Literatura

Simulacro

Andrés Gómez Morales

06/08/2018 - 07:15

 

Simulacro

La erección cosmética del travestí, la agresión esplendente de sus párpados temblorosos y metalizados como alas de insectos voraces, su voz desplazada, como si perteneciera a otro personaje, siempre en off, la boca dibujada sobre su boca, su propio sexo, más presente cuanto más castrado, sólo sirven a la reproducción obstinada de ese ícono, aunque falaz omnipresente: la madre que la tiene parada y que el travestí dobla, aunque sólo sea para simbolizar que la erección es una apariencia.

La simulación, Severo Sarduy

 

Nos reuníamos todos los viernes con Sarmiento para ir a los bares después del trabajo. Se nos unía Darío Perdigón que era un ocioso, pero hacía buenos chistes y siempre tenía dinero. Ya no éramos tan jóvenes, tampoco tan viejos para tomarnos en serio.

—¿A dónde vamos hoy muchachos? —Preguntó Perdigón sin afán.

—No sé hermano, diga usted que es el de las brillantes ideas— le dije señalando su calva incipiente.

—Vámonos a putear— replicó Sarmiento.

— ¿Extraña tanto a su mamá? — atacó Perdigón

—No tanto como a la suya — respondió el gordo golpeando el hombro de Perdigón.

—Se pasan, lo de ustedes es puro amor. ¿Quieren que los deje solos? — les dije.

Caminamos por la carrera séptima hacía el sur, parando en cada sitio que nos llamaba la atención, ya fuera por la música o por el precio de la cerveza. Entramos a un antro llamado Bardo’s. Quedaba en un sótano bajo un edificio residencial.  El volumen de la música y el calor hizo que nos quedáramos ahí un buen rato. Era un local pequeño. No había casi gente.  Sólo un grupo de muchachas con chaquetas de cuero y cortes de pelo primitivistas que bailaban canciones punk con sus vasos de cerveza en la mano. A Sarmiento se le ocurrió hablarles y cuando les preguntó sobre las alhajas, adornos y filigranas que llevaban en las perforaciones de las orejas, la nariz, las cejas y los labios, lo lavaron con espuma de cerveza. Una de ellas la de las expansiones en los lóbulos de las orejas le mostró una navaja. Nos tomamos nuestras cervezas evitando mirar la cuadrilla de muchachas y salimos a caminar unas calles más, hasta llegar a calle 39 con avenida Caracas. El sopor de la cerveza no me permitió evitarlo, aunque estaba oscuro y por las calles no circulaba un alma. Perdigón puso la mano en el hombro de Sarmiento. Parecían enamorados por obra y gracia del alcohol.  

— Está oscuro como el locu del domun —dijo Perdigón

— Como el culo del mundo, sí señor —reiteró Sarmiento.

Estaba cansado de caminar sin rumbo, me había decidido a tomar el primer taxi que viera al llegar a la Caracas, pero a Perdigón se le ocurrió un posible destino

—Les tengo el sitio.

Hizo una llamada desde su celular, luego descendimos unas cuantas cuadras hasta encontrarnos frente a una fila de personajes nocturnos esperando entrar ante una puerta cerrada. Sentí un profundo alivio, pues interpreté este signo como el final de nuestra velada. Lejos estaba de terminarse. Dos robustos bouncers con chalecos reflectantes de luz naranja y gafas oscuras salieron a nuestro encuentro.

—¿Tienen invitación? —preguntó el guardia calvo.

— Buscamos a Cielo —le respondió Perdigón

—¿Quién la busca?

—Ella nos invitó.

—Puede que sí, pero no los podemos dejar entrar, estamos llenos. Si quieren hagan la fila un rato —dijo el guardia negro.

—Ella nos espera —insistió Perdigón—. Dígale que es de parte de Darío.

—Aquí vienen a preguntar por ella muchos darios.   

—Seguro que sí, pero acabo de hablar con ella. Si quiere la vuelvo a llamar y se la paso—dijo Perdigón, sacando el teléfono y haciendo el ademán de llamar a Cielo.

—Espérese un momento. Ya verificamos—respondió el vigilante negro —Ubíquense a un lado, por favor, no obstruyan la entrada.

Pasaron unos minutos que aprovechamos para fumar, acordarnos de la cuadrilla lésbica y burlarnos de Sarmiento.  El guardia calvo, nos hizo una seña y se dispuso a requisarnos. Abrió la puerta. Un travesti se nos acercó intentando entrar con nosotros.

— Óyeme, superboy— dice el travesti dirigiéndose a Sarmiento — dile al negro que vengo con ustedes.

