Literatura

Sofía

Diego Niño

27/10/2014 - 06:30

 

Vivías dos cuadras al sur de la Iglesia El Lourdes. De todas las latitudes venían hombres preguntando por tu domicilio. Daban vueltas por calles y callejones hasta que hallaban la casa. Timbraban dos veces, una pausa y luego dos veces más. Los habitantes del inquilinato entendían que llegaban en busca de tus favores.

Después que abrías la puerta, caminaban por largos y oscuros pasillos que desembocaban en un patio en el que había un árbol denso, malhumorado, que daba chirimoyas cuando se le antojaba. Al lado derecho estaba tu cuarto con las ventanas abiertas al sol y al agua. La habitación estaba ocupada por un armario atestado de ropa de tus mejores tiempos, una cama construida con las tablas que rescataste de todos los naufragios de una vida que hacía buen rato que venía en caída.

Algunos hombres pagaban la noche para que cocinaras y bailaras con ellos hasta que al cuerpo le llegaban las ganas de perderse en las arrugas del olvido. Los otros, los que tenían poco dinero, entraban, se desvestían rápidamente, descendían a la caverna de tu cuerpo y empezaban a rugir como una cascada. Al final ponían la cabeza en tu pecho para oír tu sangre embistiendo las bisagras del alma. Después arribaba el sueño. Entonces los arrullaba como los hijos que nunca tuviste.

¡Sofía de los abismos! Tuviste un parto de miles de hombres, de millones de noches, de cientos de esperanzas que fueron y vinieron por tu vida, por tus elegantes maneras de caminar, por tu silencio de mujer pública. Ninguno de los miles de hombres que arrullaste en tu pecho supo cómo fueron tus últimos años.

Uno a uno se consumieron los billetes que tasaste hasta que dieron todo de sí. Los hombres ya no timbraban ni mucho menos hacían fila al amparo del alero. Al final sobrevino una soledad que presagiaba la nostalgia de la última frontera.

Una noche, acorralada por las amenazas de los dueños del inquilinato, saliste con sesenta y dos años a buscar futuro, cuando futuro era lo único que no quedaba en tu vida. Nadie supo qué pasó contigo: sólo describían el sonido de tus pasos internándose en el callejón.

Cuentan que al siguiente día amaneció el cuarto con una humedad que no era de mujer ni de amor. El día se fue filtrando por la puerta que olvidaste cerrar, por las ventanas que siempre estaban de par en par. Conjeturaba el profesor del ciento dos, que te escapaste con la muerte gracias a que ella te hizo el amor con la misma ternura que usó el hampón que te raptó en la niñez…

 

Diego Niño

@diego_ninho

 

Sobre el autor

Diego Niño

Diego Niño

Palabras que piden orillas

Bogotá, 1979. Lector entusiasta y autor del blog Tejiendo Naufragios de El Espectador.

@diego_ninho

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Y el caso Vargas Llosa expuesto por Atilio Borón

Y el caso Vargas Llosa expuesto por Atilio Borón

  En América Latina, los intelectuales del siglo XX comenzaron a tener auge cuando pensadores como José Martí, José Enrique Rodó...

¿Por qué leer libros nos hace sentir bien?

¿Por qué leer libros nos hace sentir bien?

  La lectura es un placer. Los que se entregan a ella con regularidad lo saben. Muchas veces encontrar un tiempo para leer un libro c...

El ser más rico de la Tierra

El ser más rico de la Tierra

  Un día cualquiera Adriel Dadil se dio cuenta que era el ser más rico de la Tierra. Era más rico que Ardila Lule y Luis Carlos S...

Tríptico de la infamia, de Pablo Montoya

Tríptico de la infamia, de Pablo Montoya

Siempre he creído que una de las grandes diferencias que existen entre los españoles y los latinoamericanos es la visión tan difer...

Tres obras de George Orwell en torno a la pobreza

Tres obras de George Orwell en torno a la pobreza

  George Orwell es conocido ante todo como autor de dos clásicos contra el totalitarismo: 1984 (1948) y la fábula Rebelión en la g...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados