Literatura
Monólogo del árbol de mango de la plaza Alfonso López
De la plaza “Alfonso López” en Valledupar soy más que un follaje de sombra que guarda secretos emociones; también soy alianza de reposo en los zapatos rotos de cansancio y atavío frondoso de encuentros y tertulias.
Soy un verde monumento defensor de la vida y la contaminación. Estoy enfermo, pero no de vejez; estoy enfermo de olvido. Se olvidan que estoy rodeado de cemento y tienen que remover la tierra y renovarla con nuevos nutrientes. Se olvidan que me caen parásitos y mis raíces necesitan agua y minerales.
Los árboles de mango pueden vivir más de trescientos años, yo apenas me acerco a los 80. Si me cuidan y me protegen puedo vivir muchos años. Yo me siento un símbolo de la vallenatía. Quiero a la plaza y ella me necesita. Soy una referencia de medida para la concurrencia de la gente en la plaza. Si hay un evento en la tarima “Francisco el Hombre” se considera exitoso, si la multitud pasa más allá del palo de mango.
Soy originario de la india, por eso mi nombre científico es mangifera índica; por tener semillas, flores y frutos pertenezco al grupo de las plantas angiospermas. Al observar bien la forma predominante de mi fruto pueden comprobar que se asemeja a un corazón, por soy de la familia de las anacardiáceas.
En India me llaman "fruta del cielo", y “el árbol de los deseos”. Las antiguas leyendas hindúes dan fe de mi antigüedad y de mi importancia para ellos. Por ejemplo, dicen que el rey Akbar, quien gobernó India hacia el siglo XVI, poseía una plantación de cien mil árboles de mango. Hay una leyenda que pone el acento en mi supuesto carácter sagrado, y es aquella que sostiene que Buda se sentaba a meditar a la sombra de un árbol de mangos.
Afirman que en manos de navegantes portugueses llegué a América y la primera mata de mango la sembraron en Brasil a finales del siglo XVIII. Estudiosos venezolano de la botánica advierten que en 1869 ya se observaban frutales de mangos en el valle de Caracas; y también, por estos años ya habían algunos cultivos similares en los valles del Caribe colombiano.
Son muchos los lugares tropicales que he encontrado para crecer y dar fruto en cierta época del año; pero en Valledupar encontré mi paraíso, mi tierra sagrada; los bioelementos abundantes en este suelo, el agua permanente y la música de acordeones y guitarras son factores favorables para dar fruto todas las épocas del año.
La tentación de comer mango es irresistible e incita a la invasión de la propiedad ajena donde estoy sembrado, por eso en Valledupar he sido sacado de los patios para las calles y los parques. No existe alguien que no se rinda ante mi inigualable aroma, ni quien se atreva a renegar de mi dulce sabor.
Soy un árbol de tronco leñoso que esparce sus ramas a los sonidos del viento. Expertos hacen referencia a mis virtudes nutricionales, entre las que destacan el aporte al organismo de antioxidantes, vitamina C y B5, magnesio y fibra. Además, soy un fruto bajo en calorías, de fácil digestión y que contiene gran cantidad de agua.
José Atuesta Mindiola
Sobre el autor
José Atuesta Mindiola
El tinajero
José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).
Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.
4 Comentarios
... Fuí plantado en la Plaza Alfonso Lopez por...? en el año ?
Una narrativa con lenguaje poético y científico, una mezcla que hace comprensible y entendible origen, importancia cultural y nutrición de tan apetecía especie. Felicitaciones, aquí hay poeta pa mucho rato. José Su amigo y colega de profesionales Joel
Gran escritor y docente recordado por muchos en su enseñanza quien siempre a querido sacarle poesía a las ciencias naturales de sus manos el.mejor escrito para todo aquel que siente puede agraciar.
Honroso el árbol, que ha cobijado un pueblo ahito de pasiones musicales y es inmortalizado por la tinta indeleble del poeta, al recorrer sus ramas, nichos de aves canoras en aleteo de la sombra cómplice de su fronda. El poeta lo ha admirado con sus silencios interrumpidos de rayos de sol filtrados entre sus hojas, y han brotado de sus labios pinceladas de voces copleras, seguramente con sones de acordeones grabados en su vegetal cuerpo, símbolos del derroche y alegría de un pueblo. A veces el árbol sonríe con frutos multicolores, de la savia silvestre, de la Pachamama morena e incolora, formando alfombra en el suelo. Es el alimento que ofrece a la multitud solemne, que avista en cada temporada al mejor Juglar de lis tiempos. A veces recibe lluvias, nidos de pájaros celestes venidos de ultramar, asegurando la vida y el numen espiritual de su poeta de Mariangola, que hoy le vino a cantar.
Le puede interesar
Acerca de Tomás Carrasquilla y el costumbrismo colombiano
Ya desde el libro de Roberto Cortázar, La novela en Colombia (1908), la novela escrita por autores antioqueños tuvo su lugar prop...
El maravilloso placer de leer
El placer de leer es una aventura maravillosa por la imaginación del lenguaje y es el mejor ejercicio del ocio creativo. Harold Bl...
10 cuentos infantiles que nacen de una historia de horror
Los cuentos infantiles se destacan muchas veces por su simpleza, sus protagonistas exageradamente buenos o malos, y sus finales end...
Miguel Barrios Payares, ganador del premio El Túnel 2011
Con su cuento “Didáctica y herramientas para juegos nocturnos”, Miguel Barrios Payares se ha hecho un hueco en la narrativa breve ...
Cuando la escritura se convierte en una necesidad para la existencia
Probablemente doña Petra Pérez –una modesta trabajadora de la Caja Agraria del municipio de Becerril (Cesar)- jamás imaginó...