Literatura
El primer centenario dariano
Es un reto rendir homenaje a la memoria de tan alto poeta latinoamericano pues, los mismos, han sido tan profusos y de tanta calidad que la imaginación y recursos investigativos deben siempre estar a mucha altura para acometer tal desafío. Pero Rubén Darío lo merece, para orientar a nuestros lectores sobre algunos aspectos poco difundidos en su vida y obra.
Un condiscípulo en la ciudad universitaria de Tunja, en los 70’s, a quien la colonia cartagenera había bautizado como “El Nácar”, por su peculiar forma de pronunciar las vocales, al decir que era oriundo de “Nacaragua”, como en efecto lo era, nos contaba hechos que oralmente habían llegado hasta él en torno a los funerales prematuros de Darío en la ciudad de León, el 6 de febrero de 1916, donde había llegado muy afectado por cirrosis atrófica -confirmado por la autopsia-, el pueblo raso había aflorado su devoción, reconocimiento a su gloria, entre Centroamérica y el mundo, los fastos duraron cuatro días tal cual hubiera fallecido un príncipe de la Iglesia o un ministro de Estado. Para entonces ya nos había dejado su propio epitafio:
“Traté siempre de ser sincero, de decir con valentía mi verdad de hombre y de poeta”.
Rubén Darío comienza sus experiencias líricas con el romanticismo y las primicias literarias francesas, muy joven, en 1882, cuando lleva una breve estadía por las ciudades costeras chilenas. Poco después aparece “Azul”, con versos atrevidos ya se traza la firme resolución de innovar el verso en español. Parte en 1892 para España, incursiona en el periodismo en Buenos Aires, donde acaudilla la independencia del movimiento modernista al intentar resolver los problemas formales y de perfección verbal que son su vocación de vida. A juicio de Julia Kristeva, nos abrevia sobre lo que pretende resolver el poeta, según sus palabras en “Cantos de vida y esperanza”, IX:
“… nuestra civilización y su ciencia se ciegan ante una productividad: la escritura, para sólo captar un efecto: la obra”.
Ya esta obra en 1905, era expresión de su decreciente vitalidad, y siente el desconsuelo de una vida intensa, escrita en Buenos Aires, obra de profundidad, de evocación de una juventud perdida, melancólica y del tiempo que avanza hacia el final:
“Torres, poned al pabellón sonrisa.
Poned, ante ese mal y ese recelo,
una soberbia insinuación de brisa
y una tranquilidad de mar y cielo…”
Qué distancia apreciamos de aquellas lejanas épocas parisinas, autopista de escape de los nuevos autores latinoamericanos, pletóricos de helenismos, orientalismos, escapatoria de la realidad inmediata y el reconocimiento de que sus papeles no iban a ser heroicos; ambiente artístico que los rodea, el cual acogen ungidos de sofisticación, rasgos impresionistas, preciosismo intelectual, elegancia, literatura culta, musicalidad, con ideales de perfección formal, tonos nostálgicos, y rasgos humanistas, todo prestado en la literatura francesa que admiraban, pero que no conlleva a desplegar sus propias conquistas.
Anderson Imbert defiende que el modernismo de cada país sostenía su propio ritmo, y no todo poeta cantaba sin alcanzar popularidad en su propia tierra. México, Argentina y Nicaragua, presentan el mayor índice de atención a sus escritores modernistas en todos los géneros en un período comprendido desde 1880 hasta 1910.
La crítica contemporánea y posterior a Rubén Darío le es favorable, y hasta solidaria en su entusiasmo desbordante por describir sus procesos de creación artística, gracia e imaginación, al lado de la sutileza con que establece la correlación entre vida y estilo, su sentido unitario, un lenguaje desbordante de simbolismos, sus variaciones sobre lo erótico, y la complejidad expresiva para el amor sensual.
