Literatura

Cuento: Un secreto para ser contado

Diógenes Armando Pino Avila

19/06/2012 - 10:30

 

Pintura de la Iglesia de TamalamequeEste es un secreto que he guardado toda la vida y que hoy después de consultar con mamá y obtener su visto bueno te lo quiero contar, para que sepas de primera mano qué es lo que pasa y no le pongas atención a las murmuraciones. Tu compromiso es: escuchar y no repetir, pues debes guardar mi secreto y no traicionar la confianza que deposito en ti.

Comenzaré contándote que desde muy niño tengo un amigo, creo que antes que yo naciera ya contaba con su amistad. Su nombre es Miguel, ¿Miguel qué? Hummm, no se su apellido, nunca me lo ha dicho, o mejor, nunca se lo he preguntado, pues sí, ¿para qué el apellido? si siempre estamos los dos solos y tenemos que jugar y hablar escondidos donde nadie nos vea.

Cuando niños sí, jugábamos delante de la gente y permanecíamos hablando de cualquier cosa, temas de niños, digo yo, pero cuando comencé a asistir al colegio sobrevinieron los problemas, pues los otros niños le dijeron a la maestra que yo me la pasaba jugando y hablando solo, he hicieron una ronda y me corretearon por todo el patio del colegio gritando en coro que yo estaba loco y fue tal el alboroto armado, que salieron todas las maestras y la directora del plantel y casi que a la fuerza me rescataron de la turba infantil que me gritaba y me zarandeaba de un lado a otro.

Asustado, en los brazos de mi maestra, lloraba y miraba a todos lados en busca de mi amigo, hasta que le vi con el rostro enjugado en lágrimas, todo tembloroso escondido detrás de unas matas de bambú que le proveía de sombra al patio de la escuela. Me hizo señas y con un dedo sobre sus labios me pidió que no hablara de él con las maestras. Le hice caso y cuando me llevaron a la rectoría y me interrogaron sobre lo ocurrido, tuve gran cuidado de no mencionarlo.

La directora me miraba fijamente con esos ojos de lechuza, que escondía detrás de las gruesas lentes de montura de carey, y al ver que no podía sacarme ninguna información, le dijo con seño adusto a mi maestra «La mamá de este niño debe venir hoy a hablar conmigo, ¡llámela!» esa sentencia me asustó mucho más, con la mirada busqué a mi amigo, él desde un rincón me hizo señas encogiéndose de hombros, yo entendí lo que me quería decir y me tranquilicé. Mi maestra levantó el teléfono y marcó el número de mi mamá, conversó con ella y sin mayores detalles le dijo que había un problema conmigo, que era necesario que viniera a la escuela de inmediato.

Se hizo el silencio en la rectoría, yo miraba a mi amigo que se había sentado en el piso y desde su posición me sonreía, dándome ánimos, mi corazón latía aceleradamente y golpeaba con violencia mi pecho, veinte minutos después, entró mi madre, se abalanzó protectoramente sobre mí, indagando: «¿qué le ha pasado al niño?»—Mientras me abrazaba. «No se preocupe señora –dijo la directora—el caso todavía se puede controlar»

Le llevó aproximadamente media hora hacerle una exposición de psicología, para explicar que yo era un niño con problemas, con un comportamiento anormal, pues acostumbraba a jugar y a hablar solo y que los demás niños de la escuela me creían loco, que hablara conmigo para que modificara mi comportamiento o me pusiera en manos de un psicólogo.

Mamá le escuchó con mucha atención y cuando terminó le pidió amablemente que nos dejara solos en la rectoría para hablar conmigo. Salieron, mamá cerró la puerta y apretándome contra su pecho me besó de nuevo, llamó a mi amigo Miguel lo sentó en las piernas y nos dijo «La amistad de ustedes no se va acabar, pero han de tener más cuidado, deben jugar y conversar tan solo en la casa, por eso, Miguel —le acarició el cabello— tú no debes acompañar a José al colegio, la gente no puede verte, se extraña, y cree que él habla solo, a partir de este momento te vas conmigo y no sales de la casa, espera a que José llegue y ahí sí, pueden jugar y hablar el tiempo que quieran» —me besó, tomó a Miguel de la mano y salió de la rectoría, llamó a la rectora y le dijo— «Asunto arreglado, no volverá a suceder»—se despidió y salió con una sonrisa radiante en su rostro llevando de la mano a mi amigo que con su mano blanca me hacía señas de adiós.

