Literatura
Monólogo en una tarde de lluvia, de Berta Lucía Estrada
Escritora de primer orden, cuya obra, como la de otras autoras merece conocerse ampliamente en el país y el exterior, pero sobre todo lectora impenitente y crítica consagrada, Berta Lucía Estrada es también una poeta de grandes alcances, capaz de abstraerse en el tiempo, de remontar la corriente de la historia y el mito para ir al encuentro de las grandes figuras y establecer con ellas un diálogo intenso, como sucede con uno de sus poemas más bellos escrito hace un tiempo en torno a Scherezada.
Recientemente Berta Lucía ha sido reconocida con una alta mención en uno de los concursos universitarios más destacados de Colombia gracias a una serie de poemas cortos que en conjunto, conforman ya un pequeño pero significativo libro dedicado a evocar la vida y la figura de su padre: Monólogo en una tarde de lluvia, texto en versos muy cortos, claros y precisos en los que, con sincera aunque medida emoción, alcanza a trazarnos un perfil luminoso de lo que fue para ella la figura de su padre, un hombre de gran ascendencia intelectual y vital a quien desde el comienzo nos presenta como "Eterno cazador de auroras / eterno cazador de crepúsculos", es decir, como a uno de esos últimos contemplativos, idealistas puros que, por entonces, soñaban un país mejor, una patria a la medida de hombres y mujeres libres, dueños y constructores de su propio destino. No en vano, "se llamaba a sí mismo / el último ciudadano de la República de Platón, (y) / contemplaba los amaneceres a la sombra tutelar de Pessoa, / reía con un jaque mate / dado a algún adversario invisible / (...) mientras en los "oídos atentos / resonaban los acordes / de la Novena Sinfonía de Beethoven". Trazos que nos describen una rica personalidad, de fuertes pero armoniosos contornos que, a lo largo de 14 estrofas en la primera parte y 10 más en la segunda, retratan no sólo objetiva sino poéticamente al padre como hombre y como arquetipo simbólico de lo humano real lejos de espiritualismos vacíos, cercano a la experiencia cotidiana, próximo a la intimidad y al gozo de vivir.
No son tan abundantes quizá los poemas que en Colombia se han escrito en torno a la figura paterna, tal vez dado el carácter a veces contradictorio que el rol paterno ha tenido en nuestra cultura machista. Sin embargo, alusiones magistrales al padre sí se dan en nuestra literatura, para bien o para mal, desde Aurelio Arturo (1906-1974) por ejemplo, hasta Piedad Bonnet (1951) o José Manuel Arango, fallecido en 2002, cuando dice: "A veces / veo en mis manos las manos / de mi padre / y mi voz / es la suya // Un oscuro terror / me toca // Quizá en la noche / sueño sus sueños / y la fría furia / y el recuerdo de lugares no vistos / son él, repitiéndose / soy él, que vuelve// Cara detenida de mi padre / bajo la piel / sobre los huesos de mi cara". En Berta Lucía, empero, no hay ese terror, ese sesgo oscuro, aunque sí la melancolía natural que deriva finalmente en acentos cuasi elegíacos al final.
Berta Lucía Estrada evoca en este poema subdividido en numerales romanos, la presencia de un padre ejemplar, silencioso y culto del cual, a su vez, quiere dar noticia a su propio hijo, quien no alcanzó a conocerlo, rescatando en versos muy simples, repito, versos muy sencillos y sin pretensiones retóricas, aquellos rasgos, aquellas maneras suyas de ver y de estar en el mundo y la vida que distinguieron a ese hombre que: "En el aula, / como en el hogar, / ejercía su oficio favorito, / no dejaba preguntas en el aire, / respondía a todo, / con esa sapiencia de hombre antiguo, / de caminante milenario, / con su rostro tallado por la historia, / y por las noches pasadas en blanco / en los anaqueles de su biblioteca (...)
Maneras, modos de ver y asumir la existencia que para Berta Lucía continúan proyectándose en su propio vivir, como legado, como memoria y extensión del amor vivido junto a él, a su sombra tutelar que, más allá del tiempo, permanece a manera de referente, de inspiración en un tiempo como el presente donde sólo parece imponerse la ordinariez, la fuerza, el cinismo, la ignorancia crasa, la deshonestidad y el beneficio personal.
Llama la atención en este poema que sea justamente una escritora como Berta Lucía, que ha denunciado siempre en sus escritos los efectos nocivos de la cultura patriarcal, quien ahora haga un elogio abierto y bello de la figura del padre como paradigma, como eje central de sus evocaciones. En él se encarna el ideal humano por excelencia: la virtud, la bonhomía pero también, la lucidez, la independencia intelectual, la cultura como resultado de una conciencia altamente sensible y armoniosa, libre y respetuosa a la vez:
"La ignorancia / pasaba lejos de la esquina / de su casa // El fanatismo / no pudo horadar / refugio alguno // y la libertad se sentó a su lado". (...) "Mi padre, el del lento caminar, / como si lo hiciese en puntillas para no despertar a nadie - / era consciente de que el mundo gira en silencio / -que no perturba- / Mi padre huía de los gritos, / sabía que los mejores amigos / cavilaban detrás de sus libros (...)
Si bien, a primera vista, para el lector común estos versos contienen una dosis innegable de sentimiento, de emoción sincera, su autora no cae en el sentimentalismo fácil, porque apoyada en la limpieza, la eficacia y sencillez del lenguaje, alcanza a tocar con la misma claridad que escribe sus ensayos, sus cuentos, sus novelas, un fondo inquietante de vida, en el que espejea igualmente, la fragilidad y la incertidumbre del ser humano, sus pequeñas y grandes angustias. Y también un fondo de nostalgia de lo que huye en nosotros, de lo que permanece sólo muy poco tiempo en nuestra memoria, de lo sólo el amor como última fuerza logra rescatar en la palabra, en la poesía:
"¿Qué somos sino olvido perenne? / ¿Gritos ahogados en un silencio sideral carente de eco? " (...)
No queda sino eso, entonces, conciencia intensificada de lo que fue, mantener en la propia vida, en el tiempo que aún fluye en la sangre esa luz, esa memoria que nos permite continuar, que nos impulsa a seguir luchando, que nos concede todavía la posibilidad de encontrar el sentido, la verdad, el orden del mundo que ahora nos corresponde afrontar y sostener:
"Como eterna errante / exploro nuevas sendas // Descubro que todas conducen a mi padre // Su presencia / habita / mi memoria // Su sombra, / lienzo que dará cobijo a mis despojos (...)
Es la segunda parte del poema la que nos despierta pues del mero ensueño evocativo que la primera parecía proponernos. Aquí la muerte, el tiempo inapelable establece la distancia entre lo espiritual y lo real. El padre se ha ido físicamente pero su legado permanece, aunque la poeta se duela aún de ello, y por momentos crea absurdo o iluso ese "diálogo de sombras":
"Indago en el silencio / hurgo en los misterios que lo habitan // No hay respuestas (...) Trato de recordar el sonido de su voz / ¡Ilusa! / Entablo un diálogo con las sombras mudas / -resbalo en un monólogo sordo"(...)
Sin embargo, es la poesía, otra vez la poesía, la única y última posibilidad de hacer presente lo perdido en nosotros y para otros, tal como en estas páginas se evidencia.
Pedro Arturo Estrada
1 Comentarios
Gracias al poeta Pedro Arturo Estrada por esta reseña sobre mi libro Monólogo en una tarde de lluvia; el jueves próximo se publicará la reseña del escritor Jorge Eliécer Pardo.
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