Literatura

Las voces y los testimonios de “La hojarasca”

Karla Sofía Beltrán Torres

18/03/2022 - 04:45

 

Las voces y los testimonios de “La hojarasca”

 

El colombiano Gabriel García Márquez publica en 1955 La hojarasca como su primera novela. En ella se nos sitúa por primera vez en Macondo y presenta a sus primeros habitantes. Por ello, esta obra es objeto de análisis, ya que estamos ante una serie de memorias que le dan ese ambiente surrealista y mágico, propio de Latinoamérica. Por ejemplo, el manejo de una técnica narrativa diferente a la típica y tradicional del narrador omnisciente. En la obra no existe dicho narrador sino que nos encontramos con varios narradores que exponen su testimonio. Por medio de la narración, los personajes adquieren autonomía; pero no sólo eso, también obtienen una voz propia.

Lo especial de la voz narrativa en La hojarasca es la visión particular sobre los sucesos que son objeto de narración, y con la que se manifiesta cada personaje.

La narrativa ofrece a los personajes una oportunidad de construir su historia por medio del testimonio narrado. En otras palabras, la narrativa es el vehículo que tienen los personajes para comunicar la información que construye la historia. El personaje narra diversos datos con base en la visión individual de los sucesos. Cada uno de los personajes constituye la voz de un narrador que lleva a cabo parte de la historia en La hojarasca. Es decir, el papel de narrador representado por el agente que, mediante la estrategia discursiva que constituye el acto de narrar, hace la relación de sucesos reales imaginarios (Beristáin 355). En este caso, los personajes son los agentes narrativos, son los locutores primarios.

La narrativa tiende a desarrollar una diégesis, que es el conjunto de acciones ocurridas en el aquí ahora de su enunciación, es decir, enhebradas espacio-temporalmente mediante la acción discursiva de narrar (Beristáin 150). La diégesis central que presenta la novela es la vida del doctor. Este es el momento del que los personajes parten para narrar. Cuando las voces narrativas salen al aire, nos dirigen hacia diversas perspectivas que cada uno marca a través de su testimonio. Según Tacca, los personajes son el motivo de la narrativa para las voces:

Hay un procedimiento muy utilizado por la novela, que consiste en un verdadero desdoblamiento entre narrador y personaje, aunque conservando su consciencia, su identidad. El personaje cuenta hechos de su pasado, pero contemplados en la relativa “ajenidad” que impone el tiempo (131).

En la novela, los personajes están en el acto narrativo basados en sus testimonios, también llamados como enunciados. Las voces se manifiestan con base en los segmentos de las cadenas habladas o escritas (Beristáin 183), ya sea un cúmulo de frases u oraciones. Lo enunciado es producido por un emisor, es decir, por un narrador. En La hojarasca, las voces son los emisores de este enunciado personal. Sin embargo, las voces no son del todo similares, a pesar de ser narradores no comparten las mismas características ni la misma capacidad de conocimiento de la historia. Entre ellas parten del mismo eje de la historia: la situación en la que se encuentran.

Las voces que se encuentran en el texto son el coronel, Isabel y el hijo de Isabel. Las tres cumplen la principal función: narradores diegéticos. Enseguida observamos cómo la voz de Isabel nos brinda información sobre el pueblo en el que vivía el doctor:

Detrás del templo, al otro lado de la calle, había un patio sin árboles. Eso era a fines del siglo pasado, cuando llegamos a Macondo y aún no se había iniciado la construcción del templo. […] cuando llegó el primer párroco se alojó donde una de las familias acomodadas de Macondo. Luego fue trasladado a otra parroquia. Pero en esos días (y posiblemente antes de que se fuera el primer párroco) una mujer con un niño de pecho había ocupado el cuartito sin que nadie supiera cuándo llegó a él, ni dónde ni cómo hizo para abrir la puerta (51).

Del mismo modo la voz del coronel testifica:

Regresaba de la peluquería al anochecer y se encerraba en el cuarto. Desde hacía algún tiempo había suprimido la comida de la tarde y al principio se tuvo en la casa la impresión de que regresaba fatigado e iba directamente a la hamaca, a dormir hasta el día siguiente. Pero no transcurrió mucho tiempo antes de que yo cayera en la cuenta de que algo extraordinario le sucedía a sus noches (95).

