Literatura

Jorge Franco: “La escritura puede sortear cualquier obstáculo”

Juan Carlos Millán Guzmán

09/05/2014 - 11:50

 

Jorge Franco: “La escritura puede sortear cualquier obstáculo”

Jorge Franco / Foto: Milton Ramírez En medio de los ires y venires de ese auténtico pandemonio que puede ser la Feria Internacional del Libro de Bogotá un fin de semana cualquiera, el galardonado escritor Jorge Franco –recién ganador del Premio Alfaguara de Novela 2014– acuerda una entrevista que debe postergarse hasta el día siguiente por su apretada agenda de maratónicas jornadas de firmas y entrevistas.

-¡Maestro, una foto!

-¡Maestro, una firma!

Y con paciencia infinita el escritor firma cientos de libros, sonríe, pasa a la posteridad de decenas de ávidos lectores y algunos periodistas enviados desde los más diversos lugares para cubrir la Feria, mientras que Franco procura sacarle tiempo al tiempo, acelera el paso hasta perderse entre el tumulto, como queriendo huir quizá de una especie de periodistas de pasajera estación que desde hace 27 años suele darse por estas fechas: ¡los caza intelectuales!

-¡Maestro, una foto!

-¡Maestro, una entrevista!

¿Cuál fue el libro que lo introdujo al mundo de la literatura?

Yo tengo mala memoria y no podría hacer referencia a una obra en particular, pero sí recuerdo que comencé a leer desde muy niño y durante muchos años conservé esos libros de infancia.

Quizá se trataba de algunos de los cuentos de Andersen o los hermanos Grimm, que yo conservaba en unas colecciones de cuentos en los que solía leer El patito feoRapuncel. Yo debía tener cinco o seis años.

Luego me encontré con la literatura de Julio Verne, cuya obra pude leer completa, a la par de desarrollar una especie de gusto compulsivo por una escritora que me obsesionó durante mucho tiempo: Enid Blyton, y su serie de Los cinco, de la que no recuerdo muy bien cuántas de sus historias he podido leer.

¿Cómo llegaba a esos libros?

Creo que lo hacía en compañía de mi mamá; aunque, además, se trataba de un proceso en el que se debía considerar los libros que había disponibles en las librerías de Medellín, por lo que esta última colección la fui comprando hasta que los cinco pasaron a ser siete.

¿Recuerda esa primera visita a una librería?

La mayoría de librerías que nosotros frecuentábamos estaban en el centro de la ciudad, y entre ellas recuerdo bien una que se llamaba La Continental y otra que era La Aguirre, también muy tradicional y que por supuesto dirigía Alberto Aguirre.

Había otras, y siempre sentí especial satisfacción en frecuentarlas tanto por las librerías como por las bibliotecas; recuerdo sobre todo una que me resultaba muy familiar, y era la de mi abuelo paterno, porque se trataba de una biblioteca muy amplia y muy linda, en la que cada vez que la visitaba yo me sentía como si entrara a un lugar mágico y a la vez sagrado.

¿Qué llamó su atención de una manera tan particular de la biblioteca y los libros?

Los anaqueles y los mismos libros, porque siempre he considerado que se trata de objetos muy bellos, y de hecho en mi casa están por todas partes: en el comedor, en la biblioteca, en el cuarto. Los libros son objetos muy lindos y aparte de su contenido -que es en últimas lo que importa- siempre me han atraído de manera especial las portadas: esas primeras pistas de lo que hay adentro.

¿Anota los comentarios que pueda tener de estas lecturas?

No, en una época los subrayaba y luego opté por destacar aquellas cosas que juzgara importantes, anotando al final del libro el número de la página en la que se encuentra la referencia de lo que me ha impactado.

En general, aunque soy muy malo para recordar citas o párrafos completos, después de cada lectura me queda un sabor muy parecido al gusto que le queda a uno después de haber comido. Y en esa medida tengo muy claro qué libros me dejaron un gran sabor, como también muchos otros que la verdad no me gustaron.

¿Qué papel ocupa la lectura en su vida?

