Literatura

Cuento: Homenaje a Bolivar

Carlos César Silva

15/05/2012 - 10:30

 

El 22 de octubre de 2000, a eso de las 5:30 p.m., luego de haberse ganado $ 5.000 dándole información privilegiada sobre la Quinta de San Pedro Alejandrino a un turista español que conoció en Taganga, Bolívar llegó al Parque El Libertador y mirando hacia el cielo con los brazos abiertos gritó:

—¡Estoy en peligro! He descubierto que de lo heroico a lo ridículo solo hay un paso.

Quienes no lo conocían se asustaron y huyeron de su alrededor, y quienes ya estaban acostumbrados a verlo por las calles de Santa Marta con los ojos rojos y dando discursos, se echaron a reír y comentaron entre ellos:

—El pobre Bolívar cada día que pasa está más loco.

A continuación Bolívar prendió un tabaco de marihuana (el séptimo del día)  y se sentó en un bordillo del parque a fumárselo. Bolívar tenía una barba larga (no se la afeitaba porque decía que era un signo de libertad). Le gustaba romperle las mangas a sus franelas para exhibir el tatuaje de Héctor Lavoe, a quien llamaba su único Dios, que tenía en el hombro izquierdo con la frase: “Es chévere ser grande pero es más grande ser chévere”. Siempre estaba moviéndose de un lugar a otro, como buscando a alguien, quizás a un amor que tuvo cuando estudiaba Derecho en la Javeriana. Se burlaba de todo el mundo, hasta de él mismo.

—Sé que no se acercan a mí porque les huelo a culo —le decía a la gente soltando una ruidosa carcajada, por ejemplo.

Cuando Bolívar terminó de fumar se puso de pie y volteó su mirada hacia la playa, en donde un grupo de pescadores estaba jugando fútbol. Bolívar recordó el gol de cabeza que, cuando cursaba la secundaria en el San Luis Beltrán, le anotó al equipo de “El Pibe” Valderrama en los Juegos Intercolegiados. Como buscando retornar a esa época de inocencia, comenzó a caminar en dirección a la playa con la certeza de que no estaba pisando el pavimento sino las nubes.

—Es sencillo: yo ando siempre por encima de ustedes —expresaba cada vez que le pedían una explicación acerca de su conducta.

Bolívar pasó frente a la antigua casa que era propiedad de su abuelo y que unos banqueros españoles tenían alquilada. Sonrió, sus familiares eran dueños de varias edificaciones en Santa Marta, tenían grandes condominios en El Rodadero y Pozos Colorados, pero él prefería dormir en un hotel barato acompañado de una puta. Desde que ellos le revelaron sus intenciones de internarlo en una Clínica de Cuba, Bolívar se apartó de ellos y les demostró que podía hacer lo que le diera la gana.

—¡Dejen de ser tan ilusos! —les decía—. No crean que voy a venderles mi libertad.

En la esquina había una taberna que se llamabaStrikes Back. Al pasar por allí Bolívar oyóMilonga para una niñade Andy Montañez y comenzó a bailar en la acera. Entusiasmado, se mordió el labio inferior y alzó las cejas.

—¡Ey Bolívar! —desde el interior de la taberna le gritó un viejo—. Te felicito: ahora tienes un tío que es senador.

—Uybrotherno me felicites por esa vaina —le contestó Bolívar—. Ese man  es un pato que al volar se caga.

Bolívar movió los hombros al ritmo de la música, sonrióy luego le guiñó un ojo al viejo, quien susurró:

—A Bolívar ya nadie lo salva.

Al cabo de un par de años, cuando el tío de Bolívar fue capturado junto a su asesor jurídico por investigadores del C.T.I. en un motel de Bogotá, el mismo viejo, invadido por el placer de la comprensión, exclamó:

—Definitivamente… para estar loco primero hay que estar cuerdo.

Bolívar se despidió del viejo haciéndole una señal con su mano izquierda y luego siguió caminando hacia la playa. Milonga para una niñaagitó los sueños que cantaban en su corazón: volar sin importar las fronteras, encontrar a su amor de la Javeriana, y tomarse una fotografía con Héctor Lavoe. Sabía que estos sueños no se le harían realidad, pero se conformaba con sentirlos.

—Lo importante es que estén dentro de mí y que nadie pueda sacarlos —se decía él mismo tocándose el pecho.

Los pescadores disputaban un partido intenso. El marcador estaba igualado y el equipo que primero anotara un gol obtendría la victoria. Bolívar cruzó el primer carril de la avenida sin mirar hacia los lados. Ni siquiera se percató de la forma tan brusca en que los vehículos lo evadieron. Iba emocionado. Ahora también seguía el camino que el sol estaba abriendo en medio del mar. Algo le hacía creer (tal vez sus deseos de volver a ser un niño inocente) que por ese camino iba a alcanzar la libertad absoluta.

Sin perder de vista su objetivo entró al segundo carril. Una camioneta frenó ágilmente a pocos centímetros de él y lo dejó pasar.

—Oye marihuanero —le gritó el conductor de la camioneta—. Bájate de esa nube en la que andas y pon los pies sobre la tierra.

Bolívar giró su rostro hacia el conductor y con una mueca lo mandó a comer mierda. Luego intentó continuar su camino pero un autobús apareció de repente e impactó de forma inevitable contra el costado derecho de su cuerpo. Ante los ojos atónitos de quienes estaban alrededor, Bolívar salió dando vueltas en el aire y fue a parar de cabeza contra un bordillo. La gente enseguida corrió hasta donde había caído y lo encontró con un profundo orificio en el cráneo y en medio de un pozo de sangre. Algunos, sin entender por qué razón, comenzaron a extrañarlo y hasta se echaron a llorar, entre esos estaban los pescadores que no pudieron acabar con el partido de fútbol.

Hoy, diez años después, por iniciativa de un grupo de jóvenes, se hará en la bahía de Santa Marta una fiesta en honor a Bolívar. El evento empezará a las 4:45 p.m. con un partido de fútbol en la playa, al cual prometió asistir “El Pibe”. Seguirá luego con un recital de las frases más populares de Bolívar.

—Para reírme de mentira,brother, mejor me pongo a llorar —seguro será la primera en pronunciarse.

Y culminará con un concierto de la orquestaQueens, la cual solo interpreta música de Héctor Lavoe. Los jóvenes que organizaron el evento creen que Bolívar era un símbolo de la libertad.

—Bolívar —según uno de ellos— vociferaba verdades que, para sopesar la vergüenza pública, eran asumidas como locuras.

Fieles a estas ideas, los jóvenes se negaron a aceptar el apoyo que ofreció para la fiesta el alcalde de Santa Marta, quien era primo de Bolívar.

—¡No sea tan iluso! —le dijeron al alcalde— No crea que vamos a venderle nuestra libertad.

CARLOS CÉSAR SILVA

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