2

Después del episodio en la escuela las cosas cambiaron. Solo en casa, en un corredor enorme que hay en el patio, jugaba y hablaba con Miguel, mamá solo participaba para apaciguar los ánimos exaltados, ya que algunas veces subíamos la voz.

Miguel y yo corríamos en el espacioso patio, jugábamos a las escondidas, yo estaba cansado —Miguel nunca se cansa— y tenía que esconderme, corrí hacia la casa, al entrar oí a mamá hablando animadamente con otra mujer, entré en puntillas al dormitorio, ¡vaya sorpresa! Ahí estaba mamá sentada en la cama hablando con una señora de su misma edad, con un enorme parecido a mi amigo. Mamá al ver mi rostro de sorpresa, soltó la risa y me dijo «Ella es mi amiga Marce, es la mamá de Miguel» ésta inclinó su cabeza en gesto de saludo y me sonrió. Mamá me explicó que era su amiga desde la infancia, y que como las demás personas no la podían ver, entonces se la pasaban hablando en el dormitorio. Ahí comprendí por qué en las noches escuchaba conversando a mamá con otra mujer. A partir de entonces fuimos una gran familia que en la soledad de la casa hablábamos de temas variados y departíamos largos ratos en una amistad inigualable, claro, los vecinos comenzaron las murmuraciones, que aún subsisten.

3

Pensé que mamá y yo éramos los únicos que teníamos este tipo de amistades. Estaba equivocado, un día me di cuenta que no, pues en el pueblo existen dos personas a las que quiero mucho y que desde siempre me han llamado poderosamente la atención son ellos Joaquín y Arquímedes, con los que me la llevo muy bien, (demasiado bien dicen algunos de los amigos que conocen de esta amistad.).

Nunca andan juntos, pues cada uno tiene sus propios hábitos. Joaquín, es feliz caminando a grandes zancadas por el muro de contención que bordea a Tamalameque y protege de las inundaciones del río, extendiendo sus recorridos por la calle Palmira el barrio de los pescadores, hasta el final de la calle del comercio en el sector conocido como El Colorado.

Joaquín tiene la rara tendencia de ponerse un pantalón encima del otro lo mismo que dos camisas y acostumbra a cargar colgado al cuello unas cuerdas de las cuales penden como cuentas de collar, una infinidad de artículos usados que van desde lapiceros, peinillas, envases de desodorantes, y elementos que él pacientemente va coleccionando para lucir con su particular atuendo. Ah, olvidaba mencionar que le gusta usar una cinta rodeando su cabeza a la altura de la frente y en ella porta plumas de gallina, como penacho, al mejor estilo indígena.

En cambio mi amigo Arquímedes es más urbano, su recorrido lo hace por el centro del poblado y lo termina generalmente en la puerta central de la iglesia, donde se pone de rodillas y eleva su acostumbrada oración al Santísimo. Sobre su atuendo te diré, usa, al igual que Joaquín, varios pantalones y varias camisas una encima de otra, a pié descalzo, en su hombro porta partes de una atarraya vieja y en el otro hombro carga una vara en cuyo extremo cuelga un lío de ropas viejas donde cubre una serie de cachivaches inservibles que colecciona.

Son dos seres que deambulan por las calles de Tamalameque. Para mí, gente normal. Para el resto de la comunidad no, La gente dice cosa de ellos, porque sus atuendos no son los convencionales, y aparentemente permanecen hablando solos unas conversaciones interminables. Ya habrás adivinado con quién hablan, pues sí, también tienen sus amigos que las demás personas no pueden ver.

