Literatura
Bohemian Rhapsody, de Carlos Pardo Viña: parábola de la fragilidad humana
Para ningún colombiano, al menos los que seguimos de cerca el mundo de la literatura y de la cultura, el nombre de los Pardo nos es ajeno, ya que inmediatamente pensamos en Jorge Eliécer Pardo y en Carlos Orlando Pardo; éste último además de escritor y gestor cultural es editor. Pijao Editores es un referente editorial en Colombia e incluso fuera de ella, sin olvidar Caza de Libros de Pablo Pardo.
Pues bien, Carlos Pardo Viña, ha seguido la senda de la literatura, y ya cuenta con dos libros Como si fuera viernes y Bohemian Rhapsody; eso sin contar los innumerables artículos sobre historia y cultura que han sido publicados en diversos medios de comunicación; así que su nombre y su trayectoria profesional ya son reconocidos en diferentes ámbitos del país. Con esto no quiero decir que la profesión de escritor se herede o se lleve en la sangre, como erróneamente piensa mucha gente. El oficio de escritor se aprende leyendo, leyendo mucho, y el ser hijo de un escritor no garantiza la pasión por la lectura; lo que si ayuda es el ambiente, puesto que al crecer rodeado de escritores, pintores, gestores culturales, poetas, y al crecer con una importante biblioteca en su casa las puertas al conocimiento son mucho más asequibles que para el común de la gente; y eso de por sí ya es un privilegio; sobre todo en un país como Colombia donde las bibliotecas familiares son bastante escasas, y las públicas durante decenios se dedicaron más a la compra de textos escolares o libros de autoayuda antes que comprar buena literatura.
Bohemian Rhapsody (Pijao Editores y Caza de Libros - 2015), precisamente está dedicado a Jorge Eliécer y Carlos Orlando Pardo, a quienes llama “mis maestros”, así como a Benhur y Héctor Sánchez y Hugo Ruiz, todos escritores con raigambre tolimense. El beber de la fuente misma de la creación, o compartir conversaciones eternas sobre la literatura, su magia y su condena, o escuchar durante noches enteras las narraciones de ese período oscuro de la historia de Colombia conocido como la época de La Violencia, así como poder apreciar pinturas originales en la sala de su casa, son factores que dejan una huella indeleble en las personas que han tenido el privilegio de creer que eso forma parte natural de la vida; así que si además se convierte en un lector voraz, es muy fácil pasar al acto de escribir; esa catarsis interior que nos pone en frente de nuestros propios fantasmas y que saca a flote nuestras más oscuras pesadillas.
Y esa parece ser la senda de Carlos Pardo Viña, al menos es lo que se desprende de la nouvelle a la que hago mención, Bohemian Rhapsody; una obra que me dejó una agradable sensación de sorpresa. Esa sensación la busco cada vez que abordo un nuevo autor sin que necesariamente me invada ese sentimiento de haber encontrado una nueva voz, o al menos que la obra que ha llegado a mis manos valga la pena ser leída y estudiada.
Y éste es el caso de Bohemian Rhapsody, incluso la leí dos veces, sin intervalos de semanas, ni siquiera de días; puesto que quise entrar en su esencia para poder hablar después sobre las impresiones que me produjo a medida que desentrañaba el ambiente gris y de no futuro que atraviesa cada una de sus páginas. Ese ambiente de la derrota absoluta, del sentimiento de pérdida que sacude a sus dos personajes, Nicolás y Santiago. El primero un periodista que solo desea ser escritor, y el segundo un profesor y escritor, ambos “atrapados en los escombros de sus propias miserias”.
Nicolás y Santiago son, en cierta forma, el retrato de todos y cada uno de nosotros; son la metáfora de la fragilidad de la condición humana, la parábola del fracaso y de la aceptación del naufragio que son sus existencias.
Son la metáfora que nos hace ver que somos ciegos sempiternos que vamos dando tumbos por la vida, y que a cada caída es más difícil volver a levantarse; como si en cada una de ellas los bolsillos de nuestros impermeables se llenarán con piedras que no tiramos nunca, por lo que inevitablemente llega el momento en que el peso impide levantarnos.
