Literatura
Tras la poesía de Arturo Camacho Ramírez
Nacido en Ibagué el 28 de octubre de 1910 (y fallecido el 24 de octubre de 1982 en Bogotá, el poeta Arturo Camacho Ramírez hizo parte del grupo Piedra y Cielo (denominación que homenajeaba al español Juan Ramón Jiménez).
Camacho Ramírez encabezó la corriente nerudiana e hizo parte del escenario literario colombiano del siglo XX. También se desempeñó como periodista y diplomático.
En 1935 publicó “Espejo de naufragios”, su obra inaugural, con la que renovó el lenguaje poético en abierto desafío a la generación de Los Nuevos, y en 1939, año en que aparecen los cuadernos de Piedra y Cielo, los poemas "Cándida inerte" y "Presagio de amor".
En 1941, la Revista de las Indias publica su "Viñeta de Bécquer". Incursionó en el teatro con la pieza en verso titulada Luna de arena, estrenada en el Teatro Colón de Bogotá en 1943, vertida a libro en 1948 y vuelta a llevar a escena en numerosas ocasiones desde entonces. Recibió el primer premio del concurso de sonetos de la Revista de las Indias.
El “piedracielismo” reunió personalidades tan diversas como Jorge Rojas, Antonio Llanos, Aurelio Arturo, Gerardo Valencia, Eduardo Carranza, Carlos Martín y Darío Samper, y mostró dos tendencias definidas: una de cuño hispánico, representada por Carranza, seguidor de Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez; la otra americanista, con Camacho Ramírez a la cabeza, de corte nerudiano.
PESADILLA
Un ángel dolorido y polvoriento
abre los ojos sobre la pintura
y se arrastra en la gris desenvoltura
de la línea que inicia su tormento.
El color lame allí como un lamento,
hecho para la infamia y la locura.
espacios sin ventanas en la oscura
claustrofobia espacial del firmamento.
Vives al pie de la primera nube
Y tu rostro drolático se sube
Como un espectro al clímax del espanto.
Demonio por sí mismo poseído,
Faro sin lumbre, sin pecho latido,
Croquis del Bosco en explosión de llanto.
EL DÍA DE LA MUERTE
Lleno de certidumbres como un muerto
cuyo se ama con la tierra
ando de mar a mar, de puerto a puerto,
pidiendo olvido y perdonando guerra.
Y voy entre sonámbulo y despierto,
hecho a un amor de duelo que me aferra
la voz y oprime su vocablo yerto
como ceniza que al invierno aterra.
El día de mi muerte está en mi mano,
turbia moneda gris, lento pañuelo,
en vez de áurea medalla o vela henchida.
Y yo lo pongo al borde del verano
como un mordiente y trágico señuelo
que enceguezca los ojos de la vida.
LA DESCONOCIDA
Yo conocía la desconocida.
Tenía mejillas, trajes,
ausencias y desvelos,
pasaporte a morir, algunas joyas,
lápices para labios y un pañuelo.
Salía por las tardes,
soportando en silencio la invasión de las luces,
la ecuación del verano en su cintura,
su sonrisa espaciosa
como una orquesta suelta en los jardines,
el agua en pabellones ambulantes
y el entristecimiento
de ciudades apenas entrevistas.
LA NIÑA SIN SOMBRA
Ella se quería casar
pero no la quiso nadie.
Tenía senos de amapola
recién salidos del aire;
tenía los brazos delgados
como la voz de los ángeles;
las piernas girando siempre
falsa canción de compases;
el vientre y el corazón
en desacuerdo constante.
La niña no tenía sombra,
por eso no la amó nadie.
Porque los mozos del pueblo
comentaban: qué te haces
con una niña que no
tiene sombra para el aire?
Quién cuidará nuestro amor
si su sombra vigilante
no está en los altos rincones
contando rubios collares
de besos de madrugada
con un fugaz desenlace?
Cómo gritarle que viene
el viento azul saltimbanqui
para robarle la sombra
como una hoja de sauce?
Cómo amarla si no tiene
sombra verde, tierna, suave,
furtiva, alegre, profunda,
que la confunda con nadie,
o para poder decir:
me ha sido fiel y constante
pues su sombra iba con ella
y ella no puede faltarle?
-Por qué no diste sombra,
madre?
Por qué me ataste a los pies
esta luz siempre brillante
que me ha borrado la sombra
transparente, pura, frágil?
Madre, yo me mataré
para tener un cadáver.
Un cadáver y una sombra
no serán lo mismo, madre?
Madre, yo me casaré;
irá todo el pueblo al baile.
Entre el gentío no se nota
que no tengo sombra, madre.
Madre: si no tengo sombra,
no es lo mismo tener árboles?
-Las preguntas arrugaban
las mejillas de la madre-.
-Préstame tu sombra, brisa
destrenzada en los palmares.
-No, que tengo que llevar
los pájaros emigrantes.
-Préstame tu sombra, agua
de largo y oculto cauce.
-No, que tengo que llevar
el agua en flor de los mares.
-Ay,
que me voy a matar, madre!
Sobre la arena la hallaron
sonriente, feliz, errante,
con la raíz de su sueño
en las estrellas fugaces,
las pupilas ahuecadas
de luces en espirales,
a su pie estaba amarrada
la sombra de su cadáver.
¿El cadáver de su sombra?
Eso no lo supo nadie.
Realizado con información del Banco de la República.
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