Literatura
Francisca
“A quienes -luchadores empedernidos de lo autóctono- te reprochen tus platos forasteros tendrás que recordarles también los frisoles y el ajiaco, la carne en polvo y el chicharrón son importados. Ni marranos ni judías ni gallinas había en estas tierras del extremo occidente. Que llevamos tres siglos cocinando plátanos verdes y maduros no quita la verdad de que nos lo trajeron, con sus esbeltos cuerpos, los esclavos”.
Tratado de culinaria para mujeres tristes
Héctor Abad Faciolince
A Francisca la conocimos en la mitad de la carrera. Tiempo atrás se había retirado de la universidad, no porque no le gustase la literatura, sino porque quería estudiar todo al mismo tiempo. Quería ser antropóloga o arqueóloga, o las dos cosas, pero su amor por la literatura pudo más que las otras profesiones. De todas formas varias veces le escuché decir que algún día estudiaría antropología. Su otro interés era la cultura. En los años ‘70 no se estudiaba como disciplina, al menos no en nuestra universidad. Francisca sería una de las pioneras en nuestro medio. Al igual que Saskia a ella le gustaba la buena mesa. Hasta el punto que quería ir más lejos, quería reflexionar sobre el rol que había jugado la cocina en el encuentro de las tres culturas en el continente latinoamericano. Años después me enviaría el primer capítulo de un libro que estaba preparando con respecto a dicho tema.
La primera impresión que transmitía Francisca, era la de una persona taciturna y huraña. En realidad era una persona cálida, simpática y sobre todo muy buena conversadora. Pero había que ganarse su confianza. Francisca se asemeja a los yeguas salvajes, indómita y libre; pero también tiene mucho de felina. Una vez me dijo que le gustaban los gatos porque eran independientes, solitarios, amantes del confort, propietarios de una mirada sabia, enigmática, mítica, con la gran ventaja que sus rostros no envejecen, su caminar es silencioso y sensual y les encanta que los acaricien, -son maestros del placer -agregó-. Pero de haber podido escoger la especie para venir al mundo habría sido una yubarta o ballena jorobada. -Son gregarias, longevas, recorren los mares, por lo que son custodias de secretos inimaginables, se pasean por bancos de coral, por jardines de anémonas, contemplan los cardúmenes de peces. Nadan de una forma soberbia, augusta, como si fuesen conscientes que son las dueñas del océano. Pero lo que más me seduce es el ritual que precede a la cópula. Los machos componen diferentes cantos durante toda su vida, son notas graves que varían en amplitud y en frecuencia; y lo que es todavía más extraordinario, es que nunca repiten las notas de los años anteriores. Es un canto de seducción elaborado, fino, galante; el mejor regalo que le pueden hacer a una hembra -confesó-.
No en vano amaba con locura a Plácido Domingo y a Luciano Pavarotti. Su padre le había enseñado a apreciar la ópera. Todos los domingos por la mañana él se sentaba a trabajar en la biblioteca y a escuchar un de estas composiciones; eran cuatro horas escuchando La Traviata, Aida, Carmen o alguna otra. En su casa no podía escucharse nada que no fuera el bel canto, la música clásica, la andina o el tango. Sobra decir que el rock estaba proscrito. -En eso mi padre era implacable -decía- de resto era un hombre muy tolerante.
Así era y así es Francisca. Llena de sorpresas, como una caja de pandora. No por los males que la original contenía, sino porque uno siempre descubre cosas nuevas con ella. No es una intelectual en el sentido propio del término, no obstante posee una cultura general lo suficientemente vasta como para poder opinar en múltiples temas. Un día leí que su nombre proviene del griego y que significa liberada. Pero también podría significar resuelta, firme, segura. Francisca no se amilana ante las dificultades, es previsora como las ardillas, fuerte como un guarumo; debe de ser por ello que también es generosa. Como en el caso del árbol que prepara el suelo para que otros puedan instalarse, ella prepara su entorno para recibir a los que ama o para buscar las palabras adecuadas que deben de ser dichas en momentos trascendentales.
