Literatura
Julio Ramón Ribeyro: una vocación de sangre, sudor y humo
En medio del fervor patrio por la reincorporación de la heroica ciudad de Tacna (Perú), el 31 de agosto de 1929, Julio Ramón Ribeyro daba sus primeras bocanadas de aire. Nada hacía presagiar que, años después, este niño se convertiría en uno de los escritores más apreciados tanto dentro como fuera del Perú.
Impulsado por la tradición familiar, estudió Derecho y Letras en la Pontificia Universidad Católica del Perú; sin embargo, ganado por la vocación literaria abandonó sus estudios jurídicos.
Inicios
En 1948 inicia su apasionante carrera literaria con el cuento “La vida gris” que publicó en la revista Correo Bolivariano. Poco tiempo después, en 1953, tras ganar un concurso de cuentos convocado por el Instituto de Cultura Hispánica, se traslada a Paris para seguir estudios de literatura francesa en la Sorbona, este viaje le permitió conocer países como Bélgica, Polonia, Italia y Alemania.
Después de tantos avatares e infortunios en 1954 publica su primera colección de relatos al cual emblemáticamente llamaría “Los gallinazos sin plumas”.
En Europa, su experiencia vital es sometida a las más duras pruebas, realiza todo tipo de trabajos con el fin de mantener incólume sus aspiraciones literarias. Entre 1955 y 1956, aprovechando su estancia ideal en Múnich, escribe su primera novela “Crónica de San Gabriel”, en su diario “La tentación del fracaso” hace referencia del mismo:
"Escribí "Crónica de San Gabriel" cuando me encontraba viviendo solo en Munich (Alemania), sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma, tampoco salía a la calle por el frío polar imperante...comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginar todo el tiempo pasando unas plácidas vacaciones en la sierra peruana. Claro que no sabía entonces que escribía una novela, sino me divertía recordando algo ameno para olvidar algo adverso".
Luego de su debut literario, nos entrega “Cuentos de circunstancias” en (1958), “Las botellas y los hombre” (1964), “Tres historias sublevantes” (1964), “Los cautivos” (1972), “El próximo mes me nivelo” (1972), “Silvio en El Rosedal” (1977), “Sólo para fumadores” (1987) y “Relatos santacrucinos” (1992).
La colección de todos sus cuentos se encuentra reunido bajo el título de “La palabra del mudo”. El propio Ribeyro nos explica en una carta escrita en 1973 el porqué de este título:
"Porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de las palabras, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido ese hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias".
Sus libros se enfocan sobre todo en la narrativa urbana de los años de los años 40 y 50, sus personajes reflejan la frustración individual y colectiva.
La aparición del Boom latinoamericano marcó todo una época en el sentido que sus integrantes apostaron por la innovación técnica y por plasmar la novela total. Julio Ramón Ribeyro, en cambio, prefirió mantenerse al margen, y seguir escribiendo al mismo estilo decimonónico del siglo XIX. Ello no significó una limitación, al contrario, reforzó la primacía de lo temático antes que de la forma. Ribeyro logró plasmar la vida diaria de la población peruana, sus personajes tienen una relación directa con la gente de carne y hueso. Una de las virtudes de Ribeyro fue graficar el cambio social que vivía el Perú, es decir, narra el preciso momento de la plena transformación de la ciudad- monstruo.
“…creo que la violencia y la soledad son temas fundamentales en mis libros. Asimismo la dificultad para comunicarse con el prójimo. La marginalidad es otro tema. Muchos de los personajes de mis cuentos están desubicados en su medio social. Son desocupados o delincuentes, o pequeños empleados descontentos de su destino, en fin… Esto lo he visto mucho después de escribirlos”.