La expresión plena de su arte nos la comunica el crítico Eduardo Limón:
“La poesía de Darío toca el alma que habita en nosotros y nos da a conocer los susurros que una boca es capaz de emitir. Emplea contextos maravillosos y criaturas fantásticas en temas y figuraciones, palabras exóticas referidas a instrumentos musicales, gemas, lugares, al ser amado, los momentos álgidos del amor, guiado por el instinto y el deseo, lejos de la razón …”.
“¡Oh Mía!” “Tu sexo fundiste / con mi sexo fuerte / fundiendo dos bronces”.
La mejor musa es la de carne y hueso / la celeste carne de la mujer”.
“Y ¿qué es el amor? / ¿Amor? … Germen fecundo de la dolencia humana…
Origen venturoso de sin igual placer… / con algo de la tarde y algo de la mañana …
¡Con algo de la dicha y algo del padecer!”.
“Señora, Amor el violento, / y cuando nos transfigura
nos enciende el pensamiento / la locura”.
Compromisos modernistas
La militancia social les permite destacar el nacimiento de una nueva fuerza dominante e imperial en América. Cuando Rubén Darío proclama "América es el porvenir del mundo", vaticina la visión anhelada por la humanidad, una utopía de un orden nuevo, ceñida por una realidad histórica; abstracción y firme realidad; objetiva, planetaria y humana, un universalismo a través del esteticismo y las nuevas razones del nuevo escenario americano, desarrollando en su poesía un repaso de toda la historia del mundo y su recelo de la sombra imperialista.
Despliega los sutiles sesgos de nuestra civilización en su óptica cosmopolita, la Naturaleza como héroe, en armonía con su sentimiento amoroso, y adelanta su posición ideológica en un idioma renovado que emplea para elevar y plasmar secretos y verdades, -como en su visión previsora de la amenaza que representa EE.UU. para los pueblos de Latinoamérica, en su poema "A Roosevelt, 1904-, revolucionando la métrica con base en la musicalidad, el exotismo y versos de 2 a 21 sílabas, con caprichosos acentos y consonancias ( breve-larga-breve):
"Eres los Estados Unidos, / eres el famoso invasor / de la América indígena que aún tiene sangre indígena, / que aún reza a Jesucristo y aún habla español".
"El tigre se acercaba. Era muy bello. / Gigantesca la talla, el pelo fino, / apretado el ijar, robusto el cuello, / era un don Juan felino".
En "Prosas profanas", afirma el imperio y rebeldía de la virgen y primitiva Madre tierra, al tanto que celebra el espíritu de la raza :
"Por casco, sus cabellos; su pecho por coraza, / pudiera tal guerrero de Arauco en la región, / lncero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro o estrangular un león".
"Yo soy aquel que ayer no más decía". / Como la Galatea gongorina / me encantó la marquesa verleniana, / y así juntaba la pasión divina
una sensual hiperestesia humana; / Too ansia, todo ardor, sensación pura / y vigor natural, y sin falsía, / y sin comedia y sin literatura...
Si hay una alma sincera, esa es la mía".
Controversias y oposiciones europeas
Muchos poetas españoles observan la poesía de Darío y se preguntan: "¿No podría Darío enseñarnos a poner en el verso algún calor y alguna música?".
Mas un siglo después piensan que la influencia dariniana no debe incorporarse a la tradición poética actual, y algunos a ratos exaltados y otros entusiastas por tomar prestados los rimbombantes artificios, el escapismo trivial y la depresión en un gusto que se cree superior, pero reconociendo las imágenes y cadencias francesas, sin demeritar su técnica, vitalidad y gran mérito del valor histórico y la importancia estética de su obra.
No obstante Darío hizo su autocrítica y no continúa con la insistencia de la evasión, o falta de compromiso histórico del modernismo, identificado con J.A. Silva en su carta a Uribe Uribe en 1892, sobre la necesidad de la supervivencia de los poetas, desarrollando dos individualidades: "una que lucha con las realidades triviales y la otra que se complace en el arte". A lo que Darío responde: "Por desgracia entre nosotros, el pensador, el literato, el artista, no tienen escena propicia: lo mata la indiferencia pública y el ambiente burgués".