Bohemian Rhapsody, araña, escarba en el delirio. Su narración es una forma de suicidio, al menos en el sentido que le daban los poetas Simbolistas; puesto que es un viaje interior en el que tanto los personajes principales como los lectores de la obra nos enfrentamos a nuestros propios fantasmas, monstruos cancerberos, que nos conducen ineluctablemente por la senda del desarraigo, del exilio interior, haciendo de nosotros mismos seres inseguros, grises, en cierta forma pasmados, sombras de nosotros mismos. Nicolás y Santiago son seres que vagan en busca de una quimera que nunca se hace realidad. Son viejos decrépitos antes de llegar a los cuarenta años y saben que no hay una puerta de escape, que están atrapados en el ojo del huracán y que allí van a perecer.
Anotaciones sobre el título de la obra: Bohemian rhapsody
Antes de hablar de la obra de Pardo Viña habría que decir que su título, Bohemian Rhapsody, es, a su vez, el nombre de una famosa composición musical de Queen (1975), he aquí apartes de su letra que el autor nos trae a colación en su libro :
Demasiado tarde, mi hora/ ha llegado/ manda escalofríos por mi espalda/ el cuerpo duele todo el tiempo/ Adiós a todos, tengo que irme/ debo dejarlos a todos atrás y afrontar la verdad/ Mañana/ no quiero morir, /aunque algunas veces desearía no haber nacido nunca. (Idem, pág. 118)
Esta canción es la clave con la que Pardo Viña abre y cierra el libro ; no en vano su primer capítulo se titula ¨¿Siempre suena Queen?¨. Y el narrador omnisciente le dice a Santiago :
No recuerdas por qué te condenaste al exilio ni por qué te resignaste a saber del mundo y sus miserias únicamente a través de tu ordenador, de tu red, de tu tristeza. (Idem. Pág. 10).
De esta forma el lector se enfrenta al logos, al ethos y al pathos de la obra; puesto que conoce inmediatamente el discurso que va a leer y al personaje con el que va a vivir algunas horas. Sabe que Santiago es un hombre atormentado y que no desea salir de ese marasmo en el que se ha hundido. Intuye que su vida bohemia es sólo aparente, que hasta en eso ha fracasado, y que es un ser marginal; intuye que la redención no le interesa, ya que se sabe condenado de antemano y que nada de lo que haga, diga o escriba, podrá ser su tabla de salvación en los mares ignotos en los que ha naufragado su nao. Y esto es válido también para el otro personaje, Nicolás, su alter ego.
Pardo Viña al mismo tiempo que le rinde un homenaje a Queen, y a su canción Bohemian Rhapsody, también le hace un homenaje aTruman Capote y a su novela A sangre fría. Bohemian Rhapsody debe ser vista como un homenaje a la música y a la literatura; puesto que Pardo Viña entabla un diálogo permanente con ellas a través de Santiago y Nicolás ; sus dos personajes marginales y atormentados.
Parábola de la fragilidad de la condición humana
Para comprender bien esta premisa de la fragilidad de la condición humana, eje de la nouvelle de Pardo Viña, habría que resaltar la palabra clave, la misma que está presente a todo lo largo de la narración: el suicidio.
Es importante tener en cuenta que el suicidio, al menos en la obra que nos ocupa, es visto como una escapatoria a la vida gris, a los sueños rotos y nunca alcanzados de sus dos personajes; así el suicidio no lo lleven hasta sus últimas consecuencias, contentándose con acariciarlo en las noches sin fin. No obstante, ¿qué peor suicidio que sumirse en una sombra de ellos mismos y abandonar las ilusiones, los sueños de la adolescencia?
El suicidio, en términos generales, también puede ser visto como la única forma de redención posible, como la única forma de salvación, no eterna –con esto no me refiero a la connotación religiosa que puede tener para las tres religiones monoteístas- léase salvarnos de nosotros mismos. Salvarnos del fiasco que significa la existencia misma y las penurias que ésta conlleva; no sólo por los apuros económicos y los empleos precarios; sino, ante todo, salvarnos de la miseria humana, de la condición de seres mortales, alejados de los dioses y de los mitos fundacionales que pregonan la vida eterna.
