Literatura
Letanías del convaleciente
He vuelto a leer los versos de Luis Mizar, porque llegan momentos en los que necesitamos de la buena poesía para que no se nos olvide que los amigos habitan más en los versos escritos que en los encuentros, porque en la lectura de su poemario Letanías del convaleciente tengo la oportunidad de encontrar al poeta en su máxima expresión de sinceridad, de desparpajo y de agonía sin defensa alguna.
Volver a leer a Mizar después de algunos años de haberlo engavetado es como ver siempre viva la metáfora de Adolfo Pacheco cantando en tono grisáceo y pico de maíz en el patio de mi casa, mostrando que, pese a los años, entre más viejo está más fino.
Mizar, el prodigioso mago del verbo y la risa intelectual, con canto de mochuelo eterno, sigue ratificando que es la voz poética más fuerte del Cesar, porque en su apuesta estética proyecta una poesía sólida que dialoga con otras voces nacionales.
En cada línea poética se refleja un confieso que he vivido, una profunda ironía, una risa sarcástica, una zancadilla a las camisas de fuerza que defienden la forma y, un enorme trasfondo espiritual que desmitifica el constructo del poeta como ser maldito, para darle paso a la religiosidad de la palabra que destruye toda forma para dejarla desnuda con la mera poesía como alma, en espera de que cada quien la aterrice en el cuerpo que mejor le horme, como un homenaje a la vida y a la trascendencia, con una gran honestidad al escribir lo que siente, dando respuesta al interrogante de quiénes somos y cómo vivimos.
Renunciar a la forma para aferrarse al contenido es fundamental para hacer buena poesía. Eso he podido encontrar en Letanías del convaleciente; una sacudida estruendosa de aquello que ha preocupado durante centurias a quienes escribimos y que impide saborear el placer estético de ser sinceros con la escritura y con lo que queremos expresar sin pretensión de convertirlo en valor absoluto.
Letanías del convaleciente constituye una mirada a cada uno de los elementos que estructuran lo humano; los egos, los sentires, la espiritualidad y los padecimientos que integran el rito de la vida cotidiana.
Aquí el poeta se fundamenta como tal, no tanto inventando como si explorando y percibiendo el mundo, para centrarse en el descubrimiento de su propio interior. Es precisamente en esa introspección donde se analiza aquella necesidad de apartarse de lo material para darle paso al espíritu, lo que permite la aniquilación del ego a través de la búsqueda de la palabra poética cruda pero sincera: “Por lo menos hay más de un individuo que ufanándose de sus logros materiales, expresa sus carencias espirituales y sus quejas color de ébano”
Esta especie de ascetismo poético desdeña las necesidades fisiológicas por considerarlas de orden inferior, pues en Mizar los dualismos alma-cuerpo, espíritu-materia, bien-mal y la superación de ellos da paso a la purgación de la memoria, entendida como potencia del alma, para limpiarla de los apegos sensitivos que provienen del cuerpo. Eso hace que su poesía sea espiritualmente estética, buscando reconocerse como humano imperfecto que necesita despojarse del mundo material para trascender: “Tener la voluntad de olvidar las urgencias fisiológicas del cuerpo es un buen inicio para quien pretenda alcanzar metas sublimes”
A través de la memoria colectiva, Mizar recoge la experiencia para poetizarla; procesarla, padecerla y hacerla partícipe a los poelectores, volviendo la mirada al interior del ser humano con sus obsesiones, odios, amores, sus egos, enfermedades y apegos espirituales para plantear cómo esa búsqueda de la propia voz muchas veces nos reduce a la trampa de la vanagloria, amiga de las debilidades que ocultamos tras la máscara del triunfo, pero que en todo caso hacen parte del sentir y del ser.
En la poética Mizariana el paso del tiempo decanta los egos y centra al hombre en su propio mundo de derrotas clarificadas por una plena conciencia de que pasó la vida y todo lo vano quedó como charco de culpa en la mirada como diría César Vallejo. El inexorable paso del tiempo es la prueba fehaciente de nuestra condena material que de no ser superada, impide la libertad. Sus versos así lo manifiestan: “A pascal, Ciorán, a Kierkegard, a Borges, les pregunto: ¿Y quién podrá consolarnos cuando en el circo de las perplejidades anuncien por los alto parlantes que ha muerto el elefante blanco de las certezas y del tiempo?”
Su poética está construida a manera de parodia religiosa. Los versos proverbiales hacen que lo sacro tome un papel fundamental en el desarrollo de su propuesta, a pesar de que plantea una ruptura radical que proyecta a Dios como al de la tragedia que plantea Lukács, como siempre ausente y siempre presente, cuya presencia desvaloriza al mundo y le quita toda realidad, pero contrariamente, su ausencia hace del mundo la única realidad frente a la cual se encuentra el hombre.
Vale la pena hacer una lectura profunda del poemario Letanías del convaleciente porque en él encontraremos un espejo en donde se refleja nuestra realidad.
Óscar Ariza Daza
@Oscararizadaza
Acerca del autor: Oscar Andrés Ariza Daza es licenciado en Idiomas, Magíster en Literatura Hispanoamericana y estudiante de doctorado en literatura. Profesor investigador de la Universidad Popular del Cesar. Escritor y columnista del Diario El Pilón.
Sobre el autor
Oscar Andrés Ariza Daza
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Oscar Andrés Ariza Daza. Licenciado en Idiomas, Magíster en Literatura Hispanoamericana y estudiante de doctorado en literatura. Profesor investigador de la Universidad Popular del Cesar. Escritor y columnista del Diario El Pilón.
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