Cuando el fracaso es una tentación
Ribeyro también cultivó un género poco frecuentado por escritores peruanos, se puede decir que es uno de los pocos que realizó de manera organizada el diario íntimo. Este diario empieza en Lima el 11 de abril de 1950 y termina el 30 de diciembre de 1978; todo este largo periplo fue publicado bajo el título de “La tentación del fracaso”. Este texto es de una importancia capital. Como se sabe, Ribeyro fue poco dado a las entrevistas y mesas redondas, los flashes y cámaras lo desconcertaban hasta el punto de intimidarlo, por esta razón lo que se sabía de él era realmente muy poco, pero gracias a la aparición de este diario hemos podido conocer un poco más acerca del escritor y al ser humano real. El 30 de agosto de 1959 por ejemplo apunta lo siguiente:
Cuando era más joven me decía: “Antes de cumplir los 30, debo hacer algo importante”. Mañana los cumplo y no he realizado nada que valga la pena. Otros han hecho dinero o se han casado. Yo no he hecho sino gastar dinero y perder o renunciar a las mujeres (C. se ha casado en Estados Unidos con un médico italiano y Mimí espera en Amberes desde hace mes y medio una importantísima respuesta mía que todos los días aplazo). Todo esto es el precio de una carrera literaria, en este pobre país. ¡Si por lo menos me dieran el premio de teatro! Sería suficiente para justificar todo este año de vagancia, de mala noche, de enfermedad y despilfarro. (…) Interrumpido mi relato “Al pie del acantilado”. La casa a punto de alquilarse y no sé dónde iré a vivir. Hay algo que cruje en medio de todo esto, algo que va a derrumbarse. Hace dos noches con Hernando Cortez en un bar sentimos pesar nuestro desánimo y nos dijimos que ya no teníamos juventud.
Ribeyro es un autor de una extraña voluntad, la soledad y el hecho de creer haberlo perdido todo es una constante, en su diario hay una sensación de acabamiento. Nos enteramos, gracias a este libro, de sus inicios, de su profunda vocación literaria, de los avatares y paradojas que le toca vivir en el extranjero, sus manías, gustos y antipatías, habla de la vida y la muerte, de sus temores y ambiciones, de amigos y enemigos, de las mujeres y el vino. Expresa en síntesis unas ganas profundas de vivir y sentir, su vida y literatura se fundamenta en la búsqueda de lo inevitable e impredecible.
Paradojas de la vida
La vida de Ribeyro siempre ha estado ligada a circunstancias extrañas y paradójicas, la sucesión de hechos extraños hacen de Ribeyro un hombre no de carne y hueso sino en todo un personaje de novela. Se cuenta la historia que una vez le pidió a Alfredo Bryce, su amigo íntimo, un poco de dinero, éste se lo prestó presuroso, pensando que era por un asunto de suma urgencia, pero al rato siguiente su asombro creció al ver a Ribeyro partir ligero en un taxi por alguna avenida de la gran Paris mientras que él esperaba como todo mortal el metro para llegar a su destino. O la vez en que un profesor de Huanta lo agasajó con comidas y cervezas saludándolo a todo instante, no podía creer que estuviera departiendo con el gran Julio Ramón Ribeyro el escritor que publicó esa gran novela de todos los tiempos “La ciudad y los perros”. Una vez agasajado y bien comido Ribeyro estratégicamente prefirió que el profesor se quedara con esa verdad, ser confundido por otro es algo doloroso pero Ribeyro prefirió que esa sea la verdadera historia.
Se cuenta también la vez en que se vio traducido al francés, Ribeyro saltaba de felicidad de ver su sueño hecho realidad; sin embargo, esta alegría fugaz vino acompañado con una ingrata sorpresa. En el libro figuraba su nombre y sus cuentos pero en la foto de la solapa no salía él sino el retrato de un escritor africano que por cosas de la vida tenía su mismo apellido, Ribeyro no supo cómo solucionar este grave error sin caer en racismo; sin embargo, para su tranquilidad, este grave error fue corregido tiempo después. Fernando Ampuero da cuenta de otro suceso difícil por la que pasó nuestro narrador:
Las cucharitas del hospital
“Cosas raras, sí. Tan raras, y a la vez tan intensamente dramáticas, como lo que le sucediera treinta años atrás, en un hospital público de Francia, cuando Julio Ramón, convaleciente de una operación de cáncer al estómago, advirtió que su vida dependía de las cucharas y cucharitas que él pudiera robarse de las bandejas de otros pacientes. Julio Ramón se hallaba en la peligrosa sala común de ese hospital. Se le veía sumamente delgado y se dudaba de su recuperación. Los médicos proporcionaban mayores cuidados y mejor comida a los pacientes que subían de peso. Los pacientes se pesaban a diario, y aquellos que ganaban peso a lo largo de varios días recibían una amplia sonrisa de aprobación y eran trasladados a una sala especial, en tanto los otros seguían en la sala común, considerada por los pacientes y el personal médico como el moridero, pues allí todos los días le ponían el biombo a más de un enfermo a punto de palmarla. Julio Ramón, consciente de la crucial importancia del peso, vivió la hora de la balanza con el suspense de una película de Hitchcock. Temía ser descubierto. "Fueron momentos de gran tensión y autocontrol", me dijo, "en las que debía ingeniármelas para esconder disimuladamente en los bolsillos de mi piyama y mi bata las cucharas y cucharitas que me robaba a fin de subir varios gramos por día a la hora de pesarme". Ese peso ficticio, ese peso adicional, le salvó la vida. Lo pasaron a la sala especial, donde se alimentó mejor, y, gracias a ello, mejoró su salud y vivió veinte años más.”