Tengo una hija de ocho años y leemos todas las noches juntos en voz alta, y ese para mí es uno de los instantes más mágicos de todo mi día, porque gracias a esa lectura en voz alta se afirma el afecto y el amor que siento por ella. Nosotros tenemos ya un horario entre las 7:45 p.m. y 8:00 de la noche, que es el momento previo a que ella se vaya a dormir.

¿Cómo es ese ritual de lectura?

Nosotros tenemos un sillón en el que nos sentamos juntos y abrazados; y siento que con ella pareciera que jugáramos a tener un espejo al frente que no es otra cosa que un libro que termina por despertar la curiosidad de ambos, y que además nos permite entablar un dialogo en torno a temas diferentes a los que nos ocupan a lo largo del día.

Yo aprovecho ese momento para hacerle preguntas y conocerla más a ella, a partir de esa lectura que hacemos todos los días; a veces lee ella y otras lo hago yo. Evito siempre que sea un acto impuesto, y más bien procuro presentarlo como un momento muy rico que vamos a pasar juntos en el que vamos a desconectarnos del mundo que nos rodea.

Como los niños quieren ser protagonistas de la lectura, y a veces ella misma me dice: yo soy éste y tú eres este; de manera que procuro llevar la lectura de una manera muy lúdica y simbólica. Es más: lo primero que hago es preguntarle si quiere leer.

¿Tiene algún libro que le llame particularmente la atención de esas lecturas?

Es un libro de una escritora brasileña, Ana María Machado, que además recibió el Premio Hans Christian Andersen, y se llama La princesa que escogía.

Y de sus libros, ¿con cuál se siente más satisfecho?

Esa pregunta es bien complicada porque uno establece una relación bien distinta con cada uno de ellos. Es un lugar común, pero también muy cierto, que cada uno de ellos es como un hijo y con cada uno el tipo de acercamiento es distinto y el proceso de escritura también muy diferente.

Por ejemplo, Rosario tijeras es una novela con la que vivo muy agradecido porque me dio a conocer y me sacó del anonimato; ha sido traducida a muchas lenguas además de haber sido adaptada para cine. Pero Melodrama fue una novela que marca un giro en mi forma de escribir, muy diferente a lo que venía haciendo antes; de manera que con ella logré soltarme y la escribí con mucho placer.

¿Y El mundo de afuera?

Con esta novela tengo también una relación muy especial, no solo por el Premio (Premio Alfaguara de Novela 2014), sino también porque se trata de una novela que está muy comprometida con mi infancia, y que yo quiero mucho por esta razón.

Hemingway aconsejaba huir después de entregar los derechos para la versión cinematográfica de sus obras. ¿Cómo le ha ido a usted en este aspecto?

Hay un antecedente importante y es que yo estudié cine antes que literatura, y aunque me quedé finalmente allí –y allí me gustaría permanecer-, considero que cuando ese matrimonio se da a veces produce unos resultados muy buenos.

Hay un riesgo alto pero creo que vale la pena correrlo, porque el libro siempre queda a salvo, y uno de los mejores ejemplos son los cientos de adaptaciones cinematográficas que se han hecho de la obra de Gabriel García Márquez, muchas de las cuales no fueron las más afortunadas.

Mi experiencia ha resultado satisfactoria –es la versión de ellos-, y lo que siempre digo a productores y directores es que el alma que se encuentre en la novela pase a la película, y no la fidelidad que se le guarde a los detalles o a la historia; creo que en gran medida ese ha sido el gran error de fallidas adaptaciones.

¿Por ejemplo?

Ahora que hablamos de ese matrimonio entre cine y literatura, creo que hay una gran novela que es también una gran película: La muerte en Venecia, escrita por Thomas Mann y dirigida por Luchino Visconti, y en la que además está tan presente el adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler.

El cine es el gran arte de nuestro tiempo, y lo digo porque es una expresión en la que están reunidas todas las artes.

Una de las facetas menos conocidas de Gabriel García Márquez era su pasión por la música, en particular por aquella que llamamos clásica. ¿Le gusta la música?, ¿qué escucha cuando escribe?

A mí la música clásica me gusta mucho y suelo oírla cuando leo y antes de dormir. En general, me gusta mucho Bach, compositor que me parece casi del otro mundo.