— Dale, pues. ¿Cómo te llamas?

—Mary con i griega. ¿Tienes candela?

El gordo le enciende una colilla gentilmente, teniendo cuidado de no quemarle las pestañas postizas. Entramos y en el escenario bailaban dos drag queens y una mujer con una peluca de cabello negro y liso que le llega hasta la cintura. No parecía estar travestida, pero era más alta que cualquier mujer que había conocido.

—¿Bonito el sitio o no? ¿Qué les parece maricas? —  pregunta retórico Perdigón

Nos reímos de manera estruendosa. La música sonaba a muy alto volumen, beats y sonidos sintetizados resonaban como avispas africanas en en mi caja toráxica.  No había mesas disponibles, quería apoyar mi cabeza en una superficie blanda, una almohada o en una cama de agua. El aire era húmedo y caliente, cargado de nicotina. Hacía falta ventilación. Nos acercábamos a la barra y Cielo estaba allí cual efigie maquillada, su cara delineada suavemente por trazos rojos y naranja, acentuando y a la vez suavizando, su expresión ambigua de muñeca de teatro japonés. Reconocio a Perdigón y lo señaló con sus uñas postizas cubiertas de esmalte fluorescente brillando en punta neón.

—Pensé que ya no ibas a venir, Darío, cariño mío. Te estaba esperando para que me ayudes a hacer mi biografía visual en una página web. Quiero incluir algunas fotos de cuando me vestía como hombre, qué risa, me veía muy fuera de tono cuando trabajaba en esa empresa de comunicaciones con traje y corbata. Terrible, tenía 18 años y me dejaba el cabello largo. A veces me ponía un poco de sombra en los ojos. Quiero escribir mis memorias on line para que la gente puede opinar sobre lo que escribo. ¿Me ayudas?

—Me acuerdo cuando te llamabas Peter y cuando te emborrachabas nos decías que te dijéramos Magenta. Te pintabas los labios, encendías el karaoke, ponías canciones de Federico Moura. Cantabas Sin disfraz.

—Me ponía muy marica. Ustedes me seguían la cuerda: …por un minuto abandono el frac y me descubro en lo espiritual, para amar, como si fuera, mentiroso y nudista…

—Y el piano, tan, tarán, tarán… —agrega Perdigón.

—Bueno, preséntame a tus amigos, ¿Cómo te llamas? Te luce lo rellenito, guapetón— dijo Cielo dirigiendo su anillo de escorpión a Sarmiento.

—Mucho gusto, hermosa. Andrés Sarmiento— dijo el gordo, besando la mano de Cielo.

 —¿Y tú? Te ves cansado con los ojos nadando en alcohol, debes tener la vejiga llena de espuma de cerveza.

— Me llamo Sebastián Ariza.

—Ariza. Deja la cara de sueño que me aburres — atacó Cielo acercándose y manchándome la mejilla de labial.  

Cielo dio instrucciones a un mesero de nariz aguileña. Llevaba un chaleco rojo sin camisa para mostrar los músculos de sus brazos, una pantaloneta de tenista para exhibir las piernas peludas. El mesero nos trajo en una bandeja pequeños vasos en forma de pecera llenos de ron con granadina y tajadas de naranja. Se alejó caminando hacia atrás como si anduviera en patines.  Mis ojos se perdían en el sitio obligando a mi cabeza a dar giros de ciento ochenta grados. Cielo Magenta seguía adelantaba su monólogo. Por momentos esperaba que le dijéramos algo. No era fácil responderle, era más sencillo seguirla, asentir. Habitábamos su lenguaje, su sitio. Yo no encontraba palabras que pudieran representar lo que estaba percibiendo. Me dejaba llevar por las imágenes que salían de su boca. El orden que le daban las cosas a las palabras era sumamente confuso. Estaba alterado y con los sentidos exacerbados.  Sin rodeos le manifesté a Cielo Magenta como me sentía, pues ya me quería ir. La mujer de largo cabello negro bailaba a mis espaldas. Sarmiento y Perdigón la acechaban sigilosamente.

—En circunstancias normales soy más comunicativo. Me cuesta decir lo que estoy pensado, lo que pienso va más rápido de lo que quiero decir. Y te sonará extraño pero lo que siento va más rápido de lo que pienso…

—Ay, los vi entrar con Mary. No le habrás recibido nada. Me asustas, Mary esparce a los clientes con burundanga, aplica capsulas en los vasos con borrachero. Es una ladrona consagrada. Tiene prohibida la entrada.

