Literatura
Albert Camus, siempre presente
Sus enemigos creyeron condenarlo como un filósofo para estudiantes de bachillerato. Y es cierto. Los libros de Albert Camus mantienen una enorme popularidad entre la población joven en muchos rincones del mundo. En Inglaterra, por ejemplo, L’Étranger –una de sus más aclamadas novelas– es un texto central para quienes toman el examen de cultura francesa en su último año escolar.
Sin embargo, 53 años después de su muerte prematura, en un accidente automovilístico en 1960, la obra de Camus sigue viva, con una vitalidad extraordinaria.
Albert Camus nació en Argelia el 7 de noviembre de 1913. Su madre era de origen español. Su padre pertenecía a una familia con raíces en Bordeaux, pero radicada por varias generaciones en la entonces colonia francesa. Camus nunca lo conoció, pues cuando este tenía 11 meses de nacido aquel cayó muerto en la batalla de Marne, en la Primera Guerra Mundial.
Había consolidado su fama intelectual como periodista en la clandestinidad, con la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra –editor en jefe de “Combat”, cargo que conservó tras la liberación hasta 1947–. Ya vivía exiliado en París y había publicado muchos de sus más importantes trabajos: novelas, ensayos y obras teatrales. Pocos años después, en 1952, Hannah Arendt observaba que Camus estaba por encima de cualquier otro intelectual francés. En 1957 ganó el Premio Nobel de Literatura.
No obstante, en la cúspide de la fama, Camus sufrió de creciente aislamiento intelectual. En parte, como resultado de su autoexilio, sus propias dudas sobre el papel del artista en sociedad. Pero en buena parte también por su abierto rompimiento con amplios sectores de la izquierda, sobre todo tras la publicación de su libro L’homme révolté, en 1951.
El verdadero blanco de sus críticas, según Tony Judt, no era la “izquierda” sino el “extremismo”. Camus había sido miembro del Partido Comunista argelino por un breve tiempo en la década de los 30. Mas en las siguiente décadas se hizo notable por su rechazo del comunismo soviético y de las prácticas totalitarias de Stalin. En esos momentos, su postura era casi solitaria entre las celebridades de las letras parisinas.
Sus ataques se dirigieron contra las doctrinas que justificaban el uso de la violencia so pretexto de ideales más altos. Había que deslegitimar la violencia. Condenó el terror y el romanticismo revolucionario. Era preciso combatir las “filosofías del instinto”. “No ceder ante el odio, no hacer concesiones a la violencia, no dejarnos enceguecer por nuestras pasiones”, escribió en 1948.
Sus condenas contra la violencia revolucionaria lo distanciaron del movimiento anticolonialista que luchaba por la independencia de Argelia, su tierra natal. Sus críticos señalan que nunca entendió el mundo árabe ni supo apreciar los valores de la independencia, a pesar de haber sido un opositor temprano de las injusticias francesas en Argelia.
Por supuesto que a Camus se lo conoce más como literato que como pensador político. Fue, sin embargo, un intelectual público de primer orden en su época. Su obra se identifica con el “absurdo” –según Edward Hughes, “la confrontación entre el deseo humano para explicar racionalmente el mundo y un mundo que resiste tal explicación”–. Se enfrentó a los de su generación para defender las libertades que entonces se despreciaban como formales. Se anticipó así a muchos de los temas fundamentales de nuestro tiempo.
Al aproximarnos al centenario de su nacimiento, importa destacar la relevancia actual de Albert Camus. El que muchos jóvenes bachilleres lo sigan leyendo hoy en el mundo es la mejor prueba de la vitalidad de su obra.
Eduardo Posada Carbó
Más información: El artículo “Albert Camus, siempre presente” fue publicado previamente bajo el título “Presencia de Albert Camus” con motivo del centenario del nacimiento del escritor francés.
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