Literatura

Isabel o la Torre de Babel

Berta Lucía Estrada

02/07/2015 - 06:20

 

La languideciente Asia y la ardiente África, 
todo un mundo lejano, ausente, casi muerto, 
vive en tus profundidades, ¡selva aromática!, 
como otros espíritus bogan por la música, 
el mío, ¡Oh, mi amor!, nada por tu perfume.

Iré allí donde el árbol y el hombre, llenos de savia, 
desfallecen mucho tiempo bajo el ardor de los climas; 
fuertes trenzas, ¡sed el oleaje que me arrastre! 
Continentes, mar de ébano, un sueño deslumbrante 
de velas, de remeros, de gallardetes y de mástiles.

La Cabellera

Charles Baudelaire

 

De todas nosotras la más hermosa era Isabel. Cuando la vi por primera vez, tuve la sensación de déjà vu. Pasado el tiempo me di cuenta que ella parecía salida de un cuadro de Boticelli. El nacimiento de Venus o Las tres gracias hubiesen podido ser pintados teniéndola a ella como modelo.

Su verdadero nombre era Isabella. Aunque para nosotros era Isabel o la torre de Babel. Había nacido en Italia, de madre alemana y de padre colombiano. Por lo que las tres lenguas la acunaron. Además hablaba con fluidez el inglés y el francés. Jamás se equivocaba, pasaba de un idioma al otro con una facilidad que no dejaba nunca de sorprenderme. Aunque se había criado en Florencia, había decidido estudiar literatura en Bogotá. Ella, que hubiese podido escoger cualquier universidad del mundo, venía a una ubicada en el tercero. No dejo de reconocer que eso siempre significó para mí un gran enigma.

De Isabel aprendí, que uno no es ciudadano de un país, ni de un continente, ni del tercer mundo, sino ciudadana del mundo, como ella se llamaba a sí misma. Isabel no conocía las fronteras. También es cierto que su pasaporte alemán no tenía estigmas. Tampoco era una apátrida, porque en todas partes se sentía como en casa. Tenía una gran capacidad de adaptación. El choque cultural, en vez de deprimirla, la hacía reír. Disfrutaba de los cambios culturales a los que inevitablemente se veía confrontada en el diario vivir. Hubiese podido ser una pedante de miedo y, sin embargo, era la mujer más sencilla y más sensata que haya conocido hasta ahora. Su belleza de leyenda sólo era equiparable a su inteligencia. Recuerdo como los hombres hacían literalmente cola para verla pasar. Ella ni se inmutaba. Cualquiera diría que ni siquiera se daba cuenta de los tumultos que dejaba a su paso por la cafetería, por los corredores o por las zonas verdes de la universidad. Era capaz de parar el tráfico de la séptima, sin que fuese consciente que ella era la causa directa del caos vehicular de las seis p.m. entre lunes y viernes. Imagino que había hombres que la atisbaban a la salida de las clases para ver si por fin aceptaba subirse a algunos de los carros que se estacionaban en horas pico y en lugares prohibidos, abanicándose ante la hembra escogida. Y aunque la llamaban a gritos, Isabel ni siquiera volteaba la cabeza para ver quién o quiénes gritaban como animales en época de celo.

Era la única que no suspiraba por César, sin embargo, era la más cercana a él. Más que la propia Betsabé. Su apego no era físico sino intelectual. Aunque era de carcajada fácil, nadie la hacía reír como él. César lo sabía. Así que siempre se inventaba para ella un verso, un paso de danza o un acróstico a todas luces kitsch. César e Isabel eran cómplices, los dos lo sabían y disfrutaban de su relación. A ella le gustaba la salsa, así que César la llevaba a los lugares donde ninguna de nosotras se hubiese atrevido a ir. A veces Betsabé los acompañaba. Pero sabía de antemano que la mayor parte de la noche la pasaría sentada, calentando silla, porque Isabel no daba un respiro. Para Betsabé eso no era problema, sabía muy bien que en la madrugada el negro hermoso era sólo para ella. Por otra parte, era imposible conocer a Isabel y no quedar rendido a sus pies. Tenía un carisma muy especial. Siempre decía las palabras justas en el momento justo. No halagaba a nadie por el simple placer de hacerlo; si lo hacía, uno podía estar seguro que lo sentía de verdad. Cuando criticaba, lo hacía con los argumentos adecuados, por lo que nadie se molestaba con ella. Al contrario, sabíamos que cuando aprobaba o desaprobaba algo, era porque había que reflexionar sobre sus palabras. Su cultura era inmensa.