—Estoy bien, lo que pasa es que, de repente este sitio tiene mucho sentido y lo que pasa afuera me parece un tanto absurdo ¿me entiendes?  Me agrada, pero a la vez hace que parezca absurdo el mundo en el que vivo.

—Dímelo a mí, afuera todo está al revés, cuando iba a casa a ayudar a mi mamá tenía que vestirme de hombre, no te imaginas el ridículo.

El gordo bailaba con la mujer de cabeza azabache, igualándosele en puntas de pie a las largas puntas del tacón de los zapatos, se alejaban de las luces hacia una esquina tenebrista donde el reflector iluminaba sus pies. Perdigón hablaba con Mary la notable ladrona, ella trataba de convencerlo para que bailaran. Le advertí sobre la astucia del travesti señalando mi ojo y luego al travesti.  Cielo entretanto me hizo una propuesta que no pude rechazar.

—Si quieres descansar un rato, arriba tengo una habitación. Subes por la escalera de caracol y al llegar a un pasillo cubierto en papel tapiz de arabescos rojos, caminas al fondo y entras por una puerta doble cerrada con un candado en forma de cubo rummy. Le puedes decir al gordo y a tu amigo que suban también, allá tengo una botella de whisky sin destapar con enervantes y alicientes — dijo en tono confidente.

El gordo decidió no subir. La altísima mujer de pelo negro le había puesto un collar de cuero con una opaca cadena. Perdigón dejó plantada a Mary que trataba de sacarle el dinero del bolsillo. Atravesamos el salón con dificultad evitando chocarnos con los que bailaban. Subimos por las escaleras y llegamos al pasillo donde doblamos a la derecha para llegar a la habitación de Cielo. Intenté abrir el cubo rummy, pero no cedía. Me temblaban las manos. Le pasé la llave al gordo y la abrió sin dificultad. Ya tenía práctica descifrando cubos.  Más que una habitación era un apartamento en el edificio, tenía tres habitaciones, una sala y un baño. Fuimos directo a la habitación de Cielo precedida por una cama con dosel color crema. Encendí una lámpara de mesa y me senté en una silla tapizada con la efigie de Marilyn Monroe. 

—¿Sabías que conozco a Cielo desde el colegio? Cuando todavía se vestía como hombre y se llamaba Peter— me dijo Perdigón.

— ¡La conociste de hombre! ¿Hace cuánto fue lo del cambio de sexo?

—Cielo no se ha cambiado el sexo, más bien se lo ha aumentado. Se puso tetas, toma hormonas y ha educado la voz con métodos de cantante.

—Impresionante como se le ven la cara, los labios, parece una modelo.

—Siempre predomino en Peter la parte femenina, por eso todo fue tan fácil de aceptarlo como Cielo, era algo que se esperaba.

—La familia no lo acepta, según me dijo. Para verlos tiene que disfrazarse de hombre.

—¿Disfrazarse? — dijo y ambos estallamos una misma risa—Que no te oiga decir eso.

El ruido de la chapa abriendo la puerta precedió la magistral entrada de cielo al apartamento. El ruido de sus tacones altos sobre el piso de madera activó la vida de la habitación. De repente encendió las luces del salón y corrió una cortina de tela hindú que dividía las habitaciones. Encendió una barra de suave incienso y entró al baño canturreando. Perdigón encendió el mini componente e insertó un disco de Culture Club.  Al empezar a sonar hizo salir del baño a Cielo alterada.

—El divino Boy George decía que era mejor tomar una taza de té a tener sexo. No era obvio para nada. Do you really want to hurt me, Do you really want to make me cry.  Divino.

Cielo se acercó a Perdigón cruzando sus pasos y mirándolo a los ojos. Se sentó a su lado en el brazo de la silla y le puso un vaso de whisky en los labios. Sacó un tubo de ensayo con polvo blanco que esparció en tres líneas sobre un pequeño espejo sobre un marco de plata. Nos acercamos y cada uno aspiró su línea.   

—Mira que tu amigo estaba diciendo cosas rarísimas de los sentimientos y de los pensamientos. Por eso lo invité a subir me gusta hablar de esos temas, hablar por hablar y después acordarme de lo baratas que son las palabras. ¿Te dije que quiero escribir mis memorias?  Quiero que me ayudes — aclaró Cielo.

—Claro Peter, como quieras.

—No me digas así, infame, dime Cielo Magenta o mujer divina.

—Como quieras Cielito.

—Eres el único al que le aguanto el chiste, te conozco desde que te creció el vello púbico.