No hay peor sentencia que el sabernos derrotados de antemano, así como conocer nuestras propias limitaciones, ya que somos conscientes que nada de lo que hagamos podrá cambiar el sino maldito que nos condena al hades. Y cuando hablo de hades me refiero a la connotación que le daban los griegos, más exactamente a su idea de lo que ellos más temían: el Tártaro -el antecedente del infierno judeocristiano-; o sea, un lugar de tortura, de sufrimiento eterno, una mazmorra, una especie de oubliette; ese hueco oscuro, maloliente y húmedo donde los señores de los castillos medievales, e incluso posteriores a dicha época, olvidaban a los prisioneros hasta que morían de sed, y por supuesto morían rodeados de sus propios excrementos, de ratas, de murciélagos y de toda suerte de alimañas. El hades también puede ser visto en el sentido que le dan los judíos; en hebreo lo designan con el nombre de scheol, lo que traduce tumba o pozo de suciedad.
Podría decirse que si Charles Baudelaire, Édouard Manet y Paul Gauguin se enfrentaron a la sífilis, y al horror de su propia hecatombe, el hombre contemporáneo se enfrenta al vacío, a la nada, léase néant, un poco como lo concebía Pascal. La diferencia radica, a mi modo de ver, en que para Pardo Viña el hombre no es un coloso sino un ser ínfimo; pienso más bien en Lin Yutang, que el hombre es una hoja sacudida por la tormenta; en otras palabras que no hay salida posible porque ese vacío lo ha tragado, succionado, aspirado, sin que el hombre mismo sea consciente, al menos la gran mayoría de las veces, de su propia desgracia.
El hombre contemporáneo se sabe aniquilado de antemano, y sabe que los dioses de otrora no le darán la mano; más bien lo condenarán a deambular con los pies desnudos en un camino lleno de guijarros y de espinas, un camino lleno de baches y de huecos profundos.
Y cuando los personajes de Pardo Viña hurgan, cuando escarban, sólo ven delante de sí mismos sus propios delirios, no pueden, o no quieren, comunicarse con los demás. En los túneles de su errancia maldita no hay ventanas por las que puedan vislumbrar a otro ser desamparado como ellos dos. Y cuando logran penetrar en un túnel con ventanas, como Juan Pablo Castel, el personaje de El Túnel de Ernesto Sábato, es para ver sus alter ego, así crean que es el amigo de adolescencia que está al otro lado del vidrio.
Una nouvelle de precisión
Bohemian Rhapsody es una nouvelle de precisión, como un reloj suizo, casi matemática, no es alambicada, no necesita de subterfugios, va directo al grano. En cierta forma me recuerda a esa joya literaria de Albert Camus, El extranjero. Tanto Nicolás como Santiago, sus protagonistas, son en cierta forma los alter ego de Meursault y de Castel; seres mustios, sin mayores ambiciones, derrotados por la vida, errantes perpetuos, exiliados en sí mismos y habitados por una soledad proverbial. También se identifican con Castel y con Meursault por la precariedad económica que afrontan cada día y ante todo por la precariedad de sus propias existencias.
Al contrario de Castel y de Meursault, ni Nicolás ni Santiago son asesinos. Ellos saben que el asesino postmoderno es el suicida, el que se corta las venas o se defenestra como un acto de justicia consigo mismo, como un acto de rechazo a la hostilidad de una sociedad para la que no se cuenta; saben, al igual que los otros dos personajes, que son extranjeros y que no caben en ninguna parte:
“A veces cierras los ojos y te llenas de rabia, atrapado entre los escombros de tus propias miserias. Sientes el dolor por todo tu cuerpo pero no es el dolor el que te asusta: es la muerte. No quieres morir. No vas a hospitales ni a velorios y le huyes incluso a quienes visten de negro sin importar la ocasión” (Bohemian Rapsody, de Carlos Pardo Viña, op. cit., pág. 35)
Nicolás está convencido que odia a la muerte, no quiere morir, detesta los funerales; sin embargo, cada día se suicida un poco con el trabajo de la página de judiciales del periódico para el que trabaja y al que detesta porque le impide escribir. Se apega como puede a los recuerdos de su infancia, a la figura totémica de la abuela, único lugar de paz y del patio de los naranjos; reviviendo así los ataques de asma, en realidad pequeñas muertes, y sumiéndose en el olvido momentáneo que le produce un cacho de marihuana. Odia a su mujer y a su hija, le estorban; en realidad es él quien se estorba a sí mismo.