Si la conversación se trataba de arte, podía dar cátedra de las pinturas rupestres de Lascaux, de Niaux o de Altamira, para pasar de inmediato a Miguel Angel, a la Escuela de Barbizon, a Cézanne, a Picasso, a Wilfredo Lam o a Antoni Tàpies, y todo con la misma facilidad y profundidad del primer tema abordado. Con la gran ventaja que la pintura, la escultura o la arquitectura, eran para ella un paisaje más que la rodeaba, como a nosotros la cordillera de Los Andes. Mientras que ella había podido observar directamente las obras a las que se refería, nosotros sólo podíamos verlas a través de la enciclopedia de la Historia del Arte de Salvat. Una gran diferencia, no cabe duda.

Igual con la poesía. Si hablaba de Canto General, al hablar del Bío-Bío, ella podía recordar del color de sus aguas y de Río Bueno, el pueblo que el río bañaba. Entonces nos hablaba de las casas de madera del sur de Chile y de la colonia alemana que las había construido, -Como los caracoles, se llevaron sus casas a cuestas cuando partieron de su país 60,70, 80 años atrás. Como en la obra de Louise Bourgeois, -explicaba-.

Ella fue la primera en establecer cierto grado de semejanza entre su obra y la de Teodora, nuestra compañera de grupo. Isabel nos conducía por vericuetos inusitados de la poesía de Neruda. Nos hablaba de los bosques del sur y de los lagos, como si fuese un cuento de hadas que se le narra a un niño pequeño. Isabel rara vez escribía algo diferente a los trabajos universitarios, no porque no tuviese talento sino por el poder de la palabra. De todos nosotros era quien mejor había entendido la razón de ser de la tradición oral, creo que esa era una de las razones por las que Carmen siempre la buscaba: -¡Tengo tanto que aprender de ella!, -repetía una y otra vez-. Lo que para Carmen eran elucubraciones mentales, difíciles de parir, para Isabel era como hablar de una manada de elefantes que caminan en la planicie, lentos pero seguros del paso que van a dar.

Isabel, o aroma a feromonas, eran sinónimos. No era sólo su belleza física lo que cautivaba a los hombres, aunque también imagino que muchas mujeres han debido sentirse atraídas por ella. Su cuerpo exhalaba una sustancia de mujer salvaje que venía desde los orígenes mismos de la especie humana. Cuando se sentaba en la cafetería de la universidad los hombres comenzaban a sentirse nerviosos, uno los veía erigirse, arreglarse el pelo, poner la mejor de sus sonrisas. Olían sexo y ese efluvio venía de Isabel.

Una vez le pregunté qué perfume utilizaba, me respondió -Ninguno, no me gustan. No me extrañó, porque yo ya lo intuía, sólo quería estar segura que era el olor de la hembra que busca el mejor especímen con quien preservar la especie. Pero, o Isabel no era verdaderamente consciente de su poder corporal, o simplemente aún no había encontrado el hombre a quien amar. En otra mujer sus características hubiesen podido ser únicamente instintivas, pero en ella sexo e intelecto tenían que fusionarse en un solo cuerpo. Y fuera de César, nuestro panorama en ese ámbito era asaz precario.

Yo creo que César era el único que no sentía el aroma de hembra que despedía Isabel. Su amor y pasión por Betsabé le impedían sentir el olor de otra mujer. Supongo que era eso lo que hacía sentir a Isabel una sensación de tranquilidad y de protección que difería del permanente acoso de los machos del que era objeto. Aunque la verdad era que la vida privada de Isabel nunca la conocimos, no sé si César y Betsabé sabían algo, de todas formas no lo habrían comentado.