Cielo se levantó de la silla y se fue a la habitación contigua. Desde mi silla podía verlo. Abrió un armario de cedro donde había vajillas y cristalería. De allí sacó el objeto.

—Mira, este uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos, Sebas.

— El Aleph, para que dejes de ser incrédulo y marica. Con perdón. — Atacó Perdigón.  

—¿Como así? ¿Qué es un Aleph? — pregunté desconcertado.  

— Es el cascabel del gato al final de Men in Black, viejo Sebas —Esta es la parte donde descubres que Cielo es un extraterrestre.

—No le hagas caso, Sebas, estamos en las drogas. Pero vi en el aleph la tierra y en la tierra otra vez el aleph… — decretó Cielo.

Perdigón revisó el objeto y me lo pasó. Era una caja de metal, un cubo como el candado de la puerta. En rigor era un prisma rectangular, pero como las figuras geométricas no son sino abstracciones de la mente, es mejor decirlo así: era una caja de chocolates. Cielo se levantó de la cama.

—Voy a ver cómo están abajo los incautos. No se pongan locos, por favor. Quiero que hablemos otro rato.

 

Perdigón me dio una palmada en la espalda y se dispuso a bajar siguiendo a Cielo para ver como estaba el gordo Sarmiento. Me había olvidado por completo de él. Supuse que estaba entregado a los caprichos de la amazona de tacones altos. Al verme solo en aquella habitación me sentí aliviado. Puse la caja en la mesa junto a la lámpara, quité el disco de Culture Club y me quedé en silencio. Serví otro trago y tomé un corto sorbo. Volví a mi silla, puse la mirada en el objeto que ahora recuerdo lila y con un escudo: un dibujo de una mujer joven con un sombrero cloche blanco que cubría la mitad de su cara. El escudo se repetía en la cara opuesta de la caja.  Dos mujeres jóvenes que en rigor eran una sola sin reparar en cuál era la original. Abrí la tapa y la puse en la mesa. Su interior estaba forrado con papel de terciopelo lila agradable al tacto. Terciopelo lila. Pensaba si el color era también agradable al tacto. Es extraño reparar en eso sin caer en el absurdo. Es absurdo no hacer una diferencia categórica entre lo visual y lo táctil. Pero ¿la luz no toca acaso la superficie de los ojos, sus membranas?  En alguna medida lo táctil y lo visual perciben lo mismo, aunque lo interpretan de distinta manera. El ojo interpreta todo en términos de ver, el tacto…en fin. Percibía aquel objeto de manera fragmentada, no en su totalidad pues cada órgano registraba la información de lo mismo a su manera.

La caja estaba ya abierta, era inquietante saber que no estaba haciendo nada con el objeto sino reconociéndolo. No sé porque se me ocurrió que el objeto estaba haciendo algo conmigo. No era normal pensar así, aunque era normal pensar de manera anormal en un sitio tan poco habitual y tan cargado de simulaciones. Nada era lo que parecía. Simulacros de simulacros, maquillaje, estolas, tacones altos, plumas, pelucas. Detrás de Cielo no se ocultaba Peter. Por el contrario, Peter existía, se hacía visible en el engaño que era Cielo.

Me inquietaba el contenido de la caja. Saqué un vaso en forma de tubo estampado con una película azul de fondo y figuras de colores, estrellas y un pequeño sombrero de charro mexicano. Saqué una bolsa de gasa blanca cerrada que contenía un joyero o una caja de rapé sellada. Dentro del joyero se sentían moverse unas esferas: puntos del espacio que contienen todos los puntos. Finalmente saqué una carta. El reverso era usual, un arabesco que se esparcía por la superficie en distintas variaciones del verde, el anverso, por su parte, era inusual, pues no se trataba de una figura de naipe sino de un retrato a blanco y negro de un hombre.

Desde muy niño me impresionaban los retratos a blanco y negro. En este caso se apreciaba la severidad en el rictus de una boca pequeña y en el traje y la corbata que no permitían ningún tipo de expresión singular en el atuendo. El cuello de la camisa era italiano muy cerrado para no permitir ningún pliegue en la tela. Los ojos miraban el vacío inexpresivo y el rostro encajaba perfectamente con las proporciones del encuadre vertical. Una buena foto, sin duda. Tomada por un experto.

Puse la foto con lo demás en la caja. No era un objeto cualquiera. Claro, eran varios objetos sin otra relación entre sí que una circunstancia, un capricho. No tenía sentido que objetos tan disimiles compartieran el mismo espacio común. Aparentemente no había un para qué, una función que los uniera. Sin embargo, el conjunto en sí suscitaba un algo que, aunque no era percibido, se hacía presente en la conciencia más allá de lo sensorial. Era evidente que cada objeto provocaba una impresión específica, pero en su conjunto traía consigo una presencia, un diferencial que rompía con la distinción entre el observador y lo observado.