Estas y demás cosas le pasaban a un tímido Ribeyro que cuanto más quería pasar desapercibido allí estaban los amigos, cuanto más buscaba la soledad allí estaba la prensa, cuanto más los rechazaba allí estaban los premios y el reconocimiento. Se podría decir que Ribeyro sólo escribió un libro cuya temática se centra sobre todo en la preocupación por el ser humano marginado.
La atmosfera que se respira en sus textos es de una Lima conflictiva donde la tensión va creciendo a cada minuto. Los personajes desintegrados familiarmente simbolizan la desesperanza, la marginalidad, frustración, soledad, la constante ironía hace de los personajes emblemas de los seres de carne y hueso, la vida diaria de los personajes se circunscribe en los límites de la periferia concreta y simbólica. Sus cuentos reflejan al Perú de los años 50 y 60, cada historia particular y en apariencia aislada se universaliza gracias a los grandes temas subyacentes: la soledad, el desarraigo, la frustración, marginalidad. Hay un tratar de saber quiénes somos, y el porqué de las cosas. Por eso el desenlace de cada historia riberyana es desconcertante por que los personajes sencillamente no terminan yéndose con la suya sino es un darse cuenta de haber sido víctima de los caprichos del destino.
Julio Ramón Ribeyro pasó la mayor parte de su vida en Europa. La distancia solidificó su interés por el Perú, por esta razón la mayoría de sus textos tienen como escenario su país natal, y el interés por el suelo patrio se evidencia en libros como Crónica de San Gabriel (1960), Silvio en el rosedal (1976). En sus más de 87 cuentos (cuentos completos, Alfaguara, 1996) el lector puede conocer un poco más esa Lima cambiante y conflictiva.
Influencias
Ribeyro plasma una literatura personal, no trata de describir la sociedad sino de dar cuenta de una realidad. Su literatura se fundamenta en un contexto vital y cotidiano. En su registro personal no se puede decir que tenga una influencia directa y aplastante de ciertos autores, en él se puede hablar más que todo de admiración de autores del siglo XIX como Edgar Allan Poe, Antón Chéjov y Guy de Maupassant de quien tradujo un brillante libro.
Ribeyro se impone de esa manera como uno de los autores de estilo personal explorando y robusteciendo la narrativa de América Latina.
La amistad inconclusa
Paris fue escenario donde tanto poetas como narradores llegaban a confluir, llevados por el misterio y el hechizo. La Ciudad Luz se había convertido en un enclave romántico donde se podía desarrollar mal que bien, proyectos literarios. Es así como en 1958 Mario Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro coinciden en la capital francesa; al respecto Vargas Llosa en su libro de memorias “El pez en el agua” se refiere a Ribeyro con admiración “todos lo comentábamos con respeto”.
Posteriormente, gracias a la intervención de Mario y Luis Loayza, Ribeyro se integra a la agencia de noticas France Presse. Sin embargo, esta amistad se verá quebrantada por asuntos políticos que venían del gobierno militar. Mario Vargas Llosa se ha referido a Ribeyro con durísimas palabras calificándolo de convenido político sólo para seguir conservando un puesto burocrático. Tras este infeliz impase, devino un largo silencio como signo de ruptura ante todo tipo de amistad. Sin embargo, Ribeyro tuvo otros amigos como el talentoso Alfredo Bryce Echenique con quien compartió una sincera amistad hasta el final de sus días.