A la vez, la voz del hijo de Isabel expresa:

Mi abuelo se sienta otra vez junto a ella, la barba apoyada en el bastón. Dice: Que casualidad. Yo venía pensando lo mismo. Ellos entienden sus palabras. Hablan sin mirarse, mamá estirada en el asiento, dándose palmaditas en el brazo, y mi abuelo sentado junto a ella, todavía con la barba apoyada en el bastón. Pero aun así se entienden sus palabras, como nos entendemos Abraham y yo cuando vamos a ver a Lucrecia (129).

De acuerdo con los fragmentos que cité anteriormente, se visualiza una diferente perspectiva entre los narradores. Por ejemplo, las voces de Isabel y el coronel coinciden en ser narradores homodiegéticos. Éstos son aquellos que están involucrados en el mundo narrado y se encuentra en primera persona. Por lo tanto, este tipo de narradores conoce la historia que se narra y, como prueba de esto, dan su testimonio. A continuación, un fragmento de la voz del coronel que aparece en el primer capítulo:

Lo miro a los ojos y siento que le he mirado con la firmeza necesaria para hacerle entender que penetro hasta lo más hondo de sus pensamientos. Le digo: “Usted se está colocando fuera de la ley para darles gusto a los demás”. Y él, como si hubiera sido exactamente eso lo que esperaba oír, responde: “Usted es un hombre respetable, coronel”. Yo le digo: “Usted más que nadie sabe que está muerto”. Y él dice: “Es cierto, después de todo yo no soy más que un funcionario. Lo único legal sería el certificado de defunción”. Y yo le digo: “Si la ley está de su parte, aprovéchela para traer un médico que expida el certificado de defunción”. (27) […] Transcurrieron todavía diez años sin que bebiera agua del pueblo, acosado por el temor de que estuviera envenenada; alimentándose con las legumbres que él y su concubina india sembraban en el patio. Ahora el pueblo siente llegar la hora de negarle la piedad que él negó al pueblo hace diez años, y Macondo, que lo sabe muerto (porque todos debieron despertar esta mañana un poco más livianos), se prepara a disfrutar de ese placer esperado, que todos consideran merecido (28).

En el fragmento anterior, el emisor por medio de su narración nos da pistas sobre su caracterización: ahora el pueblo siente llegar la hora, nos dice el enunciador. Podemos concluir que conoce la vida del doctor y el pueblo en el que sucede este incidente, que es Macondo. Al igual que el coronel, Isabel es un narrador homodiegético:

No he debido traer al niño. No le conviene este espectáculo. A mí misma, que voy a cumplir treinta años, me perjudica este ambiente enrarecido por la presencia del cadáver. Podríamos salir ahora. Podríamos decir a papá que no nos sentimos bien en un cuarto en el que se han acumulado, durante diecisiete años, los residuos de un hombre desvinculado de todo lo que puede ser considerado como afecto o agradecimiento. (17) […] sin embargo, llegada la hora, no ha tenido el valor para hacerlo solo y me ha obligado a participar de ese intolerable compromiso que debió de contraer mucho antes de que yo tuviera uso de razón (18).

En este fragmento, Isabel da a conocer la visión que tiene, en especial, con la situación que comparte junto con el coronel y con su hijo. Es aquí donde comienza a narrar su estancia en la casa del difunto. El yo de Isabel comienza a narrar y manifiesta su sentir dentro del momento en el que describe me perjudica este ambiente. Para ella esa situación no es favorable, por eso quiere proteger a su hijo. De esta manera, se observa una línea intrínseca en las voces.

