Literatura

Tejedoras de sueños: Jimena Bravo

Diego Niño

24/11/2014 - 06:05

 

La tarde amenazaba lluvia y al fondo El Halcón cantaba boleros con el empuje de la necesidad. La brisa barría las colillas de cigarrillos hasta amontonarlas en una esquina. Entretanto Jimena y yo contemplábamos la fachada de un café mientras libros, separadores y animalarios temblaban con el golpe de la brisa.

Conocí a Jimena en la Universidad Nacional.

—Éste es un animalario con el que podés formar cuatro mil figuras —dijo después de darme un calendario de animales prodigiosos, segundos después que mis ojos se pasearon sobre la geografía del paño, como si transitaran sobre la piel de una mujer desnuda.

El animalario tanto como los libros de carátulas alucinantes.

Los contemplé hasta que mis ojos se aferraron a Cuando los pasos amarillos apartan los senderos. Las ilustraciones que acompañaban los poemas desafiaban cualquier definición de realidad. Me detuve en uno en el que los trazos serpenteaban, se retorcían y se deslizaban hasta formar piernas, brazos y torsos que se diluían en lo que parecían ser un hombre y una mujer. A su lado, ondeaban unos versos:

Espero ansiosa
que las olas de tu noche
dejen en la orilla de mi cama
los cristales de tu respiración

—¿Son tuyos los poemas?

—De Lara, una amiga. Las ilustraciones son mías.

Continué internándome en una selva de líneas que formaban ojos, cucarachas, brazos y decenas de siluetas inclasificables.

—Debes tener sueños terribles, —afirmé abismado por los dibujos.

—Para nada.

Seguimos hablando mientras la llovizna empapaba la Plaza Ché. Algunos muchachos la atravesaban trotando y otros la cruzaban con las manos en los bolsillos. Tuve la sensación que la humanidad siempre se dividirá entre los que huyen y los que resisten.

—Debo irme, —anuncié al final de la charla. —¿Dónde estarás el viernes?

—En la Plazoleta del Chorro.

—Ese día te buscaré para que hablemos.

En efecto ese día la busqué en la plazoleta. Hablamos un rato y luego guardamos un silencio reflexivo mientras contemplábamos el café que estaba frente a nosotros.

—Vender es un asunto de paciencia —dije después que la tarde se detuvo en sus pestañas.

—Ni que lo digas, —respondió Jimena con un acento que me recordó a Facundo Cabral.

Quise decirle que años atrás había experimentado la paciencia del vendedor, cuando iba a hablar con los libreros que se ubicaban en la esquina de la veintiuna con séptima. Pero en ese momento emergió una multitud que traía un vendaval de voces, carcajadas y flashes.

Jimena lleva seis meses caminando pueblos y ciudades de Suramérica. Algunas veces vendiendo libros y otras ejerciendo como diseñadora gráfica (su profesión). Su plan es viajar hasta México y una vez allí, no se sabe qué sucederá. Una opción es que dé media vuelta y recorra los mismos senderos que la llevaron hasta allá, pero en sentido contrario. Otra es que tome un avión y regrese a Buenos Aires.

Incluso puede que no llegue a México.

—No creas que quiero pasarme la vida viajando, —dijo. —Si me sale un proyecto que me enamore, me quedo.

Al escucharla me doy cuenta que la felicidad es para los valientes. Estoy convencido que Jimena encontrará en algún momento de su viaje, aquello que millones de personas buscamos acudiendo al mismo lugar (oficina, universidad, fábrica, taller) durante veinte años.

—¿No te da miedo morir de hambre?

— Eso nunca va a pasar —responde con una seguridad sin grietas.

—¿Por qué no va a pasar?

—Porque no lo permitiré.

Naturalmente que no lo permitirá porque tiene lo que se necesita para triunfar: deseos, talento y paciencia.

Entretanto la noche se hizo espesa y continuaron llegando enjambres de personas que se arremolinaban en torno a los libros.

—Debo irme, —afirmé— ¿Dónde estarás en estos días?

—El domingo estaré en Usaquén… después no sé.

Claro, su vida no puede programarse más allá de tres días. La vida debería diseñarse sobre la ruta, lo contrario es habitar una casa que sólo existe en planos.

—Hasta pronto, — dije mientras la abrazaba.

—Hasta pronto, — repitió.

Di media vuelta y me interné en una noche que presagiaba mejores tiempos.

 

Diego Niño

@diego_ninho

 

Sobre el autor

Diego Niño

Diego Niño

Palabras que piden orillas

Bogotá, 1979. Lector entusiasta y autor del blog Tejiendo Naufragios de El Espectador.

@diego_ninho

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Nadie sino tú, el poema de Charles Bukowski

Nadie sino tú, el poema de Charles Bukowski

Nadie puede salvarte sino tú mismo. te verás una y otra vez en situaciones casi imposibles. intentarán una y otra vez por medio de s...

 José Saramago, el escritor de nuestro tiempo

José Saramago, el escritor de nuestro tiempo

  La primera y última vez que lo vi fue cuando tuvo la amabilidad de visitar el Perú. El motivo no era otro que presentar su libr...

La semipenumbra

La semipenumbra

“Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran la...

La avenida de los vencidos

La avenida de los vencidos

  ¿Cuántos de nosotros hemos recorrida una avenida? ¿Qué vemos en ese momento? ¿O estamos pendientes del móvil? ¿O distraídos...

Mi bisabuelo el campesino

Mi bisabuelo el campesino

  La madrugada se había despedido. El día comenzaba taciturno y parsimonioso. Efraín Ortega, agricultor empedernido y amante de la...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados