Literatura
A orillas del gran río, de Diógenes Armando Pino Ávila
En los versos del poeta y escritor cesarense Diógenes Armando Pino Ávila, descubrimos el deseo de narrar y evidenciar los matices de un departamento rico en expresiones culturales. Una región donde las etnias y las artes se encuentran, conviven y brillan más allá de las instituciones o eventos multitudinarios.
En el poemario “A orillas del gran río”, el autor nos introduce en ese mosaico colorido que nace con el sonido de la tambora, los dioses ancestrales, el embrujo de unos ritmos y unas danzas, el legado de las migraciones (que resultan en un gran sincretismo) y el inevitable testimonio de la naturaleza. Eso es lo que sentimos en las orillas del gran río.
A orillas del gran río
[Diógenes Armando Pino Ávila]
A ese otro departamento del Cesar
pluriétnico y pluricultural, invisibilizado
por los que ostentan poder.
I
Soy de esta tierra donde brota el canto,
Donde el cuero del tambor entona,
Donde los juglares cantadores natos
Hacen poesía de nuestra tambora.
Nací ahí, en una noche de luna clara
En una noche alegre de guacherna
Bajo el toque alegre de tamboras
Alumbrado por nostálgicas espermas.
Mis oídos escucharon los primeros ritmos
Entonados por una cantadora abuela
Que cantaba versos, ancestrales himnos
Que calaron profundo mi alma nueva
Marcándome al fuego como un signo
Esa cultura que día a día me renueva.
II
Del indio tome su cadenciosa danza.
La que usaron en sus ceremoniales
Con la que hacían pagamento y alabanza
A sus dioses protectores ancestrales.
También tomé su tan comentada malicia
Por todo aquello que me dicen bueno
Y que al final es trampa que asfixia
Y destruye nuestro cultural acervo.
Conservé el rasca- pié en la danza
Y la cadencia hermosa de la pareja,
Que luce en su sien flor de esperanza
Y la fertilidad en la ondulante cadera
Su humildad al danzar descalza
En la larga noche de guacherna.
III
Del español tomé su atuendo blanco
Las coloridas faldas de sus mujeres
Su fina elegancia, su paso franco
El galanteo y sus versos de amores.
Heredamos los naipes y los gallos,
Las corridas de toro en las corralejas,
Sus amoríos, también su desparpajo,
El espíritu Festivo y triquiñuelas.
Mi pareja tomó el pañolón de colorines,
Asumió coqueta pose de “yo no quiero”
Y la falda de almidonados pollerines,
Por mi parte puse al cuello su pañuelo,
Heredé el toque de palmas y sus festines
Involucrándolos en este folclore que quiero.
IV
Recibí del negro su noble corazón,
Su entusiasmo y desborde de amor,
Ese que vibra al escuchar un tambor
En noches de guacherna, y de licor.
Me obsequió su mágica tambora
Y el picante embrujo del currulao
El brioso ritmo que marca su cadera
El responso, el canto y el “abozao”.
Me marcó con sus míticas creencias
El repique hipnótico de sus tambores
Me dio también su proverbial paciencia
Y este encanto por sus alegres sones,
La piel oscura de esa bella etnia
Y la rebeldía innata de los cimarrones.
V
En el crisol del río que es nuestra casa
Se dio el inigualable sincretismo
Donde la cultura, religión y raza
Se fundieron, para ser lo mismo.
Por eso en misa el cura nos bautiza,
Más tarde nos dan la primera comunión,
Nos casamos, nos untan de cenizas
Y también nos dan la extremaunción.
Sin embargo rezamos al gusano,
Nos aseguramos contra la hechicería,
Al mal de ojo con rezos conjuramos,
El futuro nos preocupa en demasía,
Nos gusta nos lean las cartas y la mano
Y con pitonisas consultamos profecías.
VI
Nos bañamos plácidamente con totuma,
Y tomamos agua refrescante de tinaja,
A los locos inquieta el cambio de luna,
Y los muertos cubrimos con mortaja.
Amarramos la carga con majagua
Y endulzamos las bebidas con panela,
Aquí todavía almidonan las enaguas
Y guardan en baúl, la ropa las abuelas.
Sin ningún afán se vive en estos lares,
Gozando el cariño de buenos vecinos,
Que tejen esteras en los telares
y sacan de la palma afrodisíaco vino,
Degustado pescado entre mis manjares
Lo demás me importa soberano comino.
VII
Habitamos en blancas casas de bahareque
Y dormitamos placidos encima de petates
De vez en cuando nos damos un banquete
Con guiso de gallina y rodajas de aguacate.
Taburete de cuero y mesa de madera,
Sencillo mobiliario del comedor rural,
Donde se reúne la familia entera
A compartir unidos la cena vesperal.
Sazonamos el exquisito guiso con achiote
Cocinamos los alimentos en fogón de leña,
Pretensiones culinarias nos importan un cipote
Aquí la hipócrita pose santurrona se desdeña,
A nuestros hijos los hacemos por las noches,
Los paren las mujeres, ¡no creemos en cigüeñas!
VIII
No sé por qué desaparecieron los portillos
Que comunicaban los patios solariegos
Por donde se intercambiaban los platillos
En la hermandad que iniciaron los abuelos.
Evoco las noches alumbradas con “mechón”
Espantado con “muzengue” los zancudos,
Y al abuelo anciano con su larga narración
Del Tío Conejo, el Tío Tigre y el Tío Burro.
Pero llegó a nuestro mundo la luz eléctrica
Y con ella vino la apabullante tecnología,
Desterrando por siempre las leyendas,
Se fue el mohán, La Llorona está perdida,
Se ha acabado el sentido de pertenencia
Y la hermosa cosmovisión de nuestra etnia.
Diógenes Armando Pino Ávila
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