Literatura
La leyenda de Cibeles
En los capítulos anteriores, Carla, Miguel y Lucrecia, tres profesores de Antropología Social y Cultural en las Universidades de Madrid y Córdoba (Argentina), pero, sobre todo, tres amigos que aprovechan su tiempo libre para disfrutar de los tesoros artísticos de la capital española, intercambias idean y sensaciones sobre el cuadro “los borrachos", “elCristo," ambos de Velázquez, así como la obra de Sorolla. Viajamos también a 1646 para ser testigos del funeral del protagonista de una de las principales obras del pintor barroco y así empezar a conocer los orígenes de la Leyenda de la Dama de la Maliciosa, nombre que recibe la montaña que se representa en el fondo del mismo.
Cuando se dirigían hacia las salas del Museo del Prado dedicadas a Velázquez para ver la obra “el príncipe Baltasar Carlos a caballo”, sobre el que Miguel había generado tanta expectación al hablarles de la leyenda del pico de la Maliciosa, este preguntó a sus amigas:
––¿Habéis venido caminando desde el hotel de Lucrecia, no?
––Si, en las mañanas de verano es muy agradable caminar por Madrid, pues la temperatura es aún suave ¿Por qué lo dices? –preguntó Lucrecia.
––Lo digo porque habréis pasado frente a “la Cibeles”. ¿Os fijasteis que cada uno de los leones que tiran de su carro mira hacia un lado. ¿A que no sabéis el motivo?
––Yo, al menos ni idea. De hecho, no me fijé en ese detalle ––respondió Lucrecia––. ¿Tú lo sabes, Carla?
––Ni idea tampoco ––respondió ella––. Pero conociendo a Miguel, seguro que en algún cuadro nos va a enseñar la repuesta. ¿Me equivoco?
Miguel respondió con una sonrisa, mientras conducía a sus compañeras hacia la galería principal de la primera planta del museo, donde se expone la obra del pintor barroco Guido Reni titulada Hipómenes y Atalanta.
––Aquí está la clave ––dijo Miguel mirando divertido la cara de asombro de sus amigas––. Este cuadro nos cuenta la historia de Atalanta. Por ser hija ilegítima de un rey Arcadio, su madre la abandonó en el bosque. Allí fue criada por una osa, primero; por unos cazadores, después. Durante su infancia adquirió unas magníficas dotes para la caza y la carrera. Llegada la edad de matrimonio, y puesto que éste no le apetecía demasiado, ideó una estrategia: desafiaría sus pretendientes a una carrera. Si ella ganaba, el castigo era la muerte para él. Por el contrario, si perdía, contraería matrimonio con el ganador.
––Toda una feminista radical de su época la chica. ¿No creéis? ––afirmó Carla provocando las risas de sus compañeros.
––Cuando ya tenía sobre sus espaldas unos cuantos “muertos en acto de servicio”, o más bien en acto de carrera ––continuó Miguel––, apareció por allí el joven Hipómenes que, al haberse enamorado perdidamente de ella, se ofreció para la competición desafiando una muerte casi segura, A la diosa Afrodita le conmovió la sinceridad del muchacho y decidió ayudarle.
––Como siempre, las mujeres poniéndonos la zancadilla entre nosotras. No tenemos arreglo ––terció Lucrecia.
––Bueno, es que ésta es la diosa del amor. Finalmente, no hizo más que su trabajo. ¿No crees? ––afirmó Miguel en tono sarcástico.
––Sí, claro: lo laboral como justificación. En fin… Continúa ––dijo Lucrecia.
––El caso es que Afrodita le hizo entrega de unas manzanas de oro del jardín de las hespérides para que las dejara caer en el transcurso de la carrera…
––La que se ha liado siempre con las mujeres y las manzanas. Podía haber elegido otra fruta: naranjas o mandarinas; yo que sé. No, tuvieron que ser manzanas ––interrumpió Carla.
––También podía haber elegido kiwis o mangos, que siempre queda más exótico ––afirmó Miguel con gesto divertido––. El caso es que Atalanta se detuvo para recogerlas, siendo adelantado por Hipómenes quien se alzó con la victoria. Esto es lo que podemos ver en el cuadro- concluyó Miguel haciendo una prolongada pausa.
––Una bella historia ––afirmó Lucrecia––. ¿Pero qué tiene que ver con Cibeles, con las manzanas y los leones que tiran de su carro?
––Una vez superadas la reticencia y timideces iniciales de Atalanta ––continuó Miguel––, le tomaron afición, dicho elegantemente, a eso de consumar el matrimonio. Tanto fue así que aprovechaban cualquier lugar para ello.
––Sí, claro, ahora la historia dirá de nuevo es por culpa de las manzanas, ¿verdad?
––No, las manzanas solo le hicieron perder la carrera. Lo de los leones es por otra cosa. Además, los leones no comen manzanas… En una de las ocasiones, seguro iban de calentón, entraron en el propio templo de la diosa Cibeles. Y como allí lo que había era mucha sacerdotisa virgen, se montó un escándalo importante, que cabreó bastante a la diosa. En castigo a la profanación de su templo, no solo les convirtió en leones, además les condenó a tirar eternamente de su carro sin poder ni siquiera mirarse.
––¿Cómo se las gastaba la diosa? ––dijo Lucrecia.
––Pues, sí. Yo creo que fue envidia. Es que, claro, tanta virginidad no puede ser sana ––respondió Carla–– ¿Dónde nos llevas ahora? ¿Vamos a ver por fin el cuadro de Baltasar Carlos, para que nos termines de contar la “Leyenda de la Dama de la Maliciosa”?
––Después de lo que empezaste a contarnos el otro día, que es bien interesante, me quedó una duda ––intervino Lucrecia––. ¿Velázquez conocía dicha leyenda o es una casualidad que pintara esa montaña como fondo del cuadro?
––Sí, ya sé lo que me vas a decir ––continuó Lucrecia antes que Miguel pudiera responder––. Las causalidades no existen.
[Continuará…]
Antonio Ureña García
Sobre el autor
Antonio Ureña García
Contrapunteo cultural
Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.
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