Las voces narrativas son un conjunto de narradores-personajes. Este grupo de voces puede variar de acuerdo con las características del texto. Por ello, el hijo de Isabel se deslinda de los dos narradores mencionados anteriormente. El hijo de Isabel enuncia desde otra óptica como un narrador metadiegético:

Hace días que no vamos a ver a Lucrecia. Ahora vamos al río por el camino de las plantaciones. Si salimos temprano de esto, Abraham estará esperándome. Pero mi abuelo no se mueve. Está sentado junto a mamá, con la barba apoyada en el bastón. Yo me quedó mirándolo, examinando sus ojos detrás de los cristales, y él debe sentir que lo miro porque de pronto suspira con fuerza, se sacude y dice mi madre con la voz apagada y triste: “El Cachorro los habría hecho venir a correazos”. Después se levanta de la silla y camina hacia donde está el muerto (132).

En el fragmento anterior, el hijo de Isabel narra los hechos desde otra distancia comparado con los otros narradores. Esto se debe a que se concibe como un narrador metadiegético. Este tipo de narrador es aquél que narra en su calidad de personaje de la diégesis, es decir, si ubicado dentro de una primera cadena de acontecimientos toma a su cargo la narración de otra historia, ocurrida en otro plano espacio-temporal, en otra situación, con otros personajes (Beristáin 357).

Al inicio del primer capítulo, el hijo de Isabel es el primero que aparece. Este énfasis que recibe el hijo se lleva a cabo con el propósito de abrir camino a los otros narradores. Esto no significa que el hijo sea el personaje protagonista, al contrario, los tres se mantienen en un mismo nivel jerárquico:

En el lecho parecía como si el muerto estuviera con dificultad. En el ataúd parece más cómodo, más tranquilo, y el rostro que era el de un hombre vivo y despierto de una pelea, ha adquirido una vuelta reposada y segura. […] Mi abuelo echa un libro dentro del ataúd, hace una señal a los hombres y tres de ellos colocan la tapa sobre el cadáver. Sólo entonces siento la liberación de las manos que me sujetaban la cabeza hacia ese lado y empiezo a examinar la habitación […] (17)

Las voces narrativas son personajes activos en el mundo narrado. Tanto a Isabel como al coronel y al hijo se les denominavoz y tienen existencia por su identidad narrativa y como actores en la obra. De este modo, se visualiza un doble trabajo por parte de las voces: ceden el turno y voz a otros personajes que, al igual que ellos, dan a conocer su propia visión con otra información de la trama.

Los tres personajes que simultáneamente son voces pueden conocer en demasía la historia. Sin embargo, su visión particular los hace exponer los hechos de diferente manera. Esto se debe a que en muchos textos narrativos se da la pluralidad de perspectivas en transformación constante. Según Pimentel, es rara la vez que la perspectiva del narrador o la de los personajes pueden reducirse a una (121). Los tres se encuentran en el mismo tiempo-espacio, pero no tienden a narrar con la misma visión.

Como se mencionó anteriormente, los personajes son llamados voces narrativas. Es decir, la voz narrativa es la persona del narrador que, cuando se aparta de la mirada,1 ofrece un distinto grado de conocimiento de la situación (Beristáin 357). En otros términos, la voz narrativa pertenece a una identidad extra de los narradores que a su vez son actores de la historia.

Con esta evidencia, es inevitable recalcar la importancia de cada una de las voces. Por medio del acto de narrar, se observan los diversos testimonios confesados por cada personaje-narrador. La óptica personalizada de la voz marcará la pauta a la otra; así se lleva una cronología en cada capítulo y se mantiene la concepción de la diégesis.

En el último capítulo, el niño es el que da el cierre a esta historia de la misma manera que abre la historia en el primer capítulo. Este personaje es una herramienta para la introducción y la conclusión de la historia.

En la introducción dice:

Por primera vez he visto un cadáver. Es miércoles, pero siento como si fuera domingo porque no he ido a la escuela […] De la mano de mamá, siguiendo a mi abuelo que tantea con el bastón a cada paso para no tropezar con las cosas […] No sé por qué me han traído. Nunca había entrado en esta casa y hasta creí que estaba deshabitada […] Al entrar no vi al muerto. Vi a mi abuelo en la puerta, hablando con los hombres, y lo vi después dándonos la orden de seguir adelante. […] No sé por qué no ha venido nadie al entierro. Hemos venido mi abuelo, mamá y los cuatro guajiros…