Lo mismo le pasa a Santiago, no quiere morir, no quiere ni siquiera escuchar hablar de la muerte. Sin embargo, su encierro voluntario es sinónimo de muerte y su apartamento es su tumba.
[…] el cuarto pequeño que convirtió en su propia celda. (Idem, pág. 109)
La celda puede entonces ser vista como un panteón. El mismo se viste con una mortaja, con un sudario, así no sea del todo consciente de ello. Su deseo de apartarse de los otros es como si hubiese atravesado el río Estigia y como si él mismo fuese Caronte, el barquero que nos espera para la última travesía.
“Hoy tú mismo eres un grito, silencioso y blanco como la pantalla de tu portátil” (ídem, pág 43). “Sabes que no hay futuro en una ciudad pequeña para un hacedor de frases que escribe para revistas culturales que por aquí nadie lee, que en la capital te olvidaron, que llegó gente más joven que tú y más preparada y más talentosa que tú”. (Idem, pág.46). “Hoy no hay camino, ni pasos. Se te acabaron las palabras y no sabes cómo más llenar tu vida… Te ganó la carrera la nostalgia, que como decía Cabrera Infante, es la puta de los recuerdos, la rabia escondida, el dolor que jamás calla”. (Idem, pág. 56)
Nicolás desea escribir la novela de su vida, pero sabe que no es Truman Capote y que no hay escapatoria posible:
“No puede coger una maleta de cartón y viajar a Holcomb, Kansas, no puede averiguar la vida del cuerpo, solo tiene que escribir y correr y cerrar, porque la hora del cierre es ya, mijo, suelte la nota que tengo que corregirla, le va a gritar, y él no tiene nada, solo un cuerpo, un cuerpo cubierto por una sábana blanca que está a punto de retirar del rostro, un cuarto lleno de sangre, una pecera sin pez, el olor a sangre, el olor, el olor, el olor. El puto olor a muerte”. (Idem, pág, 59).
Tanto Nicolás como Santiago o Meursault o Juan Pablo Castel o Jonathan Noel, el protagonista de La Paloma, de Patrick Süskind, son seres atormentados; y aunque viven rodeados de tumultos, de un maremágnum de gente, son seres recluídos en sí mismos, eternos misántropos que no logran conectar con la sociedad de su tiempo porque son conscientes de la inutilidad del gesto, saben de antemano que la batalla está perdida y que los apartamentos donde habitan son en realidad grutas donde no llega la luz del sol. Son eternos ermitaños y sus habitaciones son ermitas, como las grutas inhóspitas que los albergaban. Se contemplan a sí mismos, lo que los hace incapables de conectar con la realidad o al menos de tratar de aceptarla para poder asimilar un poco más sus normas sociales; a lo mejor porque saben hasta la saciedad que dichas conductas no se rigen por el altruismo.
Lo que me lleva a pensar en Winston Smith, el personaje de 1984 de Georges Orwell, puesto que si hay algo que lo caracteriza es la marginalidad, la falta de confianza en sí mismo, el miedo, la soledad atávica que lo habita; y aunque anhela creer en un futuro mejor en el fondo de sí mismo sabe que éso es imposible. Visto de esta forma Santiago es una especie de alter ego de Smith, puesto que el Gran Hermano es la red que controla nuestras vidas; y Santiago, en cierta forma, reemplaza la realidad que no desea ni quiere afrontar por los algoritmos de su computadora :
[…] sigues navegando por la red. Buscas el poema de T.S. Elliot, Los hombres huecos, que el gringo inglés, sacó de una combinación de La tierra hueca de William Morris y de El hombre destrozado de Kippling. Abres Google y escribes Elliot, hombres huecos. Clic en el primer link. (Idem, pág. 53)
No es una simple coincidencia que Santiago haya pensado en Los hombres huecos o en La tierra hueca o en El hombre destrozado, esas tres obras son el reflejo oscuro y dramático de su propia existencia. Su encierro -¿voluntario?- no le impide ser consciente de la miseria de la condición humana, ese sino trágico, a la que él, ni nadie, puede escapar.