"Mujer, ¿sobre qué arenas marcarás tus pasos? / ¿Sobre qué cielos se recortará tu figura?
¿Sobre qué calles de vieja ciudad se alargará tu sombra?
En "Prosas profanas", Darío reafirma los elementos de extremado simbolismo en el cisne, representado la vida y la belleza:
"Es el cisne, de estirpe sagrada, / cuyo beso, por campos de seda, / ascendió hasta la cima rosada / de las dulces colinas de Leda".
"No quiero el vino de Naxos / ni el ánforma de ansas bellas, / ni de l copa donde Cipria / al gallardo Adonis ruega.
Quiero beber del amor, / sólo en tu boca bermeja".
Del lado de España muchos rechazaron el tono rubeniano, prefiriendo los primores de lo vulgar, modesto y alejado de lo pomposo y exquisito. Por ello no sorprende que Antonio Machado, gran amigo, compañero y admirador de Darío, escribiera en "Campos de Castilla", 1910, refiriéndose a la estética modernista:
"Adoro la hermosura, y en la moderna estética / corté las viejas rosas del huerto de Ronsard.
Mas no amo los afeites de la actual cosmética / Ni soy un ave de esas de nuevo gay trinar".
A lo que se une Juan Ramón Jiménez, en 1916, en su "Segunda Antología poética", calificando al modernismo como disfraz regio y engañoso, año en que apareciera "Ritos" del colombiano Guillermo Valencia:
"Mas se fue desnudando, / y yo le sonreía / Se quedó con la túnica / De su inocencia antigua. / Y apareció denuda toda...
¡Oh pasión de mi vida, poesía / Desnuda mía para siempre!".
Las escuelas literarias no son otra cosa sino las diversas soluciones que una generación ofrece a un problema común. Recesiones líricas que confundieron a pesar que el lenguaje para ellos era novedad de amplia aceptación. El ejemplo fue de uno de los pocos españoles que comulgaban con Darío, tal como apreciamos con esta carta que Juan Valera le envía al nicaragüense:
"... Las influencias universales han sido asimiladas en su poesía, lo que implicaba un aporte original. Este reconocimiento de Valera al impulso renovador del modernismo, se compara con la lucha por los cambios sostenida por los "modernos", contra los "antiguos", en la Edad Media. Vientos renovadores que llegaron a Colombia, y el habernos iniciado metafóricamente con lo exótico, como con el tema de "el león, el tigre y las diosas del olimpo, tal como se apreciaba con el fenómeno del grecolatinismo en el eje cafetero:
"Colombia es una tierra de leones: / el esplendor del cielo se oriflama, / tiene un trueno perenne, el Tequendama / y un olimpo: sus canciones".
Hacia el final de la exuberante existencia de Darío, empieza a notarse un dejo de nostalgia de pretéritas épocas históricas, la búsqueda de una explicación sobre qué es la vida, qué es el amor, la religión y la muerte; la filosofía de la existencia a través de la novedad, el intelectualismo, la gran sinfonía de preocupaciones sociales, junto al goce carnal, el envejecimiento y el fracaso final con la muerte.
Jairo Tapia Tietjen
Sobre el autor

Jairo Tapia Tietjen
WikiLetras - In Memoriam
Codazzi, Cesar (1950-2018). Columna en memoria de quien fue un destacado colaborador de PanoramaCultural.com.co. Bachiller Colegio Nacional A. Codazzi, 1970. Licenciado en Filología Española e Idiomas, UPTC, Tunja, 1976; Docente en Colegio Nacional Loperena, 1977-2012. Catedrático Literatura e Idiomas, UPC, Valledupar, 1977-2013. Director Revista 'Integración', Aprocoda-Codazzi, 1983-2014; columnista: Diario del Caribe, Barranquilla, El Tiempo, Bogotá, El Universal, Cartagena, El Pilón, Vanguardia Valledupar: 1968-2012. Tel: 095 5736623, Clle. 6C N° 19B 119, Los Músicos, Valledupar- Cesar.
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