En cambio cuando escribo prefiero el silencio; no porque no me guste sino porque es algo que me distrae con mucha facilidad. Lo que sí hago con mucha frecuencia es oír mucha música antes de escribir, como para buscar la emoción y recrear una atmósfera determinada.

Para escribir El mundo de afuera, que tiene lugar en los años sesenta y setenta, oí mucha música de esa época que además están citados en la novela: The Rolling Stones o The Beatles; Nino Bravo, Palito Ortega. Esa música me producía algo a mí, y eso es algo que también busco transmitir al lector.

¿Un poco a la manera de Andrés Caicedo en Qué viva la música?

Es diferente. Lo de Andrés Caicedo es mucho más vertiginoso y motivado por otro tipo de estimulantes (risas) y otras circunstancias. Lo mío es un cuento de hadas comparado a la novela de Caicedo.

Shakespeare, García Márquez & Co

Los gustos van cambiando con el paso del tiempo, pero ¿cuáles serían esas obras que le han dejado un mejor sabor?

Eso de los cambios con el paso del tiempo es algo muy cierto, y si bien hay autores que en una época llegaron a fascinarme, y después ya no tanto, la pasión por Shakespeare se mantiene.

¿Cómo fue su primer contacto con esta obra?

Mi abuelo me regaló mi primera obra de Shakespeare –si no estoy mal creo que fue Romeo y Julieta- y me encantó desde un principio. Primero, porque debido a que se trata de una obra teatral pasan cosas todo el tiempo y, además, gracias a esa descripción tan rica y variada que hay en cada diálogo.

Y es que los diálogos describen el perfil del personaje: si lo marca la envidia, si es el odio, si por el contrario es el amor. Todo eso lo va dando ese manejo magistral del lenguaje que tiene Shakespeare, quien además hace un retrato total de la condición humana en sus diversas facetas: el amor, el odio, los celos, la guerra, la envidia, el humor.

¿Alguna obra de su predilección?

Hay dos que me gustan mucho, y siempre estoy entre Othello Macbeth, aunque con el tiempo descubrí que hay algo de Shakespeare que encuentro como lo más maravilloso de toda su obra, y que no hace parte de sus obras teatrales: sus sonetos, cuyo contenido es absolutamente bello

¿Y de esta orilla del mundo, cuáles son los autores que más le gustan?

Acá en Colombia tendría que comenzar por Gabriel García Márquez Cien años de soledad que creo fue el primer libro que leí de él, para encontrarme con algo que era toda una novedad que me invitaba a soñar y a viajar a través de todo ese universo mágico que está presente en toda su obra, que conozco día que en su totalidad.

Aunque El otoño de patriarca me costó algo más de trabajo y lo dejé y retomé en varias oportunidades, sobre el tercer intento tuve la impresión de que se tratara de otro autor y otro libro. Tanto así que terminé leyendo esta novela cuatro veces porque no solo es maravillosa sino que además es una gran lección para cualquier escritor, en la medida que es la demostración física de que en literatura todo es posible y que la escritura puede sortear cualquier obstáculo.

En algún momento García Márquez reconoció en su pluma una continuación de su legado. ¿Cómo hacer para sobrellevar la responsabilidad de semejante honor?

Siento que se trató de un voto de confianza que me daba uno de los escritores más grandes de la Literatura Universal, y quien además conocía las dificultades y las complicaciones de este oficio como pocos. De manera que ese concepto resultó para mí como una apreciación muy estimulante, de la que sin embargo no alcancé a medir el conjunto de su magnitud.

¿Lo tomó por sorpresa?

Cuando Gabriel García Márquez hizo semejante afirmación –recuerdo que estaba presentando a un director de cine argentino-, este director tuvo que pellizcarme para hacerme saber que se estaba haciendo referencia a mí. La verdad es que quedé perplejo y no tengo sino palabras de agradecimiento.

Pero como al mismo tiempo se trataba de una frase que implicaba semejante responsabilidad, decidí que se trataba de una declaración para celebrar y para olvidar, de tal manera que no terminara convirtiéndose en una cruz.

 

Juan Carlos Millán Guzmán

 

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