Literatura

Es tarde para el amor

Náiver Urango

18/09/2014 - 07:10

 

Es tarde para el amor

Después de una serie indefinida de encuentros, finalmente Rafael y Erika se hicieron novios el veintidós de febrero. Para aquella fecha, ya Rafael había conocido la desnudez de los pezones azulados de Erika y la viscosidad de su sexo entrevisto en aquellos minutos ininterrumpidos de coito.

Antes de esto, Erika había tenido un par de novios y con ninguno se había acostado. Aunque no sentía una especial manía por su virginidad  —le daba lo mismo perderla con uno u otro tarde o temprano— creyó que su primera experiencia sexual fue substancialmente dolorosa. Aquella vez, la rigidez y tecnicidad en los movimientos de Rafael, comparada con su tardo amoldamiento a las pocas caricias, le hicieron pensar que lo que estaba haciendo no distaba mucho de una práctica de autoflagelación. Este tipo de práctica también le reveló a Erika que Rafael había arrastrado consigo a otras chicas al mismo lugar.

Rafael tardó medio año en conquistar a Erika y otro tanto invirtió en seducirla y llevársela a la cama. En su primera fase, la de aparente enamoramiento, lo hacía poniéndole mensajes escuetos y vulgares en Facebook, por correo o mediante el celular. Erika se motivaba con cada timbre que llegaba a sus oídos. No ocultaba —nunca quiso hacerlo— su emoción ante aquellos recados cargados de cierto grado de esnobismo y elucubraciones obscenas. Para ese periodo Erika salía con Manuel, quien le escribía poemas y se los dedicaba; no estaba propiamente enamorada del sujeto, pero le encantaba las metáforas que usaba para describirla en su poesía: pez, pájaro, agua deseada…

Un día, Erika estuvo a punto de rendirse a los pies de su atributo artístico, pero descubrió que Manuel andaba con la secretaria de cultura, quien era una mujer que doblaba en edad al poeta, con una belleza particular y una manera de referirse a las cosas cotidianas parecidas a la de Manuel. Esa vez Erika derramó una lágrima y se ocultó detrás de unos altos higos, mientras veía cómo Manuel le subía la falda beige a la secretaria, se bamboleaba entre sus delgadas piernas y le besaba el cuello. Erika nunca le hizo un reclamo o una recriminación a nadie.

2

Rafael pensó que cuando conoció a Erika por fin renunciaría a la usanza de aquél desamor. No tendría por qué seguir lamentándose más sobre aquélla desaventura —ese era su adecuado nombre— mal hablada por sus antiguos amigos. “Iveth era cosa del pasado”, se dijo frente al espejo sosteniendo las migajas de la nota donde Iveth le explicaba que jamás había sentido nada por él.

Al día siguiente, Rafael encendió su computadora portátil y estuvo harto rato husmeando muros en Facebook hasta que dio con el de una fulana Erika Cifuentes, en paréntesis Liberian Girl y que en vez de su foto ponía una de Michael Jackson. Luego de aceptar la solicitud de amistad —casi de ipso facto—, Rafael vio que en el perfil de la tal Erika abundaban ridículas postales de amor, frases de autores todavía más risibles y estados comentados por chicas con nombres rebuscados. Poco a poco fueron rompiendo el hielo, compartiendo fotos y datos vitales de cada uno. Luego Rafael probó con llamadas frecuentes y llegaron las consabidas citas en lugares inusitados.

Rafael nunca se olvidó de Iveth. Aunque esto no supuso que intentara olvidarla de todas las maneras posibles. A espaldas de Erika, se acostó con toda suerte de mujeres, yendo de un cuerpo a otro con una sed irrefrenable; bebiendo se convirtió en amigo de un gamín que siempre lo esperaba a las afueras de aquella discoteca. En esos instantes no podía evitar que sintiese una furibunda opresión en el pecho o reprimir un suspiro cuando se topaba con el aroma especial del perfume de Iveth, o sencillamente un gesto natural de Erika alcanzaba para saber que aún estaba engarzada en lo más hondo de su ser.

Ocurrió una noche, después de uno de esos jaleos. Rafael yacía llorando de dolor en posición fetal. Tenía los ojos rojos como si estuviera poseído por una droga sicotrópica. Sentía unas horribles aguijonadas en la costilla y el tórax. Respiraba dificultosamente entre hipos y saliva. Su cuerpo se contraía de espasmos…

Unos segundos antes de cerrar sus ojos, Rafael se había abierto las venas con la hoja de su navaja.

En el suelo los primeros goterones de sangre se mezclaban con el agua.

 

Náiver Urango

 

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

La miel silvestre, el cuento breve de Horacio Quiroga

La miel silvestre, el cuento breve de Horacio Quiroga

  Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce años, y a consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne...

Luis Mizar Maestre: homenaje a un poeta costeño poco común

Luis Mizar Maestre: homenaje a un poeta costeño poco común

El martes 25 de agosto falleció en Bogotá el poeta Luis Mizar Maestre (Valledupar, 1962), considerado como una de las voces más re...

Cumpleaños 87, Gabriel García Márquez (Parte I)

Cumpleaños 87, Gabriel García Márquez (Parte I)

La celebración del natalicio de Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, se convierte en la excusa perfecta para descubri...

Poquita cosa, el cuento corto de Antón Chejov

Poquita cosa, el cuento corto de Antón Chejov

  Hace unos días invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas....

Muerto, pero de la pea

Muerto, pero de la pea

  Sucedió hace mucho tiempo, cuando estaba vigente la constitución de 1863 y el estado soberano del Magdalena tenía muy olvidada l...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados