Literatura
Finalista del Primer premio de crónica: “Kajuma”
“¡Caramba! esa mujer parece salida de una pintura de Kajuma”; la expresión la lanzó el amigo Carlos Guevara, cuando vimos pasear por una de las calles del Cañaguate a una mujer que, para su gusto, iba excesivamente emperifollada.
Cada madrugada, de cada día, de todos los años, el pintor a quien referenciaba Carlos, se levanta a combatir a los monstruos armados de su alma.
Tiene sólo en su defensa, pinceles gastados por el uso continuado y una gama limitada de pigmentos. Frente al lienzo está completamente solo aunque mujeres o amigos revoloteen en su casa taller.
Recuerdo que corrían los años 90 del siglo pasado y eran los mejores tiempos de El Callejón de la Estrella. Todo su espacio estaba dispuesto a la inauguración de una exposición en la que el artista hacía alegoría a los grandes pintores de la historia del arte universal.
Mientras yo observaba una de las pinturas, sonaron las trompetas de mariachis y entró por la puerta principal un hombre de mediana estatura, vestido de absoluto negro, era Carlos Julio Márquez, conocido en toda la tierra del Cacique Upar como Kajuma. Yo en ese tiempo estudiaba en la Escuela de Bellas Artes y este sería mi primer contacto con el artista.
Desde los inicio del 2012, y justificado en que la ciudad ha carecido de críticos de arte, me ha rondado la idea de hacer algunas entrevistas a los quijotes del pincel, escribir sobre la obra de artistas visuales vallenatos.
Y justo, inesperadamente, mientras estaba sentado en el Café del Parque de las Madres veo pasar a uno de los primeros pintores modernos y de seguro el de mayor popularidad, un hombre que le ha sido esquivo a las redes de los años.
Fue bajo la sombra de los olivos negros, compartiendo un café combinado con la conversación amena, donde me contó sobre sus orígenes santandereanos, su madre corajuda, su estadía en el continente europeo y en donde me hablaría en perfecto francés (o al menos así me sonó, porque desconozco el idioma galo).
Hizo mención a cómo, desde su tierna edad, asumió el riesgo de dedicar su vida a la pintura y como ésta no le fue indiferente. Es de los pocos creadores de la ciudad de Valledupar que puede decir a boca llena que todo, absolutamente todo, se lo ha dado la pintura.
Créanme, Valledupar está lejos de parecerse a la Ciudad Luz, a la que Carlos Julio Márquez viajaría siendo muchacho con los bolsillos llenos de ilusiones en un barco de carga y de donde regresaría bautizado como Kajuma para convertirse en el pintor más popular, prolijo y de incansable laboriosidad que ha brotado de la tierra del Cacique Upar.
La tarde transcurría cotidiana pese a la algarabía de los pericos. Como ellos, Kajuma no tiene tapujo a la hora de enfilar sus baterías por lo que ni él mismo escapa de sus bromas y chistes.
Es posible que su personalidad haya contribuido a la acogida de su obra. En todos los estratos sociales se puede encontrar una pintura del maestro. Él es de esos personajes grandilocuentes, dionisiacos y excéntricos, que generan en el público amor u odio, pero nunca indiferencia.
Como creador siempre se ha sentido identificado con el Movimiento Surrealista. Es ante todo un colorista. Sus preocupaciones están centradas en la utilización correcta de la gama de la paleta. Puede ir desde lo sutil hasta las formas más agresivas y grotescas. Es un pintor enteramente emocional que se deja arrastrar por sus estados de ánimo a la hora de desarrollar su trabajo y el resultado es una obra que mantiene un sello, una identidad, y aunque él divida su producción entre los yuqueros (las obras más digeribles por el común de la población) y los de la propuesta (trabajos más personales donde el artista busca su propia complacencia).
Lo cierto es que Kajuma es Kajuma, es único y se deja detectar en cualquiera de sus trabajos. Por supuesto que el tener un estilo bien definido y una popularidad bien ganada tiene su aspecto negativo y es el lidiar con el plagio.
Antes de despedirse, manifestó que el desorden y la bohemia hacían parte del pasado y que, ahora, estaba concentrado en hacer de su casa una galería. Lo vi partir mientras pensaba en la vitalidad que irradia este hombre que asumió una forma de vida acorde a su concepción del arte, si es o fue dionisiaco y desorganizado fue solo para cumplir con la concepción de lo que para él significaba ser un artista. Tal vez le ha costado angustias y necesidades, pero ha sido el precio que él decidió pagar al hacerse a sí mismo: Leyenda, mito y arte.
Confío en que cuando no queden rastros de lo que se ha producido en estas generaciones y todo sea borrado por los creadores que ahora se forman en las academias el nombre Kajuma seguirá vivo en el imaginario colectivo del pueblo de donde extrajo las motivaciones principales de su pintura.
Por ello, conservo como un tesoro a una mulata desnuda y emperifollada, que toca desenfrenada su saxofón en una atmosfera de tonos azules. Toda ella pareciera rebelarse a mantenerse atrapada en la estructura bidimensional de la tela. En la parte izquierda inferior hay una firma que puede leerse claramente, dice Kajuma.
Finalista del Primer Premio de Ciudad Valledupar 2012: “Kajuma” es una crónica finalista del Primer Premio de Crónica Ciudad Valledupar 2012 en categoría B. El jurado le otorgó una distinción por la singular presentación del personaje que da título a la crónica, lo cual le confiere al texto una peculiaridad que la diferencia de los otros escritos participantes. Su autor, José Luis Molina, también llamado “El Turri”, nació en San Diego y es uno de los destacados pintores del Cesar.
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Me gustaría poder hablar con calima mi nombre es Richard Rios manosalva mi c el es 3504583547
Me gustaría poder hablar con cajuma mi nombre es Richard Rios manosalva mi c el es 3504583547
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