Al concluir describe:

Mi abuelo está conversando con el hombre junto al ataúd. El hombre dice: “No se preocupe, coronel. Le aseguro que no sucederá nada”. Y mi abuelo dice: “No creo que pueda ocurrir nada”. Y el hombre dice: “Pueden enterrarlo del lado de afuera, contra la tapia izquierda del cementerio donde son más altas las ceibas”. Luego le entrega un papel a mi abuelo, diciendo: “Ya verá que todo sale muy bien”. […] Los hombres se ponen en movimiento. Uno ellos se inclina sobre la caja con el martillo y los clavos y los otros se dirigen a la puerta. Mi madre se levanta. Está sudorosa y pálida. Rueda la silla, me toma de la mano y me hace a un lado para que puedan pasar los hombres que vinieron a abrir la puerta. […] cuando acaban de clavar se oye el canto de varios alcaravanes. Mi abuelo hace una señal a sus hombres. Éstos se inclinan, ladean el ataúd, mientras el que permanece en el rincón con el sombrero dice a mi abuelo: “No se preocupe, coronel”. Y entonces mi abuelo se vuelve hacia el rincón, agitado y con el cuello hinchado y cárdeno, como el de un gallo de pelea. Pero no dice nada. […] en ese instante siento verdaderamente el temblor en el vientre. […] y el ataúd queda flotando en la claridad, como si llevaran a sepultar a un navío muerto. Yo pienso: ahora sentirán el olor. Ahora todos los alcaravanes se pondrán a cantar (160).

Las voces tienen distinta perspectiva debido a su configuración narrativa. La perspectiva o visión depende totalmente del tipo de narrador que sea. En La hojarasca, el coronel e Isabel comparten características porque son narradores homodiegéticos y, por ende, sus narrativas se cruzan. La información que nos proporcionan es diferente a la que da el hijo. Debido a esta misma configuración la voz del hijo de Isabel se distingue de los otros dos, porque este último es un narrador metadiegético.

Por lo tanto, su perspectiva será paralela con los otros narradores. Esta característica coincide con su configuración de personaje; es un niño de once años. El hijo de Isabel no tiene conocimiento más que del propio presente, de la situación en la que se encuentra. Por ello, sería imposible llevar a este narrador veinte años atrás, cuando el doctor se vio envuelto en una serie de acontecimientos junto con el coronel e Isabel.

Los personajes son cómplices de la historia. Esto involucra a cada uno de ellos en el desarrollo de la trama. Las voces narrativas ejercen dos funciones: una dinámica y una pasiva. La primera es aquella con la cual promueven los detalles de la historia. La segunda es donde se realizan como actores de la misma.

Finalmente, la técnica narrativa en los personajes tiene un papel importante. Como se analizó en el texto La hojarasca, los personajes están configurados como narradores, los cuales llevan el nombre de voces. Estas voces se componen de narradores que se encuentran en la historia y por lo menos, tienen un amplio conocimiento de ella. Lo especial de la voz narrativa es la visión particular sobre los sucesos que son objeto de narración, y con la que se manifiesta cada personaje. Cada una de ellas brinda un comunicado distinto; lo que conlleva al lector a explorar cada versión y con ello tener una idea más concreta de lo sucedido. Sin lugar a dudas, una técnica moderna para un pueblo místico.

 

Karla Sofía Beltrán Torres 

Escritora mexicana (Hermosillo, 1991), licenciada en literatruas hispánicas

 

Bibliografía

Beristáin, Helena. Análisis estructural del relato literario.F.: Limusa, S.A. de C.V., 2007.
—. Diccionario de Retórica y Poética. México: Editorial Porrúa, 2008.

García Márquez, Gabriel. La hojarasca. México: Editorial Diana, 2003.

Paredes, Alberto. Las voces del relato. Xalapa: Universidad Veracruzana, 1987.

Pimentel, Luz Aurora. El relato en perspectiva. Estudio de teoría narrativa. México: Siglo Ventiuno Editores, S.A. de C.V., 1998.

Tacca, Las voces de la novela. Tercera edición. Madrid: Gredos, S.A., 1985.

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