Cuando Francisca regresó a la universidad nos pareció distante, arrogante. Ni ella hacía esfuerzos por integrarse al grupo, ni nosotros la invitábamos a la cafetería. Pero poco a poco, a medida que la íbamos conociendo en clase, nos fuimos compenetrando con ella. Con el tiempo establecería lazos muy fuertes con Betsabé y con Carmen, un poco menos con Miranda; pero sobre todo, estableció lazos de amistad con César. Varias veces trabajaron juntos en la presentación de exposiciones o de ensayos. Tenían ideas políticas semejantes y desde el punto de vista literario los dos estaban interesados en un análisis antropológico de los textos latinoamericanos. Recuerdo cuando expusieron Canto General de Pablo Neruda. Ese día tuvimos la oportunidad de asistir a una presentación de nuestra propia esencia latinoamericana. Fue una especie de buceo de nuestra historia perdida y nunca contada; algo así como lo que habían hecho César y Carmen con la obra de teatro que habían montado juntos. Pero esta vez era Neruda quien hablaba a través de ellos dos. Cuando comenzaron no teníamos mucho interés, ya que conocíamos de sobra el libro. ¿Quién no conocía a Pablo Neruda en los años ‘70? ¿Quién no lo conoce ahora? Muy pocos creo yo. Pero a medida que su exposición fue tomando cuerpo, nosotros nos sumimos en una especie de nube que nos invitaba a la recuperación de nuestra memoria y por ende de nuestra identidad latinoamericana. Resumiéndola, decía más o menos así:
Neruda incursionó en todos los temas que la poesía puede tocar, incluyendo la rica cosmogonía americana. Canto General, como su nombre lo indica, es una hermosa oda a un continente aún no nombrado, a los extensos dominios anteriores a la “peluca y la casaca”, y “a las tierras sin nombres y sin números”, y donde el hombre fue “arcilla... cántaro caribe, piedra chibcha”. Y para recordar ese pasado prodigioso y sagrado, ahí está el poeta, como el elegido que impedirá el olvido del pasado mítico, del tiempo no histórico, el poeta erigido en la conciencia colectiva que nunca olvida y que siempre denuncia: “yo estoy aquí para contar la historia”.
Hablaron por espacio de dos horas, alternando sus voces, como un lamento que salía de la noche de los tiempos. Como si todas las voces de mujeres violadas, de hombres asesinados o muertos por enfermedades desconocidas, de niños huérfanos y hambrientos, se hubiesen levantado para contarnos lo que habían perdido, lo que les habían arrebatado. En el aula de clase se hizo un silencio sepulcral, como si nuestras almas se sumasen a ese dolor antiguo y profundo de las entrañas de América Latina. Creo que ese día fue que verdaderamente aceptamos a Francisca. Todos habíamos sucumbido al hechizo de su voz, hasta César que para entonces ya la conocía bien. A partir de ese día aprendimos a respetarla y a apreciarla. Francisca no era una persona del común, pero nosotros nos habíamos negado a reconocerlo. Ese día aceptamos que nos habíamos equivocado y que teníamos ante nosotros a una mujer inteligente y sensible. Francisca también escribe narrativa. El año pasado participó en un concurso de provincia, más que el premio del dinero, que además era muy poco, algo simbólico, lo que de veras le interesaba era la publicación del libro. -Fue una gran desilusión -me confesó la última vez que hablamos por teléfono-. Se presentaron quince propuestas y el jurado, hay que anotar que no era de la ciudad, consideró que no había nada importante, más bien dieron a entender que los trabajos que se habían presentado eran pura bazofia. Es más, recomendó a la institución que había hecho la convocatoria, abrir talleres orientados al aprendizaje de técnicas de narración. Cuando tú sabes muy bien que en esta ciudad viven varios escritores que ya han sido traducidos a otros idiomas. Fue como una burla, ¿sabes?, por una vez que el Estado apoya el oficio de escritor, tres intelectuales de la capital se otorgan el derecho a declarar el concurso desierto. En vez de estimular la creación literaria de provincia, lo que pretendían era enterrarla y dejar la tumba sin nombre. Supongo que buscaban el segundo Gabo. Cuando nadie en este país pretende emularlo. Tú lo sabes mejor que yo, Antonia.
Cabe anotar que pasados veinticinco años sigue siendo la misma Francisca. La vida la ha golpeado, como a todas nosotras. Ha conocido más el desamor que el amor, pero esa también es otra tragedia que llevamos a cuestas las mujeres independientes; sobre todo en un país donde la vida de la mujer corre peligro en cada esquina. Hoy también viene, espero con ansia su llegada.
Berta Lucía Estrada
Acerca de esta publicación:El relato “Francisca” representa el octavo capítulo de la obra “Féminas o el dulce aroma de las feromonas” de la escritora y columnista Berta Lucía Estrada.
Sobre el autor

Berta Lucía Estrada
Fractales
Berta Lucía Estrada Estrada (Colombia,1955) es escritora, ensayista, poeta, dramaturga, antologadora, crítica literaria y de arte. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado doce libros, más siete escritos al alimón con Floriano Martins (esta escritura al alimón comprende cuatro piezas de teatro, dos novelas cortas y un poemario). Ha recibido seis premios de poesía; tres con obra publicada.
Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en revistas como Altazor (Chile), Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura, Revista Acróbata (Brasil), Blanco Móvil (México), Nueva York Poetry, La otra (México), AErea (Chile y España), EntreTmas (Nueva Yoork) y Aleph (Colombia). Es una colaboradora asidua de las publicaciones de la Universidade Estadual do Oeste do Paraná – UNIOESTE y del programa de radio Pegando la Hebra, dirigido por María Vicenta Porcar Pedro (Valencia-España) donde colabora con el aparte Palabra de Poeta y además tiene un espacio llamado Poliedros; dedicado a entrevistas y a la presentación de libros.
Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés, portugués, rumano, griego, italiano e inglés.
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