Lo que me lleva a pensar en Mario Conde, el personaje de la serie negra de Leonardo Padura. Conde podría ser también una especie de Smith ya que se sabe vigilado, sabe que la libertad no existe y que todos sus movimientos son registrados; sabe que cada paso que da en La Habana será debidamente anotado en un cuaderno que lo conoce mejor que lo que él se conoce a sí mismo. Al menos es lo que se vislumbra en Máscaras:
Máscaras, nos deja ver poco a poco la verdadera esencia de sus personajes, aunque cada uno de ellos quiera ocultar sus propios demonios, pero sobre todo ocultarlos a los demás. Los demás son los esbirros del régimen que están en todas partes, y en ninguna, pareciera que son invisibles, pero están ahí, lo ven todo, lo escuchan todo, lo saben todo. Por lo que cada personaje vive con el miedo de no saber cuándo va a ser llamado para un interrogatorio, cuando va a perder la vida que ha llevado hasta ese momento; algunas, muy pocas en verdad, de privilegio, y otras, en realidad la mayoría, la vida por la lucha infructuosa por sobrevivir en un ambiente donde la felicidad pareciera proscrita. (Berta Lucía Estrada, Leonardo Padura, Blog El Hilo de Ariadna, diario elespectador.com
Y si hablo de Mario Conde es porque Santiago sabe que él no es él sino son muchos hombres:
Sabes que al otro día ese hombre no estará. Tendrás la garganta seca y un incipiente dolor de cabeza. Quisieras no haberlo llevado al bar para no tener que dejar de contestar las llamadas insistentes que te hacen al celular que porque hay desenguayabe, que la niña bonita quiere verte, que por qué te fuiste sin despedirte, que qué hay para hacer hoy. No quieres más fiesta y ruegas para que tu otro tarde en volver, que no se aparezca con su voz impostada y su cara de seductor de película de los años cuarenta. … Tú eres muchos hombres. (Bohemian Rapsody, op. cit, pág. 63)
Santiago podría ser visto también como el alter ego de Conde, como su extensión, como su hijo o su hermano gemelo; puesto que los dos son escritores frustrados, los dos son amantes de la literatura, así la literatura no los salve; por el contrario la literatura los condena a ser prisioneros de sí mismos; los condena a ser eternos suicidas, en realidad actores fracasados, incapaces de pasar al acto final.
Por otra parte, esa frase Tú eres muchos hombres nos lleva inmediatamente a pensar en Sábato. Ya sabemos que en Sobre Héroes y Tumbas Bruno habla de las máscaras que cada ser humano se pone varias veces al día y como finalmente nadie puede conocer a otro puesto que lo que conoce de esa persona es la máscara que utiliza cuando se encuentran en alguna parte.
Cada pedazo de ti es un hombre que piensa diferente, siente diferente, aunque la voz sea la misma, aunque la mirada sea la misma. Los conoces bien. (Idem, pág. 62)
Según Bruno sólo nos despojamos de nuestras miles de máscaras cuando estamos solos, o cuando nos creemos solos; es ahí cuando el peso de la soledad atávica sale a flote y se adueña de cada individuo. Aunque si se piensa en Homo Deus, de Juval Noah Harari, no se podría hablar de individuos, sino de dividuos ; es decir, seres escindidos, divididos. Y volviendo a Sábato y a Pardo Viña habría que pensar en seres rotos, destrozados, aniquilados por dentro, anéantis sería la palabra más adecuada. No en vano Santiago dice :
No quieres parecer un existencialista, siempre has dicho que no vale la pena serlo, pero también lo eres : tú eres muchos hombres. Muchos actores en el juego de vivir las caretas que tú mismo te impones. (Idem, pág. 73)
Bohemian Rhapsody es el relato de la soledad; una característica sabatiana :
Te volviste un hombre solitario y tus textos no son más que un pequeño registro de los días en que creíste ser feliz. Y es entonces cuando descubres que aunque eres muchos hombres, todos ellos son tristes. Uno el que escribe, otro el que enseña, otro, el que se enamora, otro el que huye, otro el que habla, otro de esos que llegan a casa solo. Eres todos, si, pero todos, tristes. (Idem, pág. 82)
Estos personajes son seres derrotados, destruidos, rotos, escindidos. Saben de antemano que la partida está perdida; como en el poema de León de Greiff, Relato de Sergio Stepsanky:
[…] Juego mi vida, cambio mi vida,/ la llevo perdida /sin remedio. //Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo, la dono en usufructo, o la regalo/...: o la trueco por una sonrisa y cuatro besos;/ todo, todo me da lo mismo:/ lo eximio y lo ruin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...