Premios
Si hablamos de premios literarios y nos regimos a la verdad de las mentiras, pareciera que en esta lluvia de premios y trofeos lo ganan autores que a veces menos lo merecen. Ribeyro a través de su larga trayectoria y su estilo personal ha ganado un premio que muy pocos escritores lo detentan y esa es de la admiración y constante lectura y relectura de jóvenes de todas las generaciones que se van renovando de manera continua. Es admirable ver como los jóvenes se acercan a él con placer y admiración. En su haber también obtuvo premios tales como:
Premio Nacional de Novela (1960), Premio de Novela del Diario Expreso (1963), Premio Nacional de Literatura (1983), Premio Nacional de Cultura (1993), Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1994).
El universo creado por Ribeyro es complejo y diverso, reina el desarraigo y la marginalidad. Los personajes están supeditados por una voluntad superior, es decir son víctimas del sistema. Este realismo urbano refleja los sucesos sociales e históricos por la que está atravesando el Perú. Cada historia es particular, relata una realidad compleja, las disputas y fricciones que tienen como denominador común la discriminación, el racismo. Los personajes se ven envueltos en constantes conflictos, la segregación y, el fracaso están directamente ligados a lo económico y social.
El amigo fiel y entrañable
Uno de los placeres indesligables al de la escritura fue el placer de fumar, todos sus actos se relacionaban y confundían con este vicio cada vez más creciente y necesario, se volvió tan esclavo de su gran poder que no podía realizar ningún acto sin esa “vital” presencia.
Impulsado por este poder absoluto Ribeyro escribió uno de los cuentos más hermosos y desgarradores acerca de este tema, este texto no podía ser mejor titulado “Solo para fumadores”. En este extraordinario trabajo, Ribeyro nos cuenta todo ese proceso esclavizante pero placentero, nos cuenta su primer encuentro con el cigarro hasta sus penosas y angustiantes operaciones, nos relata de los incontables cigarrillos que fumó según su situación económica. Por sus manos se hizo humo cientos de marcas tales como cigarrillos de tropa, derby, chesterfield, incas, lucky, bisonte, gauloises, gitanes, players británico, pall mal, camel, dunhill y los famosos malbores palabra con la que componía y formaba otras palabras.
Ribeyro aguijoneado por esta necesidad se vio obligado a mendigar cigarros, pedir fiado, trabajar para el cigarro, caminar por la calle mirando el piso con la esperanza de encontrar un cigarro a medio fumar, todo ello y más hasta ser empujado a lo peor de todo vicio: desprenderse de los objetos más amados como un acto de fe que obliga a la adoración total y absoluta, en el texto en mención relata lo siguiente:
“Ocurrió que un día no pude ya comprar ni cigarrillos franceses —y en consecuencia leer mis cartas—, y tuve que cometer un acto vil: vender mis libros. Eran apenas doscientos o algo así, pero eran los que más quería, aquellos que arrastraba durante años por países, trenes y pensiones y que habían sobrevivido a todos los avatares de mi vida vagabunda. Yo había ido dejando por todo sitio abrigos, paraguas, zapatos y relojes, pero de estos libros nunca había querido desprenderme. Sus páginas anotadas, subrayadas o manchadas conservaban las huellas de mi aprendizaje literario y, en cierta forma, de mi itinerario espiritual. Todo consistió en comenzar. Un día me dije: "Este Valéry vale quizás un cartón de rubios americanos", en lo que me equivoqué, pues el bouquiniste que lo aceptó me pagó apenas con qué comprar un par de cajetillas. Luego me deshice de mis Balzac, que se convertían automáticamente en sendos paquetes de Lucky. Mis poetas surrealistas me decepcionaron, pues no daban más que para un Players británico. Un Ciro Alegría dedicado, en el que puse muchas esperanzas, fue solo recibido porque le añadí de paso el teatro de Chejov. A Flaubert lo fui soltando a poquitos, lo que me permitió fumar durante una semana los primitivos Gauloises. Pero mi peor humillación fue cuando me animé a vender lo último que me quedaba: diez ejemplares de mi libro Los gallinazos sin plumas, que un buen amigo había tenido el coraje de editar en Lima. Cuando el librero vio la tosca edición en español, y de autor desconocido, estuvo a punto de tirármela por la cabeza. "Aquí no recibimos esto. Vaya a Gilbert, donde compran libros al peso". Fue lo que hice. Volví al hotel con un paquete de Gitanes. Sentado en mi cama encendí un pitillo y quedé mirando mi estante vacío. Mis libros se habían hecho literalmente humo” (Ribeyro, 1996: 577,578)
