Literatura

Cuando los árbitros miran a las ratas

Edgardo Mendoza

18/06/2018 - 06:55

 

 

Farruko Kataño esa madrugada estaba sin dormir, se paró de su cama, abrió la nevera y encontró una rata  comiéndose un pedazo  de coco. Era una rata marrón que brillaba con la luz interior del electrodoméstico. Con la tranquilidad del mundo, el animal no se sorprendió por la apertura de la nevera, al contrario, recogió la cola que parecía una delgada culebra, para que quien abriera la puerta pudiera escoger cualquier cosa en su palacio frio.

Farruko vio cómo el animal lo saludaba con su manita flaca de pájaro y su cola larga, dando vuelta sobre su cuerpo, como indicando una totalidad incierta. Faruko volvió a la alcoba adonde su mujer dormía plácidamente. Entonces se sentó al lado sin molestarla, pero siguió en un monologo sordo, pensando cómo esa rata entraba a la nevera, con una excesiva confianza. Sin inmutarse.

¿Será que el animal venía haciendo lo mismo desde hace muchos años al interior del aparato? ¿Tendrá su propia cueva con hijos donde conservan los alimentos desde siempre? ¿Tendrá una salida secreta para escapar en los días calurosos y retozar por otras partes?

Al cabo de tres horas y ya casi al amanecer, volvió a abrir la nevera como en la madrugada, todo estaba en perfecto orden, incluso los otros pedazos de coco permanecían en una taza color zanahoria, las frutas, el queso y el jamón, tenían una distribución impecable. Sólo él y su mujer estaban en la casa lo cual generó en su mente otras ideas con respuestas imprecisas.

El martes siguiente Farruko se levantó temprano y fue al veterinario en la mañana. El viejo Guillermo lo conocía desde su juventud y sabía de su temor a las ratas, pues en los tiempos que estuvieron juntos en el internado escolar, siempre dormía en las camas elevadas para estar seguro que ratas y cucarachas no pasarían sobre sus sábanas cuando en su rutina, atravesaban las noches y regresaban antes de salir el sol.

El viejo Guillermo, sacó un viejo libro de anatomía animal. En el capítulo de roedores miró los dibujos, con sus alimentos preferidos, gustos, comidas, enfermedades y caprichos. Algunas razas -le dijo- prefieren climas distintos al lugar donde viven, generalmente vienen en barcos, mientras descargan en los puertos, se tiran al mar, con un nadadito de ratas, recogen semillas, pero a veces no calculan el tiempo de carga y descarga y las dejan en tierra, como a marinos sin documentos.

Esas ratas quedan sin familia y les toca vivir sin amigas en lugares desconocidos, posiblemente una de ellas fue la que viste en tu nevera. Inicialmente no trasmiten enfermedades, pero con el tiempo recogen los males locales y como son tantos, los van dejando en los alimentos para que siga la vida y la expliquen los investigadores y zootecnistas de otras generaciones. Siempre a los investigadores les dejan rastros, pistas para entretenerse. Algunas ratas- sigue el veterinario- les gusta la música de flautas y escuchan discursos de políticos, pero esto último no está probado aún.

Existe, después de varias generaciones de ratas, una subespecie que les gusta el futbol y se entretienen cuando cantan los goles, no importa cuál sea el equipo, pero parece que gozan cada vez que en  la radio o  la  televisión  escuchan  el tono de largueza del canto del goooooool. De eso hay varios adelantos científicos, y si estamos en temporadas de fútbol, es normal que puedas verlas, cuando el fenómeno humano se produce. Tampoco está probado que las ratas tengan equipo propio, ni mucho menos que hijueputean a los árbitros, aunque hay indicios que parecen probarlo.

Farruko regresó a su casa con un olor a soledad y a derrota incomprensible. Los arboles del camino lo saludaban con sus copas y ramas como a un viejo conocido. Los perros en las calles no se molestaron en ladrarle. Entró a su casa sin mirar a ninguna parte, aseguró la puerta con llaves y fue directamente a la nevera sin presentir nada. Y ahí estaba ella, le hizo la misma señal de la primera vez con su cola y su manito flaca. Cerró de nuevo la nevera con una resignación absurda.

Prendió el radio y justamente el locutor hacía las cábalas del partido siguiente. Donde estará cada jugador, los goles que había anotado en los partidos de los últimos meses, las lesiones sufridas y las equivocaciones del árbitro en el pasado campeonato. Quiso aumentar el volumen pero lo dejó igual, de todas formas escucharía la bulla del hombrecito dentro del radio. Sintió sed, pero prefirió no abrir de nuevo la nevera. No estaba seguro si la decisión fue evitar ver la perfecta organización de frutas y vegetales, o no molestar a la intrusa que seguramente lo saludaría con su manita flaca y su cola fría.

Se acostó en la cama con los zapatos puestos, su mujer llegaría un rato después. Pensó en la vida triste de los veterinarios, en la vida aburrida de los investigadores de ratas y en la vida bullanguera de los locutores de futbol.

Volvió a la cocina y destapó una taza que contenía chicarrones, aguacates y una arepa blanca con unos lunarcitos negros por el asado. La comida estaba desde la mañana en su espera. Tuvo la precaución de no subir los pies sobre la cama con los zapatos puestos. Entonces pensó lo que ningún investigador se había atrevido a publicar: Que las ratas hijueputean a los árbitros dentro de las neveras, pero el silencio de la humanidad se concentra en ver los partidos de fútbol.

 

Edgardo Mendoza Guerra

Sobre el autor

Edgardo Mendoza

Edgardo Mendoza

Tiro de chorro

Edgardo Mendoza Guerra es Guajiro-Vallenato. Locutor de radio, comunicador social y abogado. Escritor de cuentos y poesías, profesor universitario, autor del libro Crónicas Vallenatas y tiene en impresión "50 Tiros de Chorro y siguen vivos", una selección de sus columnas en distintos medios. Trata de ser buena gente. Soltero. Creador de Alejo, una caricatura que apenas nace. Optimista, sentimental, poco iglesiero. Conversador vinícola.

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