Ella no hablaba sobre su vida íntima, no sabíamos si había tenido algún amigo, ni siquiera sabría decir si en verdad había estado en la cama con alguien. Isabel vivía en un estado de permanente sosiego, nada que ver con una mujer ganosa a la que se le van los ojos detrás de cada tipo que pasa a su lado. No era coqueta, aunque todos los chiros que se ponía, le sentaban como si fuese una vestal venida de tiempos y espacios ignotos. Nada le quedaba mal. Además, chiros es un decir, porque toda su ropa era de un gusto exquisito, aunque nunca se regía por la moda. Al contrario, cuando veía que las mujeres comenzaban a utilizar algo que ella ya se ponía desde tiempo atrás, inmediatamente lo dejaba a un lado o simplemente lo regalaba. Pero no se lo volvía a poner. La ropa, los accesorios, los zapatos, eran su sello, su impronta, su marca personal; como si necesitase de ellos para ser única. Le encantaba peinarse. Jugaba con su pelo como si fuese una diseñadora que busca crear el modelo que va a romper con todos los cánones conocidos. En cualquier otra mujer sus peinados hubiesen sido estrambóticos, demodés, propios de mujeres locas supongo; pero en ella lucía normal peinarse como si su larga cabellera simulara un edificio, una balanza, una montaña o un trono.

Muchos de sus peinados eran inspirados en el arte egipcio o en la forma de arreglarse el pelo de las mujeres africanas. O simplemente se colocaba en la cabeza accesorios a todas luces étnicos. A través de sus peinados yo sentía la sensación de viajar por mundos, culturas y épocas conocidas y desconocidas. Sus peinados hacían pensar en pueblos que ya habían desaparecido o que nunca habían existido o bien en pueblos que aún están por llegar. Un día le dije que estaba segura que Baudelaire había escrito La Chevelure, después de haber tenido un sueño premonitorio con ella. No le gustó mucho el símil utilizado, no porque no le gustase el poema, sino porque en lo único que era consciente de ser original, era en la manera de jugar con su pelo. Por lo que ni siquiera lo tomó como un halago, más bien se sintió incómoda. Ella, que no se incomodaba por nada. Entendí bien la lección, no volvería a decirle algo por el estilo. Cuando terminamos la universidad debió considerar que su tiempo en Colombia ya había sido suficiente, así que empacó maletas y se regresó a Italia. Quería seguir estudiando.

Se instaló en Florencia y entró a estudiar historia del arte. Pasado el tiempo entró como profesora titular a la universidad y cada cierto tiempo viene a vernos. Nunca habla de sí misma. Isabel sigue siendo un enigma para mí. No sé si está casada, separada, divorciada, viuda, si comparte su vida con alguien o si está sola. Viaja constantemente a dictar conferencias sobre el Renacimiento, en las universidades más prestigiosas del mundo. Ha colaborado con las más importantes publicaciones de arte en los últimos diez años y ha escrito algunos libros que han batido records de venta. Su forma de contar la historia del arte, como si se tratase de una leyenda para niños, ha tenido un éxito sin precedentes. El poder de la palabra oral, finalmente pasó a su pluma. Hoy también viene, hace ocho días que está en el país.

 

Berta Lucía Estrada

bertalucia@gmail.com

Acerca de esta publicación: El relato “Isabel o la Torre de Babel” hace parte de la obra “Féminas o el dulce aroma de las feromonas” publicada por la escritora y columnista Berta Lucía Estrada.

Sobre el autor

Berta Lucía Estrada

Berta Lucía Estrada

Fractales

Berta Lucía Estrada Estrada (Manizales). Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo sobre literatura infantil y juvenil ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.

Premios literarios:

Primer Premio Nacional de Poesía 2011 Meira del Mar, realizado por el Encuentro de Mujeres Poetas de Antioquia, con el libro "Endechas del Último Funámbulo", basado en la vida y obra de Malcolm Lowry.
Premio Especial, fuera de concurso, Ediciones Embalaje del Museo Rayo-2010, con el ensayo poético "Náufraga Perpetua".
2o puesto en el Concurso Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos Reyes-2011.
4o lugar en el XXVII Concurso Nacional de Poesía Ediciones Embalaje-Museo Rayo 2011.

Blog El Hilo de Ariadna, en www.elespectador.com
http://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/
Blog personal: Voces del Silencio:
http://beluesfeminas.blogspot.com
*Correo electrónico: bertalucia@gmail.com

1 Comentarios


Relata Nodo Occidental 09-09-2015 02:49 PM

Delicioso texto, maravillosa evocación del misterio, de la magia femenil en esta Isabella, o Torre de Babel de la sensualidad y la inteligencia. Excelente. Gracias.

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