Ninguno de ellos busca, una salvación, ni siquiera la desean; por el contrario, se hunden cada vez más en el aislamiento y en la podredumbre de sus propias vidas. Son conscientes que hagan lo que hagan nada impedirá el fracaso y nada los sacará de su vida gris.
Son la párabola de la generación perdida:
Pero creciste y te convertiste en uno más. Uno mas de una generación perdida que quedó en la mitad de la nada. (Idem, pág. 90)
Son los suicidas que deja la exclusión, esa otra violencia que nace del desamparo, del hambre, de la falta de oportunidades, del olvido, de la incertidumbre, del no futuro al que que ya se había hecho alusión.
Ya hemos visto queel suicidio es el eje central de la nouvelle de Pardo Viñas, y por supuesto el miedo que acompaña el día a día de Nicolás y de Santiago, léase la incapacidad que tienen de aceptar sus propias limitaciones e incluso el pavor que les causa su propio fracaso, el derrumbe ineluctable de sus vidas. Saben que el pasado siempre los atrapa y que las puertas de escape están cerradas o a lo mejor ni siquiera existen; lo que los lleva a pensar que el futuro es solo una ilusión, una puesta en escena por algún dramaturgo que ha querido burlarse de ellos y del hombre en general; peor aún, que los ha condenado a la tragedia, al sino atroz que significaría la carencia del libre albedrío.
[…] los hombres no somos más que una larga espera. Esperamos en la oscuridad de los días sin memoria a que se conozcan los padres, a que se invente el amor. Esperamos entre la viscosidad tibia de un vientre bueno los nueve meses que nos separan de la luz. Esperamos que pasen los años de la primaria mientras soñamos con ser adultos y sobrevivimos los días de la adultez soñando con volver a ser un niño. Esperamos que llegue la muerte. La espera. (Idem, pág. 105)
Visto de esa forma podría decirse que somos eternos suicidas; puesto que en cada paso que damos ignoramos conscientemente el presente, o bien nos vemos en un futuro que posiblemente nunca llegue, al menos no como lo hemos imaginado; o bien entramos en una especie de sopor, de saudade, que nos lleva a anhelar el pasado y a desear hacer el viaje de Marcial, el personaje de El viaje a la semilla, de Alejo Carpentier. En otras palabras nos suicidamos cada minuto, cada segundo. Como decía Virginia Woolf : -Vivir es muy peligroso, así sea por un instante.
Y más adelante es Nicolás el que reflexiona sobre el suicidio :
[…] el suicidio no lo inventamos nosotros, que ha estado por siempre rondando la vida y que ese hombre de la foto, cubierto por una sábana manchada de sangre no es otra cosa que uno más envuelto en el torrente de la violencia que llevamos dentro. (Idem, pág, 113)
Estos personajes son antihéroes, o si se prefiere héroes del absurdo, héroes postmodernos, individuos que habitan en ciudades en las que sus ciudadanos se fagocitan entre sí o se autofagocitan. Por ello puede decirse que la nouvelle de Pardo Viña es una obra urbana, como lo es La Paloma de Süskind; la diferencia es que Jonathan Noel logra salir del laberinto, mientras que a los otros personajes no les interesa buscar la salida ni tienen la fuerza para hacerlo ni saben cómo hacerlo.
Por eso mismo Santiago piensa en Vincent Van Gogh, y como él sabe que :
Crear no es otra cosa que abrise paso entre paredes de hierro que se levantan entre lo que sientes y lo que puedes. Sabes que tus muros son altos y pesados y cubiertos de un óxido que descascara la estructura y anquilosa las bisagras que se niegan a moverse, pero en medio del mar de tus pequeños fracasos, insistes en hacer de la literatura tu propia tabla de salvación personal. (Idem, pág. 123)
No obstante, sabe muy bien que la salvación no existe, que es una simple quimera. Tal vez por eso Nicolás, el alter ego de Santiago, evoca a Vallejo :
[…] el que quería morir en aguacero, un día del cual ya había tenido el recuerdo (Idem, pág. 84)
Bohemian Rhapsody es una parábola del fracaso del hombre, en el sentido ontológico de la palabra. También es una búsqueda de la identidad. Nicolás y Santiago están perdidos, extraviados, desaviados en sí mismos ; creen conocerse cuando en realidad son verdaderos extraños, habitan en cuerpos equivocados, ni siquiera se reconocen cuando se miran en el espejo. Navegan en un mar de incertidumbres, de remordimientos, de temores; se saben vigilados, son conscientes que no hay libre albedrío, y que el mañana depende de hoy, de lo que haga en el trabajo, de la aprobación de los otros; sobre todo en el caso de Nicolás, él sabe que es su jefe el que mueve los hilos de su vida, es una marioneta con la que él juega; dicho de otro modo sabe que el jefe de redacción juega con él como el gato con el ratón.