Viendo las cosas contenidas en el objeto, pensé en que toda idea suponía un consenso que le daba validez. Toda representación es represión en alguna medida, concluía. De otro modo, ¿Por qué me causaba angustia no tener palabras para definir mis sensaciones abajo en el bar?

De un objeto como éste no podía sino surgir una representación sin referente, pues el objeto no tenía asignada una función en el mundo. ¿Fuera de las paredes de este viejo edificio que función tenía Cielo, o la amazona de pelo negro? El objeto sin función constituía un punto de fuga, la posibilidad de todas las posibilidades. De repente, se me antojó bajar. Serví otro whisky y me lo tomé de un sorbo. Llevé la caja al armario del cuarto contiguo y lo dejé en completa oscuridad, lejos de cualquier percepción. La pista de baile estaba exuberante. Sarmiento estaba sentado en la barra revolviendo su ron con un mezclador en forma de murciélago. Perdigón bailaba con Cielo obviando al Peter que había conocido años atrás. La muchacha de cabellos negros se fundía en la oscuridad con un largo cigarrillo encendido en la boca. Mis manos buscaban impacientes en los bolsillos del pantalón algo que no sabía exactamente que era, pero que empezaba a dar por perdido. En ese momento una voz retumbó en mi cabeza:

Intentarás regresar a casa infructuosamente pese a que ya lo sabes, nada en este mundo se puede nombrar como el hogar. Te darás cuenta de que no es sólo la densa atmósfera formada por la música en el nightclub, lo que empuja tu salida a las calles. Sentirás el vacío, como te lo dirá una consigna sobre el techo de un edificio que anuncia el efecto del vodka. La noche y sus excesos mantendrán el equilibrio entre la embriaguez y el tedio, tu vida en el hastío.

Marcarás tus pasos por callejones, dándote cuenta de que la calle y la noche son la extensión de tu soledad: fibras olvidadas que se reactivarán en tu interior, te elevarán hacía un estado parecido a la esperanza. Sentirás lo mismo de hace tiempo. Tu estado interior no corresponderá a tus acciones, nada de lo que quisiste ser había logrado realizarse hasta ahora. No tuviste otra responsabilidad que lidiar con tu estado de ánimo. El pasado no perdona, pero podrás redimirlo. Los abismos de tus más tristes recuerdos se abrirán cada vez más y se verterán sobre los diques vacíos de tu presente y porvenir. Acercarás la nariz a una línea blanca de polvo magenta esparcido sobre la barra del bar e inhalarás con fuerza sacándole ventaja al tiempo, entrando y saliendo de su régimen.

Te fijarás en el cigarrillo entre mis labios, pues vendré cubierta con un manto de arlequín que me cubre el rostro. Encenderás la punta con la llama azul de un fósforo que arderá entre el temblor de tus manos. Soplaré una bocanada de humo claro en tus ojos.  Localizarás mis ojos y te reflejarás en ellos, notarás como has cambiado. Caminaremos evocando otras vidas. De nuevo, por un momento te acogerá la esperanza, por momentos el miedo y la brecha entre los dos se abrirá un poco y luego se cerrará. Sentirás el placer de no ser.

Querrás regresar, pero no habrá giro de vuelta y te encontrarás y luego me perderás, así en diferentes tiempos.  Comprenderás sin palabras. Todo se confundirá y caerás en un profundo sueño sin recuerdos.  Despertarás a la mitad de un nuevo día en la cama con dosel de Cielo. Notarás el sujetador bien ajustado relleno de la carne de tu propio pecho. Notas también que se habrá desvanecido aquella carga que suele pesarte entre las piernas. Una brecha se abrirá en su lugar.

Perdigón me dio una palmada en la espalda, ya estaba amaneciendo. Era hora de pagar la cuenta. 

 

Andrés Gómez Morales 

Acerca del autor: Andrés Gómez Morales es escritor y periodista cultural. Colabora en revistas y periódicos como Music Machine Magazine y El Espectador sobre temas de cine, música y literatura. Estudió filosofía y una maestría en Escrituras Creativas en la Universidad Nacional de Colombia.

1 Comentarios


Patimor 22-08-2018 02:08 PM

Me gusta. Una descripción que lleva a transportarse al lugar descrito y a aproximarse a sus protagonistas para entenderlo.

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