Yo que tengo la dicha de ver al amigo de Joaquín y al amigo de Arquímedes te voy a contar lo siguiente: El amigo de Joaquín se llama Gregorio, tiene aproximadamente la misma edad de él, viste camisa verde y pantalón blanco de botas anchas, es de piel morena y de cabellos crespos, muy parecido y un poco mayor que mi amigo Miguel, pobrecito siempre que le veo lo noto cansado, chorreándole sudor por la frente, caminando casi al trote, tratando de alcanzar a Joaquín que camina a grandes zancadas y no precisamente por la sombra.

El otro día le oí quejarse de que mantenía ampollas en los pies por las largas caminatas, pero Joaquín no le escucha, pues sus temas y discusiones datan de 25 años atrás donde en una madrugada se le paró el reloj del tiempo y en su cerebro se detuvo la historia, desde entonces, solo habla del pasado como si fuera su presente y las personas que menciona se han ido o están muertas que es lo mismo.

El amigo de Arquímedes se llama Víctor, es de tez blanca y cabellos negros, su rostro también es parecido al de Miguel, viste camisa y jean azul, es un hombre pausado, reflexivo, casi un sabio, muy decente, pues nunca le he escuchado una mala palabra y siempre está diciéndole a Arquímedes que guarde la compostura, sobre todo cuando se enoja con los jóvenes del pueblo que le hacen burlas.

4

Por razones de trabajo tuve que mudarme a un pueblo cercano, La Jagua de Ibiríco. Allí conocí a una anciana, se llama Carmen Elena. Ella permanece sentada en un escaño de la plaza principal, es una morena de baja estatura que tiene aproximadamente 85 años, su atuendo es especial, faldas y blusas color beige con un trapo del mismo color que le sirve de tocado con que cubre su revuelta cabellera blanca, carga en su cabeza un lío de ropas, pues lleva su equipaje encima, ella no solo tiene un amigo, tiene dos, y hablan todo el tiempo con ella; me llamó mucho la atención que cuando yo pasaba a su lado, muy disimuladamente me daban la espalda, por lo cual no podía verles la cara.

Un día tomé la decisión de hablar con Carmen Elena y tomando como pretexto regalarle una empanada, le puse conversación y le pedí permiso para sentarme a su lado en el andén, ella sonrió ampliamente y asintió con la cabeza, incluso pienso que me miró con alegría, le dijo al amigo que estaba a su derecha que se corriera un poco, este lo hizo y yo me senté entre los dos, iniciamos una conversación trivial, ella quería saber sobre mi vida y cuando comencé a contársela me interrumpió y dijo que ya la conocía que le hablara de otra cosa, comencé a hablarles de mi amigo de infancia y el amigo de ella que estaba a su izquierda terció diciendo «eso lo sabemos».

Entonces el otro amigo de ella el que estaba a mi derecha me dijo –«cuenta algo que no sepamos» En ese momento le miré la cara y me sorprendí grandemente, giré la vista y miré la cara del otro y fue mayor mi asombro, el de mi derecha era muy parecido a Víctor el amigo de Arquímedes y el de mi izquierda se parecía a Gregorio el amigo de Joaquín, me miraron y se rieron, más que todo Carmen Elena y haciéndome un guiño con sus ojos me invitó a proseguir la charla, muy entrecortadamente dialogué con ellos por algunos minutos, le brindé la empanada a Carmen Elena y me despedí con el compromiso de volver.

Desde que hablé con ellos no he podido olvidarlos, cuando regresé a casa en Tamalameque, le comenté a mamá lo que había pasado y le pregunté qué opinaba, ella se rió como siempre con su risa franca y me dijo –«No te preocupes, ellos son iguales y los mismos!»

Si lo dijo mamá tiene que ser verdad, pues ella nunca se equivoca cuando de amigos de infancia se trata.

Diógenes Armando Pino Avila

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

@AvilaDiogenes

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