Literatura
Océano tempestuoso

Reseña del libro Ojos Sublevados de Carlos Fernández. Editorial Escarabajo, 2025.
En Ojos Sublevados, lo fantástico irrumpe desde la primera línea. Nos captura súbitamente, sin importar su origen o su destino. Estos cuentos son una invitación a entregarnos a otras formas de percibir, existir y habitar. Las transformaciones son radicales. En algunos cuentos trastornan la existencia de los personajes, en otros, se incorporan a su cotidianidad de forma natural y serena. Esto último sugiere una profunda adaptación cognitiva. Es como si la nueva realidad encontrara terreno abonado en la psique humana. O, quizás, poseemos la capacidad de adaptarnos a lo inconcebible.
Los cambios pueden categorizarse en dos conjuntos: individuales —que revolucionan el núcleo íntimo— y planetarios —que afectan a la humanidad y, en algunos casos, a la realidad—. El primer conjunto le plantea al lector la dificultad de establecer la naturaleza y el alcance de la anomalía, dado que los relatos son narrados en primera persona. No se sabe si la singularidad es una alucinación, un fenómeno generalizado o solo la experimenta el narrador. La perspectiva interna predomina y es tan intensa que la mirada colectiva permanece latente, en segundo plano. Los sucesos se subordinan a la esfera emocional. La tensión no nace de un acontecimiento que todos presencian, sino de su incidencia en la mente del protagonista.
Esta característica se puede observar en el siguiente fragmento de Gente prendida:
“Estoy como entre arrullos en este anochecer de lámparas andantes que alumbran la cuadra. Una es el caballero del bastón, que se acaba de detener delante de una casa y está abriendo la reja. Otra es una mujer que sale de una casa de la acera de enfrente y observa divertida a su perro, que sacude su melena gris jaspeada de blanco y gira sobre las baldosas del antejardín, loco por salir a la calle. Uno que llega, dos que se van.
La mujer no despide sus luces por todas partes o sería deslumbrante y cegadora y no la elegante lámpara que lleva al perro tumultuoso sujeto de una correa a lo largo de la acera. La veo iluminar y pienso en aviones que penetran con los chorros de sus faros el cielo nocturno, ellos también lámparas que albergan decenas de lámparas pasajeras en sus largas cabinas. Debe ser que la mujer desea viajar pronto. La luz que evoca la navegación aérea sale de… ¿debajo del brazo libre, que se balancea con sus pasos? ¿Del ángulo bajo el seno? ¿De su pelo?”
Frente a esta ambigüedad íntima, otros relatos presentan mutaciones evidentes y de alcance planetario. En ellos es indudable la naturaleza colectiva y real del fenómeno, como sucede en Nuestra misteriosa piedra negra:
“El tiempo parecía no transcurrir porque lo blanco no variaba, pero sí transcurría, porque yo caminaba. El reloj había desaparecido de la pantalla, que deslicé buscando WhatsApp. La encontré sepultada bajo una especie de nube. Era blanca como la arena de ese desierto y opacaba los íconos de todas las aplicaciones. Los golpeé uno tras otro con el índice y no se abrió ninguno. Solo el teléfono verde conservaba su brillo. Le di un golpecito y aparecieron el teclado y el altavoz. No había Contactos ni Registro de llamadas. Marqué el número de mis padres y respondieron al primer timbrazo.
—¡Por Dios!
Con su exclamación, que fue como una maldición, volvieron los dos en el balcón, la piscina, las torres del conjunto, los quebrados farallones, el sol, los olores de la vegetación y la sombra del almendro.
El reloj del celular reapareció y vi resplandecer el altavoz. Eran las nueve y veintitrés de la mañana. Los íconos permanecían bajo la nube, insensibles a la percusión de mi dedo.
Mis padres dijeron que aparecieron en un mundo blanco apenas colgaron.
—¿Ustedes también?”
Este último conjunto equilibra la resonancia interna y las implicaciones externas de los fenómenos. En estas historias también es más explícita la indagación sobre los mecanismos que constituyen la realidad. Los cambios son cardinales y derriban los fundamentos de lo que consideramos sólido y estable.
En los dos grupos los sucesos conducen a un universo narrativo —profundamente sensitivo— que sienta las bases de una nueva existencia. Es imposible evadir la pregunta sobre qué es la realidad y cuál es su relación con la conciencia y los sentidos. ¿Qué somos si nuestro cuerpo, razonamientos, visión, tacto y oído se modifican o desaparecen? Esta indagación nos conduce a terrenos inestables: ¿somos alma, información, conciencia o algo en perpetua evolución material?
El siguiente diálogo de Las metamorfosis ahonda en este dilema fundamental:
“Nuestro traslado a la red confirma la existencia del alma, escribió un muro, porque ¿qué, sino el alma, ha abandonado nuestros viejos cuerpos y transmigrado a los muros? ¿Por qué, si no, esos cuerpos carecen de fulgor, están vaciados de espíritu?
Si somos almas, replicó otro muro, ¿por qué nos trasladamos a la red, en vez de flotar en el éter desembarazadas de la materia? ¡Lo que estamos viviendo es una metamorfosis!
¿Metamorfosis? ¿Evolutiva, quiere usted decir?
Hace usted evolucionar mi pensamiento.
De ser así, escribió otro muro, la metamorfosis vendría gestándose desde que comenzamos a embebernos en las pantallas de nuestros aparatos.”
Estas características, cambios radicales que cuestionan la realidad, ambigüedad que nos sumerge en los universos de los personajes, metamorfosis que redefinen la humanidad— invitan al lector a participar activamente en la construcción de sentido. Ojos Sublevados es, en definitiva, un océano tempestuoso que provoca un estupor que no es pasajero o intrascendente, ya que siembra inquietudes que regresan en oleadas. Es un mapa que crea una geografía abismal mediante cuadrantes hechos a nuestra medida. No puede ser de otra manera porque los cuentos del libro nacen del deseo de ahondar en la realidad y en la médula de nuestra consciencia.
Diego Niño
Sobre el autor

Diego Niño
Palabras que piden orillas
Bogotá, 1979. Lector entusiasta y autor del blog Tejiendo Naufragios de El Espectador.
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