Es por ello que son conscientes del fracaso de sus vidas; lo ven como un sino trágico del cual no hay escapatoria. No creen en los discursos cristianos que venden la ilusión de una vida maravillosa, la que está en el otro lado, en el lado invisible de la cama. No creen en una divinidad que ve y escucha todo y que perdona todo; por el contrario, se dan cuenta que ese discurso acentúa la incapacidad que tiene el ser humano de aceptar sus propias limitaciones, sus propias fronteras, su desamparo innato y su incapacidad para ser feliz.
Bohemian Rhapsody es una parábola de la cotidianidad a la que ningún citadino del siglo XXI escapa, una cotidianidad que se transforma en una pesadilla, no la que nos visita en sueños y de la que escapamos apenas nos despertamos, sino en una pesadilla que nos acompaña las 24 horas del día y los 365 días del año; es una parábola sin concesiones del fracaso de la existencia humana.
Nicolás y Santiago pertenecen a la generación de los descreídos, de los desencantados; son los herederos de los poetas malditos, comenzando por los rapsodas griegos, no en vano el libro se titula Bohemian Rapsody (Rapsodia Bohemia). Los rapsodas, cantores de la Grecia antigua, vagaban de portal en portal para pedir un plato de comida, un jergón donde dormir y algunos óbolos; todo ésto a cambio de amenizar un poco los banquetes de los poderosos de su tiempo. Eso mismo harían siglos más tarde los juglares, y luego Villon; posiblemente el poeta más marginado de la historia de la literatura.
Para terminar quisiera decir que Santiago y Nicolás son seres desestabilizados, caminan permantemente en arenas movedizas, conscientes que en cualquier momento pueden hundirse para siempre; no sólo saben que no hay posibilidad de escape, sino que no desean ser rescatados ni salir de ese embrollo que es la existencia humana. Ahogarse es su única salida, su única salvación, su única redención.
Adenda: Quisiera resaltar una característica de Bohemian Rhapsody y es que toda la narración está comprendida en 24 horas; un claro elogio al Ulises de Joyce y a La señora Dalloway de Virginia Woolf.
Berta Lucía Estrada
Valenciennes, febrero 2017.
Sobre el autor
Berta Lucía Estrada
Fractales
Berta Lucía Estrada Estrada (Manizales). Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo sobre literatura infantil y juvenil ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.
Premios literarios:
Primer Premio Nacional de Poesía 2011 Meira del Mar, realizado por el Encuentro de Mujeres Poetas de Antioquia, con el libro "Endechas del Último Funámbulo", basado en la vida y obra de Malcolm Lowry.
Premio Especial, fuera de concurso, Ediciones Embalaje del Museo Rayo-2010, con el ensayo poético "Náufraga Perpetua".
2o puesto en el Concurso Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos Reyes-2011.
4o lugar en el XXVII Concurso Nacional de Poesía Ediciones Embalaje-Museo Rayo 2011.
Blog El Hilo de Ariadna, en www.elespectador.com
http://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/
Blog personal: Voces del Silencio:
http://beluesfeminas.blogspot.com
*Correo electrónico: bertalucia@gmail.com
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Bohemian Rhapsody, la nouvelle de Carlos Pardo Viña, acaba de recibir el Premio Internacional Rubén Darío 2017 (1.04.2017), y le será entregado en el marco de la Feria del Libro de Madrid. Esta obra que inicialmente fue publicada en el 2015 por Pijao Editores, va a ser lanzada en España con el sello de Ediciones Pigmalion.
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