. Carcajadas de los seis intrépidos ya a salvo de la policía, el mal genio de pocholate se disipó poco a poco y hurgó en el bolsillo para pagar tres habitaciones, la protesta de no se quien, nooo, todos en una misma habitación, la voz aguardientosa de Drista exigiendo una pieza grande con jacuzzi. ¿cuántos son? Pocholate pagó y todos ingresaron en plan de expedicionarios, unos ayudando a subir a otros las gradas a la segunda planta, el funcionario de turno acucioso pone a funcionar el jacuzzi, ahí está el jabón, la llave para cerrar y evitar inundaciones, ¿quieren que me quede para ayudarles? ¡y a este bobo! ¿qué le pasa? ¡Sal inmediatamente de aquí corrompido! La exploración realizada tres camas y dos catres. Drista asombró en su desnudez y sus pasitos inestables dirigiéndose al jacuzzi. Pocholate resistió el impulso. Mucho público. Negro, apenas entonado se escabulló a la habitación más discreta y se durmió.

 

Amnesia

Yanada instó a pocholate a acompañar a Drista al jacuzzi, lo animó desnudándose y su risa y sus dientes cautivantes, sus pies ocultos en la espuma, se sentó, se reclinó, la espuma a nivel de su mentón levantó una mano, Drista, sus ojazos negros ribeteados de rojo ardor la imitó y desde allí le hicieron espacio. Aquí cabemos todos. La secuencia de caricias a las manos que por momentos se multiplicaban, muchas manos, los celos nebulosos en un estado de vértigo y confusión, el disimulo de una y satisfacción de la otra, el atrevimiento del beso de Yanada a pocholate por fin conseguido, beso lascivo, ojos abiertos con el doble propósito de saciar su deseo en cada gesto del hombre y vigilar a su compañera, evitar que la pillara, evitar, carajo que se ahogara, tal era el riesgo, los ojos enrojecidos intentan escudriñar cuerpos en sombras sin deformes, luego la succión de su boca, el quejido de su boca, el quejido de éxtasis de la otra, labios fundidos, manos trepadoras, espumas ondulantes, cuerpos convulsos, pocholate sentado en el borde del jacuzzi, la vigilia precoz y luego la inconsciencia del nivel del agua de espumas cómplices en ondas violentas que pasan a una calma, al quejido suave, al suspiro, a  un piso circundante encharcado.

En orden alfabético pasan a la tarima, reciben los diplomas, el aplauso de los asistentes, las palomas fueron aniquiladas, la pulcritud de las togas y ribetes son la ecuación perfecta de un trajinar en la U que no se olvidará. Luego, siguiendo el protocolo, los ribetes imitan el vuelo de las palomas ausentes, todos se abrazan, cruces de palabras sin convicción, promesas de volverse a ver que todos saben nunca se cumplirán, El fin del acto, los hurras, los aplausos, las felicitaciones, los buenos augurios, todos mezclados saliendo a los pasillos, a la antesala del auditorio ahora abarrotada, graduandos, padres orgullosos, familiares, invitados y profesores, directivos, un gigante derrotado con el insulto procaz en el escenario se desplaza a la salida evitando el roce social. El gigante se escabulle avergonzado. Drista victoriosa ve empequeñecerse al gigante con la cabeza hundida en sus anchos hombros, se siente satisfecha, ahora como pellizcada por una alerta oscura por fin se ve libre de abrazos y apretujones, cuan pequeña es, se empina entre todos buscando a su grupo, pregunta a Negro, a Checho por Yanada, niegan sonrientes, la pierden de vista, Sola, da saltitos en medio de la multitud. No puede ser. En el vuelo de los ribetes y gritos de júbilo de los graduandos Drista había decidido, se había llenado de coraje para al fin preguntarle Yanada, la abordaría en lo que consideraba el instante postrero para descubrir sus íntimos secretos, sus confesiones, ese algo que le quitaba el sueño desde aquella noche. No la encontró.  

 

Edgar Arcos Palma

Sobre el autor

Edgar Arcos Palma

Edgar Arcos Palma

El Catabre

Escritor nacido en Pasto (Nariño). Autor de las novelas “Yaguargo” (2021) y “Escalera al vacío” (2023). Médico de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y endocrinólogo de la Universidad René Descartes (París, Francia). Es miembro del comité editorial de la revista Estafeta. Publica sus cuentos en la revista Estafeta y PanoramaCultural.com.co.

1 Comentarios


Lorena 21-08-2025 09:14 AM

Tu dedicación y pasión por la escritura se reflejan en cada texto. Un gran aplauso para ti!!! Pd: Eso de escribir te resulta bien.

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