Literatura

Dignidad y poesía en el lápiz del caracol

René Arrieta Pérez

07/01/2014 - 11:25

 

La poesía de José Atuesta Mindiola instala sus páginas en el atril que le reservaron los pájaros, seres etéreos que extienden sus alas al aire; unas veces las hace fluir por La Malena, y otras, esas páginas, le fijan itinerarios al caracol con sus transparentes marcas o inusitados colores. La fábula comparece, y en su sendero transitan guacamayas, historias de su prójimo terrenal, del tiempo, donde su flujo imprime su huella en la piel, y también, ciertamente, le hace trampas a la vida.

El lápiz del caracol nos presenta estampas donde nada apremia, donde todo obedece a su sentido moroso de transcurrir en su espacio, cuando las leyes de la naturaleza no son violentadas por las incorrecciones del hombre; espacios donde la belleza huye de la mirada constante, porque atiende a esa ley. Allí, en esa geografía el sol tiene su imagen, que es su propia luz, y en ella y en su relación de ella con nosotros instaura  su memoria.

Ni premuras, ni ebriedad propicia a los afanes:

No hay indicios / de ebrios afanes en el caracol”.

En ‘Senectud’ describe la combustión del tiempo, del cuerpo. Ese hombre para la ordinariedad de la vida no se asimila a la luz, sino que por el contrario, sólo el humo de la luz recibe como manchas:

“El ropaje anochece, / el rostro se mancha / por el humo de los sirios”.

Igualmente, en la poesía de Atuesta asoma la lucidez del hombre ante la muerte:

“La mano temblorosa / escribe el laberinto de la noche”

Obsérvese que es la opción que llevaría a la noche. La otra opción, por frágil, por poco frecuente no se evidencia en el poema, pero ella, al final se dilucida en el texto:

Entonces alguien murmura que seremos: / polvo de ceniza en la sombra del olvido / o racimo de luz para el jardín de la memoria”.

Y como la lluvia, Penélope, pertinaz, tejiendo fiel su manto de espera, de tiempo y de nostalgia:

“Como la lluvia, nada perturba su caída, / invoca a Penélope, teje con ella la fidelidad del regreso.”

También el sexo como arquetipo, como símbolo. La imagen traza un paralelo a los versos de la canción de Gustavo Gutiérrez (<y cuando hay tiempo de lluvia las nubes besan la punta del cerro>), y la hace explícita y la describe a los ojos del observador:

Asimismo, el tiempo es espejo donde la belleza es fugitiva: “Cuando una nube / se define sobre la punta de un cerro, / para el hombre / La nube es una mujer desnuda / y la punta del cerro / el mástil que escita la lluvia”.

El espejo devuelve los despojos del tiempo. / El bisturí en la piel / no es balcón donde perdure la belleza.”

El poeta advierte en el astro rey su facultad henchida, su fuerza, su grandeza que precisa en el acto de nombrarlos:

“Para el sol / toda memoria es luz, / fuego incesante.”

‘Entre girasoles y zarzas’ es indagación, es principio de la vida en el poema. El tiempo como dimensión y preocupación, la imagen en el tiempo, y el tiempo e imagen inmersos en el poema.

La medida del llanto en el dolor es una extraña imagen que conjunta en sentido de aparente reconcilio, de engañosa normalidad y convivencia del agresor y el agredido sin que haya escándalo a la vista, porque en la imagen la verdad se oculta:

El llanto no mide el tamaño del dolor. / No es raro que el asesino / manche de lágrimas las tumba de su víctima”

No obstante, a cualquier prevención, las prevenciones dialogan y la palabra se alza en su imagen para darle dignidad a los principios de lealtad, fidelidad y honestidad, y en ellos y por ellos perdura la imagen, no huye ni se borra, y alcanza de esta forma, la poesía, una refinada elaboración y belleza.

Dignidad y palabra, entre tanto, cuando la geografía del poeta es el valle de Upar y su poesía es nostalgia y cuadro, imagen de pescador; confidencias, monólogos, epígrafe, fiesta; es erotismo y untura de paisaje y piel, y la sinfonía misma que con ello asoma.

 

René Arrieta Pérez


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