Ribeyro, mientras fumaba, trataba de dar una explicación razonable a este acto, era consciente que seguir manteniendo este vicio sólo le traería problemas; sin embargo, el creía que después de todo había una justificación a este acto por ello a carencia de una explicación razonable y convincente él mismo formuló su propia teoría del por qué persistía en este vicio placentero, he aquí su teoría:
“Me dije que, según Empédocles, los cuatro elementos primordiales de la naturaleza eran el aire, el agua, la tierra y el fuego. Todos ellos están vinculados al origen de la vida y a la supervivencia de nuestra especie. Con el aire estamos permanentemente en contacto, pues lo respiramos, lo expelemos, lo acondicionamos. Con el agua también, pues la bebemos, nos lavamos con ella, la gozamos en ejercicios natatorios o submarinos. Con la tierra igualmente, pues caminamos sobre ella, la cultivamos, la modelamos con nuestras manos. Pero con el fuego no podemos tener relación directa. El fuego es el único de los cuatro elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto nos hace daño. La sola manera de vincularnos con él es gracias a un mediador. Y este mediador es el cigarrillo. El cigarrillo nos permite comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por él. El fuego está en un extremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. Y la prueba de que este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es nuestra boca la que expele el humo. Gracias a este invento completamos nuestra necesidad ancestral de religarnos con los cuatro elementos originales de la vida. Esta relación, los pueblos primitivos la sacralizaron mediante cultos religiosos diversos, terráqueos o acuáticos y, en lo que respecta al fuego, mediante cultos solares. Se adoró al sol porque encarnaba al fuego y a sus atributos, la luz y el calor. Secularizados y descreídos, ya no podemos rendir homenaje al fuego, sino gracias al cigarrillo. El cigarrillo sería así un sucedáneo de la antigua divinidad solar y fumar una forma de perpetuar su culto.” (Ribeyro, 1996: 590)
Se dice que muchos escritores, poetas, y artistas tienen la bendita manía de fumar pero muy pocos han escrito sobre este tema, Ribeyro con este trabajo hizo uno de los más memorables cuentos acerca de este tema, y no podía ser de otra manera porque así como le dio la felicidad también se podría decir que le dio la muerte.
Cuando se apaga la chispa
En 1973 Ribeyro por fin se percata de su mortalidad, después de un exhaustivo examen médico la conclusión es irrefutable: se le detecta cáncer el cual será su sombra hasta el final de sus días.
Sabía que este vicio le iba a causar la muerte; sin embargo, continuó escribiendo y fumando por más que el doctor Dupont le mostrara su cuchillo como señal de lo inevitable, la muerte se lo llevó por el pulmón el cuatro de diciembre de 1994, pero se fue tranquilo dejándonos a nosotros, siempre inconformes de este mundo real, un legado de historia y perseverancia.
Mientras escribo este texto mes es imposible encender uno de los siempre dulzones Lucky y mientras olisqueo su empaque miro a través del círculo rojo la imagen de Ribeyro y entre la soledad y el recuerdo me digo no has muerto maestro, en cada lectura y relectura de tus cuentos vuelves a la vida con más energía que nunca así como cuando tecleabas tus primeros cuentos.
Abraham Prudencio
abrahamprudencio2011@gmail.com
BIBLIOGRAFÍA
Cuentos Completos, Alfaguara, Madrid, 1996.
La tentación del fracaso diario personal (1950-1978) Editorial Seix Barral, Barcelona, 2003.
Sobre el autor
Abraham Prudencio
Los nuestros
Abraham Prudencio (Perú, 1979) es candidato a Doctor en literatura por la Universidad Paris X, Nanterre. Magíster en Literatura General y Comparada por la Universidad Paris III Sorbonne Nouvelle. Licenciado en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado La vida no vale nada (relatos, 2005) El día de mi suerte (novela, 2006) Hojas de Otoño (novela, 2009), Atahualpa, el inca que nunca muere (ensayo, 2011) Ella soñaba con el mar (novela, 2012).Ha dictado conferencias como profesor invitado en la Universidad Paul Valéry-Montpellier 3, Complutense de Madrid y en la Escuela Normal Superior de París. Asimismo colabora en diversos medios literarios. Ha sido finalista del Premio Internacional Juan Rulfo 2008. Desde el 2007 radica en Paris, Francia.
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